domingo, 1 de diciembre de 2013

El bieldo

Transitaba yo -un día más, entre pinos- por los caminos, carriles, cotarros, laderas y senderos del resinero y del pastor, cuando se acercó un agricultor a charlar un rato conmigo y, tras echar un vistazo por mis cosas, me espetó: ¿no crees que ya es hora de contar algo más sobre las demás actividades del campo? ¿O en tu vida sólo había resineros y pastores? ¿O no arabas, sembrabas, segabas, atabas, acarreabas, tendías, trillabas, acamizabas, movías la aventadora, medías con la media fanega, costaleabas, pisabas el pajar… Me hizo pensar, y recordé que hace un tiempo algo dije sobre estas actividades que ahora me recordaba. Busqué y encontré esto que conté en el año 2002. Y cuando hoy llamó mi atención una página en internet que, a mi modo de ver, no hacia justicia a la dura tarea de que hablaba el escrito, decidí presentaros lo que entonces escribí.


 “Emilio ya puede estar tranquilo, tiene el aire comprao”


Nos contaba Aurelio Criado (nacido en 1911) cómo su abuelo hacía este comentario al referirse a la operación de separar el grano de la paja (limpiar). Pero ¿qué quería decir? Pues lo que su abuelo quería decir era que Emilio Díaz había comprado la máquina aventadora, beldadora, o máquina de limpiar, que es lo mismo.

Aventadora. Imagen conseguida por Internet
Y si Emilio podía estar tranquilo porque tenía el aire comprado ¿qué hacían los demás agricultores para separar el grano de la paja? Pues no podían hacer otra cosa que esperar a que Eolo se acordase de ellos, pusiera en marcha los ventiladores para enviarles un chorro de aire y así poder llevar -por separado- el grano a la panera y la paja al pajar.

En el momento en que el dios de los vientos despertaba y comenzaba su actividad, toda la familia se ponía en marcha, y cogiendo el bieldo se dirigían hacia el montón de cereales o legumbres trilladas para, con toda la rapidez de que fueran capaces, comenzar a levantar -poco o mucho- según la fuerza del viento, el cereal o la legumbre que se fuera a limpiar.

Artistas en el manejo del bieldo. Bravo por los hermanos
Lo primero era comprobar la dirección del viento y después señalizar el límite del montón objeto de la limpia. Esto solía hacerse con dos estacas clavadas, una a cada lado del montón, o con dos piedras. El límite se marcaba para, cuando se llegara hasta él, moviendo el montón, saber que se había terminado de aventar el total de lo que se pretendía, quedando el grano y las grancias (granzas) a los pies del beldador, y la paja, más ligera, toda a favor de viento.

De qué forma más rápida y sencilla hemos espajado (despajado) el montón que pretendíamos limpiar. Pero en la realidad ni era así de rápido, ni de sencillo. Cuántas veces al poco rato de empezar, los ventiladores cambiaban de dirección y obligaban al sufrido dependiente de los caprichos del aire a cambiar todo el montaje después de esperar para ver si el giro era definitivo o pasajero.

Otras veces el controlador se declaraba en huelga, apagaba el interruptor del ventilador y había que esperar a que de nuevo volviera la ráfaga tan esperada. Normalmente el viento más fuerte, duradero y fiable solía ser el cierzo (noreste o noroeste).

Pero no terminaba aquí su penar para separar el grano de la paja. Lo que con el bieldo conseguían era separar la paja del grano y las grancias (granzas). Las grancias por ser trozos de espiga sin desgranar y pajotes mas pesados también caían juntos con el grano y esto ya no dependía, sólo, de la fuerza del viento, sino del esfuerzo del ser humano moviendo la criba. De esto nos ocuparemos en otro apartado.

Hasta aquí hemos intentado dejar constancia de la importancia de una pieza tan, aparentemente, simple como es el bieldo y del esfuerzo que el agricultor siempre tuvo que realizar para arrancarle el fruto a la tierra.

Antonio preparando el cocido. Genio y figura
Cierto que las cosechas eran muy limitadas, cierto que había mucha mano de obra en el campo, pero aún así, cuando veáis un montón de paja, aunque sea en pacas, pensar si hubiera que coger un bieldo y poco a poco hubiera que alzarlo por el aire de principio a fin. Y por si no hubiera sido suficiente, teniendo que rematar la faena con la criba, y teniendo en cuenta que estas operaciones sólo podían realizarse si hacía aire.

Por eso ¡qué razón tenía el abuelo de Aurelio cuando envidiaba la suerte de Emilio porque “tenía el aire comprao!” Pensando, pensando, me digo: ¡joder! Hasta el aire se compraba ya en aquellos tiempos. Aquí tenemos la prueba.

Aún recuerdo, siendo niño, cómo los agricultores más modestos aún limpiaban los cereales y, sobre todo, las legumbres de esta forma, y recuerdo, cuando venía una ráfaga de viento, con qué rapidez se movían los bieldos para aprovechar aquel envío, también, caído del cielo. ¡Siempre mirando al cielo! ¡Cuánto esfuerzo para tan poco!



Camporredondo, Enero de 2002

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