miércoles, 26 de noviembre de 2014

Chivarro

Respuesta a las lecciones de castellano rural que el especialista señor Urdiales nos ofrece como “experto” en la narrativa de Miguel Delibes


Chivarro
CH p. 175
Basta que el animal tenga en los hombrillos un chivarro (...)
chivarro. 
m. Chivo desde uno a los dos años de su edad.

Anticipo que trato de dar mi opinión sobre el leguaje rural y la narrativa de Miguel Delibes. Si el señor Urdiales va por otro camino, yo me retiro y pido humildemente disculpas por haberme metido “En Camisas de Once Varas”.

Lo que usted amigo lector ha leído más arriba, lo encontré –tal cual- en el glosario de Cátedra Miguel Delibes, cuyo autor es Jorge Urdiales Yuste.

Si usted ha leído “Castilla Habla” –de Miguel Delibes- habrá visto en su página 175 que el escritor charla con el alimañero Florencio López y éste se queja de que cuando una piel tiene una pequeña tara su precio se reduce a la mitad. Pero mejor se lo reproduzco fielmente, para que no tenga que molestarse en buscarlo. Dice el alimañero al escritor:

(…) Basta que el animal tenga en los hombrillos un CHIVARRO de esos de detrás de las orejas, para que le paguen a usted la mitad, o sea, media piel. (…)

Queda meridianamente claro que el alimañero, Florencio López, hace mención a una pequeña tara que tiene la piel. De ahí la palabra chivarro, que nos viene a decir que es una tara pequeña lo mismo que chivarro es un chivo menor -entre uno y dos años- (los taurinos también saben algo sobre la palabra chivarro).

Pero claro, el señor Urdiales que no tiene el menor deseo, o no sabe, explicarnos lo que el alimañero dice –es mi opinión-. se limita a añadir otra palabra más a su desgarbado glosario, y hace uso del camino fácil: acude al DRAE que, efectivamente, dice –muy correctamente-, lo que más arriba hemos copiado de Cátedra Miguel Delibes.

¿Debe entender el lector del glosario del señor Urdiales que la piel a la que se refiere el alimañero llevaba en los hombrillos un chivo entre uno y dos años? Yo creo estar hablando en la narrativa de Delibes y sobre las pieles de la caza del alimañero señor López. Cuando hablemos de cabras aclararemos, para el señor Urdiales, lo que es un chivarro.

Ya está bien señor Urdiales: deje usted al lenguaje rural en paz.

En cuanto a la obra de Miguel Delibes debo decirle señor Urdiales –una vez más- que usted no lo ha leído, porque sería más grave decirle que usted no la entiende -a las pruebas me remito-, a usted le saca de apuros el DRAE, pero cuando éste no coincide con el significado dado, usted no se entera. ¿Acepta usted mi reto? ¿Contrastamos “En camisas de Once varas” “La pizarra de Gaude” (que no cobra), con su glosario en Cátedra Miguel Delibes? Sólo soy un hombre de campo que se doctoró en la “Escuela Nacional” y siguió ordeñando ovejas y arando la tierra hace muchos años.

Siempre a su disposición....

Gaudencio Busto García  Camporredondo (Valladolid)

sábado, 22 de noviembre de 2014

La abuela

Con mi admiración y cariño a todas las abuelas del mundo, especialmente a las abuelas rurales


A hora muy temprana la abuela se pone en pie, se asea y desayuna. En la casa nadie sabe que la abuela se ha levantado: ni un solo ruido, ni una puerta golpea ni hace ruido. La abuela, en silencio, barre, friega, y pasa el polvo con el oído siempre alerta para cuando su nieta la reclame.

A lo lejos ladra un perro,

¡Maldito seas! ¡me la vas a despertar!

y sigilosamente la abuela se asoma al dormitorio donde duerme su tesoro.

¡Qué bonita es!

La contempla un momento y vuelve a su quehacer para tener todo a punto cuando su niña despierte: la ropita limpia y planchada.

¿Qué podré ponerla hoy para que esté más guapa? Este conjunto le queda muy bien.


Se hacen las nueve y mi tesoro no se despierta...

Entonces se decide a abrir la puerta del dormitorio y...

¡Que todo el mundo se calle, que mi niña duerme! Aunque... el caso es que tiene que ir al cole. Bueno... otro poco, al fin y al cabo todavía no es obligatorio y sólo va a jugar. ¡Duerme otro poco, mi amor!


Otro rato la contempla ¡qué guapa es! prepara el desayuno y, en esto,

¡Abuela, men!
¡Ya voy, mi vida! ¿qué quiere mi tesoro? ¿qué tal ha dormido mi amor?

La abuela ya puede llenar de besos a su corazón. La niña mira a su abuela y...

¡Al cole, no!

Llega la primera puñalada al corazón.

No, hija, no. ahora vamos a hacer un pipí
Sí, abuela. pero al cole, ¡noooo!

La abuela estrecha entre los brazos a su amor y, después del pipí, se enfrenta a otro grave problema: su niña no quiere desayunar. Mala comedora desde que nació, hace que la abuela eche mano de toda su capacidad como contadora de cuentos, Cuentos que ella no sabe porque, cuando era niña, nadie tuvo tiempo para contárselos. Sin embargo ...

Érase una vez un niño tan pequeñito, tan pequeñito, que le llamában garbancito...

La niña, fijos los ojos en los de su abuela, repite...

Abuela, ¡al cole nooo!

Los ojos de la abuela brillan intensamente; sobre el párpado inferior hay dos perlas a punto de desprenderse y aun así

... un día, sus padres le mandaron a comprar un centimito de azafrán. Entonces se puso a llover y garbancito, para no mojarse, bajo una col fue a resguardarse...

la niña no pierde detalle y así, poco a poco, sin darse cuenta, el desayuno va desapareciendo y, de repente,

Al cole, ¡nooo!

Las perlas de la abuela ya no se aguantan y resbalan por los surcos que, por el tiempo y el trabajo, empiezan a marcar su cara.

Pero su niña no puede ver que la abuela llora; sufriría y eso no puede ser. Rápidamente con una toallita o el envés de su mano, enjuga las lágrimas que puedan delatar el sufrimiento. Entretanto...

Abuela, al cole, ¡nooo!

Mira, mi amor, al cole sólo vamos un poco, damos de comer al gallo Pepe y nos venimos, ¿vale?. Sí, mi amor, con abuela.

La abuela no quiere mirar el reloj, ¡maldito seas, cuánto corres! que le dice que son las diez y que la niña ya debería estar allí. pero bueno, sólo son diez minutos de camino, tampoco es tanto. Después, por el camino...

¡No voy a llevar a mi niña corriendo!

Piensa en la diaria excusa ante la señorita y...

Me he retrasado un poco, como la niña come tan mal... por favor, ¡tenga cuidado si devuelve!

Sí, señora, no se preocupe que, si devuelve, nosotros le damos sus cereales con leche.

Gracias, señorita. Adiós.

La abuela siente que el corazón se le escapa detrás de su niña sin poder darle un beso de despedida porque sería peor: la niña no debe darse cuenta de que su abuela se va.

La niña dice

Abuela, ¡aquí!
Sí, mi amor, abuela aquí con su niña, ¿vale?
¡Vale!

Mientras entra con la señorita, que la lleva en sus brazos, la abuela, sin que nadie la vea, pasa por las ventanas del patio hasta que pierde de vista a su tesoro. Entonces...

¡Qué tarde es!

Hay que hacer la compra y recoger el pan. Rápidamente, la abuela pasa por la tienda, hace sus compras, y para casa, porque hay que preparar la comida para cuando todos vengan a comer ¡hay tan poco tiempo!

¡Vaya, si son las once y media! ya tengo que recoger a mi niña. ¡Maldito reloj! si parece que no avanza

y, a las doce menos veinte,

¡Me voy!

Pero... ¿adónde vas tan pronto, abuela?

Es que... tengo que recoger una cosa que se me ha olvidado...

A las doce menos no sé cuantos minutos, la abuela ya está a la puerta del colegio a recoger el corazón que hace poco más de una hora dejó allí encerrado y vuelven las dos a casa con la alegría a flor de piel.

Vuelve la lucha con la comida, pero sin agobios. Su niña después dormirá la siesta hasta que...

Abuela, ¡men!

La abuela entra y la toma en sus brazos y, como si la hubiese administrado un sedante, vuelva a dormirla para casi otra hora y, soy testigo de ello, durante esta segunda siesta, los ojos de la abuela no se apartan ni un instante del tesoro que tiene entre sus brazos. Y, ahora, un vaso de leche para mi niña. Después, la abuela se arregla y yo pregunto ¿adónde vas?

Pues a dar un paseo a la niña, ¡no va a estar todo el día en casa!. Venimos pronto, que tengo que planchar.

Así cuatro días a la semana. El quinto es más fácil: el viernes tiene algo que ofrecer a su niña.

Mira, vida mía, como mañana es sábado, no hay cole y pasado mañana, que es domingo, tampoco. Así que ¡hasta el lunes! ¿vale?
¡Vale!

Este viernes:

¿No me encuentro bien? Parece que me duele la cabeza.

La abuela marcha por la tarde a la montaña porque la niña tiene -y debe- estar con sus padres el fin de semana. Pero, esa noche, la abuela no puede dormir, la duele todo el cuerpo y tiene fiebre: es la gripe. Para remediarlo se toma unos sobres de no se qué que le recetó el médico y se toma miel con agua caliente y limón, que una vecina le dijo que es "mano santa" y la abuela se pasa todo el sábado y el domingo envuelta en una manta recostada en el tresillo y...

Oye, ¿por qué no te acuestas?

No, déjame, que estoy mejor aquí

Es que la abuela tiene que preparar la comida.

El domingo por la tarde,

¿Cómo estás?

Ya parece que estoy mejor.

Claro, mañana es lunes, yo quiero preguntar...



Abuela, ¿de qué estás hecha? ¿qué instinto te guía, que hasta eliges cuándo puedes ponerte enferma? Mira, abuela, estoy muy enfadado conmigo mismo. ¿Por qué? Pues porque no soy capaz de expresar lo que quisiera decirte. ¿Te parece poco? También estoy enfadado con la sociedad en la que te ha tocado vivir. ¿También preguntas por qué?

Verás abuela, si mañana, cuando te hagas mayor, tienes la mala suerte de que tu amigo, compañero, en fin, tu marido se va, pasa a eso que llamamos mejor vida, vendrá el político de turno -sea del color que sea- y que no es como tú, abuela, y te rebajará tu pensión a menos de la mitad y es que, claro, debes comprender que no hay dinero, que no se puede asfixiar con impuestos a tus nietos. Bien al contrario, debemos rebajárselos ¡pobrecillos! El año pasado sólo pudieron pasar un mes en las Bahamas y el año que viene quisieran ir a esquiar a algún pais nórdico o, tal vez, a algún safari en África Central. Sí, eso, un safari. Pero, ¿tú sabes lo que cuesta eso? No, claro que no lo sabes. Por eso, lo que debes hacer es, de esa media pensión que la política te asigna, ahorrar y ayudar a tus nietos para que después te sientas orgullosa de las fotos ellos consigan al lado del león abatido, mientras tú, con tu pensión de miseria pagas gastos de casa, gas, luz, calefacción... no, calefacción no necesitas. Si tienes frío, como dispones de mucho tiempo, ya que no tienes que cuidar a tus nietos, te tejes una buena chaqueta de lana y unos calcetines que serás la envidia de todo el mundo. Y, eso sí, sobre esta lana que compres, sólo te cargaremos el 21% -piensa que todo el mundo tiene que pagar impuestos-. si no ¿de dónde te darían la pensión que cobras? ¡y no te preocupes tanto! que cuando no puedas valerte, te hemos preparado una buena residencia que será como un hotel. Allí sí que estarás bien, rodeada de viejecitos que te recordarán en todo momento que ya no sirves para cuidar niños, que tu tiempo ya ha pasado, que puede ser cosa de días, tal vez meses... con un poco de suerte, algunos años. Y tú, abuela, seguirás justificando a todos: hay que ver lo que trabajan, y qué buenos son, cómo, pensando en ti, buscaron esa residencia tan buena para que estuvieras bien. Y qué inteligentes son, es que son listísimos, ¡si vieras su casa! Esto contarás a tus amigos en tu aparcamiento, en tu asilo, abuela, que eso es lo que es, aunque se esfuercen en buscarle un nombre muy rimbombante -sí, es un asilo-.

Y mientras tu nieto llena su casa de trofeos desde esos grandes safaris, en buena parte con lo que tú fuiste capaz de ahorrar para ellos, tu estarás pasando miedo y te darás cuenta de que tus días se acaban y que estás sola pero no importa, hay que ver qué buenos son tus nietos, que no van a verte porque no pueden ¡tienen tanto trabajo!

Pero yo te digo, querida abuela, que, aunque tú quieras justificarlos, en tu mirada se nota el sufrimiento que llevas dentro. No te engañes, abuela. Tu corazón te domina pero tus ojos hablan por ti y es fácil leer en ellos.

Y tranquila abuela, el día que descanses volverán, porque entonces sí tendrán tiempo. Irán al banco, no por nada, es que lo que haya allí era de su abuela y les pertenece ¡con lo que ellos querían a su abuela! Si hasta vinieron a buscarla en navidad para cenar todos juntos, aún teniendo un compromiso muy especial... un buen nieto siempre sabe sacrificarse por su abuela. 

Bueno, abuela, ya te he dicho que estoy muy enfadado conmigo porque no sé expresar lo que quisiera decirte pero, eso sí, abuela, esposa, madre, hasta aquí sí que llego y es que, además de admirarte, te quiero con toda mi alma, abuela.


Basado en la vida de tres abuelas a las que quise y admiré.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Dedicado a los jóvenes seguidores de “La pizarra de Gaude”

Dicen que los que tenemos mucha “experiencia” acumulada necesitamos dormir menos horas.

Tal vez por eso esta noche desperté y me puse a contar ovejitas -¿por qué será?- tratando de conciliar nuevamente el sueño.

De repente, se plantó delante de mi nebulosa memoria, algo que posiblemente comencé a oír el mismo día que abrí los ojos por primera vez al otro lado de la ventana, desde la que se oía como balaban las ovejas y quizás un poco más allá el lobo aullaba por no poder entrar al corral para llevarse la borrega blanca, o negra, que seguramente le habría dado igual.

Para vosotros, jóvenes -que sois todos- seguidores de “La pizarra de Gaude”.

Cuando yo nací, la trashumancia era el medio de traslado de los rebaños de merinas y yeguadas entre las dehesas de Extremadura y los montes de León.

Como el paso de los rebaños era a través de La Cañada Merinera y ésta está próxima a Camporredondo (mi pueblo) los pastores solían reponer sus viandas en la tienda de mis padres.

Quizás fueron estos pastores –boca a boca- los que la divulgaron por todos los recorridos y por eso es éste el romance más lejano  que guarda mi memoria.


Camporredondo 10-XI-2014

El azadón

En este mundo mío -el rural- siempre que se quiera trasmitir o justificar nuestro cansancio o agotamiento físico, sea cual sea el motivo de nuestro decaído ánimo… esfuerzo excesivo, enfermedad o arrechucho de cualquier índole, recurrimos a la frase referida al azadón: “¡estoy como si hubiera estado cavando todo el día!” O sea, al borde de la extenuación.

Lo que acabo de decir no es fruto de la tradición, es que está más que justificada la frase.

Situémonos. Mes de febrero: las viñas piden a gritos ser excavadas para que el tronco se airee evitando con ello posibles epidemias -eso se decía, tal vez pensando en la filoxera- y porque vendrán las lluvias de final del invierno y principios de primavera y hay que prepararlas para que en el alcorque que formemos se recoja el agua que después vendrá muy bien en los meses de estío para que la vendimia sea generosa. Temprano cogemos el azadón y, golpe a golpe, azadonada tras azadonada, vamos dejando los troncos libres de la tierra que los arropaba.

En el pueblo había muchos majuelos y, si no era suficiente, hasta otros pueblos limítrofes, -y no tan cercanos- se desplazaban cuadrillas de hombres dispuestos a doblar su columna vertebral (el riñón decíamos) delante de las cepas para ganarse los gabrieles (el cocido).

Hemos quitado la tierra que cobija el tronco de la cepa en el mes de febrero, y en la primera quincena del mes de mayo volvemos a cobijarla para que el agua recogida no evapore con facilidad.

En estos mismos majuelos nacen y se crían plantas que no son deseables -aunque entre éstas estaban las buenísimas ajunjeras de la ensalada que ya hemos comentado en entrada aparte-. Bien; pues estas plantas se eliminaban cavando el majuelo. Algunos podían ararse, pero los más viejos que se habían plantado a cepa revuelta, o sea, sin ningún orden, no quedaba otro remedio que cavar para eliminarlas.

Ejemplo de plantación a cepa revuelta (Alcozar)
Avanzan los meses, y en el verano tampoco nos escapábamos del manejo del azadón: hacer regaderas, regar por inundación reforzando los surcos con el azadón. Quizás fuera el verano el de menor actividad del azadón. Pero enseguida llegaba septiembre y se pegaba a nosotros como una lapa para el resto del año.

Hasta la llegada de los arados de vertedera todas las plantas de raíz profunda –que hay que ver las que había-… panderillos (collejas), mielgas, gatuñas, quebranta arados, amapeas, etc. se arrancaban con el azadón hasta la máxima profundidad posible.

Si querías hacer un pozo empezabas su ejecución con el azadón. Si era un foso para retención de avenidas de aguas tormentosas: el azadón. Quiero decir que en cuanto traspasabas la puerta principal, o la trasera (puerta carretera), raro sería que no colgaras del hombro el azadón.

Era tan insustituible y de tanta utilidad que daba igual si llovía como si no. Durante el invierno, en el momento que dejara de chaparrear el azadón siempre nos brindaba una posibilidad: ha llovido y está muy pesado para arar, pues coges el azadón y te vas a cavar las pestañas que no se aran por su proximidad con el cauce o el pozo. Si, si, el arado no araba toda la pestaña porque el animal de tiro no permitía arrimar más el arado. Cuando nevaba tampoco era obstáculo que impidiera -salvo excepciones- cavar las pestañas.

Hablando de excepciones acude a mi -ya no joven- mente, la siguiente escena que escuché cuando tenía no más de siete años. El que sigue “La pizarra” ya sabe que en casa –por ser lo que llamábamos casino- se montaban entre los mayores del pueblo aquellas partidas de cartas que ya hemos comentados en otras entradas.

Monumento al labriego (Archidona)
Fue un día de un febrero tan frío que sólo he conocido dos en toda mi vida. En aquel mes nevó en abundancia y antes de que la nieve derritiera, las heladas se sucedieron, una tras otra, durante todo el mes, de forma que ni siquiera el azadón ofrecía ninguna posibilidad de ganarse el sustento para la familia.

Para los que no lo saben debo anticipar que en aquel tiempo se cobraba el jornal diario, de forma que el día que no trabajabas -aunque fuera por causa de fuerza mayor- no cobrabas. Si hubiera habido alguna posibilidad de ahorro durante los días de sueldo o jornal pues en llegando días como estos no habría problema: se echa mano de la hucha y la despensa y santas pascuas. Pero ni lo uno ni lo otro era posible. El caso era que el día que el jornalero trabajaba escasamente el jornal llegaba, no a fin de mes, sino a fin de día. Con esta perspectiva vamos a imaginar todo un mes sin entrar ni un solo real en casa.

Resumiendo:

Aquella noche llegó uno de los participantes en la partida y antes de que ésta comenzara comentó: ¿qué os parece que ha hecho Epulón? (nombre supuesto). Todos quedaron expectantes y siguió: ya veis como está el panorama; pues imaginaos como estarán las cosas en casa de Lázaro: no tienen ni un trozo de pan para comer la familia. Lázaro ha ido en casa del “amo” para ver si tenía trabajo y, ni más ni menos, le ha dicho: sí hombre, coge el azadón y vamos a cavar la pestaña del… ¡Qué más da el nombre! no quiero mencionarlo porque no quiero.

Él se ha envuelto en el tapabocas y Lázaro con apenas una chaquetilla que tiene han llegado al posible corte donde debería comenzar la cava de la pestaña. Cuando le ha dejado en la tarea, Epulón se ha venido a casa y Lázaro ha querido comenzar a cavar pero… era imposible, la cantidad de nieve, más la tierra helada impedían que el azadón pudiera penetrar en la roca en que, al parecer ,se había transformado la tierra. Lázaro llorando ha llegado a casa y le ha dicho al “amo”:

- Es imposible, el azadón no rompe la tierra: no puedo cavar la pestaña.
Pues si no hay trabajo, no hay sueldo.
- Es que mi familia tiene hambre.
- Si no hay trabajo no hay sueldo, repitió el “amo”.

Lázaro se ha ido para casa y a pedir limosna fue hasta hace un rato que ha vuelto a casa.

Fue éste un relato que jamás -pese a mi juventud- he podido olvidar. Un día quise rememorarlo y me lo conté. Y sin más que sirva como denuncia de las miserias que se vivían en aquel tiempo esto es lo que escribí y así lo titulé: EL LARGO INVIERNO.

Varios decenios han transcurrido y mi memoria se niega a borrarlo.


Camporredondo, invierno de 2005.

sábado, 8 de noviembre de 2014

El trillo.

“El trillo rueda en la era / polvo de mieses doradas / cantares de mozos truenan (...)".

Palabra de uso corriente por las calles del pueblo llegando los meses de Junio o Julio: ¡han venido los trilleros! ¿Estás trillando? ¿Vas a trillar? ¿Has trillado las grancias? ¡Estoy trillando los garbanzos! ¿Has trillado los yeros?... y así hasta que llegaba el mes de Septiembre en que el trillo era encerrado de nuevo en la caseta de la era o el pajar esperando que, al año próximo, de Cantalejo (Segovia) volverían los trilleros con trillos nuevos o para reponer las chinas (pedernales) perdidos durante la campaña anterior.

Trillo y tornadoras con palas acopladas. Año 2002.
Tuvo que suponer un gran avance la llegada del trillo hasta la era en la que, hasta entonces, se separaba el grano de la paja a fuerza de golpes, o paseos de los animales por la parva.

Es cierto que si comparamos el trillo de pedernales (chinas decíamos en mi pueblo) con las actuales máquinas automáticas, teledirigidas o con aire acondicionado, no será para quitarse el sombrero delante de él. Pero imaginemos a la familia encima de la parva dándole palos a la mies con el mayal o el garrote hasta conseguir separar el grano de la paja. La diferencia tuvo que ser sorprendente: del mayal -con mucha paciencia y esfuerzo- dándole palos a la mies, a subirte encima del trillo y que los animales tiren de él mientras nosotros los conducimos, si no cómodamente, sí sentados sobre aquel rodón de madera con tres palos como patas y, a veces, dos palos verticales y otro atravesado como respaldo. Además el ahorro, en tiempo, que tuvo que suponer el trillar de una forma o de la otra.

El sílex, al romperlo, se convierte en pequeñas piedrecitas con un filo considerable que se aprovecha para piedras del trillo (chinas). Estas chinas, incrustadas en su madera, al pasar por encima de la parva van cortando el bálago al tiempo que desgranan la espiga. Si además le añadimos unas sierras de acero, como algunos trillos llevaban, la diferencia es notoria.

Se me ocurre hacer un pequeño recorrido por la evolución en la forma de trillar desde que tenemos alguna noticia. En alguna enciclopedia hemos encontrado lo que acabamos de decir; antes se trillaba a fuerza de golpes con el mayal o un garrote, o paseando el ganado por encima de la mies extendida en la era. Después llegó el trillo de pedernales o de pedernales y sierra, y fue un gran avance. Ya no había que darle palos a la mies, si acaso, alguno de vez en cuando, al animal remolón. Seguimos progresando y apareció el trillo mecánico al que, movido a motor independiente, introducías la mies por la tolva y te la devolvía trillada. En un breve espacio de tiempo apareció la trilladora que ya no sólo nos trillaba la mies, sino que la ponías en una cinta sin fin y, cuando volvías a verla, veías la paja por un lado y el grano en los costales o sacos, sin más que ir colocando sacos a medida que se iban llenando. Pero esto aún no fue suficiente y llegó la cosechadora. Con este último avance, si el agricultor quiere, por la mañana tendrá el cereal de pie en la tierra y por la tarde el fruto de su trabajo podrá ponerlo debajo de la baldosa o transformarlo en un automóvil último modelo. O sea: el agricultor salió andando, o en el borriquillo, porque la cosechadora iba a cosechar para él, pero como avisó al banco de lo que ocurría y como los del banco son listísimos, el labriego se olvidó del burro en el rastrojo y regresó a casa en coche. ¿Que no fue así? Bueno, quizás he exagerado un poco, pero podría ser...

Fue ayer. Situémonos: mes de junio o julio; la mies, madura, había que segarla y, con el hocino, se segó, se ató en haces, con el carro y la ayuda del horcón se acarrearon hasta la era, se tendieron con la horca de dos dientes, se trillaron con el trillo, se recogió la parva con la camiza y se amontonó con la horca de cuatro o más dientes. Con el bieldo o la aventadora se separó el grano de la paja, se ensacó y acarreó hasta el sobrado o la panera, se vendió, y se guardó bajo la baldosa la posible parte sobrante porque “no sabemos lo que necesitaremos”.

Para recoger la similar cosecha, hoy: el agricultor salió de casa (pudo salir vestido de fiesta) a cosechar y acaba de regresar llevando en la mano un papelito en el que dice "en el día de hoy ingresó en su cuenta corriente la cantidad XXX euros".

El cambio de lo que acabamos de contar se ha producido en muy pocos años, una sola generación ha participado en todas las etapas.

¿Qué os ha parecido este viaje relámpago que hemos dado por la era? Parece increíble ¿verdad? Pues de todo este pequeño Tour yo, que tengo unos pocos años, he participado en todas las etapas.

Que mientras no pisemos el acelerador, y nos estrellemos, el progreso es bueno, no me cabe ninguna duda. Pero con el progreso también hemos perdido algunas cosas entrañables: jardín inmenso (la era) durante los meses de abril, mayo y junio; parejas de jóvenes enamorados que paseaban por el verde de la era en estos meses; matrimonios con sus niños corriendo alborozados entre chiribitas y un sinfín de flores que ponían colorido a las plácidas tardes de la primavera castellana... Hoy la era se ha convertido en el cementerio de muchas de las herramientas que tanto nos ayudaron en otro tiempo y en escombreras cuyo espectáculo sólo invita a cerrar los ojos.

El niño de ciudad que pasaba algunos días en casa de sus abuelos o amigos, disfrutaba cogiéndose en la parte trasera del trillo y se dejaba arrastrar por la parva gozando experiencias nuevas.

En el encabezamiento decíamos... “cantares de mozos truenan el aire...” Pues bien, hoy el mozo no truena el aire con sus canciones; es que ni siquiera canta, o es que yo estoy tan sordo... tan sordo que no lo oigo. Es tan grande el silencio que hay en el pueblo que sólo lo rompe, de vez en cuando, el ruido del tractor. Los niños no gritan, las campanas crían telarañas en sus huecos, el traqueteo de la rueda del carro no se oye, los trilleros no golpetean con sus mazos sobre los pedernales del trillo. Tampoco se oye al pregonero, las campanillas y cascabeles de los collares de los bridones de los animales de tiro engalanados se silenciaron para siempre… ni siquiera canta el gallo en el corral. Todo es… ¿qué es? Pues algo así como muy triste, en el pueblo falta algo para que sea pueblo. Falta la era, porque con ella se llevó la alfombra del verde de la hierba y la ensalada de tomate y pepino a la sombra de la máquina aventadora, y el botijo de agua fresca y natural, como salía de La Fuente Vieja.

Carro con armaje acarreando la mies (Tubilla del Lago).
Aún así, tenemos que decir viva el progreso pero ¡cuántas cosas se ha llevado el progreso!

¿Qué os parece si trillamos una parva? Vamos allá:

Al amanecer ya estaba el carro con los palos de acarrear o el armaje en el rastrojo. Dos personas eran imprescindibles para esta tarea: uno acerca los haces con el horcón hasta el carro y el otro los va colocando para aumentar la capacidad del carro en un caso y para evitar el parto en el otro. Cuando el/los carro/s llegan a la era cargados ya le están esperando con la horca de dos dientes preparada. Se tienden los haces sobre el espacio que después será la parva y se quitan los atillos de los haces: se desatan. Con la horca se comienza a esponjar el cereal, de esta manera el sol penetra más y mejor en la parva y la trilla runde (cunde) más. Si el segador es experimentado habrá dado la revuelta a la manada. Mala cosa ésta para el que tiende la parva porque tendrá que deshacerla, lo cual supone un mayor esfuerzo. Mientras se tiende el primer carro ha llegado hasta la era el segundo con el que se completa la parva. Al terminar de tenderla todo el equipo se va a almorzar sus sopas de ajo y su huevo frito o su tajada de la olla. Entretanto el sol va haciendo su labor que no es otra que calentar la mies. Con la parva caliente trillar runde  (cunde ) mucho más, ¿por qué? pues porque la paja quiebra mejor, rompe mejor. Entre las diez y las once de la mañana los animales son enganchados al trillo y el trillador se sube encima comenzando a dar vueltas sobre el círculo de la parva procurando dar pasadas transversales porque si vamos siempre por el mismo carril no trillaremos toda la parva.

Cuando hemos dado unas cuantas vueltas la parva se apelmaza y la trilla cunde menos. Para evitar que esto ocurra se coloca la tornadora y con ella se va removiendo el bálago. Al removerlo lo que estaba arriba, que es más menudo, pasa abajo y lo de abajo arriba que es lo que nos interesa. Pero la tornadora no es perfecta y hay una parte de bálago que se queda pegada a la era donde el gancho no llega. Cuando la mañana avanza el trillo sigue haciendo su labor, pero las pajas que están pegadas al suelo no se mueven y si no se mueven no se trillan. Para que la trilla cunda lo interesante es que en la era haya dos personas: el que trilla y otro que irá metiendo las orillas o como en este caso que cogerá la horca de dos picos y dará vuelta a la parva, ahora si, removiendo todo el bálago con lo que ya no quedará ni una sola paja pegada al suelo.

Cuando llega el mediodía se desuncen los animales que arrastraban el trillo y se da vuelta a la parva para que, mientras comemos, el sol la caliente bien, con lo que al reanudar la trilla las pajas crujirán que da gusto. Cuando reanudamos la tarea por la tarde la parva ya está bastante trillada por lo que tendrá más tendencia a extenderse y agrandar el círculo destinado a ella. Ahora se hace casi imprescindible que una persona, distinta al que trilla, se ocupe de ir achicando espacios, esto es, metiendo las orillas, casi de forma continuada, pero ahora ya con la horca de cuatro dientes y con la rastrilla después, porque la paja está muy trillada y la horca de dos dientes sería inútil. Las tornadoras, que no habrán parado ni un momento, ahora se las habrán añadido las palas que nos dejarán una especie de surcos sobre la parva aumentando la superficie de ésta y favoreciendo su contacto con el sol, tan importante para que la trilla cunda, como hemos dicho antes.

Así seguiremos dando vueltas hasta que la parva quede trillada y con la camiza la enviemos al montón de pico o al pez.

Tres tristes trillos trillaron trigo del trigal.Para el de la derecha, faltaron las fuerzas y se quedó sin limpiar 
Demasiado rápido hemos trillado la parva, esto es debido a que la mies estaba muy seca, el día era espléndido y el sol nos ayudó sobre manera. Pero otro día la mies estaba cereña, el sol andaba un poco remolón, o unas gotas de lluvia humedecieron ligeramente la parva. Por cualquiera de estos motivos el trillo no se desliza por encima de la mies... el trillo arrolla y lejos de trillar recoge la parva en montones (que arrollar no es recoger la parva con el rollo, como dice el DCT. en su pág.70), el trillo se lo lleva todo por delante, lo arrolla y así no se puede trillar. Ese día las horcas de dos o cuatro dientes tendrán mucho trabajo, no podrán parar de extender los montones que el trillo va formando. Y si el problema persiste habrá que desenganchar a los animales que mueven el trillo y esperar mejor momento para seguir trillando.

Muy de pasada (trillar era algo más) hemos querido reflejar una parte del trabajo en la era, parte que por no requerir de gran esfuerzo físico siempre lo realizaban los niños, las mujeres o personas mayores. Los más fuertes segaban, acarreaban y, siempre, acamizaban.

Y sólo quiero añadir algo que ocurría con bastante frecuencia: cuando la persona que ejercía de trillador era el niño, los animales de tiro enseguida se daban cuenta y en cualquier momento dejaban de obedecer a los ramales, abandonaban la parva en el momento más inoportuno, sufriendo los pedernales las consecuencias de encontrar en vez de espigas alguna piedra que no había forma de trillarla.

Quede para el recuerdo este breve paseo con el trillo por la era que, a pesar de su dureza, tenía grandes dosis de entrañables momentos.

PALABRAS DE USO POCO FRECUENTE USADAS EN ESTE ESCRITO

ACAMIZAR.- Recoger la parva trillada con la camiza.
ACARREAR.- Recoger con el carro la mies segada en el campo y traerla hasta la era.
ARMAJE.- Andamiaje que se instala en el carro, sobre el que se montan unas redes para aumentar su capacidad en el acarreo de la mies.
ARROLLAR.- No deslizarse el trillo por encima de la mies arrollándola, esto es; recogiéndola en montones. Observ. Esto se producía por estar la mies cereña o húmeda.
ATILLO.- Pequeña soga de esparto trenzado con la que se ataban los haces de mies.
AVENTADORA.- Máquina que mediante unas aspas movidas por un volante generaba aire y mediante un movimiento de vaivén en el cuerpo de cribas servía para separar el grano de la paja en dos operaciones: espajado y cribado.
BÁLAGO.- Conjunto de la mies con la espiga desgranada. (El bálago es la paja)
BRIDÓN.- Cabezada elegante que asociada al collar de cascabeles y campanillas se usa para engalanar a las caballerías en momentos o días determinados.
CAMIZA.- Tablón de aprox. 2X0’40X0’05 metros al que se le añade un timón y dos tirantes para su refuerzo, que se usaba para recoger la parva trillada. --> Camizadera.
CEREAL.- Planta gramínea que el agricultor cultiva (cebada, centeno, trigo, avena etc.).
CEREÑO.- Mies que se siega antes de estar totalmente seca.
COSECHADORA.- Máquina, generalmente autopropulsada, que recoge y selecciona la cosecha sobre el terreno en el que está sembrada. En este caso recoge el cereal y separa el grano de la paja. ¡Un gran descubrimiento para el agricultor!
COSTAL.- Saco grande de lona que se usaba para transportar el grano, de la era a casa o al almacén- panera para su venta. Observ. Se usaba más el saco que el costal o talega. (Era más barato)
DESGRANAR.- Separar los granos. En este caso deshacer la espiga.
DESUNCIR.- Dejar libres a los animales de tiro. Quitar el yugo al par de animales.
ENGANCHAR.- Unir los animales, mediante los arreos, al carro o cualquier otro apero para obligarles a que tiren de él.
ERA.- Espacio de tierra asentada, prado, o empedrada, preparada para trillar la mies.
HAZ.- Conjunto de cosas largas atadas. En este caso conjunto de varias gavillas de mies atadas para facilitar su traslado hasta la era.
HORCA.- Herramienta de era, de madera, no de hierro, posiblemente de sauce que aprovechando ramas de forma especial remataba en dos, tres, cuatro o más dientes. Eran unos de los útiles de era que mayor utilidad tenían.
HORCÓN.- Herramienta, esta si, de hierro con dos o tres dientes, a la que se unía un mango largo para que salvara la altura del carro cargado de mies. Observ. También se usaba para alcanzar las gavillas de ramera o cualquier otra hornija para hornos de cal, de pan, o alfarerías.
LABRIEGO.- Campesino, agricultor.
MAYAL.- Útil compuesto de dos palos de longitud desigual unidos por una cuerda o correa, con el que desgranaban el cereal en tiempos pretéritos.
METER LAS ORILLAS.- Cuando la parva se iba extendiendo en su perímetro había que recogerla, achicarla, con la horca o el rastrillo. Esto se llamaba meter las orillas.
MIES.- Nombre con el que se designa a la planta del cereal ya maduro.
PAJAR.- Lugar, generalmente edificio cubierto, en el que se guarda la paja.
PALOS DE ACARREAR.- Astiles grandes terminados en punta, que como suplementos se colocaban en las esquinas del carro para aumentar su capacidad a la hora del acarreo de la mies hasta la era.
PARIR.- Caerse los haces del carro en el viaje hacia la era. Observ. Era motivo de burla por parte de lo demás transportistas.
PARVA.- Porción de mies extendida en la era, en forma circular, para trillarla o ya trillada.
PEDERNAL.- Especie de silex que los trilleros colocaban en la parte baja del trillo, y que por sus aristas corta la mies y desgrana la espiga.
PEZ.- Montón de mies trillada que se hacía en forma alargada. Generalmente se hacía en los laterales de la era.
PICO.- Montón de mies trillada en forma de cono que se hacía en el centro de la parva.
PREGONERO.- Persona que recorría el pueblo pregonando por sus calles productos de venta, extravíos, encuentros, órdenes del alcalde...etc.
RAMALES.- Cuerdas de esparto o tiras de cuero con las que, sujetas a la cabezada del animal, se le dirigía desde el trillo.
RASTRILLA.- Útil de era. Consta de travesaño sobre el que se fijan varios dientes (diez o más) y se le dota de mango largo. Con el se rastrilla la parva, para volverla cuando está casi trillada, para meter las orillas...etc.
RASTROJO.- Caña del cereal que queda en la tierra después de segar y hasta que se ara de nuevo.
REVUELTA.- Rodear, el segador, la manada que ya ha segado, con unas cuantas pajas para liberar la zoqueta y aumentar la capacidad de la mano para, de este modo hacer menos gavillas. La revuelta se sujetaba con el dedo índice o dedo pajero.
SEGAR.- Cortar la mies con el hocino, la guadaña o a máquina.
SILEX.- Variedad de cuarzo.
TABURETE.- Asiento bajo, a veces con respaldo, que se colocaba encima del trillo para sentarse. -->Rodón
TORNADORA.- Arco de hierro que se fijaba en el travesaño posterior del trillo para remover y dar la vuelta a la parva. Cuando la parva estaba bastante trillada se le añadía la pala, con lo que dejaba una especie de surco facilitando la exposición al sol.
TRAQUETEO.- Vaivén de la rueda del carro sobre su eje. Esto originaba el traqueteo característico al golpear el buje contra el sontroz y el tope interior. Observ. El carro bien equilibrado y engrasado traqueteaba (cantaba) muy bien. Era deseable que el carro cantara bien. Hay un dicho popular: “para que el carro cante, hay que untarle”. (Suena a soborno, pero ahí está)
TRILLAR.- Pasar el trillo por encima de la mies en la parva para quebrantar y cortar la paja y desgranar la espiga.
TRILLERO.- Vendedor de trillos por los pueblos y encargado de reponer los pedernales perdidos durante la trilla.
TRILLO.- Instrumento para trillar, formado por un tablón amplio al que por debajo se le añaden trozos de pedernal, o pedernal y sierras de acero, con el que se trilla la mies y la legumbre.
UNCIR.- Unir mediante el yugo a los animales de tiro.
VOLVER.- Dar vuelta a la parva para sacar a la superficie las pajas sin trillar y para que el sol la caliente.


Camporredondo, octubre de 2014.

lunes, 3 de noviembre de 2014

El gario.

Al hablar de la máquina de limpiar -la aventadora- sólo de pasada hicimos mención al gario, diciendo que con él llenábamos la tolva de mies trillada.

Si sólo hubiera tenido esta utilidad estaría más que justificada su inclusión entre los útiles de la era más importantes. Pero había más: con el gario llenamos de mies trillada la tolva de la máquina, y allí es donde se separan el grano y la paja. El grano -que cae por el granero- lo retiramos con la pala de madera y la paja -que el aire de las aspas impulsa por la parte delantera de la máquina- con el gario. Fue una tarea muy ingrata la del retirar la paja a la salida de la máquina, no requería de mucho esfuerzo, pero sí debías de soportar el verte envuelto en una nube de tamo sin poder evitarlo porque la máquina soplaba y el tamo se movía... ¡había que ver cómo picaba!

Ya tenemos dos labores que se realizaban con el gario: cargar la tolva, y retirar la paja hasta el montón o pajero.

Ahora las labores de era ya van finalizando: se ha encerrado el grano. Queda retirar la paja, que es la segunda parte más importante para llenar los pajares y usarla como alimento de los animales durante todo el año. Además, si sobraba, se formaba el pajero para camas del ganado, transformándose, así, en estiércol. Llenemos el pajar, pero antes vamos ha hacer la presentación de este “bendito” inmueble.

¿Qué es, o mejor dicho, qué (afortunadamente ya no es) era el pajar? Para terminar rápidamente y por merecimientos propios, deberíamos decir: un infierno. Pero extendámonos un poco más, que él se lo merece.

Embocinando con el gario (Campo de Criptana)
El pajar era un local cerrado, con una sola puerta y un bocín que estaba junto a las tejas, en la parte más alta. Con el primer carro de paja se empezaba a clausurar la puerta y no quedaba más respiradero que el bocín por donde se embocinaba la paja.

Ya hemos dicho que el bocín estaba junto a las tejas y el pajar había que llenarlo, eso, hasta las tejas (nunca mejor empleada la frase hasta las tejas, como luego veremos). Desde el primer carro de paja, dentro del pajar tenía que haber, necesariamente, uno o dos seres humanos, porque había que pisarlo (aplastar la paja para que cupiera más cantidad). No hace falta mucha imaginación para saber lo que allí dentro ocurría. Con el gario, (que hay que ver la cantidad de paja que era capaz de embocinar) se embocinaba la paja. La paja entraba por la parte mas alta del pajar, es decir, junto a las tejas -quiere esto decir que el tamo revoloteaba por el pajar hasta que poco a poco se iba posando en el suelo-. Y así una gariada y hasta cien mil gariadas. Si había una persona, o dos, dentro del pajar sólo se sabía si cuando terminaba la jornada salía vivo un ser humano o dos, porque mientras, casi, ni se veían. Al final de la jornada había que retirar el tamo para buscar bajo él lo que hubiera... niño... niña... ¡Qué mas daba, lo que hubiera!

No sé lo que abría ocurrido si el pajar hubiera sido un edificio moderno con su tejado formado por bovedillas y su capa de hormigón más las tejas, seguramente yo no hubiera tenido ocasión de estar contando ahora estas cosas. Imaginaos: El pajar se va llenando, y cuanta más paja menos espacio para el oxigeno. ¿Qué nos salvaba? Pues que podíamos respirar a través de la separación entre las tablas que formaban el tejado y las tejas. Por aquellas rendijas respirábamos, yo creo que gracias a aquellas imperfecciones algunos podemos contarlo.

Aún recuerdo la alegría cuando el que embocinaba la paja decía: ahí va la última gariada, pero ¿cuánto duraba esta alegría? Pues un momento, porque, encima, uno ha tenido la suerte de tener unos hermanos nacidos para el trabajo y al instante se oía el traqueteo del buje del carro contra el sontroz y la parte interior del eje. Era muy deseable que el carro traqueteara y se le oyera cantar, pero en aquellos momentos no sonaba nada agradable al escucharle.

O sea que pisar el pajar era de lo más divertido: extender la paja con la horca; más que respirar, comer tamo, y date prisa a pisarlo porque viene el viaje siguiente y tiene que caber paja para todo el año. ¡Brutos, éramos muy brutos!

Y es que no había nada a favor del que pisaba el pajar: o el encargado de cargar el carro era un poco... tranquilo, o como moviera el gario con rapidez -como era el caso- y dada la capacidad de éste, por el bocín no dejaba de entrar "oxigeno" en forma de tamo.

Habrá quien al leer esto llegue a la conclusión de que estoy resentido con el pajar. Pues es cierto, aun después de más de cincuenta años transcurridos, odio pisar el pajar.

Como pisar el pajar no era un trabajo físicamente duro, los encargados de esta tarea, casi siempre, eran los niños, y claro, me vais a entender enseguida: yo era el último de una familia de seis hermanos. ¿Me comprendéis ahora? ¿Estoy enfadado con el pajar? ¡Pues sí, lo estoy!

Estoy seguro de que si hoy siguiera haciéndose de la misma manera que entonces, la tarea de pisar el pajar estaría catalogada como delito contra la salud pública y la ley lo perseguiría de la forma más rígida posible.

Querido gario: Cuánto polvo nos has hecho respirar y tragar, pero que buen servicio prestaste, al hombre del agro.

PALABRAS DE USO POCO CORRIENTE USADAS EN ESTE ESCRITO

AVENTADORA.- Máquina para separar el grano de la paja. Mediante unas aspas o abanicos producía aire, y empleando un juego de cribas dotadas de movimiento de vaivén espajaba y acribaba el grano, en dos operaciones: espajado y cribado.

BOCÍN.- Ventana de reducidas dimensiones abierta en la parte más alta del pajar, por donde se embocinaba la paja.

(BRUTOS.- Se refiere a los que pisábamos los pajares a riesgo de la propia vida)

BUJE.- Pieza de hierro -que formaba parte del cubo- donde iba alojado y sobre el que giraba el eje del carro.

CANTAR (el carro).- Sonido que producía el traqueteo del buje al hacer tope en el sontroz y la parte interior del eje. El carro que mejor cantaba era el mejor equilibrado y engrasado.

EMBOCINAR.- Efecto de meter la paja por el bocín.

GARIADA.- Cantidad de paja que desplazaba el gario de una sola vez.

GARIO.- Especie de bieldo grande al que se le añadía un entramado de cuerdas para dotarle de mayor capacidad.

MIES.- Conjunto de cereal maduro, segado o por segar.

PAJAR.- Local dotado de puerta y bocín en el que se guardaba la paja para pienso del ganado durante el año.

PAJERO.- Montón de paja que se formaba después de separar el grano.

SONTROZ.- Pasador de hierro, fuerte y plano, que se coloca en el final del eje para evitar que se salga la rueda del carro.

TAMO.- Polvo o paja muy menuda que se producía al trillar.

TOLVA.- Espacio abierto, y regulable, en la parte superior de la máquina aventadora por donde se abastecía a las cribas para limpiar el cereal o la legumbre.

TRAQUETEAR.- Golpear el buje contra el sontroz y la parte interior del eje. Era deseable que el carro traqueteara con facilidad.


Camporredondo, Enero de 2002.