lunes, 29 de mayo de 2017

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Aquí sigo, agarbado –agalbado también se decía en mi pueblo: yo lo decía- al agrego de este sitio maravilloso desde donde, a la vez que contemplo un precioso mundo de plantas y flores antes de que puedan aguachinarse. Desde aquí voy agazapando palabras que se usan poco o, me atrevería a decir, nada.

Como no me interesa meterme en el ajo, voy eliminando estrés dando cuenta de unos taquitos de queso de oveja animados con un trago de vino aguachado como corresponde a esa edad en la que el alcohol, también, es materia prohibida.

Ahí va otro grupo de palabras que de tan amachambradas que estaban se negaron a salir en su momento.

AGARBAR.- Recoger, juntar las garbas (gavillas) > Agavillar.

Para facilitar la tarea a los segadores, el Motril, o mochil (muchacho o niño), iba juntando las gavillas (garbas) en grupos de dos o tres, de forma que cuando el segador se dedicaba a formar los haces (atar se llamaba la faena) se le facilitaba la tarea por no tener que recoger todas las gavillas sino los grupos de éstas.

Para intentar dejar la tarea lo más clara posible, diremos: no es lo mismo agarbar o agavillar –juntar las gavillas en grupos de dos, o tres- que recoger todas y juntarlas en la morena, en cuyo caso no se ataban. Si lo digo es porque he encontrado en alguna parte en que se confunde agavillar con amorenar (formar morenas) las gavillas.

El DLE no la recoge como tal, pero sí recoge la palabra agavillar.

AGARBARSE.- Tenderse pegado al suelo como una garba (gavilla). >Agavillarse.

El DLE lo recoge como agacharse, cuando no es lo mismo agacharse (doblarse, acuclillarse) que tenderse en el suelo adoptando la posición de la gavilla.

AGAZAPAR.- Coger, agarrar, asir, pillar… “Le cogí, lo agazapé”.

El DLE recoge otras acepciones referidas al gazapo: ocultar, acechar, agachar…

En este mundo rural lo que decimos –también referido al gazapo- es: le agazapé, le cogí como a un gazapo.

Tengo que añadir que esto es así porque nosotros –mundo rural- consideramos gazapo tanto al conejo como al lebrato joven, que por saberse débiles se quedan pegados al suelo en vez de correr para tratar de ponerse a salvo. Así que, se creyó a salvo –porque creyó que estaba escondido- pero yo lo agazapé (agarré, cogí etc.).

El DLE le da otro sentido a la palabra.

AGREGARSE.- Resguardarse de las inclemencias del tiempo. >Ponerse al agrego.

“Hacía aire muy frío y tuvimos que ponernos al agrego que nos brindaba la tapia”.

El DLE recoge la palabra con otras acepciones.

AGUACHAR.- Añadir agua a otro líquido: leche, vino etc. > Enaguachar, Aguachinar.

El DLE nos envía a enaguachar que sí: es lo mismo.

AGUACHINAR.- Añadir agua a otro líquido (vino, leche, et.) para adulterarlo. >Aguachar, enaguar, enaguachar.

También se dice cuando una planta, o fruto, se estropea por exceso de agua.

Esta palabra sí, es recogida en el DLE con la misma acepción.

AJO (estar en el).- Estar inmerso en una acción, problema, jaleo etc. “Cuando quise darme cuenta estaba metido en “tol” ajo”.

AMACHAMBRADO/A.- Fuertemente asegurado.

Siempre que se quisiera hacer gala de tener algo asegurado al máximo se usaba esta palabra. “Oye, ten cuidado que se te puede escapar”. “No te preocupes: lo tengo amachambrado”.

En este mundo mío –y de otros-, el rural, no es lo mismo unir a caja y espiga (machihembrar) que amachambrar.

El DLE no recoge esta palabra.

Y el próximo día: más palabras.


Camporredondo, 24 de mayo de 2017

sábado, 20 de mayo de 2017

Seguimos buscando entre terrones

Ya no hay duda –lo tengo comprobado- de que extraer información del fondo de este vetusto “disco duro” que llevo sobre mis hombros, es tarea agotadora. Las palabras se han acalcado en el fondo y no hay dios que las descargue.

No obstante, de vez en cuando, alguna despega y sale a la luz. Otras veces es alguno de mis amigos que en conversación –intrascendente o no- suelta alguna palabra que despierta mi adormecido intelecto, la agazapamos y la pasamos a estas memorias modernas para poder protegerla.

Gracias a esto he ido sumando palabras, que acabarán incluidas en el diccionario de Camporredondo, pero que aún no están recogidas en él y, creo, que son interesantes, porque se usan muy poco y, a lo peor, desaparecen.

Bien, pues estas palabras -razonadas a mi manera- espero ir haciéndolas pasar por las teclas para airearlas por el espacio y todo aquel/ella que esté interesado las recoja y archive. Pero antes de comenzar quiero, de nuevo, insistir: el mayor favor que podemos hacer a las palabras en trance de desaparecer y en manos de unos pocos nostálgicos -como es mi caso- es discrepar, si no se está de acuerdo, de la opinión que yo pueda tener porque, ya sabéis: “nada hay más atrevido que la ignorancia”. Éste es mi caso.

Ahí va el primer grupo:

ACALCAR/CALCAR.- Apretar, aplastar. “Acalca -o aplasta- el saco -o el pajar- para que coja (quepa) más paja”.
La palabra acalcar, o calcar, se empleaba más referida a aplastar el contenido del saco para que cupiera más paja, o forraje. Mientras que para aumentar la cantidad de paja almacenada se usaba la palabra pisar. “Hay que pisar bien el pajar para ver si metemos un carro más de paja, porque el año es muy largo”.
El Diccionario de la lengua española (DLE) lo recoge en su 3ª acepción como:
calcar
Apretar con el pie.
Nosotros acalcábamos, o calcábamos, tanto con el pie como con la mano.

ACAZUMBRAR/CAZUMBRAR.- Pegar (dar paliza). “Ten cuidado, no sigas por ahí, que te acazumbro”.
La palabra acazumbrar, o cazumbrar -ya que se refiere a lo mismo-, tiene su origen en la forma de unir las duelas de las cubas del vino, pues éstas se unían – con cazumbre- a fuerza de golpes de mazo. Así lo recoge –también- el DLE:
cazumbrar
1. tr. Juntar con cazumbre las duelas y tablas de las cubas de vino, uniéndolas a golpe de mazo para que no se salgan.

ACHIVARSE.- Enfadarse. “No se salió con la suya y se achivó”.
Normalmente se empleaba esta palabra cuando, por motivos poco claros, uno se enfada con otro. “Está chivo conmigo, se ha achivado y no sé por qué”.
El DLE sólo la recoge como:
achivarse
1.  prnl. El Salv.Arreglarse, vestirse elegante.

ACOSTADERO.- Conjunto de palos a modo de escalera amplia donde dormían las gallinas > Aseladero en el DLE.
La palabra aseladero (DLE), o acostadero (lenguaje rural) se refieren a lo mismo, pues la gallina no se acuesta (no se pone de costado para dormir o descansar), sino que se coge (agarra) al palo del llamado gallinero, se agacha (pone en cuclillas) y ésta es la forma que adopta para dormir. El acostadero también podía ser un palo colgado en alto dentro de la cuadra o en cualquier espacio cubierto.

A ESGALLA.- En gran cantidad. “Había nícalos a esgalla, a tutiplén, a patadas, a porrillo, etc.”
El DLE no recoge esta palabra.

AGALBANADO.- Perezoso, sin ganas de hacer nada.
“¡Vaya galbana que tienes! Es que con este calor se agalbana cualquiera”. A veces se respondía: no tiene galbana, lo que tiene es mala gana, y esto no es lo mismo que agalbanarse por exceso de calor.
El DLE la recoge como adjetivo: “desidioso, perezoso”.

Camporredondo 20 de mayo de 2017


lunes, 8 de mayo de 2017

¿Terminando...? pues no lo sé.

Hace algunos… decenios ya, tuve ocasión y motivos para ilusionarme –era más joven- con un regalo que mi esposa e hijos me hicieron por mi cumpleaños. El motivo -escogido para regalo- fue porque sabedores de mi entusiasmo por todo lo rural (soy nacido y criado en un pueblecito de Castilla, eso ya lo sabéis) me regalaron un diccionario (“Diccionario del castellano tradicional”, ediciones Ámbito). ¿Sabéis lo que me duró la ilusión? Pues justo lo que tardé en abrirlo. Aquello no era mi lenguaje. Aquel lenguaje era una mezcla de juventud universitaria tomando primer contacto con mi mundo: el rural.

Pasó el tiempo y se repitió la historia. Han salido al mercado –me dijeron- dos diccionarios que, éstos sí, son la bomba. Su autor (Jorge Urdiales Yuste) es experto en Miguel Delibes y su narrativa. Los diccionarios se titulan: "Diccionario del castellano rural en la narrativa de Miguel Delibes" y "Diccionario de expresiones populares en la narrativa de Miguel Delibes". Los pedí a mi librero (en mi pueblo no hay librerías) y ahí me veis abriendo el paquete de correos: hasta nervioso me puse.

A partir de aquel momento, pálido me quedé. ¿Qué era aquello? Si las palabras que Delibes usaba en su narrativa las recogía el DRAE -para ese viaje no hacían falta alforjas- aún se podía tolerar. Pero si el diccionario de la Real Academia no las recogía, a mí me dio la impresión de que el autor de los diccionarios sacaba el dedo por la ventana y según la dirección del viento, aquél era el significado. Ésa era, y sigue siendo, mi opinión.

Seguidamente contacté con una de las autoras del Diccionario del castellano tradicional y con el autor de los dos diccionarios en la narrativa de Miguel Delibes. A los dos ofrecí mis servicios y, con agrado e ilusión, los recibí en mi casa; no en balde estaba en juego el lenguaje de mis abuelos y yo -por haber seguido sus huellas- algo conocía.

Yo comprendo que para personas -universitarias ellas- que un ex-pastor pueda corregirte tiene que ser muy duro, y así quedaron las cosas. Como decía uno de mi pueblo: "¡nada de nada, nada!" Me vieron, se marcharon (impresión poco favorable debí causarles) y hasta ahora.

¿Qué podía hacer yo, callar porque soy el paleto, y doctores tiene el saber? En principio opté por seguir oteando desde mi retiro rural. Pero cada vez que me tropezaba con una burrada, mi abuelo -siempre vigilante desde su cielo- me decía: ¡qué cojones haces ahí! ¿Para eso fuiste a la Escuela Nacional? Harto de tirones de orejas de mis ancestros me monté encima de las teclas y, persiguiéndolas a lo largo del teclado, fui aporreándolas allí donde las pillaba viendo, con  satisfacción, que los míos, la gente rural, se mostraban satisfechos y apoyaban mi postura.

Pero hasta llegar a la situación actual fue pasando el tiempo y así encontré que la Cátedra Miguel Delibes recogía un glosario -del mismo autor que los diccionarios en la narrativa de Miguel Delibes-¡Dios mío, qué glosario! También me puse en contacto con la dirección de la Cátedra y, a pesar de que lo entendió, me dijeron que la responsabilidad era del autor. Y ahí quedó todo "¡vivir para ver!".

En esto que -al fallecimiento del escritor- salió al mercado -no desaprovechan ninguna ocasión- otro nuevo diccionario que según decía incluía algunas mejoras. Una vez más contacté con mi librero (en mi pueblo sigue sin haber librerías) y al solicitarle el diccionario me advirtió: debo decirte que este diccionario es el mismo que el anterior (salvo algunas cosas que… tal ¿os suena?). Aún así se lo pedí, y fue en este nuevo diccionario –editado esta vez por ediciones Cinca- donde me pareció más que nunca -es sólo mi opinión- que tanto unos como otro eran una tomadura de pelo y un desprecio tanto a la narrativa de Delibes como a todo lo relacionado con el mundo rural.

Entre tanto yo ya había iniciado mi particular y desigual lucha que me ha traído hasta donde estoy ahora. O sea, sentado tras el teclado que, después de lo recorrido, las teclas se me van mostrando más dóciles: ya me van conociendo y no corren “como alma que lleva el diablo”, huyendo de mis estacazos encima de ellas.

Inicié mi imposible tarea simultaneando diccionarios: ora en la narrativa de Delibes, ora Diccionario del castellano tradicional. Por creer que “aquél que mucho abarca poco aprieta” opté por abandonar el mamotreto y seguir con los libritos, más asequibles a mis reducidas energías.

Y hasta aquí he llegado. Creo que no está nada mal el camino recorrido, por lo que creo merezco un descanso. No obstante, si en un momento me pareciera que hay que volver, volveré; ya sabéis -porque yo os lo he dicho- que soy muy cabezota, y si además de serlo nadie opta por rebatir lo que digo -a pesar de mi constante llamamiento para aclarar todo lo que no tengamos claro- yo me crezco. Pero si hay un culpable de que yo me venga arriba sois los que no os atrevéis a contrastar opiniones: las vuestras académicas, las mías rurales (paletas).

A lo largo de todo este periplo he ido constatando que si el “experto” en Delibes no se sonroja ante lo que sobre ello escribe, no me sorprende. ¿Por qué habría de ruborizarse? Vean los admiradores que  -he ido comprobando- el autor de los desaguisados tiene:

En principio los dos primeros libritos los editó Fundación instituto castellano y leonés de la lengua” -¿qué lengua?, desde luego la rural no-. A continuación Cátedra Miguel Delibes incluye un glosario del mismo autor que los libritos (me solivianto, me cabreo, con solo mirarlo). El autor sigue y lanza al mercado otro nuevo librito editado esta vez por ediciones Cinca. Sigue el “experto” repartiendo, "a diestro y siniestro", conferencias por esos pueblos de Dios (aulas, colegios e institutos) que, según mis informes, cobra del erario público: se lo abona la Excma. Diputación provincial de Valladolid ¡vaya chollo! Para el uno representa la sopa boba, mientras el otro, que paga con dinero ajeno, quizás tranquiliza su conciencia acerca del mundo rural.

Debo decir, y digo, que el tercer librito se presentó en la sede de la Fundación Miguel Delibes: “que cada palo aguante su vela”.

Dice el “experto” que “el Ministerio de Educación hace todo lo posible” para que él imparta conferencias por colegios e institutos. Pues por mi parte… ¡encantado de haber conocido el ministerio de incultura rural!

A partir de ahí encuentro que concede -el “experto”- entrevistas en radio y televisión: una bonita forma de desinformar sobre la cultura del agro.

En el periódico ABC encontré que el periodista admiraba la palabra cacanalona –que Delibes jamás escribió, ni existe- como el gran descubrimiento del "experto". Además sigue insistiendo en que nosotros, los paletos, en los años 50 de mil novecientos, enjaretábamos a los machos en días de fiesta. Sobre esto quiero y debo decir: el señor “experto” sí quiere enjaretarnos su falta de cultura rural. Nosotros en aquellos años, antes y después, engalanábamos o enjaezábamos a nuestros machos, caballos, bueyes y burros… los de carga y tiro. De los otros que hable el que más sepa.

Otro de los voceros del “experto” es el periódico “El Norte de Castilla” en cuyas páginas de “cultura” encontré que el señor Urdiales ha descubierto tres tipos de arado: el romano, el terciado y el viñero. No conforme con su "descubrimiento" nos dice: el arado romano y el arado viñero son el mismo arado ¡Yuuuupi! Qué pena haber vivido tantos años cogido a la esteva y no haberme dado cuenta de que el arado viñero es de vertedera y el romano es de reja lanceolada, además de ser casi todo de madera (común, romano o de madera lo llamábamos en mi pueblo). ¡Es que la gente de campo somos de brutos...! Bueno, sigo esperando que el “experto” o “El Norte de Castilla” me digan qué tipo de arado es el terciado que ha descubierto el señor Urdiales ¿de vertedera? ¿De reja? ¿De cuchillas? Será interesante que todo un filólogo doctor cum laude en ciencias de la información o el diario de mayor tirada en Castilla y León me informen a mis setenta y tantos años, sobre un arado que sólo existió como intermedio (terciado) entre uno más grande y otro más pequeño. (Siempre dispuesto a aprender, y algo voy aprendiendo).

Últimamente, un  visitante de “La pizarra de Gaude” me envió unas entrevistas en Radio Nacional de España (radio exterior de España) donde el señor “experto” dejaba epatado al entrevistador -¡vaya catedrático en lenguaje rural que sería!- con sus disparatadas reflexiones.

Actualmente en Es radio CYL donde el experto tiene un espacio en el que sigue mostrando su categoría como experto en lenguaje rural... en fin... ¡se acabó! Si, "por sus obras los conoceréis", debo decir que, de todos estos que he subrayado -ruralmente hablando- ninguno habría obtenido, en mi tiempo, el certificado de estudios primarios, que es el título que ostento.

He querido resaltar en negrita, así, a vuela tecla, los apoyos que he encontrado que tiene el “experto” en la narrativa de Miguel Delibes, con el ánimo de mostrar que, si algún verdadero experto hay por estas tierras salga a la palestra -urgentemente- antes de que el lenguaje rural quede de tal forma que no lo reconozca “ni la madre que lo parió”. Porque yo digo una cosa: si con mí ínfimo nivel cultural he sido capaz de destapar tanta patraña ¿qué será el día que un estudioso del tema se interese en el asunto?

Ya veréis lo que, al principio, llegué a pensar: cuando vi que el autor de los diccionarios en la narrativa de Miguel Delibes era estudioso, filólogo doctor cum laude en ciencias de la información y experto en Delibes… pues llegué a creer que cuando terminara de ver los diccionarios yo iba a saber más que mis abuelos. Juaaaaaaajuajuajua… y jua, hoy me da risa sólo de pensarlo. ¡Pobre iluso! digo de mí.

En fin queridos seguidores de “La pizarra de Gaude”. Al decir seguidores digo todos los seguidores que he tenido en todas partes del mundo, principalmente Estados Unidos de América que en cuanto añadía una nueva entrada enseguida llegaban una buena parte de visitas. Gracias a todos, y espero haber sido útil a vuestros deseos de conocer el lenguaje que en otro tiempo usaron mis abuelos y que hoy -aunque amenazado por expertos que lo desconocen- gracias a vosotros y a lo que yo pueda haberos ayudado, conservaremos. No me atrevo a decir que lo usemos, sería maravilloso, pero al menos que conozcamos cómo hablaban y se entendían nuestros ancestros.

Y después de esta travesía por senderos, caminos, cañadas, laderas, vallados, cauces y arroyos de mis campos de Castilla… entre terrones, riscales, espigas, ovejas… en compañía del pastor, el resinero, el agricultor, el segador, la espigadora, la escardadora etc. etc. etc. mi mayor satisfacción sería que alguno con los que no he estado de acuerdo –y que más arriba he citado- en el trato dado al lenguaje rural, saliera a la palestra y, públicamente  -demostrándolo ante vosotros-, dijera: ¡paleto, no tienes razón! se te nota a la legua tu falta de cultura rural. Hasta entonces seguiré pensando lo que ya he dicho una cachapada de veces: sólo se acercan al mundo rural para medrar (acepción 2ª del DLE).

A los hombres y mujeres de Castilla y León: además de agradeceros vuestra fidelidad, me atrevo a deciros: no permitáis que aquel lenguaje -en buena parte desaparecido- que usaron nuestros abuelos nadie lo desvirtúe como si fuera algo que no merece el mayor de los respetos

Ése es mi deseo y desde este pequeño pueblecito de Castilla y León (Camporredondo) os envío un fuerte y entrañable abrazo rural.

Camporredondo, mayo  de 2017

P.D. Y nunca lo olvidéis; si algún día, no teniendo nada mejor que hacer, os dais un garbeo -o una cachapada de garbeos- por “La pizarra de Gaude”, y encontráis algo que, dada mi torpeza, no haya dejado absolutamente claro, no lo dudéis: mientras el cuerpo aguante, estaré al servicio del lenguaje de mis abuelos... y los vuestros. Por favor, preguntad.

A pesar de haber decidido poner fin a este tiempo de “toma y daca” respecto de la obra de Miguel Delibes y el lenguaje rural, que nadie se llame a engaño, si tengo que seguir admitiendo que los alfareros en sus talleres de alfarería siguen fabricando herradones de latón, si tengo que admitir que el tazado es un cascote en el que recoger la resina y por ende lo es el resinero, si tengo que admitir que se secan los pantanos en Campaspero o que los útiles de zahorí -en el mismo pueblo- siguen llamándose chinchatez, si tengo que admitir que un señor que no distingue entre el cuartillo y el cuarto de litro, la media fanega y el celemín, el gario y el bieldo, la parte posterior (trasera) de la iglesia o la ermita y la puerta trasera (puerta carretera)… venga a decirnos que raer es perder resina, que estropeabarrigas es dejar a un chica embarazada, que si uno (véase El Picaza) por tener las piernas arqueadas (piernas de horcate) entre las que pasa un perro por medio y no se entera es porque es despistado, si para que la niebla sea meona condición indispensable es que las finas gotas se congelen… en fin, si tengo que soportar que en nombre del lenguaje rural se sigan cometiendo tantas burradas, esto no lo haré mientras estos deditos sigan alcanzando las teclas del chisme éste al que llaman ordenador. Yo entiendo que cada uno se gana la vida como puede, pero esto es siempre que se respete la memoria y la dignidad del vecino. Aprendí desde muy temprana edad a ganarme los gabrieles con la binadera o la cayada, quiero decir que llevé a rajatabla aquello que nos enseñaron en la catequesis: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, algo que algunos han trocado por "ganarás el pan con el sudor de "el de enfrente" que, aunque se le parece, no es lo mismo. Tal vez por aquello de que “cada uno arrima el ascua a su sardina” lo entendieron mal y pensaron que “da igual a cuestas que al hombro”… pues no, no da igual.

Y ahora sí: corto y cuelgo.