lunes, 19 de enero de 2015

Gurriatos

Sí, sí, sí, Angelines (Camporredondo). Sí, sí, sí, Daciano (Valladolid), ya sé que vosotros seguís viendo gurriatos por todas partes y deseáis alejar de mí esta preocupación. Pero es que la diferencia entre los gurriatos que vosotros veis y los que en mi retina persisten hay una diferencia que me aterra.

Os cuento: el invierno es muy frío -como eran los inviernos en Camporredondo allá por los años 1940-. El corral de las ovejas está nevado y la nevada persiste durante varios días. Los gurriatos (gorriones para otros), que no salen del corral, se comen el pienso de las gallinas. Un día, cansados en mi casa de la presencia de los pájaros -ya he dicho que se comían el pienso de las gallinas-, mi hermano mayor cargó un cartucho de caza con mostacilla (perdigón muy menudo) y esparció cebada (pienso natural para los animales y pájaros) por el corral. Al momento los gorriones se disputaban hasta el grano más escondido entre la nieve. Mi hermano Alfredo encañonó la escopeta y disparó sin apuntar, no era necesario. De aquel disparo supongo que pocos perdigones llegarían a tocar nieve, seguramente todos encontraron la pluma de los gurriatos en su trayectoria.

Ahora imaginar que en ese momento se cerraron mis ojos para abrirse hoy enero de 2015, ¿tengo motivos para alarmarme si os digo que llevo toda la mañana deseando ver un gurriato posado sobre los tejados que circundan el mismo corral de la historia y no lo he conseguido?

Cuando comento esto a Maribel me dice: “pues esta mañana he visto un bando en El Alamar”. Es cierto que Maribel había visto un bando de pájaros en El Alamar, yo también los veía pasar, pero no eran gorriones: eran pinzones. Los pinzones es una clase de pájaros que en invierno se les ve cerca del pueblo, incluso por las calles.

El 17-4-2010 envié un escrito al Norte de Castilla (cartas al director) mostrando mi preocupación por lo que a mí me parecía un motivo de alarma debido a la desaparición del pájaro más rural que yo he conocido. Pasó el invierno y al llegar la primavera me pareció que se recuperaba su número, pero llegó el invierno siguiente y su número volvió a caer alarmantemente y en ésas seguimos: invierno sin gorriones y recuperación en primavera. ¿No habrá motivo de alarma?

Y ya “metidos en harina” vamos a seguir un poco más con mis preocupaciones sobre la vida rural. Me refiero a la VIDA con mayúscula, me refiero a todo tipo de vida. Esta mañana salí con mi hatajo como cada día. Lo primero que me extrañó es que en el corral no había pulgas, sí he dicho pulgas, ahora ya no las hay: las fumigamos. Moscas; no había moscas. ahora una sola mosca molesta hasta la desesperación. En las bocatejas de los tejados de los colgadizos que circundan el corral no hay avisperos: eran incontables los avisperos que había en otro tiempo. Un sinnúmero de enjambres de abejas, producto de la enjambrazón, cruzaba el cielo en todas las direcciones, pero eso era en otro tiempo, ahora no lo cruza ni uno solo en toda la primavera.

Sobre otro tipo de pájaros ya he dicho algo en “La pizarra de Gaude” (Un día con el pastor y su hatajo, los toperos… etc.) por tanto dirijo la vista hacia el suelo y ¿qué veo? Mejor dicho, qué no veo. Pues subo por la misma cañada de ayer y, cuando llegaba a la altura de las caleras, el Belmonte –mi perro terror de saurios- no ve ningún lagarto; ni uno solo. Por la cañada adelante era un constante movimiento de escarabajos peloteros dando vueltas al excremento que encontraban hasta conseguir unas perfectas canicas de estiércol; ¿qué ha sido del escarabajo pelotero que no se ve por ninguna parte?

Caminando, caminando he llegado al bosque y hasta llegar aquí no he tenido que aplastar ningún tábano ¡con lo molestos que eran! ¿Tampoco hay? Observo que puedo sentarme, a dar buena cuenta de la tortilla que preparó mi madre para la merienda, allí donde me dé la gana: las hormigas no serán el problema que eran en otro tiempo cuando, si quería sentarme y que no se me subieran encima, debería migar un poco de pan a mi alrededor, así, mientras ellas se preocupaban en llevarlo a su despensa, a mi me dejaban tranquilo.

Cuando -aunque de tarde en tarde- alguna oveja enfermaba de la ubre (salía ubrada) decíamos que seguro la habría picado un zurdo (araña-lobo que cavaba una galería en vertical -ignoro por qué le llamaban zurdo a este tipo de araña-). Cuando las ovejas pastaban sin necesitar el cuidado del pastor, nos entreteníamos en hacer salir de su cueva a este arácnido sin más que hurgar con una paja en su taladro vertical, para así eliminarlo. Hoy creo que este entretenimiento no sería posible: tampoco hay zurdos, o muy pocos.

No quiero aburriros más, pero mi preocupación por la VIDA va en aumento. Estoy seguro que si fuéramos conscientes de la transformación sufrida en la fauna y flora en los últimos 60 años alguna medida se habría tomado, pero esta transformación se va produciendo gotita a gotita y no nos damos cuenta de la fuerza arrolladora de la gota. ¿Os acordáis de la gota de miera? Aquélla, con su constancia, abastecía la mesa del resinero, la fuerza y constancia de la que hablamos hoy, estremece.

Después de estas reflexiones mías escucho voces que me dicen ¿Para qué sirven todos los insectos y más que ya han desaparecido? Pues es verdad, me respondo, pero entonces… ¿para qué sirve la vida?

Nada me gustaría tanto como estar equivocado.

jueves, 8 de enero de 2015

Hablando con Luisa

DEDICADO A TI QUERIDA Y ADMIRADA MUJER RURAL
Una agradable tarde con Luisa Izquierdo

A veces no nos damos cuenta de lo que nos perdemos por no tener un rato para conocernos mejor con las personas que nos rodean.

Con esta caldera hacía los chicharrones y el arrope la familia de Luisa.
Todo surgió cuando nosotros proyectamos instalar un museo (otros se encargaron de destruir la ilusión) en el pueblo y un día el marido de Luisa, Mauro, nos entregó una caldera muy deteriorada pero que Maribel se encargó de transformar en una de nuestras piezas más queridas y admiradas por los visitantes.

Como la pieza sufrió una transformación tan apreciable, nuestra amiga Luisa quiso visitar el “museo” y así surgió nuestro primer encuentro.

Hasta entonces todas nuestras relaciones se habían limitado al saludo de cortesía: buenos días o buenas tardes. Pero… ¿cómo era la señora Luisa para mi, o yo para ella? Sólo lo supimos a partir de estas agradables charlas.

Sorprendido -agradablemente- por aquella visita, le pedí que un rato deberíamos hablar para conocernos un poco mejor, pues después de muchos años en el pueblo apenas si nos conocíamos. Así quedamos, y llegó la tarde esperada.

Nuestra charla

Luisa, para ti ¿Cómo es Camporredondo? ¿Cómo lo ves desde tu atalaya del tiempo hasta hoy?

Camporredondo es un pueblo castellano muy bonito y pintoresco, tenemos el término rodeado en sus 4/5 partes por pinares de pinos negrales o de resina y albares o pinos piñoneros. Pinares que están alfombrados de tomillo, sardinilla (en alguna parte tomillo blanco), flores de San Juan (cantuesos), estepas, salvia, guazos… y otras clases de plantas aromáticas que nos dan un aire puro para nuestra salud.

Alfonso Cuéllar remondando por el método Hugues en
el pinar negral de Camporredondo.
Nuestro pueblo es un pueblo pequeño; muy tranquilo, rodeado de pinares, como ya hemos dicho, que a lo largo de muchos años nos han servido para que unos se ganaran el sustento trabajando la resina, otros recogiendo los cogollos para que luego en la ciudad pudieran encender las calderas de calefacción; otros trabajando en las cortas -todos años había alguna-.

También trabajaban los hombres en la repoblación forestal, o en las olivaciones (podas de los pinos) y además, todos, nos calentábamos con la leña que los pinares ponían a nuestro alcance. Con la ramera atizábamos las glorias, la madera que valía para muebles, y otras cosas, se la llevaban a las fábricas, pero las ramas y los tocones se aprovechaban para atizar la cocina económica -el que la tenía- y otros la lumbre de morillos (lumbre de fuego descubierto, hoy desaparecido). También, se me olvidaba decirte que con la ramera hacían la cal los caleros, calentábamos el horno para hacer el pan, que tú no has llegado a conocer la cantidad de hornos que había en el pueblo.


Además tenemos todas las calles asfaltadas y un parque muy bonito y bien cuidado. La iglesia  recién restaurada en su totalidad que está muy bonita. El ayuntamiento está preparado para celebrar, además de las labores propias del consistorio, todos los eventos que pudieran presentarse, también tiene biblioteca, sala de televisión, centro cívico, etc. Nuestros jóvenes disponen de frontón, campo de fútbol y, sobre todo, el pueblo cuenta con nuestra ilusión y la de nuestros hijos para seguir progresando.

En comunicación está muy bien situado: sólo nos separan 30 km. de la capital de provincia por la carretera general entre Valladolid y Segovia, además de un poco más de 3 Km. que hay de desvío antes de llegar a Santiago del Arroyo desde Valladolid.

Ya que has hablado de hornos, ¿te importaría decirme cuantos había en el pueblo?

¡Uy hijo! Ya no me acordaría de todos, pero mira… tenía uno mi tía María ¿La Pasta? Si, y en él cocía el pan para mucha gente; tenía otro el señor Anastasio, otro tenía la señora Mercedes, otro la señora Germana, también tenía otro tu tía Wences, otro había en casa de tu abuela Alberta, la Teresa de Maximiliano también tenía otro, en casa de la señora Fabriciana también le había, en la casa del señor Deogracias también…, como ves había muchos hornos y otros que se me pasarán porque ya hace mucho tiempo que desaparecieron.

Oye, ¿por qué las titulares de los hornos, mayoritariamente, eran las mujeres?

Hombre, no es que fueran las propietarias, es que la que cocía el pan era la mujer, el hombre se encargaba de traer la hornija para enrojar el horno, generalmente ramera o manojos, y las mujeres se encargaban de todo lo demás. En estos hornos también se hacían -por pascua florida- las rosquillas, los bollos y las magdalenas, que hay que ver lo bien que olía en todo el pueblo cuando llegaban estas fechas.

Dices que el hombre traía la hornija, dinos… ¿qué era la hornija?

La hornija era, principalmente, los manojos de las viñas. Antes había muchos majuelos y cuando se podaban se formaban con los palos (sarmientos) unos manojos que después se aprovechaban para calentar los hornos del pan o las glorias en invierno. También, si no había manojos, se enrojaban los hornos con ramera que de eso nunca faltaba porque había cortas y olivaciones todos los inviernos. Eso era principalmente la hornija. Pero si no había esa clase se usaban los guazos o un sinfín de matas que había todo lo que quisieras. Ah, y como hornija también se usaba el burrajo. O sea que, como ves, hornija era toda la leña menuda.

Luisa, la harina para cocer el pan ¿como la conseguíais?

Conseguir la harina en los últimos tiempos de cocer el pan en estos hornos no era difícil: se cogía el trigo en sacos y se llevaba a moler al Molino del Valle, después se cernía con los cedazos en casa para separar el salvado, y a cocer. Más difícil era cuando venía la fiscalía y requisaban el trigo, que entonces había que esconderla. Había que molerlo por la noche, cerner donde no se oyera el ruido del cedazo y cocer también a escondidas porque si te pillaban te quedabas sin trigo, sin harina o sin pan si ya estaba cocido. A trabajar no vendrían, pero a por el fruto del trabajo si.

¿Y los salvados, que hacíais con ellos?

Ya sabes que en el pueblo se desperdiciaban pocas cosas. Los salvados se amasaban con agua y se daban a los cerdos para cebarlos, se envolvían con unas patatas cocidas y no veas cómo les gustaba.

¿Les dabais las patatas a los marranos?

Pues claro, pero sus patatas. Ahora, ya sabes que las patatas pequeñas se dejan en la tierra, pero antes a estas patatas las llamábamos marraneras porque se usaban para eso, para los marranos. Bueno, para eso y también se cocían enteras y después se arreglaban con aceite, sal,  vinagre y pimentón que estaban para chuparse los dedos. A esta especie de guiso le llamábamos hacer patatas de los marranos. O sea que antes había tres grupos de patatas: las gordas para el consumo y para vender, las medianas se reservaban para la siembra, y las pequeñitas para los marranos. Ahora las gordas y las menudas se tiran, fíjate si han cambiado los tiempos.

Luisa, vamos a cambiar un poco de tema, ¿te importaría relatarnos como era la vida para una chica joven allá por los años 1920-30 en Camporredondo?

A lavar a La Fuente Vieja
¿Por donde quieres que empecemos?, ¿por un lunes cualquiera, de una semana cualquiera?
Verás: el lunes, por ser el primer día de la semana, la costumbre era, a primera hora de la mañana todas las mocitas del pueblo cogíamos la banquilla, el lavandero, y el balde cargado de ropa, además del cantero de jabón (que hacíamos en casa) y el añil, y allá íbamos a lavar al arroyo.

¿No teníais lavadero?

No, el lavadero se hizo mucho después. Pero no era problema, porque entonces venía agua por todos los arroyos y cauces del pueblo. Principalmente lavábamos en el arroyo del humilladero, desde el Puente Grande hasta la ermita, que hay que ver lo bonito que estaba. Había chopos desde nada más pasar el puente que va a la Fuente Vieja hasta la pradera de la ermita. En ellos anidaban muchos pájaros, sobre todo los jilgueros, que daba gusto oírles cantar, y los verderones… y las oropéndolas que en cuanto llegaba la primavera daba la bendición.

Estos árboles estaban por el lado derecho del arroyo visto desde el pueblo, y por el otro lado, por el lado de la cañada, la pradera siempre estaba verde, que allí tendíamos la ropa a secar y hay que ver lo blanquita que nos quedaba, aunque algunas veces pasaba por allí un pastor, y el perro o alguna oveja nos pisaba la ropa y no sabes lo mal que se quitaba después el verde que quedaba marcado con la huella. Algo sé de eso Luisa.

Como te decía por el lado del camino había una pradera muy bonita en la que había muchos grillos que las noches de primavera y verano se las pasaban cantando junto con el croar de las ranas que hay que ver el jaleo que preparaban en todo el arroyo, sobre todo en el vado de la ermita que era donde más ranas había.

Te voy a contar algo Luisa: en este vado que dices, cacé una rana siendo niño, la llevé a casa y mi madre frió las ancas para mí: todavía me acuerdo que estaban buenísimas.

Las ancas de las ranas, Gaude, eran muy ricas y los topos también. Ahora ya no hay, ni unas, ni otros.

Entonces… ¿bajaba mucha agua por el arroyo?

Por este mismo lugar corría el agua a raudales, las mujeres de Camporredondo
lavaban la ropa y cantaban las ranas. En este mismo lugar, hace sólo 50 años,
 había vida.
Mucho, y también se criaban berros, aunque la mayoría eran berras que ya sabes que no son comestibles. Como ves no se parece en nada a como está esta zona ahora sin nada de lo que te comento. Pero no creas que sólo lavábamos en este arroyo, que también lo hacíamos en el Olmillo, en el puente de Las Marías, incluso en el cauce que viene desde El Bon. Como ves había agua por todas partes.

Luisa, hasta aquí todo muy bonito, agua cristalina… los chopos… los pájaros…grillos… la pradera…pero ¿el invierno?


Ay hijo, el invierno era otra canción, se pasaba mucho frío, helaba y nevaba mucho más que ahora, y está claro que en invierno también se ensuciaba la ropa y había que lavarla. Así que no quedaba más remedio que acudir al arroyo y, para que te hagas una idea, te diré que, a veces, teníamos que romper el hielo con el lavandero para poder lavar, así que imagínate como estaba el agua, y ya sabes que antes no había guantes.

¿Y no teníais otra posibilidad?

Si, teníamos otra que a veces usábamos y era: en los días más fríos acudíamos a lavar en el chorro que salía de La fuente Vieja, porque el agua aquí era menos fría. Tú sabes que esta fuente tenía esa ventaja: en el verano agua muy fresquita y en el invierno era más caliente. Que no era que el agua en invierno se calentara y en verano se enfriara, sino que la temperatura se mantenía estable todo el tiempo, se ve que el manantial venía de mucha profundidad. Así que usábamos esa ventaja que nuestra Fuente Vieja nos brindaba. Y ya ves ahora, la fuente que habrá estado dándonos agua durante cientos de años, está seca y abandonada. ¡Qué lástima!

Te voy a decir una cosa: muchos de los matrimonios que se han  hecho en Camporredondo a lo largo de muchos años se deben a la Fuente Vieja, porque era el lugar de encuentro más natural entre chicas y chicos del pueblo.

Era fácil echar un puñado de arena en el cántaro. Aunque la
chica hubiera querido darle una bofetada, no tenía más que
dos manos.
Ya que hablamos de encuentros entre chicas y chicos te contaré de que tretas se valían (nos valíamos) para alargar el encuentro: la chica iba a por agua cuando sabía que el chico podía acudir. Durante el viaje de ida, mientras llenaba los cántaros y en el viaje de vuelta el chico intentaba declararse, pero si no se había decidido antes de llegar al pueblo, cogía un puñado de arena y lo echaba dentro del cántaro. Si la chica se enfadaba y se marchaba para casa, el chico sabía que no tenía nada que hacer y no volvía. Pero si la chica se “enfadaba” pero tiraba el agua y volvía a la fuente para rellenar, es que el chico la interesaba, sólo tenía que trabajar la tierra un poco más.

Te contaré una cosa Luisa: esto que acabas de contarme me lo contó Mauro, tu marido, hace algún tiempo. Sabes lo que te digo luisa: erais más listos que los conejos colorados que, no sé si son listos, eso se dice en tu pueblo, pero vosotros sí que lo erais.

Retomamos el hilo Luisa: para ser lunes ¡vaya diversión!

Eso si, lo pasábamos muy bien a pesar del frío y del calor, ya te he dicho que nos juntábamos casi todas las jovencitas del pueblo y nos contábamos los éxitos o fracasos del día anterior. Éxitos, si habías tenido muchos bailadores, y fracasos en el caso contrario porque, como decíamos entonces, alguna tenía mala suerte y no lo cataba. O sea, como ves el lunes también tenía sus ventajas y es que siempre había tema de conversación agradable… uno era un buen chico… el otro era simpático… el otro muy trabajador, otros había muy guapos…o sea que todos tenían algún atractivo que nosotras sabíamos apreciar. Y este era el tema de conversación que teníamos las chicas mientras lavábamos la ropa.

¿Y así acababa el lunes?

¡Qué va, qué va! Después del trabajo, con frío o con calor, aún nos quedaba un chorro de alegría para cuando sonara la campana “Seca” a la hora del rosario estar dispuestas a acudir, porque luego, a la salida, allí estaban los mozos, y entonces la que tenía novio era éste el lugar de encuentro, y la que no también tenía la ilusión de ver al chico que la gustaba y quién sabe si tenía la suerte de poder charlar un rato con él aunque fuera en cuadrilla. Y entonces ya nos íbamos tan contentas para casa. Así, más o menos transcurría el lunes de una semana cualquiera.

Seguimos con la semana, ¿y el martes?

El martes las tareas propias de la casa, limpieza general… y si la ropa del día anterior estaba seca pues a planchar, que era ésta otra buena tarea.

¿Qué tipo de planchas usabais?

Modelos de panchas para planchar la ropa.
Había poco donde escoger, teníamos unas en las que se ponían dentro unas ascuas que se encargaban de calentar la plancha de hierro para poder estirar las arrugas. Estas planchas, de vez en cuando teníamos que soplarlas o avivar el fuego con el fuelle, porque si no se apagaban las brasas y no calentaban. Tenían una especie de chimenea que hacía que se estableciera corriente de aire con unos agujeros que tenían en la parte baja y así las brasas se mantenían encendidas. También teníamos otras que sólo era una plancha de hierro con mango que para no quemarnos teníamos que agarrarlas con un trapo; estas planchas se calentaban directamente en el fuego de morillos con una trébede, o en la placa de la cocina económica que ya sabes que era de hierro y al contacto se calentaban. Para planchar con éstas era necesario tener por lo menos dos para, mientras con una planchabas, la otra se calentara.

La planchas actuales humedecen la ropa con vapor porque si no, no planchan, vosotras ¿cómo suplíais esta carencia?

Eso era fácil: teníamos un cacharro con agua y antes, o durante el planchado, mojábamos la mano y la sacudíamos sobre la ropa en forma de gotas que humedecían muy bien la ropa.

Éste podía ser el martes de una semana en nuestra juventud. Aparte de que, como de costumbre, teníamos nuestra cita diaria con el rosario, que no podía fallar.

¿Y el miércoles?

Mira, en los días de la semana un día excepcional podía ser el lunes porque necesariamente había que lavar, pero el resto de los días podíamos alternar unas tareas con otras según las necesidades. Lo que sí puedo asegurarte es que a las jóvenes de mi generación jamás nos faltó el trabajo, unas veces en las tareas de casa, lo que entonces se llamaban labores propias de la mujer, como fregar, lavar, coser… que sobre esto quiero decirte que nuestras madres ya se encargaban de que aprendiéramos bien el oficio, y nos enseñaban a coser de todo, que había piezas en los pantalones que eran muy difíciles y entonces había que coser y remendar mucho, incluso nos enseñaban a hilar la lana con la rueca y el huso y después a hacer jerséis y calcetines de lana que hay que ver el calor que daban, o mejor dicho,¡cómo evitaban el frío!

También bordábamos, que no sabes tu como lucían las sábanas de novia bien bordadas.

¿Y tareas agrícolas?

También hijo, también. Mira, según el tiempo, o por mejor decir, según la estación del año. Por ejemplo en primavera había que escardar. Déjame que explique a nuestros jóvenes de hoy lo que era escardar. Mirad: cuando ahora un campo de cereales, legumbres o cualquier otro producto del campo se llena de hierba se recurre a los herbicidas y en poco tiempo y sin esfuerzo elimináis los cardos, las amapolas, los matacandiles, las gévenas, los cinielgos, la pata perdiz, correhuela, lechinternas, amapeas…etc. Imaginemos que todas esas hierbas hubiera que arrancarlas unas, y cortar otras una por una. Pues eso es lo que teníamos que hacer en nuestra juventud, quitarlas una por una, para eso debíamos empezar cuando el sembrado y la hierba estaban poco crecidos y dejarlo cuando estaba tan alto que ya se hacía más perjuicio que beneficio al sembrado. Así que la temporada era larga en días y en horas diarias.

¿Qué herramientas usabais para escardar?

Honcejo y horquilla para escardar (el honcejo de Camporredondo era distinto)
Pues mira, no había muchas herramientas para este trabajo, diría que sólo había tres: el honcejo, que era una especie de hocino cortado por la mitad de la hoja, y con unos dientes de sierra en la punta, la horquilla, que era una vara ahorquillada en un extremo, y la binadera.

La vara ahorquillada ¿para qué servía?

Mira, un ejemplo: cuando un cardo era grande, está claro que si acercabas la mano te pinchabas, bueno, pues con la horquilla sujetabas el cardo contra la tierra y con el honcejo le cortabas con facilidad.

¿Teníais más tareas de campo en la primavera?

Pues claro que sí, rozar achicorias por ejemplo, que era una tarea que se hacía con la binadera pequeña. Consistía en quitar la hierba que se podía con la binadera, y la que no se podía, porque estaba pegada a la achicoria, pues había que arrancarla con la mano, si no querías dañar la planta.

Otra tarea que teníamos en la primavera era entresacar remolachas, capar que llamábamos, que no era otra cosa que dejar una sola remolacha en la casilla que habían dejado los hombres que eran los que encasillaban, porque era un trabajo que requería más fuerza. Para que me entiendan nuestros jóvenes, antes se sembraban las remolachas a todo lo largo del surco y después había que dejar una sola cada equis espacio, para eso, primero los hombres las dejaban en pequeños grupos, y nosotras dejábamos una sola de cada grupo. También hubo un tiempo, hasta que vinieron las máquinas sembradoras, que se sembraban a mano y se dejaban ya directamente en la casilla. Esto era entresacar o capar, pero después había que quitar las hierbas más veces.

En primavera ¿ya no tendríais más tareas?

Ya lo creo que sí, también se sembraban alubias, patatas, melones… y todo eso criaba hierba y había que quitarlo con las manitas ya que no había otros medios y, o quitabas las malas hierbas del sembrado, o mejor no sembraras. Como podrás ver no había ni un solo día que no tuviéramos trabajo en primavera, excepto los domingos, que las jóvenes sí que solíamos celebrarlos.

¿Y en verano?

En verano tampoco nos aburríamos por no tener trabajo. Desde segar -que a algunas también les tocaba- hasta acarrear, tender y trillar la parva, separar el grano de la paja, primero con el bieldo, y después cuando ya vino la máquina aventadora, pues aunque no todos la tenían, se arreglaban para dejársela unos a otros a cambio de ayudas de otro tipo, porque con la máquina no había que esperar a que hiciera aire y además rundía (cundía) mucho más.

También colaborábamos a encerrar el grano en el granero que, casi siempre, era el sobrao (sobrado) de la casa o alguna habitación y había que subirlo por la escalera.

¿Algo más?

Claro que algo más, también se sembraba mucha legumbre: yeros, muelas, garbanzos… y todo eso había que arrancarlo a mano. Hoy será difícil… bueno casi cuesta creer que mata a mata se pudiera arrancar toda la legumbre que se sembraba, pero así se hacía. Para esta tarea se formaban las cuadrillas de arrancadoras, o sea grupos de mujeres que, a jornal, íbamos a arrancar. Cuando se arrancaban los yeros era muy frecuente encontrar nidos de perdiz entre ellos, parece ser que era una planta donde les gustaba anidar, y otros muchos pájaros también anidaban en los sembrados de yeros, incluso las avutardas hacían su nido entre los yeros, sobre todo en la proximidad de las lindes. Cuando arrancábamos las legumbres, sobre todo con los garbanzos, se nos formaban unas ampollas en las manos que no veas lo que dolían, pero había que aguantarse porque no había otra forma de recogerlos.

Y con esto ¿se acabó el verano?

Espigadoras en plena faena.
¡Qué va hombre! ¿O es que no nos acordamos de las espigadoras? Si no había que segar, arrancar, quitar hierbas o trillar, no te preocupes, que había otra tarea para hacer, ¡había que ir a espigar o respigar, que es lo mismo! Así que al amanecer ya podías coger la morrala, la talega o el saco y las tijeras y a recoger espiga por espiga hasta que lo llenaras que no creas que siempre se conseguía porque entonces se dejaba caer al suelo muy poco, porque poco había. Así que era muy frecuente, cuando salía el sol, ver cuadrillas de mujeres jóvenes y no tan jóvenes, detrás de los carros cuando acarreaban los haces para llevarlos a la era. También eran frecuentes las discusiones con los pastores porque ellos también querían las espigas para sus ovejas. Aunque a ti poco tengo que decirte de esto.

Fíjate lo que era, espiga a espiga hasta llenar la mano, después coger la tijera cortar y a la morrala. No sabes tú lo que tiraba la morrala de los riñones cuando iba estando llena y teníamos que ir agachadas sobre el surco. Así, morrala a morrala, hasta que se llenaba la talega, y cuando el sol ya estaba alto, cargar con la talega, el estómago protestando y caminando para casa.

Dinos lo que era la morrala.

Eso lo sabes tú igual que yo, la morrala era una bolsa grande que se ataba a la cintura y allí íbamos echando las espigas.

¿Qué hacíais después con lo respigado?

Lo tendíamos al sol para que secara bien y a la hora de la siesta lo vareábamos y si por la tarde hacía un poco de aire, con las manos lo aireábamos, y lo metíamos al saco. Después era el pienso para las gallinas o para cebar el marranillo que tan bien venía a lo largo del año.

¿El trigo lo respigabais?

El trigo no merecía la pena porque se descabezaba poco y no quedaban apenas espigas en el rastrojo. Además los segadores no dejaban caer casi nada porque hacía mucha falta el pan.

Está claro que en el verano tampoco os sobraba el tiempo para dedicarlo al ocio pero, ¿y el otoño?

Mira, la palabra ocio seguramente ya existía en aquel tiempo pero, en nuestro pueblo no se ha conocido hasta hace muy poco.


Con la rueca y el uso: señora hilando. Estas mismas manos
hilaban y tejían calcetines de lana para el que ahora teclea.
Hablando del otoño te diré que era una estación en la que teníamos algún rato para bordar, hilar, o hacer punto. Desde finales de verano, cuando ya se había barrido la era, dedicábamos algún día a recoger serojas para encender la lumbre durante todo el año. También para recoger alubias que era una tarea muy pesada. Después de recogerlas las tendíamos a secar para luego varearlas y separar las tabinas dejándolas limpias para el consumo o para la venta que también se sacaban unas perrillas. Como ves no se podía desaprovechar nada.

¿Dónde sembrabais las alubias?

Se aprovechaba la tierra más ligera, la más arenosa, pero sobre todo en las partes del Sotillo porque era una tierra muy aparente para este cultivo y como además era húmeda con muy poco gasto se conseguía la cosecha. En el Sotillo también sembrábamos patatas, achicorias, melonares… aunque los mejores melones se producían en el páramo a secano, eran más dulces. También sembrábamos tomates, pimientos… mira, el Sotillo era la despensa de verdura y legumbre para todo el pueblo.

Si dices para todo… ¿es que todo el pueblo tenía terreno en el Sotillo?

, éste era un terreno propiedad del municipio y el pueblo se valió de él para que, en lo posible, a nadie le faltaran patatas, alubias y otros alimentos básicos. Entonces lo dividieron en pequeñas parcelas y, por una renta simbólica, todo el que quería tenía su terrenito. Así, que sobre todo las familias más humildes tenían donde cultivar sus cosas.

¿Alguna tarea más para las jóvenes en el otoño?

Sí, entretenidas en estos menesteres que hemos dicho transcurría el mes de septiembre, mientras tanto llegaba la vendimia y aquí también empleábamos unos días porque, entonces, había muchos majuelos y a primeros de octubre se empezaba a coger la uva para tender.

¿Qué quiere decir la uva para tender?

Mira, cuando la uva estaba madura se aprovechaba para seleccionar la mejor, la flor que solíamos llamar, y la tendíamos en el desván, o sobrao que es lo mismo. Poníamos lías o atillos y allí colgábamos los racimos que tenían gajo y los que no tenían los tendíamos sobre madera, tablas de cajón por ejemplo. De esta manera teníamos uvas para el consumo diario, que podíamos tener uvas hasta Navidad, aunque ya por estas fechas se volvían pasas, pero también estaban muy buenas.

¿Has dicho racimos que tenían gajo?

Claro, son los racimos que al principio les sale otro más pequeño, o sea les sale un gajo de uvas y se aprovechaba para colgar uno a cada lado de la cuerda.

¿Tendíais cualquier clase de uva?

Se tendían varias clases, pero la reina era la dulzal que además de ser muy buena era la que más aguantaba sin ponerse mala.

Ya habéis hecho la selección, ¿y después?

Entono el "mea culpa"por no  haber conservado esta bodega.
Después se vendimiaba la uva restante para hacer vino para el año, que había pocas casas en el pueblo que no tuvieran vino para el consumo familiar. También había quien vendía vino, por litros o cuartillos al que quisiera comprarlo. Por eso había tantas bodegas en el pueblo que, fíjate, ahora las han dejado hundir ¡con lo que tuvieron que trabajar nuestros padres o abuelos para hacerlas! Y lo más triste es que las han dejado hundir sólo por abandono, porque si hubieran conservado las puertas las bodegas no se habrían hundido, yo no sé si esto será progresar, pero creo que no.

También quiero decirte otra cosa, y es que no todo el mosto se dedicaba a hacer vino. En casa de mis padres teníamos un lagar pequeño en el portal y allí pisaba mi padre la uva para, después, con el mosto, en esa caldera que te ha dado, hiciera mi madre el arrope. Lo ponía a hervir y lo dejaba hasta que se iba consumiendo, que se quedaba como un jarabe, después le añadía unos trozos de calabaza y ya estaba hecho el arrope, que estaba buenísimo y que era como una especie de mermelada que se conservaba mucho tiempo.

Una vez vendimiado ¿se acabó el trabajo?

Bueno quizás hubiera una pausa hasta que se empezara a sacar la remolacha, pero en cuanto se empezaba ya estábamos liadas, porque entonces teníamos que escoronar (escular llamábamos) que consistía en quitar las hojas con el hocino para llevarlas a la fábrica de azúcar. En este trabajo el hombre, con el pico, las arrancaba y nosotras las dejábamos limpias de hojas y si había llovido mucho, o la tierra era fuerte, también teníamos que quitar el barro que se pegaba a la remolacha. Imagínate lo que era cuando estaba helando o nevando tener que cogerlas con la escarcha, había días que se pasaba mucho frío.

Otra tarea que teníamos que realizar las mujeres era escoronar las achicorias. Los hombres las arrancaban con el pico si estaban sembradas a cordoncillo, o con el azadón si la siembra había sido a manta. Después nosotras las escoronábamos con el cuchillo. Esto quiero explicártelo un poco porque no era tan fácil como parece: el hombre las arrancaba y las iba haciendo montones, hasta aquí todo relativamente fácil, porque se estaba de pie. Ahora imagínate en el tiempo que era ¡puro invierno! Entonces siéntate en el suelo frío y húmedo y ponte a escoronar. ¿Sabes lo que hacíamos para aislarnos un poco? Pues llenábamos un saco con paja y nos sentábamos en él, pero imagínate los pies. Bueno, esto lo pagábamos con unos buenos sabañones, o frieras que llamábamos, pero era igual porque unos u otras a cual peor.

Y como ves, así de entretenidas nos presentábamos en navidad.

¿Y en el invierno?

Pues a seguir con estas mismas tareas hasta que se terminaban, y entonces es cuando podíamos dedicar un poco más de tiempo a bordarnos el ajuar de novia o a eso que llamaban sus labores que después de lo que hemos hablado yo preguntaría ¿qué labores eran las propias de la mujer? porque el hombre podía ser agricultor, herrero, resinero, carpintero… Pero la mujer no, la mujer sólo sus labores que, por lo visto sus labores eran todas.

Bueno Luisa, no todo sería trabajo, nos dijiste que las fiestas sí que las celebrabais. ¿Cómo las pasabais?

Procesión en honor a la Virgen del Rosario. (1950)
Pues mira, el domingo, después de hacer nuestras… “labores”, nos arreglábamos con nuestras mejores ropas y a eso de las diez, como buenos cristianos, acudíamos a misa, y a la salida, con la satisfacción del deber cumplido, nos juntábamos a charlar un rato y si el tiempo lo permitía a lo mejor hasta dábamos un paseo hasta la hora de la comida. Después fregábamos y a esperar hasta la hora del rosario que era a eso de las cinco o las seis y a la salida nos juntábamos todas para ir al baile.

¡Cuéntanos lo que era el baile!

Hombre, ya sabes que no era una discoteca como las de ahora. El baile era en un local grande, lo que llamábamos un salón, en el que al son de la gramola o el organillo movíamos los pies los jóvenes de Camporredondo. Era nuestra discoteca de entonces pero sin tanto ruido y tantas luces, pero que lo pasábamos muy bien.

Como te decía, a la salida del rosario nos juntábamos todas las mozas y para el baile. Una vez allí, con la alegría que llevábamos nos poníamos a cantar hasta que llegaran los mozos para comenzar a bailar.

Oye, ¿por qué no nos cantas alguna de aquellas canciones que cantabais?

Es que hace tantos años que ya casi no me acuerdo. Pero verás, había una que cantábamos mucho, decía así:


Oye Luisa, yo no se el poder que tenía San Antonio pero ¿no crees que se lo poníais un poco difícil? Bueno, pero por pedir no debería quedar.

También cantábamos esta otra:




Al oír con la alegría que cantábamos nuestras canciones, los mozos que estaban arriba, en el casino, bajaban y entonces empezaba a sonar el organillo que nos lo daba bailado. Nos poníamos a bailar las chicas de dos en dos, porque el baile era agarrado, y entonces los mozos iban a sacarnos para bailar y así se formaba pareja de chica y chico. Como veis aquí el que podía elegir con quien bailar era el chico, la chica siempre se limitaba a esperar, pero eso si, la chica se reservaba el derecho de dar calabazas al pretendiente al baile. Si que es cierto que casi nunca se daban las calabazas porque estaba muy mal visto, así que si el chico no era de tu agrado había que fastidiarse y hasta que viniera otro a pedir el favor de bailar, porque el baile era lo que llamábamos a favor.

¿Qué es eso del baile a favor?

Pues no era un sistema muy bueno, pero era el que había en Camporredondo. Verás, voy a explicarlo para que lo sepan nuestros jóvenes, porque de esto sabes tú igual que yo. Veréis: resulta que ibas bailando con un chico con el que te encontrabas muy a gusto, de pronto se presentaba otro a pedir el favor de bailar y te quedabas con dos palmos de narices porque tenías que seguir bailando con el que vino a fastidiarte, y así hasta que viniera otro a bailarte y si entonces el primero también se encontraba a gusto pues volvía. A veces ocurría lo contrario, estabas bailando con algún chico que no era de tu agrado, pero si no venía nadie a pedir el favor pues podías pasarte buena parte de la noche amargada. Pero sabéis lo que os digo; que con esta forma los menos afortunados con las chicas tenían alguna posibilidad de bailar, porque de otra manera nos hubiéramos estado toda la noche con el chico que nos gustaba. De todas maneras cuando se veía que el chico y la chica estaban enamorados pues ya se les dejaba tranquilos bailando toda la noche. Pero hasta que esto ocurría imaginemos: estás bailando con el chico que te gusta y la cosa está tan emocionante que el chico está a punto de declararse (antes el que se declaraba siempre era el chico, la chica aunque se muriera de ganas tenía que fastidiarse, su misión era siempre pasiva) y entonces ¡zas! se presentó el ojeador y espantó la caza, ¡vaya fastidio!

Pero si estabas a gusto ¿por qué no dabas calabazas al nuevo pretendiente?

A veces se hacía, pero ya te he dicho que estaba mal visto y se criticaba en el pueblo, porque todos nos conocíamos, por eso lo más fácil era fastidiarse.

Luisa ¿y cuando tenías novio?

Hombre, entonces ya nadie te molestaba, cuando las cosas iban, como decíamos, en serio, ya no había ningún problema, los demás chicos sabían que eso había que respetarlo y no iban a pedirte para bailar.

¿Cuanto duraba la sesión de baile?

Pues mira empezaba a eso de las seis de la tarde y alrededor de las nueve tocaban la jota castellana y ya sabíamos que había que irse para casa, unas acompañadas y otras solas, pero todas tan contentas. Lo pasábamos muy bien, durante el baile también había chicos muy generosos y nos invitaban a cacagüeses (cacahuetes) y nosotras tan agradecidas, claro que tampoco podían excederse porque las propinas de que disponían eran muy cortas. Mira, los había que se echaban al bolsillo algo metálico para que sonara con las cuatro perrillas que llevara, ya ves cuánta miseria, que ahora parece imposible que haya existido. Pero bueno, ya te digo que a pesar de todo éramos muy felices.

Esto era, a grandes rasgos, un domingo cualquiera, en el pueblo, para una chica joven.

¿Y en las fiestas especiales?

En carnavales nos disfrazábamos de sevillanas unas, y de aldeanas de Castilla otras, cada una de lo que más le gustara y tenías que ver con qué alegría y qué guapas íbamos. Los chicos se disfrazaban de mujeres, entonces nosotras nos acercábamos para ver si los reconocíamos y lo que recibíamos era un puñado de salvados en la cara, porque llevaban un talego lleno y preparado para cuando nos aproximáramos. Después se ponía un baile muy bonito y como hacíamos en un domingo antes de empezar a bailar cantábamos… El martes de carnaval/ de gitana me vestí/ me fui al salón del baile/ por ver quien estaba allí./ Y vi que estaba mi novio/ a su lado me senté/ y tirándole un besito/ de rodillas me quedé./ Dime la verdad gitana/ dime la verdad por Dios/ dime la buena ventura/ la falta que tengo yo./ Eres un chico muy bueno/ tienes un gran corazón/ pero tienes una falta/ eres muy camelador./ Camelas a dos mujeres/ eso te lo digo yo/ una morena muy guapa/ la otra rubia como el sol./ Cásate con la morena/ que serás afortunado/ si te casas con la rubia/ has de ser un desgraciado./ Yo me caso con la rubia/ aunque sea un desgraciado/ y no quiero a la morena/ aunque sea afortunado./ Adiós, que me voy del baile/ que mi madre ya me espera/ si quieres saber quien soy/ soy tu novia la morena.

Por la noche, después de la cena también había baile en el salón. A este baile nos invitaban los quintos. Para esta sesión de baile condición indispensable era el pedir permiso a los padres de las chicas por parte de los chicos y si aquéllos lo concedían pues a eso de las once iban a casa a buscarnos y ya podíamos ir. A veces había alguna chica que no tenía quien fuera a buscarla y se reunían unas cuantas para ir a buscarla, ya sabes, unas veces por unas y otras veces por otras.

Después del martes de carnaval en la cuaresma, ¿qué hacíais?

Después del Domingo de Peces ya no había baile hasta el día de la pascua de resurrección. Así que lo pasábamos paseando los domingos por la tarde y prontito a casa.

¿Y la semana santa?

La semana santa la celebrábamos con mucho recogimiento, siempre venían predicadores para los sermones. El jueves santo avisados por el toque de campana acudíamos a misa y simulábamos la muerte de Jesús, a partir de aquí ya no sonarían las campanas hasta el sábado de gloria, así que para avisarnos de los distintos oficios religiosos lo hacían los niños con las carracas sonando por todas las calles del pueblo.

El sábado de gloria, a eso del mediodía, resucitaba Jesús y volvían a sonar las campanas. La gente iba a recoger agua bendita para después esparcirla por las paredes de toda la casa, corral y cuadras del ganado para que quedaran protegidos.

Al regar el agua por las paredes se iba diciendo: agua bendita/ por Dios consagrada/ limpia mi cuerpo/ salva mi alma. Esto se iba repitiendo hasta que el agua se terminaba.

¿Y el domingo de resurrección?

Ese domingo era todo alegría, íbamos a misa y celebrábamos la procesión del encuentro. Primero se sacaba el estandarte y después el corazón de Jesús y daban la vuelta por una calle del pueblo para, al volver otra vez hacia la iglesia, se encontrara con la Virgen toda enlutada, que mientras unos daban la vuelta otros cuatro mozos la sacaban y esperaban en la puerta de la iglesia. Al encontrarse de frente, el mozo, que portaba el estandarte, que además tenía que ser fuerte, debería hacer lo que se llama la venia, que consistía en ponerse de rodillas y hacer bajar el estandarte despacio hasta el suelo. Después daba unos pasos y repetía el saludo hasta tres veces. Entonces se ponía al lado de la virgen y madre e hijo quedaban frente a frente. En ese momento el alcalde del pueblo, con el bastón de mando, se adelantaba y la quitaba el manto de luto a la virgen. Todo esto acompañado por un continuo volteo de campanas en señal de alegría, y así entrábamos de nuevo a la iglesia. Con este acto se daba por finalizada la cuaresma.

Esta tradición, gracias a Dios, aún hoy, año 1998, podéis contemplarla porque sigue celebrándose, aunque se nota un cierto enfriamiento en su realización.

¿Se ha perdido alguna tradición propia de estas fechas?

Si, por estas fechas se acudía a los hornos del pan y se hacían los bollos, pastas, rosquillas y magdalenas que era cuando únicamente se comían. No veas que bien olía en todo el pueblo durante esta semana, porque había muchos hornos, hornos de adobe, y en todos se hacían estas golosinas.

Los niños y las niñas del pueblo lo celebrábamos corriendo por las cuestas de Carramambres, lo que llamábamos correr la rosquilla. Después se comían las golosinas que llevara cada uno y se lo pasábamos muy bien.

Después, por la tarde, todos al baile, porque, como te decía, desde el domingo de peces no habíamos movido los pies al son del organillo.

¿Qué más fiestas celebrabais?

Pues mira a las pocas semanas se celebraban las fiestas mayores del pueblo en honor de San José Obrero. Por estas fiestas siempre estrenábamos algo… vestido, medias, zapatos… así que estábamos deseando que llegaran para lucir nuestros estrenos.

La fiesta era el primer domingo de Mayo, empezaba el sábado con un repique de campana. Al día siguiente venían los dulzaineros y por la mañana recorrían las calles del pueblo tocando alegres pasacalles para ir animando la fiesta y después todas a misa arregladas con las mejores ropas. Sacábamos al santo en procesión y danzábamos echándole vivas.

Después de la misa y procesión se ponía baile en la plaza, al que todo el pueblo acudía, unos a bailar y otros a jugar al bote.

¿Qué es eso de jugar al bote?

Verás: para estas fiestas acudían, de otros lugares, principalmente de Portillo, los que llamábamos los confiteros, que vendían almendras garrapiñadas, caramelos, regaliz… y además el juego de lo que llamaban el bote. Esto no era más que un bote en el que metían unos dados, los movían, los dejaban debajo del bote y la gente apostaba sobre las cartas de la baraja, y si al levantar el bote habías acertado con la carta que correspondía con el número de los dados pues tenías premio y si no se lo llevaba la banca, que era el confitero. Era una especie de bingo, pero a lo pobre, y como en el bingo unos ganaban y otros perdían aunque, como en el bingo, la que ganaba siempre era la banca. No tienes más que hacer un cálculo de posibilidades y verás que es verdad lo que digo. De todas maneras, o perdían o ganaban poco, porque no lo había.

¿Y después del baile?

Después del baile que terminaba bien pasado el mediodía, nos íbamos a comer nuestro exquisito cocido que, ese día, estaba bien arreglado con carne, tocino, relleno y chorizo gordo que llamábamos bendito y de postre arroz con leche.

¿Y por la tarde?

Pues otra sesión de baile al que acudían muchos forasteros de los pueblos limítrofes: La Parrilla, Portillo, Arrabal, Santiago, Montemayor… y claro surgían los comentarios, ¿has visto ese que guapo? ¿De donde será? ¿Y ese otro moreno? ¡Qué buen mozo! En fin lo normal entre gente joven. Las chicas, no hace falta decirlo, nos poníamos muy coquetas. En estas fiestas mayores había tres sesiones de baile, una por la mañana, otra por la tarde hasta las diez, y otra de noche, después de la cena hasta la madrugada. Esto durante los dos días primeros. El tercer día, que era el los casados, ellos pagaban el baile, y todos lo pasábamos muy bien.

¿Y después?

¡Anda! Después la pena porque se acabó la fiesta. Después a esperar a que pasara el verano porque en Octubre, el primer domingo, se celebraba otra fiesta mayor, ésta en honor de Nuestra Señora del Rosario. Como ves antes había dos fiestas mayores al año que se celebraban igual. Si había alguna diferencia era porque en esta de Octubre también nos divertíamos haciéndonos lagarejos.

¿Cómo que os hacíais lagarejos? Explícate

Verás, por la tarde del día de la fiesta, íbamos cuadrillas de chicos y chicas a los majuelos y, además de comer uvas, entre las diversiones estaba el hacernos lagarejos, que era coger uvas y cuando el otro estuviera descuidado se las estrujabas en la cara. Era una forma de jugar.

Y ahora ¿como es la vida en Camporredondo?

Es muy agradable, es un pueblo donde todos nos queremos y nos ayudamos unos a otros.

Si tú lo dices Luisa… DIOS TE BENDIGA.

Y terminó la señora Luisa con un ¡VIVA CAMPORREDONDO, NUESTRO PUEBLO QUERIDO!

¡VIVA CAMPORREDONDO!

Y a mí sólo me queda decir… LUISA: ¡ojalá te hubiera conocido antes!

Y lo que pretendía ser una charla una tarde cualquiera, acabó siendo unos cuantos ratos contándonos nuestras cosas. La diferencia es que mi vida tenía poco de particular para pasarlo al papel.


Camporredondo, Mayo de 1998