lunes, 30 de septiembre de 2013

La familia y... su crisis



Desde que, fuerzas mayores, me obligaron a abandonar la cayada, la esteva y los alicates, me impuse la tarea de pensar intentando razonar la situación en cada momento. Al cabo de un tiempo, no entendiendo lo que pasaba en mi país, clamaba allá donde encontraba ocasión: ¡que alguien me diga por qué somos ricos! Por no encontrar respuesta, por mi cuenta fui buscando y veía, en productos de grandes almacenes: made in China, made in Corea, made in Hon-Kong… Cereales de centro Europa y América, ajos de China, leche y patatas de la unión europea, azúcar de otras tierras… etc. etc. Mientras, los agricultores de mi pueblo no podían sembrar por su ruinosa rentabilidad. Fruto de aquellas cavilaciones mías es lo que escribí y aquí os presento:


El año agrícola había terminado. La cosecha, catalogada como óptima, fue recogida y el futuro se presentaba sin aparentes sobresaltos.

Cuando la era estuvo limpia y las primeras lluvias de septiembre llegaron, la familia se reunió en torno a la mesa para deliberar sobre lo que sería la siguiente cosecha que, a juzgar por las nuevas perspectivas, se presentaba muy halagüeña.

Lo primero que hicieron fue distribuir el terreno en parcelas asignando a cada hijo su cultivo. La parcela nº 1 se destinaría al cultivo de cereales; la nº 2 al cultivo del ajo; la nº 3 para remolacha; la 4 la destinarían a la patata…, así hasta que el terreno quedó distribuido de la forma que creyeron más conveniente para obtener la mejor producción.

Comoquiera que, por sus características, es el centeno el primero que debería sembrarse (el centeno segado y sembrado, es el dicho popular) el padre se dirigió al mayor de los hijos y aconsejó: yo creo que deberías de coger el tractor y preparar la parcela nº 1 porque ya sabes que el centeno es el cereal de ciclo más largo y no debemos retrasarlo.

El mayor de los hijos se quedó pensativo y aportó su idea sobre la conveniencia de sembrar, o no, cereales. Espera un momento padre, que tengo algo que decir. Todos esperaron y el hijo habló. Dijo: ¿para qué sembrar cereales si mis informes me dicen que el tío eureste y el tío argentorio lo producen y venden a un precio más bajo de lo que a nosotros nos cuesta producirlos? Se miraron unos a otros y ante aquella “indiscutible” verdad, decidieron que aquel año no se sembrarían cereales porque en el mercado los había a precios muy interesantes.

Como la siguiente parcela estaba dedicada al cultivo del ajo, el padre se dirigió al hijo encargado de su cultivo y le propuso: interesante sería que fueras preparando la parcela porque ya sabes el dicho: “ajo, ¿por qué fuiste ruin?, porque no me sembraste por San Martín” y el 11 de noviembre enseguida llega. Entretanto yo me encargaré del abastecimiento de la semilla, ya sabes que debe ser de importación.

El segundo de los hijos no tardó en reaccionar y como estaba al corriente del mercado dijo: mirad, estoy bien informado sobre el mercado del ajo y resulta que el tío chinostro los produce y vende mucho más barato de lo que a nosotros nos cuesta producirlo. Por tanto creo que sería trabajar por trabajar sembrando ajos, para después no sacar beneficio con su recolección, sino todo lo contrario.

Todos creyeron que era verdad lo que el hermano decía y enseguida se pusieron de acuerdo. Decidieron que el ajo sería ruinoso para la economía familiar, por lo que quedó descartado su cultivo a la espera de mejores tiempos.

El abuelo, que seguía en silencio el debate, quiso intervenir y comenzó a hacer su razonamiento. Dijo: si no sembráis ajos, ni cereales, vuestra madre ¿con qué recursos pecuniarios los comprará en el mercado?

El hijo pequeño, que aún no había participado en el debate, intervino para decir: abuelo, tú esto no lo entiendes, hoy la economía funciona de otra manera, ahora tenemos más en cuenta nuestra forma de vivir, hoy se vive el día a día, el mañana no existe, tienes que entender que la única verdad es el presente, ¿te acuerdas el día de la semana cultural que dio su charla el psicólogo? Pues en ella nos lo dijo: “el mañana no existe”. Así que debemos trabajar pensando en nosotros, y en lo que mejor se adapte a los tiempos actuales… El abuelo quiso intervenir de nuevo, pero el padre zanjó la situación. Dijo: yo creo que tu nieto tiene razón, así que déjanos que sigamos preparando la sementera de la manera que mejor se adapte a nuestro tiempo. Sigamos con el programa.

La tercera parcela correspondía a la destinada a la remolacha, por lo que el padre se dirigió al tercero de los hijos para decirle, dado que la siembra de la remolacha aún tardará en realizarse creo que sería interesante que empezaras a estercolar para que el estiércol vaya descomponiéndose y, cuando llegue el momento, el terreno esté en condiciones óptimas para la siembra de la remolacha.

El encargado de la tercera parcela cogió el bolígrafo y, sobre el papel, escribió algo que fue pasando a todos los miembros de la familia para que leyeran. El papel decía: dada la actual coyuntura y teniendo en cuenta que el tío carioco todos los años cultiva una extensa plantación de caña de azúcar, y el producto tiene precios muy competitivos, aconsejo no sembrar remolacha porque, por su bajo precio, no sería rentable, nos ahorraríamos el laboreo, la semilla, el abono, el riego… y sobre todo el trabajo. La remolacha requiere mucha mano de obra. Sugiero que, si alguno no está de acuerdo, debatamos sobre el tema porque estoy convencido de que este cultivo no sería rentable.

El escrito fue pasando de mano en mano y cuando todos lo hubieron leído no fue necesario seguir, porque todos comprendieron que había motivos más que suficientes para renunciar al cultivo de la remolacha.

Pasemos a la parcela de la patata, inquirió el padre. Yo creo, dijo, que la parcela nº 4, este año está muy propicia para el cultivo del tubérculo, así que con un ligero estercolado, y si el mes de abril viene aparente, obtendremos una buena cosecha de patata.

Los hijos se miraron unos a otros como si su padre fuera un extraterrestre y fue el menor el que se dirigió a él. Dijo: padre, ¿pero aún no te has enterado de que el tío fransuás con las que a él le sobran nos inunda el mercado? Sería absurdo que teniéndolas a precio irrisorio, en el mercado, fuéramos a sembrar nosotros patatas para después no encontrar venta para ellas. Todos los hermanos asintieron por lo que el tema de la patata también fue desechado por ser ruinoso su cultivo.

Entretanto, el abuelo contemplaba el campo a través de la ventana y, sólo de vez en cuando, movía su cabeza desaprobatoriamente.

La familia, de agricultores, siguió repasando parcela por parcela y producto por producto, no siendo capaces de encontrar el cultivo idóneo con el que sembrar ninguna de sus parcelas.

Cuando por fin decidieron dejar las parcelas de barbecho, el padre preguntó: entonces ¿que haremos nosotros? Uno de los hijos resolvió el problema en un momento: con lo que nos pagan por no sembrar, sumado a que dentro de poco comienza la temporada de recogida de las piñas, que ésas no necesitan de desembolso para su cultivo y todo lo que se recoge es dinero limpio y sin pisar barro, en eso podremos trabajar. Sí, repuso el padre, pero con eso no cubrimos gastos de mantenimiento de la casa y la familia… El hijo menor que parecía ser el más y mejor informado, sonriendo de forma condescendiente con el resto dijo: bueno, por lo que veo no estáis muy enterados de cómo funciona hoy la economía. Hoy la economía se mueve a través de los créditos. Cuando no llegas a fin de mes, o cuando el presupuesto no llega para disfrutar las merecidas vacaciones, etc. se recurre al tío prestófono y te da el dinero que tú solicites… tan fácil como eso. Y si al año siguiente la cosecha tampoco ha cubierto gastos porque el mercado aconsejó que no se sembrara, pues pides otro crédito. Si es que parece mentira que estéis tan atrasados. Todos quedaron estupefactos con la sabiduría del más joven y así acabó aquella reunión familiar en la que descubrieron que el mañana no existe y que por tanto deberíamos disfrutar del presente porque… somos mortales.

El tiempo fue pasando, las durezas de las manos, fruto del trabajo, fueron desapareciendo y todos disfrutaron de aquella situación que nadie sabía por qué no la habían descubierto antes.

Un día, cuando la familia ya se había habituado a su nueva forma de vida, cuando ya nadie se acordaba de que mañana también amanece y cuando esto ocurre ya no hay tiempo de cultivar para el desayuno -razón por la cual hay que aprovisionar la despensa el día antes- el tío prestófono decidió que los préstamos se acabaron, que el dinero era suyo y hacía con él lo que le daba la gana, por tanto, el que no tuviera la despensa aprovisionada se quedaría sin el desayuno.

¡No puede ser! ¡A esto no hay derecho! La familia se reunió de urgencia para protestar por lo injusto de aquella decisión. ¡Esto es la ruina! ¡El caos! decían otros… ¡la crisis, la crisis! ¿Qué va a ser de nosotros? El padre miró hacia donde estaba el abuelo que aún seguía moviendo su cabeza en señal de desaprobación. Abuelo ¿tú le ves alguna solución a esto? El abuelo mirando hacia donde estaba la abuela dijo: abuela, pon la mesa grande que hoy somos más a comer.

El abuelo dijo durante el desayuno: vuestra abuela sabía que el día de hoy era el más importante en nuestras vidas, por eso preparó su venida ayer.

Érase una familia… érase un país.
Camporredondo otoño de 2011

El pastor

miércoles, 18 de septiembre de 2013

La tractovía

Desde tiempo inmemorial, de poniente a naciente, de sur a norte, por valles y barrancas, se oyó la dolorida voz del agro clamando justicia; pero nunca se escuchó. La voz del hombre rural castellano, supongo que como la del andaluz, el gallego o el catalán, quizás se oyó, pero lo que está claro es que nunca se escuchó. Por eso, hartos de esta sociedad, van abandonando, nuestros pueblos se arruinan, los campos, faltos de aquel hombre que, en el primer momento, acudía al conato, son arrasados por el incendio… y nadie parece darse cuenta. 

Autovías, AVE… velocidad. ¿Nuestras necesidades más básicas se producen a gran velocidad? ¿Podremos seguir construyendo autovías y dejando sin espacio a los vehículos que colman nuestras mesas? 

A continuación os presento las voces que, yo sí, oigo y escucho por los cerros de mi pueblo. Son las mismas voces que hace muchos años martillaban mis oídos de joven pastor. Y, sin más, me atrevo a decirte mundo rural: no grites, porque todos te oirán, pero no habrá dios que te escuche.




Aquella noche la pasé inquieto, sobre la mesa de mi despacho había un importante proyecto que debería comenzar a desarrollarse al día siguiente: la autovía Valladovia–Segolid.

Como cada mañana, desayuné mis cereales con leche. Hay que cuidar el colesterol y los triglicéridos; el agricultor y el granjero madrugan todos los días para proporcionarnos esa materia prima sin la cual nuestro quehacer diario sería imposible.

Comencé a desarrollar mi tarea, y comoquiera que me sentía orgulloso del progreso que día a día realizaba, llamé al presidente para solicitarle un almuerzo de trabajo, y así poder cambiar impresiones sobre el trazado y posterior ejecución del proyecto.

Quedamos para reunirnos en la bodega “El Masegar”, porque yo quería ofrecerle al señor presidente algo que fuera extraordinario, y allí asan un lechazo -en horno de leña de encina, por supuesto- que es una delicia, además de regarlo con un Dehesa de los Canónigos que colmaría las exigencias del mejor sumiller. El señor presidente aceptó encantado y quedamos en reunirnos a las dos de la tarde; pues es la hora que se abre el asador.
Entretanto, el pastor cuidaba con esmero de sus ovejas para que produjeran un buen lechazo, y en la viña se trabajaba a destajo para recoger la uva en las mejores condiciones y así lograr un excelente vino para degustar.

El almuerzo fue un éxito total. Tras un merecido reposo, nos pusimos manos a la obra y enseguida llegamos a un acuerdo: el trazado era inmejorable, la ejecución sería perfecta y por tanto la inauguración se vislumbraba como un rotundo reconocimiento por su eficacia y comodidad para los desplazamientos de fin de semana, acortando en varios minutos el tiempo de traslado hasta los restaurantes más afamados en la zona colindante a Campo Áspero.

Al despedirnos, después de tomar un buen licor digestivo, nos dimos cuenta de un trámite que, por su banalidad, se nos había pasado por alto: habría que desplazarse un día hasta el pueblo para tratar de las expropiaciones necesarias para la realización del proyecto. Es verdad que ambos pensamos que no habría el menor problema, pues el precio lo fijaría el organismo correspondiente, que dependía de presidencia, y por parte de los agricultores de sobra es sabido que siempre están dispuestos a sacrificarse en bien de la sociedad.

Aprovechando los días de mayor bonanza del tiempo, citamos a los agricultores en el ayuntamiento del pueblo y, como pensábamos, todo salió a pedir de boca: por su parte no habría ningún problema, los metros que hicieran falta y con el trazado que nosotros dijéramos. Para eso éramos los técnicos. Eso sí, se les permitió que sembraran la parte expropiada, previa advertencia de que si en alguna fase de la realización del proyecto nos encontrábamos con alguna siembra no tendríamos más remedio que destruirla, pues los trabajos en la autovía son más importantes que la posible cosecha que hubiera en el terreno afectado.

Sin el menor contratiempo la autovía comenzó a tomar forma: cuatro amplios carriles –dos por dirección-, una mediana suficiente, amplios arcenes, los guardarraíles o quitamiedos abundantes y fuertes, y los bordes de la autovía, que deberían estar cerrados para impedir el acceso a los animales que pudieran invadirla, con el consiguiente peligro para ellos y para los ocupantes de los vehículos que por ella circularan. Como podemos ver, el almuerzo en la bodega “El Masegar” fue de lo más productivo.

Cuando su realización iba bastante avanzada, yo, como principal responsable del proyecto, me desplazaba hasta la obra para seguir de cerca su progreso.

Un día, observé que sobre el balcón que forma el Pico de la Yesera con la vega del Masegar, y a pesar de ser un día claro y despejado, había una nubecilla resplandeciente que casi hería los ojos al mirarla. Caprichos de la naturaleza, me dije, y, sin más, puse en marcha el todoterreno (no se pueden visitar estas obras sin coches preparados) y me perdí en dirección a la ciudad.

El día más esperado llegó: hay que prepararlo todo para el momento que el señor presidente venga a cortar la cinta. Así, nos dimos cita con la prensa y televisión, un acontecimiento de esta magnitud hay que publicitarla, pues el contribuyente debe estar informado, en cada ocasión, de cómo nos ganamos el sueldo. Para ello me desplacé, con tiempo suficiente, hasta el lugar en el que se llevaría a feliz término tan extraordinario evento. 

Al llegar al lugar elegido para la puesta en servicio de nuestro proyecto, la curiosidad me dominaba y miré hacia el Pico de la Yesera. ¡Sorpresa! El espectro seguía más resplandeciente, si cabe, que el anterior día en que visité la obra. No sé que fuerza me arrastraba hasta la cima y por la cañada arriba me dirigí dispuesto a desvelar aquel misterio. Cuanto más me acercaba, la nube parecía brillar con más fuerza.

Aparqué el todoterreno unos metros antes de llegar al cabezo y, a pie, me dirigí dispuesto a despejar aquella incertidumbre que me desazonaba. 

No tengas miedo, me dijo una voz distinta a todas las voces que estaba acostumbrado a escuchar. Sin embargo, aquella voz me sonaba familiar, lejos de turbar mi mente me transmitía serenidad, paz, sosiego… fue como si, en un momento, el mundo que yo conocía se hubiera transformado: un gran ventanal se abrió ante mí y a través de él fui viendo cosas que jamás creí haber visto, pero que sin embargo me parecían familiares.

Mira, me dijo la voz que salía de la nube, ¿ves aquel hombre, con sus botas raídas por el tiempo y el uso, su faja para protegerse del esfuerzo, su boina calada hasta los ojos y que, con el azadón, está sacando patatas, allá, cerca de la carretera? Está recogiendo el fruto de su trabajo desde que por el mes de abril hubo de, entre el fango y, con sus pies descalzos, remover la tierra para que oreara y poder sembrar lo que después de mucho esfuerzo hoy está recogiendo. Así lleva varios días, desde que amanece hasta que anochece. Cuando la tarde cae, carga los sacos a modo de angarillas sobre el burro aquél que pasta sobre el prado y las transporta a casa para sacar un dinerillo con ellas, porque tiene una ilusión que desea ver cumplida algún día.

Te has quedado pensativo -me dice- no te pares ahí hombre, no tengas miedo a seguir mirando.

¿Ves ahora aquel pastor que sobre el Puente de los Tres Ojos se dirige hacia la carretera para que sus ovejas, aprovechando el pasto que hay por las cunetas, lo transformen en materia prima con la que elaborar el queso? Es otro miembro de la misma familia y, con la misma ilusión, no regatean esfuerzo porque esperan que algún día su descendiente, en el que tienen puestas todas sus esperanzas, no tenga que pasar tantas penalidades para subsistir.

Si quieres seguir mirando, me dijo, vuelve tu mirada hacia la izquierda. Aquí, en La Cazuelilla, verás un hombre cogido a la mancera del arado romano. Está preparando el terreno para sembrar el trigo con el que elaborar unas hogazas que mitiguen el hambre que entre ellos se ha instalado. Sé valiente, insistió, sigue mirando y verás los segadores inclinados sobre el surco, con la hoz en la mano desde que amanece hasta que la luz se lo permite, dejándose la vida para que todos podamos comer pan. Y sigue mirando para que, allá al fondo, en dirección al pueblo, puedas ver familias enteras luchando para recoger el trigo con el que os han preparado los cereales que cada mañana os tomáis sobre la mesa de la cafetería… Fue en ese momento cuando quise volverme hacia el cuatro por cuatro, pero él me dijo, no te vayas todavía que tengo algo más que quiero que sepas: ¿sabes quién era aquél que se dejaba la vida para que pudiera cumplirse su ilusión? ¿Y qué sabes del pastor que veías por el puente de los tres ojos?

Una fuerza me retenía de la que no podía escapar mientras aquel extraño ser seguía golpeando mi mente con sus palabras llenas de dolor. Baja hasta la tierra de labor y coge la mancera. Después, cuando hayas probado lo que es trabajar, agarras el hocino y te pones detrás de los segadores para que el sudor brote, aunque sea por una sola vez, de tu frente y, cuando creas que ya no puedes más, te vas a la era y recoges la parva con la camiza y, más tarde, mueves la máquina aventadora mientras el tamo te envuelve, para que aprendas a valorar lo que es ganarse el pan así.

Como veo que tienes prisa porque el señor presidente, el nieto del tío Felipe, te espera, quiero que sepas una cosa: aquél que removía el fango para ganar unas pesetillas con las que cumplir su sueño, era tu abuelo y el pastor que, con mucho miedo se acercaba hasta las cunetas de la carretera, era tu padre y los que araban y segaban y aventaban el trigo eran tíos tuyos que soñaban con el día que tú llegaras a tener un puesto relevante para que les aliviaras del peso que siempre recayó sobre el agricultor castellano… pero no, corre que el nieto del tío Felipe se está poniendo nervioso, se le enfrían los chuletones que, con motivo de la inauguración, le están esperando en la bodega y, cuando aún no os hayan hecho la digestión, tenéis que asistir al concierto que con motivo de tan magno acontecimiento os han preparado. Pero antes de que te vayas vuelve tus ojos hacia vuestra obra: ¿Ves aquéllos que rodean al nieto del tío Felipe? ¡Sí hombre, a tu presidente! Aquéllos son tus primos, a los que has dejado sin la carretera por la que transitaban para poder abastecer los mercados y que vosotros pudierais tomar vuestros cereales con leche y vuestro asado, eso sí, en el horno de leña, que ellos también cortan, para que no os falte el manjar.


Vete me dijo, corre, no sea que la prima que deberían darte, por el ahorro que ha supuesto el no hacer un camino digno para los tractores, te la retire el nieto del Tío Felipe que ya sabes que para eso es el jefe.

Quise dar media vuelta pero me retuvo su mano fría y áspera mientras me decía; estrecha la mano de tu bisabuelo y con ella la de todos agricultores de esta tierra para que jamás olvides que hoy al inaugurar la autovía habéis pisoteado toda la dignidad que en vuestro apellido había.

No sé como hice el camino de vuelta, sólo sé que mi deseo era que al llegar al lugar convenido, en el que el presidente, rodeado por las fuerzas de seguridad por si los agricultores no guardaban las formas debidas, deseé ver un cartel en el que dijera: TRACTOVÍA. Pero en su lugar solo había una señal que prohibía la
circulación a todos los vehículos que colman nuestras mesas todos los días. Espero que algún día otros más dignos que nosotros sepan reconocer el esfuerzo que nuestros hombres y mujeres del campo realizan para que podamos sentarnos a nuestras mesas llenas de los manjares que ellos cultivan.

La autovía quedó inaugurada. Los agricultores, otra vez más, se volvieron para sus casas sin más que ofrecerles que algún día dispondrán de un camino por el que transitar con sus tractores aunque, de momento, deben comprender que tenemos una crisis muy fuerte por lo que tenemos que requerir de su esfuerzo para superarla.

¡Agricultores de Castilla, esforzaos! Castilla os necesita, no la defraudéis, ¿qué sería de nosotros sin vuestro esfuerzo? Entended que la cebada este año tiene que reducir su precio a la mitad, vosotros estáis hechos para el sacrificio. Seguid por los mismos caminos de siempre y por nosotros no os preocupéis, que ya construimos autovías.

Y por mi parte, querido agricultor, ¿qué quieres que diga? Sigue adelante porque si tú te parases no sé qué sería de nuestra sociedad.

GRACIAS


Camporredondo otoño de 2008

El pastor


Para aquéllos que desconocen el mundo rural, pero sobre todo para aquellos que oyen pero no escuchan, quiero contaros una anécdota más ocurrida en mi pueblo.

Darío, hombre de ciudad, pero ligado al pueblo, decidió vender la parcela de La Fuente (nombre supuesto). Alfredo, dijo al posible comprador: he decidido vender la parcela y he pensado que quizás te interesa. Me interesa, contestó Alfredo, ¿cuánto quieres que te valga? Creo que 10.000 (Cantidad supuesta) sería correcto ¿qué te parece? El agricultor se le quedó mirando y dijo: seguro que 10.000 es el precio de la parcela pero, para mí, vale 15.000, venga esa mano y sea este su precio. Y Darío no le dio la mano, abrió los brazos y dijo: ¡esta lección no la olvidaré jamás! Y fue una amistad que perduró hasta el fin de los días.

Y es por este mundo por el que grito, aunque, como decía al principio, no me escuche ni dios.

jueves, 5 de septiembre de 2013

La autovía

Pudo haber sido, aquella tarde, una más de las que salíamos de casa para que mi esposa recorriera los seis kilómetros que, como gimnasia de mantenimiento, a diario se imponía. Pero no fue así, aquella tarde llegamos al punto en que solía iniciar su caminata y cuando ella comenzó el paseo yo me sentí atraído por una fuerza invisible que tiraba de mí en dirección oeste, ella iba en dirección noreste. Aquella energía fue arrastrándome, suavemente, hasta un lugar fascinante donde no existe el estrés, lugar desde donde se aprecia que los “otros” tienen prisa, mientras te preguntas: ¿a dónde nos lleva la velocidad? Este lugar, mágico, ni sé por qué, ni desde cuando, le llamamos El Pico De Los Gatos. 

Cuando fui aproximándome, entre la nebulosa que parecía envolverle, fue apareciendo, ante mí, la figura de un hombre sentado sobre el cabezo que, sin volverse para mirarme, me dijo: Acércate, no te dé miedo contemplar la historia, la vida desde esta atalaya. Sin poder responder, allí me quedé, no sé si sentado a su lado o flotando sobre aquella nube que envolvía el entorno.

Mira hacia poniente -me dijo sin volverse para mirar- ¿ves aquel rebaño que por el barco Brigoso va descendiendo hacia el puente de El Masegar? lo conduce un niño muy asustado, ¿sabes por qué tiene miedo? porque se dirige hacia la carretera de Segovia y él sabe que las autoridades han prohibido el pastoreo por las cunetas de la carretera, pero su responsabilidad le obliga a tomar una de las dos opciones que tiene: si le pillan careando con sus ovejas por las cunetas de la carretera, le multarán, pero si no consigue que sus ovejas llenen la andorga, el herradón se resentirá y con él la débil economía familiar. Por eso toma la decisión, y sin otro reloj que el sol del mediodía, se dirige hacia el lugar en que su rebaño podrá pastar las amapolas... mielgas... matacandiles... lechinternas que, provocadoras, se ofrecen a su vista. Él ha decidido que esta hora es la mejor. Entre la una y las tres de la tarde el capataz y el caminero de la carretera estarán comiendo y, como el calor aprieta, también echarán un rato de siesta. El tráfico no será problema, a esa hora los pocos vehículos que hay mantendrán sus motores apagados. Entonces, el pastor ha pensado: ¿a qué esperar? El día, con un poco de suerte, puede ser muy provechoso.
¿Lo ves? Si sigues al rebaño por la carretera verás que su éxito ha sido total. Las ovejas entraron trasijadas por el Puente de los Tres Ojos, y ahora llegan ahítas de pasto, y el pastor lleno de alegría, a la cañada merinera, ya sólo le queda recoger el fruto de su trabajo y su miedo cuando, enjutando las ubres de sus ovejas, vea el herradón colmado. 

Mira me dice; abstraídos como estábamos con la carretera, el rebaño y el pastor, no hemos observado que aquí, en la base del pico, entre el arroyo de El Masegar y el camino de El Arrabal, un ser humano lucha, a brazo partido, con la esteva del arado romano. La tierra está empantanada, las patas de los animales y las botas del muchacho se hunden en el fango. El arado, cargado de barro, pesa demasiado para sus reducidas fuerzas, la lucha es desigual pero, como sea, hay que remover la tierra, o se orea, o la cosecha próxima no será. El control de los animales no es posible. ¡No ves que es imposible! Exclama como enfadado.

En una de estas vueltas y revueltas la punta de la reja del arado se hunde en la parte trasera, en la ranilla de la pata del animal más nervioso. El “mozo” no puede más, abandona la esteva, desunce el par y ¿lo ves? ¡Se va para casa! Pudo haberlo visto antes, me dice, pero es que es necesaria la cosecha y el tiempo de siembra se está pasando, no hay alternativa, ¡el chico tenía que intentarlo! porque hay que subsistir ¡Esta batalla la ha perdido, pero él seguirá luchando y, al final, ganará la guerra, eso puedo asegurártelo!

Mira, siguió diciendo, ¿ves allá, por el fondo de la cañada merinera en dirección al valle que lleva a Cogeces? Aquel tropel que aparece precedido de los burros con los serones, son las merinas, 6000, o más, forman el rebaño, van camino de las montañas leonesas, donde pasarán el verano lejos de los calores de la dehesa del sur de España. Esta es la cañada Real Leonesa Este, 90 varas castellanas tiene de anchura en todo su recorrido y ahí, donde ves que se inicia la subida a El Bosque, en esa explanada descansarán. Es uno de tantos descansaderos que a lo largo de los cientos de kilómetros de recorrido disponen los animales para descansar. La medida del descansadero, si la memoria no me falla, es de 130x130 varas. Desde ahí el rabadán o tal vez algún pastor se acercará hasta Camporredondo, o quizás a Santiago del Arroyo, para hacer provisión de víveres mientras el ganado descansa.

En el pueblo dejarán a Tigre, perro fuerte, es el terror de los lobos, le dejarán con su collar de puntas y todo, lo dejarán como regalo de amistad en la tienda en la que reponen sus viandas todos los años. Y como Tigre es tan fuerte y noble, los hijos de los tenderos le prepararán unos arreos, hechos con atillos y, uncido a un cajón vacío, de los del tabaco, lo arrastrará transportando en su interior a un niño pequeñito y enclenque.

Te he dicho que hoy descansarán ahí, pero no siempre es así, ayer pasó la yeguada y pasaron toda la noche en la nava de abajo, nada más pasar El Coletillo.

No sé si te habrás dado cuenta, continuó diciendo, que mientras hablábamos no ha dejado de arrullar la tortolilla, si bajas unos metros en la ladera, verás que hay un corte casi vertical; pues si te sitúas en la parte de arriba hay un pino cuyas ramas quedan a la altura de tu vista. Si te fijas bien allí está la paloma en su nido, no la asustes que está incubando, puedo asegurarte que no se moverá pero… ¡espera! deja que esos cazadores vascos pasen en mano por la ladera. Cuando comiencen a patearla, el bando de perdices que vienen arreando desde las laderas de La Cazuelilla, alzará el vuelo y uno de los pájaros, por los disparos de los cazadores, caerá alicortada, irá a amonarse entre aquellas dos piedras que hay antes de llegar al labrantío.

¿Ves aquel mozo que, con el arado de vertedera, está arando junto al arroyo? ¡Si hombre! El que ara la misma tierra que estaba anegada. Pues cuando los vascos lleguen a las laderas de Las Higueras, cogerá la escopeta que tiene, desarmada, en el carro y verás cómo va en busca de la perdiz, porque él la ha visto amonarse. ¿Lo ves? Ya ha cazado y es que, aunque vaya a arar, lleva la escopeta por si, como hoy, puede traer algo para el arroz. (Cuando el campo nos ofrezca una oportunidad hay que aprovecharla; falta mucho para tener poco).

Mira, tan distraídos estábamos con la perdiz, que no nos hemos dado cuenta del hatajo que ha pasado por detrás. No hace ruido, no lleva cencerras, ¿sabes por qué? Pues porque esto está vedado para el pastoreo, se llama el vedado de El Quemado y si el guarda lo ve le multa. Se llama así porque hace algunos años – el pastor aún no había nacido- se quemó este tranzón y lo sembraron de nuevo, por eso lo acotaron, para que las ovejas no pisen los pimpollos. Si esperas un poco más, verás lo que va a ocurrir: antes de llegar al cortafuegos que separa el monte libre del vedado, encontrará un riscal y allí, entre dos piedras, sorprenderá a una liebre en la cama. Antes de que el leporino se dé cuenta ya le habrá atrapado. Después, si sigues los movimientos del pastor verás que, con la liebre en la mano, se acercará al cerro, ¿para qué? Mira; ¿ves aquella cuadrilla que allá, por La Cañadilla, están rozando achicorias con la binadera? Pues una joven de las que forman el grupo es el amor del pastor y, a pesar de la distancia, él sabe que, cuando las ovejas aparezcan por el balcón, ella mirará y, entonces, alzará su trofeo con la ilusión puesta en que ella lo verá. Después, cuando se encuentren, el enamorado le contará su “hazaña” y ella le responderá que veía algo pero que no sabía lo que era. No pasará mucho rato sin que se ponga a llover, las escardadoras dejarán el surco, marcharán para casa y el enamorado pastor, metiendo la liebre en su alforja, se internará en el bosque. ¡Grande es el amor entre la campesina y el pastor!

¡Espera! ¿Ves aquel carro cargado de burrajo que, tirado por un macho blanco, se dirige hacia el pueblo? Pues dentro de muy poco, apenas haya llegado a la curva de la cañada, el anciano que lo conduce se llevará un susto de muerte: Una vaca escapada de los encierros de Portillo, durante un “eterno” corto trayecto, le hará compañía. El carrero sujetará por el ramal al asustado macho, y la vaca arreada por el improvisado vaquero -que tiene su amor en Camporredondo- dejará atrás el carro y su carrero para dirigirse hacia el pueblo. Aquellos poceros que ves al borde de la carretera por un momento se sentirán toreros y saldrán con sus chaquetas para darle unos pases de pecho, pero si tienes paciencia verás que la profundidad del pozo les protegerá de la acometida del animal que, a falta de toreros, arremeterá contra el grupo de bicicletas de los poceros, destrozándolas. Mira; ¿conoces a aquella criatura que riega remolachas en el recodo? Pues enseguida saldrá corriendo para protegerse en aquella pimpollada. La res brava seguirá su camino hacia las eras del pueblo, donde están dando el último repaso a las granzas y al barrido de la era. Al aparecer la brava, la gente corre despavorida, el abuelo, con un camizo en la mano, quiere hacer frente a la fiera y es su nieto quién, cogiéndole en brazos, le hará desistir de su locura obligándole a subir al carro. Un par de animales, desenganchados del trillo, trotan hacia el pueblo, pero la bestia es más rápida y los alcanza, corneando gravemente a un animal que tras deambular toda la tarde, al beber agua en el arroyo que baja de El Bon caerá fulminado.

La vaca, en su huida, seguirá por el Sotillo y después dirán que la guardia civil le dio muerte en un pueblo de Segovia.

Mira, siguió diciendo; dos hombres, acompañados por un perrito blanco, recorren los cauces y arroyo de la vega de El Masegar. ¿Qué hacen? Pues sin más herramientas que una barra de acero, un azadón y sus manos, buscan donde dejar un poco de lo que les sobra. Sólo pretenden que allí, con el topo que aparezca, y si la suerte les acompaña, aportar un granito más a la desabastecida mesa que en casa se dejaron. Con las alforjas repletas de topos regresarán a su casa, donde unos serán consumidos en el propio hogar y el resto lo venderán para sacarse unas pesetillas con las que ayudar a su débil economía. Toda ayuda que la naturaleza nos ofrezca hay que aprovecharla y los topos es una de ellas.

El método de caza es el siguiente; el perro rastrea al roedor y le obliga a delatarse, comenzando la persecución a través de los túneles en la pestaña del cauce o el arroyo. A veces es el propio can el que atrapa la pieza, pero otras es el hombre el que espera al topo a la salida del túnel y, aún a riesgo de ser mordido, lo atrapa con sus propias manos. Y ¿la barra? Cuando el topo se resiste a salir del túnel, uno de los hombres se coloca a la salida y el otro, con la barra, va pinchando aquí y allá hasta que le obliga a salir, en ese momento la mano humana se cierra sobre la infortunada rata de agua (topo de rivera) que ya no tendrá más opción que la de pasar a engrosar la alforja. De esta manera cazan los topos, y de esta manera, tan rudimentaria, estos hombres conseguirán que mañana haya un plato de comida para ellos y su familia.

El alimento de estos roedores es de lo más saludable; raíces y todo lo que el agricultor siembra en las proximidades de cauces y arroyos.

Largo rato hace que mi esposa camina, se me hace la hora de ir a su encuentro, pero no puedo dejar sin aclarar tantas dudas como me han surgido de mi encuentro con aquel ser extraño que me encontré, sentado sobre una piedra, al borde de la ladera de El Pico de los Gatos.

Le invité a subir al coche. No opuso resistencia, se acomodó en el asiento y yo, como si hubiera despertado de un profundo sueño, le pedí que fuera desenredándome aquella madeja de la que no era capaz de encontrar la punta del hilo, y comencé mi interrogatorio:

Empezando por el final; me hablas de unos hombres que buscaban topos por los cauces y arroyos... que con ello ayudaban a la economía familiar... que vendían y comían estos roedores (...) ¿Debo entender que te refieres a las ratas de agua de las que Delibes habla en su novela Las Ratas? Porque por aquí no hay otros topos que los ya famosos topillos que tantos quebraderos de cabeza dan a nuestros agricultores. Si hubo ratas de agua (topos de rivera) sería cuando el agua corría por nuestros cauces y arroyos, pero de eso hace ya muchos años, sería en los tiempos en que también había cangrejos y peces. Se ve que gozas de buena memoria porque eso ya pertenece al pasado. Tan pasado es, que muchos de los cauces han desaparecido, que hay arroyos en trance de desaparecer y, desde luego, el agua no corre por ninguno de ellos, ¿Cómo podría haber ratas de agua? ¡Ahora hay topos de secano!

Dices que un pastor, con su rebaño, pasaba por detrás de nosotros... que el pinar se había quemado... que hay un riscal y una liebre que mostraba a su novia que estaba rozando achicorias... y mira; no hay pastor en edad de enamorarse, los pinos que podrían pisar las ovejas son tan grandes que, con camiones, se están llevando la madera. ¿Cómo es posible que la novia del pastor esté rozando achicorias si hace muchos años que no se siembran? Los tostaderos de Santiago, Viloria, Pedrajas, Iscar entre otros, que las transformaban en sucedáneos del café, desaparecieron. Además, las binaderas son herramientas de museo, las malas hierbas se combaten con herbicidas…

Casi me haces bajar la ladera para contemplar, decías, el nido de la tortolilla. Mira, negro te verías para encontrar una palomilla de esas ¡casi están exterminadas! O mejor dicho, hace muchos años que no quieren saber nada de nosotros.

También me has hablado de cazadores vascos... que el arador con su escopeta y… mira, mira, mira, el término ya hace rato que está acotado para la caza, además ¿a qué iban a venir los vascos a cazar si no hay caza? ¡Lo del mozo arando con la yunta y el arado de vertedera ya es el colmo! Pásate por cualquiera de los museos rurales y sólo allí encontrarás ese arado. Si hubieras mirado, habrías visto que lo que allí se movía era un tractor doble tracción, automático y con aire acondicionado y no un par de machos tirando del arado.

¿Cómo quieres que me crea que los machos se atrancaban en el cieno si ni siquiera baja agua por el arroyo?

También has hablado de un perro, un cajón, un niño... las merinas, la yeguada... 

¡Oye, oye! Las merinas salen por televisión por la calle de Alcalá, en Madrid, como espectáculo para los viandantes, pero nada más.

En cuanto al niño enclenque, el perro y el cajón; ¿quieres decirme que los niños no tienen juguetes? ¿Que los niños están desnutridos? Verás: en el pueblo no hay niños, pero donde los hay se pasean en coches automáticos que funcionan con energía solar. Y ya el no va más; ¡niño enclenque! Será porque esté enfermo, pero no por desnutrición, ¿no les has visto con un donut, en cada dedo, para el desayuno? ¿Y comiéndose un bocadillo de hamburguesas, de siete pisos? Está claro que tú no ves la tele.

Y quiero volver sobre las merinas; ¿quieres decirme por donde pasarían las merinas, o las yeguas, si no hay cañadas? Están todas roturadas o urbanizadas, ¿no comprendes que no tenemos terreno donde construir o cultivar?

No sé cómo se te ha podido ocurrir... el hatajo...el niño pastor, las amapolas, las mielgas, los matacandiles y la carretera de Segovia. Vamos a ver; ya sabes que nada mas hay un rebaño de ovejas en el pueblo y, desde luego, no lo conduce un niño. Pero además, hoy, el niño está obligado, por ley, a asistir a clase hasta los dieciséis años.

¡Pastar las ovejas en las cunetas de la carretera de Segovia! ¿Pero no ves que es autovía? Además ¿no ves que sería suicida andar con las ovejas entre los coches? Y te digo una cosa: si se le ocurriera andar por allí con las ovejas, no sería el caminero o el capataz, sería la guardia civil la que se le llevaría detenido.

Cuando llegamos al barco, por donde sube la cañada hacia El Bosque, paré el coche y le dije: mira hacia el barco que conduce hasta Cogeces y dime: ¿por dónde pasarían las merinas? Fue entonces cuando fijó su mirada sobre el fondo del valle y exclamó: es verdad, les corta el paso la autovía.

No pudo darme una explicación a lo sucedido, sólo se limitó a decir, ¡es que yo lo había mirado con los ojos del corazón!

Déjame aquí, me dijo, como no tengo prisa, seguiré vagando por estos cerros intentando averiguar adónde va el ser humano con tanta prisa.

Nos despedimos, no sin antes prometerle que yo volvería, pues sé que le encontraré aunque él quiera ocultarse.

Puse primera y segunda y tercera, y cuando el coche, dirigido por la ruta que en otro tiempo siguieran las merinas, llegó a la carretera de Fuente Mínguez, una campesina y Boli, el pequeño Yorkshire, ya me esperaban.

Camporredondo, Abril de 2008