domingo, 29 de marzo de 2015

Seguimos machacando en hierro frío: pero machacamos

Collarón-collerón

Mañana en EsRadio mi sección de todos los miércoles a las 19:30. La palabra de mañana: collarón, el de la foto. Los mayores quizá los habréis visto sobre los machos. Otros los tenéis en el corral de casa. A los demás os dejo la foto. Entre foto y palabra es fácil hacerse una idea de para qué servía.

Collarón. foto tomada del blog del señor Urdiales.
¿No creen ustedes que para collar es un poco exagerado aunque
lo llamen collarón? Los de pueblo lo llamamos collerón.

Seguramente para el “experto” sea fácil hacerse una idea de para qué servía el collarón del señor Urdiales, por lo que yo voy a rogarle que me aclare si es para lo que yo tenía idea que servía (hasta que llegó el experto): el collerón.

La palabra collarón, aquí, no es correcta Yo podría pensar que es un error de imprenta pero no, es otra de las palabras fruto de la ignorancia valiente y atrevida de un ignorante “experto” (después seguiré). Según mi idea quiero decir que el collerón se colocaba sobre el pescuezo (cuello, de ahí collerón, así como collera) del animal de tiro o arrastre.

Se colocaba sobre el cuello del animal así: la parte que vemos arriba de la foto, era colocada en la parte baja del pescuezo y se aseguraba mediante tiras de cuero y hebillas por la parte de arriba del cuello del animal.

Mediante unos cintos muy fuertes -llamados francaletes- y sus hebillas, se enganchaban los tiros que podían arrastrar el carro de varas, el trillo, el arado, la rastra, etc. A grandes rasgos, para eso, creo yo, servía el collerón. El collarón, siempre según mi idea, servía para engalanar a los machos en días especiales, al fin y al cabo eran collares, aunque un poco exagerados.

La diferencia de uso entre la collera y el collerón estriba en que, con aquélla, el animal empuja sobre el yugo y las costillas de éste para el arrastre de la cosa, y con el collerón, el animal de tiro, tira de la cosa a través del los francaletes y los tiros. ¿Estaré en lo cierto de para qué servía el collerón que tantas veces tuve que colocar cuando aún no podía (era muy joven) con él? Estoy encantado de que el experto, a partir de hoy, tenga claro, tanto la palabra collerón, como para qué servía. 

Sigo insistiendo: usted señor Urdiales, con su total y absoluto desconocimiento del tema que trata puede hacer, y hace, mucho daño a aquello que dice “defender”. Usted lo desconoce como puedo demostrar a través de sus disparatadas interpretaciones de éste, mi lenguaje. Quiero decir en su descargo que es usted –como suele decirse- carne de cañón; a usted se le engaña sin necesidad de ser doctor cum laude, por eso usted pregunta -eso tengo que creer, de lo contrario sería muy grave- y si al que usted pregunta es un experto, esas serán las palabras que usted acierta. Pero si el preguntado es lego en el tema, pero no calla, sino que opina, usted es engañado. Esto no tendría mayor importancia si usted en su ignorancia no se creyera experto y se dedicara a dar charlas a diestro y siniestro.

Y ya paso a demostrar mi defensa de la palabra collerón frente a la palabra collarón del “experto”:

Para empezar diré que mi abuelo tendría en la actualidad 132 años, yo tengo 73. Bueno, pues en todo este tiempo, las guarniciones –que aquí llamamos arreos- para los cuellos de los animales de tiro y arrastre se llamaron collera y collerón. ¿Sería suficiente? Pues hay más: debajo de los soportales de la Plaza Mayor de Valladolid había una guarnicionería que se llamaba “Guarnicionería Moral”. ¿Sabe usted lo que vendía? Bueno, tampoco tiene por qué saberlo, por eso se lo digo yo: vendía cabezadas, bridones con collares y collarones de cascabeles y campanillas para los cuellos de las caballerías, sillines, sufras, barrigueras, retrancas, tiros… en fin todo eso que se necesitaba para mover los carros, arados, trillos, rastras, etc. para el cultivo de la tierra. Si el collar era sencillo se le llamaba eso: collar. Pero si era más grande (tres o más hileras de campanillas y cascabeles se le llamaba eso: sí, eso, eso, collarón y servían para engalanar a los animales en días especiales (nunca para enjaretar ¿se acuerda?)

Bueno, hasta aquí me apoyo en la “Guarnicionería Moral” que estaba debajo de los soportales de la Plaza Mayor de Valladolid, donde le aseguro que no sólo vendía guarniciones (arreos) para los animales de tiro y arrastre de mi pueblo, vendía –por lo menos- para toda la provincia y ¿sabe usted de dónde era Miguel Delibes? Pues eso: de Valladolid. Tal vez Delibes nunca paseó por los soportales de La Plaza Mayor.

Pero no se preocupe que hay más: en Arrabal de Portillo; si, allí donde usted dice que los alfareros, hermanos Alberto y Conceso, fabricaban herradones de latón o zinc. Pues allí también había un guarnicionero que confeccionaba guarniciones para caballerías y, ¡qué casualidad! los llamaba lo mismo que en mi pueblo.

De camino hacia Íscar pasamos por Cogeces de Iscar; si, allí donde Delibes dice que están (porque siguen estando) los cipreses más papujados que nunca haya visto el cronista, o sea Delibes. ¡Sí hombre, aquellos cipreses que usted situó en Cogeces del Monte y de un plumazo los secó! Pues en Íscar había otro guarnicionero que vendía sus productos en mi pueblo y ¡qué casualidad! llamaba collerones a los que usted llama collarones. Pero no se crea, también llevaba collares y collarones, pero ésos eran los de engalanar a los machos y se ponían encajados en los bridones en la parte alta de la cabeza de los animales.

Otro guarnicionero –gran amigo de casa- había en Montemayor de Pililla –se llamaba Gonzalo- y éste, quizá también porque no le había leído a usted, decía que aquello se llamaba collerón. ¿Quiere usted más referencias? Si usted las quiere las tengo.

En fin señor Urdiales, infórmese, patee pueblos, se lo he aconsejado muchas veces, y cuando usted esté seguro gánese la vida con su esfuerzo, es muy loable. Entretanto yo le ruego por lo que más quiera, DEJE DE HACER DAÑO AL LENGUAJE DE MIS ABUELOS.

Nota al final: el DRAE no recoge la palabra collarón, sí recoge collerón, pero se nota que tampoco han pateado mucho terruño (campo). Dice el DRAE:

collerón.
1.m.Collera de lujo, fuerte y ligera, que se usa para los caballos de los coches.

Qué pena que el DRAE no sepa que lo que comemos a diario se produce en el campo y que para arrastrar los carros y herramientas necesarias para cultivar la tierra se usaban los collerones. Eso sí, no eran de lujo, lo importante es que no hicieran daño (hirieran en el pescuezo) a los animales de tiro.

Después de la pequeña historia del collerón quiero dejar constancia, mediante documento fotográfico, -y espero que de una vez por todas sirva para diferenciar entre el collerón rural y el collarón académico de lo que fue el collerón: arreo para trabajar el campo y tirar del carro; bridón y collar, o collarón, para engalanar a la caballería. Éstos de la foto fueron confeccionados por Gonzalo, guarnicionero de Montemayor de Pililla y amigo de casa (espero que durante muchos años sirvan de modelo para generaciones venideras. De momento los conservamos lo mejor que sabemos. 


De izquierda a derecha: bridón, collar o collarón, según con
lo que se le compare, y collerón.
El conjunto para engalanar (no enjaretar) la cabeza del animal, lo forma el bridón y el
collar, o collarón según el tamaño. La "B" corresponde con la inicial del apellido
Busto: eran los de casa. En la otra anteojera esta grabada la "G" de Gaudencio.



Camporredondo 26 de marzo de 2015.

lunes, 23 de marzo de 2015

Correspondencia con Delibes

Los hombres de campo prometen y, casi siempre, cumplen.

Para aquéllos que pueda interesar:

En entradas anteriores ya expresé mi –quizá- no compresión sobre los correos (privados) que el señor Urdiales mantuvo con el escritor Miguel Delibes. Dejé claro que a mí me parecía una indignidad esperar el fallecimiento del escritor para hacerlos públicos (el escritor ya no está presente para responder), y después del tiempo transcurrido sigo opinando que es de un oportunismo intolerable (es sólo una opinión). Quiero añadir que no tiene mucha importancia lo que yo piense o diga, al fin y al cabo no soy más que uno de los personajes que pudieron haber formado parte de la obra literaria del escritor. Debo decir que soy un hombre de campo que para Delibes no sería un extraño, como puede que resulte para el señor Urdiales que es un eminente filólogo-doctor cum laude en ciencias de la información.

No obstante, por ser un hombre rural, ex pastor de ovejas, ex agricultor y no sé cuantos títulos más (¡ah! licenciado de la mili el año 1965) o, quizá por todo eso, hay cosas que no entiendo. Sobre ellas es sobre las que pido, si es posible, aclaraciones.

El señor Urdiales ha considerado el momento oportuno de darnos a conocer su correspondencia cuando el escritor había fallecido. Bien. Para ello ha editado un nuevo diccionario -copia del anterior, salvo pequeñísimas e insignificantes correcciones- bajo el auspicio de una nueva editorial. Es aquí cuando empiezan mis dudas sobre la correspondencia entre el experto y el escritor. Vamos allá.

Según observo en el nuevo-viejo diccionario, las fechas en las que la correspondencia se produce, oscila entre el 17 de febrero de 2003 y el mes de abril de 2004 ¿Es esto correcto? ¿No hay más correspondencia que se nos pueda ofrecer a los lectores? Si la hubiere ¿por qué no mostrarla?

Recorte del periódico El Mundo publicado el día 14 de octubre de 2007.
Es todo lo que puedo decir
Todas estas preguntas las hago porque no entiendo cómo es posible que el escritor pase de loar la obra y estudio del señor Urdiales a decirnos, con toda educación y cariño -como era Delibes- que “lo de Urdiales es un poco prematuro, no subrayó mis subrayados…”. Pero mejor veamos, de primera mano, lo que el escritor respondió a la periodista Pilar Ortega Bargueño para el periódico El Mundo el día 14 de octubre de 2007 (fotografía izquierda).

Al parecer (quizá yo esté equivocado) cuando Delibes dio su opinión sobre el “trabajo” del señor Urdiales sólo conocía las palabras que éste le consultaba, y remató con su tesis doctoral (ni entro ni salgo porque la desconozco) que parece fue digna de admiración (de ahí “cum laude”), de lo que deduzco:

Nada que objetar a las consultas que el señor Urdiales hace al escritor, ni (no faltaría más) a las respuestas (Delibes jamás dejó sin responder ni una sola de sus cartas o escritos recibidos) –no sé si el señor Delibes era mejor escritor que persona: a pesar de mi admiración por su obra literaria, me quedo con lo segundo-. Lo que sí parece meridianamente claro es que cuando el escritor responde a las consultas del señor Urdiales lo que conocía eran eso: las palabras consultadas. Los diccionarios no los conoció el escritor hasta el año 2006: el Diccionario del Castellano Rural en la Narrativa de Miguel Delibes y el Diccionario de expresiones Populares en la Narrativa de Miguel Delibes, publicados ambos por “Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua” el año 2007, antes no pudo conocerlos porque no se habían editado (parece que Delibes se refiere sólo al primero de los dos diccionarios).

Si esto es así, cuando Delibes habla sobre toda la labor del señor Urdiales es en la entrevista que le hace Pilar Ortega Bargueño para el periódico El Mundo, cuyo resultado adjunto (14 de octubre de 2007) que es cuando puede tener en sus manos los dos "diccionarios" (al menos el nº 1).                                                                                          
Y poco más que añadir, cada uno saque sus conclusiones (yo saqué  las mías). Como hombre rural, eso sí, expreso mi total y rotundo desacuerdo. Desacuerdo con los diccionarios y con el glosario de Cátedra Miguel Delibes (de pena). Manifestando que si alguien hay responsable de su publicación no es el señor Urdiales sino la Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua y la Cátedra Miguel Delibes, como responsables de su difusión.

Para apoyar mi desacuerdo remito a los posibles interesados a “La Pizarra de Gaude” (“En Camisas de Once Varas”) donde recojo algunas de las palabras con cuya interpretación del significado no estoy de acuerdo, dejando al posible interesado la posibilidad de discrepar conmigo (yo no cobro) públicamente sobre ellas. Si algo tengo que rectificar lo haré con todo el cariño del mundo, pues mi preocupación es el lenguaje de mis ancestros y, por qué no, mío también.

Nota al final: en alguna parte Delibes dejo escrito ¿será posible rescatar del olvido las palabras olvidadas? Por si Delibes, desde su cielo lo ve, quiero aportar mi opinión: muy difícil querido escritor, es más, si a los investigadores sólo les mueve el interés crematístico, si los sentimientos están ausentes de la investigación, su rescate es imposible: nos movemos por dinero, no por sentimientos.

Camporredondo, 15 de marzo de 2015




lunes, 16 de marzo de 2015

El Tajuelo.

Aculado


Azarías, aculado en el tajuelo (Los santos inocentes). Aculado: hacer que un animal, alguien, quede arrimado por detrás a alguna parte.

Así lo encontré  en el blog del señor Urdiales, a la sazón “experto” en Miguel Delibes.

1. tr. Hacer que un animal, un carro, etc., quede arrimado por detrás a alguna parte.

Y así lo encontré en Cátedra Miguel Delibes. Hoy el señor Urdiales ha añadido la palabra "alguien" ¿por qué?

Tajuelo igual o similar al que Delibes sentó a Azarías a desplumar los pájaros.
Supongo que también se sentaba para comer o, como dice Delibes, para calen-
tarse (no había otros asientos). ¿Ustedes creen que también se acularían el
carro o los animales?
Verá señor experto: ¿usted ha leído en alguna parte que el más grande escritor -en lenguaje rural- de todos los tiempos, le falte el respeto a las personas? ¿Quiere usted decirnos si ese "alguien" al que usted alude es algún animal de tiro o carga? Porque si se refiere a las personas, éstas no se aculan como un carro o un animal a alguna parte. Este alguien, en el mundo rural también, se sienta. Otra cosa es que Delibes, en lenguaje rural, emplee la palabra acular para referirse a sentar (poner el culo, o las posaderas, sobre un asiento). ¿Usted ha visto alguna vez sentado al asno, -bueno… quizá si-, sobre una silla aunque ésta se llame tajuelo? Señor Urdiales, como verá más abajo, usted está haciendo mucho daño a mi lenguaje, no lo entiende, pero tiene usted el atrevimiento aquél: “nada hay más atrevido que la ignorancia”.

Digo, para usted y todos sus admiradores: Azarías está sentado sobre un humilde tajuelo y allí desplumaba las pitorras, perdices, etc. o simplemente podía fumarse un cigarrillo, aunque estuviera hecho con escobas… ¡perdón! eso usted ni lo sabe ni tiene porque saberlo: es muy joven. De manera que, una vez más, señor Urdiales: respeto para el mundo rural y la obra de Delibes: los dos se lo merecen. Y como veo que sigue usted alardeando de su correspondencia con el escritor quizá en una próxima entrada le dedique un espacio a la correspondencia entre usted y el escritor.

Sigo:

Por casualidad encontré en internet lo que a continuación tecleo publicado por Valero García Cuéllar

Valladolid, 28 ene (EFE)

Aculado (en el tajuelo): acular significa «hacer que un animal, un carro, etc.,, ande arrimado por detrás a alguna parte» (DRAE). En este caso es Azarías el que está aculado por analogía con la postura de los animales,

Esto, si nadie lo remedia, es lo que está consiguiendo el señor Urdiales con sus caprichosas interpretaciones del lenguaje rural.

Señor García Cuéllar: no estamos de acuerdo en que un animal, o un carro, ande arrimado por detrás a alguna parte. Cuando un animal, o un carro, están aculados es que están parados, generalmente en el muelle de carga y descarga para cargar o descargar la mercancía que acarrean. Otra cosa es que hasta quedar aculado tenga que recular (tesar o andar hacia atrás que es lo mismo). Y ya no podemos estar en más rotundo desacuerdo con la interpretación que usted hace sobre el caso Azarías “que está aculado por analogía con la postura de los animales”. Cuando Delibes dice que Azarías está aculado en el tajuelo, quiere decir, y dice, en este lenguaje nuestro, que está sentado sobre un tajuelo (asiento rústico hecho con un tronco vertical, o con un tronco más corto y tres patas, como el del dibujo que adjunto). No puedo hacer fotos a los originales porque han desaparecido, como desaparecerán las palabras rurales si seguimos interpretándolas caprichosamente. De manera que Azarías no está aculado como lo estaría un macho o un asno, Azarías está sentado sobre un asiento humilde que se llamaba tajuelo. Hoy al asiento le nombramos de otra manera, pero en aquel tiempo nos sentábamos -y no como animales- sobre un tajuelo. Al pueblo no había llegado el sofá.

Vayan para usted todos mi respetos.

Camporredondo 7 de marzo de 2015

En un tajo exacto a este mi madre troceaba la carne para
su venta en la carnicería de casa.
Tajo

 Y ya matamos dos pájaros de un tiro: si hay tajuelo para sentarse es porque había tajo para cortar la carne. Quiero decir que tajuelo es el diminutivo de tajo. En el tajo la señora Pepa -mi madre- cortaba la carne para su venta en la carnicería y el tajuelo lo usaba la gente para sentarse, principalmente en el trillo.

Siempre espero decir, lo más fielmente posible, lo que eran estas cosas. No obstante, si no he sabido explicarlo, el camino más corto es poner un comentario al respecto y pedir la explicación pertinente.

Gracias

martes, 10 de marzo de 2015

Y vuelta la burra al trigo

Demos otra pequeña vuelta por mi lenguaje: el lenguaje que usaba Delibes y del que, constantemente, nos decía que no era suyo, sino del mundo rural. Él lo aprendió (así lo decía) pegando la hebra con nosotros: los hombres y mujeres de pueblo. Sí, sí, los paletos, aquéllos que no tuvimos ocasión de pasar por la academia pero que somos, en nuestro lenguaje, verdaderos doctores cum laude; como es el experto académico en el lenguaje académico, pero que aquí no da la talla (por mi parte, nada que objetar a sus títulos). Y no somos expertos en Delibes, sino somos los humildes profesores (en lenguaje rural) de nuestro querido, admirado y gran escritor Miguel Delibes Setién del que nos sentimos muy orgullosos y al que estaremos eternamente agradecidos por su colaboración al mantenimiento de nuestro lenguaje: el lenguaje rural, que él, desde su cielo, seguirá protegiendo (falta nos hace).

Ya sé que es como “machacar en hierro frío”. Yo me había prometido no volver -pies atrás- sobre “En Camisas de Once Varas” ¿se acuerdan? Pero el diablo todo lo enreda y por ahí me llegó que, hace unos días, un vecino de Camporredondo me preguntó: “¿has oído por radio lo que dice Jorge Urdiales sobre una palabra que… creo que era colorada o algo así?” Eso me dijo. Hombre, creo que esa palabra poco tiene que ver con las obras de Delibes dije yo. Ahí quedó la cosa, pero, escarmentado de tiempos pretéritos, me picó el gusanillo y busqué, en google, la palabra “colorado” en las obras de Delibes.

Mira por donde, me salió Jorge Urdiales y pensé: espero que, con el tiempo, este “experto” en Delibes haya aprendido –falta sí que le hacía-. Y fui repasando sus últimas apariciones en radio y hasta, creo, en televisión. Lo que trataré a continuación es algo de lo que encontré. Pero antes quiero decir que no le comunico a él directamente mis diferencias (posibles errores míos) en su blog, porque en vez de repucharse o defender sus teorías públicamente, se limita a eliminar mis comentarios. Entiendo que no se puede establecer debate entre un filólogo-doctor cum laude en ciencias de la información, y un paleto ex pastor y ex agricultor (destripaterrones al fin y al cabo). Le agradezco su deferencia. Es posible que él cavile: pobre paleto, no quiero dejarle en ridículo, y por eso elimina mis rurales comentarios.

Decía que esto es algo de lo que encontré en sus últimas actuaciones:

Fecha: 11 de febrero de 2015, a las 16:32.

Lo que tiene Godofredo entre las manos es un cedazo. Así se llama en el pueblo de Godofredo
y así lo llamaba Delibes. En "El tesoro" escribe que "la oscilación de los cedazos no cesaba".
¡Ojo! Que estas denominaciones van por provincias, por comarcas. Como bien decís,
en otras zonas se llama garbillo, zaranda, ceranda o criba, etc.


Tal como lo encuentro lo reproduzco para vosotros: ni quito, ni pongo.

A partir de aquí lo primero que se me ocurre es preguntar ¿cómo se llama el pueblo del señor Godofredo? Es para ponerme en contacto –ya lo hice en alguna otra ocasión- con algún lugareño y preguntarle: si a la criba le llaman cedazo ¿qué nombre le dan al cedazo... cedazo? Me temo que es otra de tantas “investigaciones de campo” para justificar aquello que el autor desconoce.

Delibes, en “El Tesoro”, habla en varias ocasiones de cribas, no de cedazos, y sólo en una, al parecer -me gustaría saber si no es error de imprenta-, habla de cedazos (“la oscilación de los cedazos no cesaba”). Aquí hay otra incongruencia, con el cedazo no se acriba: se cierne. Con lo que se acriba es con la criba: criba= acribar, o cribar que es lo mismo; cedazo = cerner (la tierra que contiene cascotes, posibles monedas o piedras no se cierne, se acriba). O sea, con el cedazo nunca cribaremos sino que cerneremos.

Bien. Lo que el señor Godofredo tiene en sus manos es una criba y no un cedazo, Me explico: el cedazo es -dentro del nombre genérico cribas- el que sirve para cerner: separar la harina de los salvados, o sea, cedazo: criba compuesta por un aro de madera y una tela con agujeros finísimos que sirve para separar la harina –casi polvo- del salvado (cascarilla del grano de trigo) que es más grueso.

La criba que el señor Godofredo tiene en sus manos y, por lo que puedo apreciar del diámetro de sus agujeros, es con la que se acribaba el grano para separarlo de las grancias (granzas en otra parte).

Sigamos: criba, zaranda, garbillo… zarandillo si la criba es pequeña etc. es el nombre genérico de una serie de artilugios que sirven para acribar, o cribar, o lo que es lo mismo: separar una cosa de otra.

Para no dejar nada en el tintero quiero añadir que en la máquina aventadora, beldadora o máquina de limpiar, hay un parte que se llama cuerpo de cribas, en el que se colocaban según necesidades la criba de espajar o espajadora, la de acribar – que no es lo mismo- y el harnero que es el que se encargaba de separar granos más gruesos de los muy pequeños y las semillas indeseables. Ya os habréis dado cuenta que el conjunto se llama cuerpo de cribas, quiero decir que cribas es el nombre genérico.

Con las fotos que a continuación acompaño haré una breve reseña de lo que se hacía con ellas. De esta forma deseo y espero, sin más pretensiones que hacer justicia sobre este mundo maravilloso que es el rural, que nadie confunda a las nuevas generaciones y que el académico –si tiene a bien asomarse a “La Pizarra de Gaude”- pueda aprender de primera mano lo que eran y para que servían las…

CRIBAS

Cedazo. Especie de criba para cerner la harina.
Tela de agujeros finísimos.
Cedazo: especie de criba que servía para separar el salvado de la harina para hacer el pan, los bollos de peluca, rosquillas, magdalenas y otras delicias.

En tiempos en que la fiscalía visitaba los pueblos, y no con el ánimo de ayudar, sino con todas las ganas del mundo de dejarnos sin pan y hasta sin harina -nunca venían a sembrar ni a segar- fue el momento álgido del cedazo.

Allá, en la casa vieja de la calle Real, teníamos una artesa con dos largueros a lo largo del eje sobre los que se deslizaban los dos cedazos en tándem para que cundiera más y allí, en el menor tiempo posible, se cernía la harina de trigo. Con la harina se cocía el pan, y los salvados se daban a los cerdos, envueltos con patatas marraneras, cocidas. 

Palabra cerner: separar -con el cedazo- la harina del salvado

Harnero pequeño. Agujeros mayores que los del cedazo.
Harnero: Criba con la que se separaban del grano la tierra y las semillas indeseables. También se usaba, siempre, para seleccionar las semillas para la siembra.

El harnero, con los agujeros adaptados a la necesidad del agricultor, dejaba pasar las semillas y granos más pequeños y quedaban en él los mejores chochos para la siembra. El nuestro, el del que esto teclea, no era como éste, sino mucho más grande.

Nota al harnero: siento que el que había en casa desapareciera, por lo que he tenido que servirme de éste de la fotografía que, aún siendo más pequeño, sus características –aro, piel y agujeros- son las mismas.

Criba para separar el grano de las granzas. Agujeros mayoras que los del harnero

Criba de, o para, acribar (para separar las granzas del grano): era ésta la que llevaba el nombre de criba, las demás tenían nombre añadido pero la de acribar era la criba sin más.

En los tiempos en que se separaba el grano de la paja con el bieldo (aventaba, o beldaba, con el bieldo) el espajado era lo que hacía el viento: separar el grano y la paja. Pero el viento no distingue entre grano y paja, sino que lo hace a peso. Por eso no distingue el grano de las grancias (granzas para otros).

Las granzas no son ni más ni menos que los nudos de las cañas del bálago y trozos de espiga sin trillar. O sea, las grancias y el grano caen juntos y para solucionarlo estaba la criba: había que acribar.


Especialistas -hermanos Busto- separando los garbanzos de las granzas: acribando.
Pude ser yo, pero no, son dos primos míos.
Para acribar eran necesarias dos personas, una que sujeta la criba entre las manos y va dando movimientos de vaivén (zarandeo) y otra que con el badil iba añadiendo a medida que la criba quedaba vacía (no siempre hubo cosechadoras).


Criba para garbanzos o cribón. Los agujeros de mayor diámetro.
Criba para garbanzos, también llamada cribón: la misión de esta criba era similar a la que acabamos de describir. Había una diferencia: los agujeros eran de mayor diámetro como corresponde a la diferencia entre el grano de trigo y el garbanzo.

Con los, posiblemente, dos últimos maestros en el manejo de la criba de la foto (hermanos Busto) me parece que sobran explicaciones.

Como final: criba es el nombre genérico con el que se definen una serie de artilugios para la era, pero según su utilidad tenía un nombre propio. O sea lo que el señor Godofredo tiene en su mano: no es un cedazo -inútil en la era o buscando tesoros- sino la criba de separar el grano de las granzas: acribar.

Nota a la criba: Para cribar tierra, o tesoros, las cribas que se usaban eran de alambre.

Y con esto espero que el "experto" doctor aprenda (falta le hace) lo que eran las cribas y otros útiles sobre los que volveremos SDQ.

Sólo añadir que el zarandillo no era más que una criba, una zaranda, un garbillo… sólo que más pequeño “Me hace andar como un zarandillo” venía a decir que le hacía andar de un lado a otro y además rápido como corresponde a la criba–zarandillo que por ser más pequeña debía moverse rápidamente.

Y ya que, de pasada, más arriba hemos hablado sobre “pegar la hebra”, quiero remitir, a los posibles interesados, a “La Pizarra de Gaude” “Diccionario de Camporredondo”, para ver sobre el significado que en mi tierra tenía esta palabra.

Volveré si me dejáis pues, hay tela para cortar.
Camporredondo, 28 de febrero de 2015.

PD. Quiero lanzar, una vez más, un SOS en favor de una cultura que ya ha desaparecido y que si queda en manos de premios “nobel” que confunden lo que es una perdiz sobre un cabón (cabón error de imprenta: cavón) o una piedra, con carbón de piedra, pues a partir de unos pocos años la vieja cultura rural, a partir del siglo XXI estará toda basada en falsas y caprichosas interpretaciones. Por todo ello, ruego a prensa, radio, televisión y autoridades que velen por lo que en ellas se emite porque es por donde llega a todos los hogares, y si alguien no controla, la responsabilidad no será del que no lo entiende, sino del que lo publica.


Gracias en nombre de mi vieja cultura: la cultura rural.

lunes, 2 de marzo de 2015

La grama.

Nuestro sabio refranero, dice:”Hacienda, tu amo te atienda y si no que te venda”. También este otro: “El ojo del amo engorda el ganado”.

Apoyada en estas dos contundentes y sabias sentencias, vamos con la entrada de hoy.

Había una vez un terrateniente –que lo era por herencia- que dado que su progenitor la había dejado terreno suficiente, y muy productivo -sin más que preocuparse de observar el cultivo de lo heredado- para vivir desahogadamente, decidió fijar su residencia en la ciudad donde -eso creyó él- la vida era más alegre y cómoda, y podía disfrutar de su espléndida hacienda.

Para dirigir la heredad nombró un cachicán (encargado) para que tomara todas las decisiones necesarias para su buen funcionamiento. De esta manera, el “señor” sólo se ocuparía de recoger y administrar los cheques que del banco, con regularidad, le fuera remitiendo. La vida así sería más llevadera lejos del polvo, el barro, el calor, el frío, las tormentas... en fin todas esas calamidades, para él insufribles, que en el campo se padecen. ¡Esto es vida! comentó para sus amigos el nuevo y rico terrateniente.

La hacienda continuó su marcha bajo la vigilancia de su nuevo director: el cachicán.

Comoquiera que el terreno estaba bien cultivado, la primera cosecha fue espléndida, con lo que el heredero se encontraba todo ufano y orgulloso por la decisión que había tomado: él se pasaba la vida bien comido, bebido y distraído sin preocuparse de dar una vuelta por el pueblo.

Los obreros seguían con la rutina de arar y sembrar. Un día, el cachicán -que era nuevo en la heredad- observó cómo los obreros, siguiendo la tradición, unos araban y otros, con el garucho, recogían la grama y mantenían el terreno limpio de esta rastrera e indeseable planta. ¿Qué es lo que hacen ustedes? preguntó con mucha educación. Pues ya ve usted, lo que hacemos siempre: recoger la grama, respondieron los braceros. No, no, a partir de hoy se cultivará como yo diga, ¿no saben ustedes que eso es abono para la tierra? Queda terminantemente prohibido el uso del garucho en estas tierras. Y así se hizo.

Así las cosas, las cosechas fueron disminuyendo paulatinamente, hasta que pasados unos (pocos) años el amo se vio en la necesidad de ir rebajando su nivel de vida pues los cheques cada vez eran más raquíticos y ya no daban para tanto.

El heredero llamó al encargado a su refugio en la gran ciudad y quiso saber por qué los cheques habían ido disminuyendo de forma tan alarmante.

Mire usted señor: no sé lo que ocurre, pero el terreno ha sido invadido por una extraña planta que le convierte en un prado y no deja crecer la semilla. Yo le sugeriría que, si usted lo cree conveniente, vendiera la heredad antes de que sea tarde.

El "señor" lo pensó un momento y le dijo al cachicán: creo que tiene usted razón, antes de que los agricultores vecinos, posibles interesados, se den cuenta de la baja productividad del terreno, póngalo usted a la venta y véndalo. Señor, respondió el cachicán, si usted me dice el precio yo intentaré venderlo al mejor postor. Y así lo hicieron, el hábil cachicán volvió al pueblo y al cabo de unos días reclamó una reunión de urgencia con el propietario: no he podido conseguir, dijo, el precio que usted fijó, pero si usted quiere, para evitarle incomodidades yo me quedaría con la heredad en… y rebajó el precio de salida. El comprador y el vendedor se pusieron de acuerdo y el, “listo,” nuevo propietario volvió al pueblo con la escritura bajo el brazo.

Reanudaron las faenas del campo y el amo dijo: desempolvad los garuchos y recoged la grama, démonos prisa que la sementera está al caer. Señor, dijo uno de los obreros, usted nos dijo: “dejad la grama que es abono para la tierra”. No importa lo que yo dijera, los tiempos han cambiado y hay que coger los tiempos según vengan.

Y colorín colorado… “Hacienda tu amo te atienda o si no que te venda” ¿está claro?

El otro refrán, “el ojo del amo engorda el ganado” viene a decir lo mismo. Pero ese lo dejamos para cuando el torpe y vago sea el ganadero y el listo, en vez ser el cachicán, lo sea el rabadán, y el terreno sea el rebaño de ovejas… ¡Ya me entendéis!


Camporredondo 22 de febrero de 2015