sábado, 28 de noviembre de 2015

Ruciniega

No tengo mucho que decir, pero sí quiero manifestar que si algún día (imposible para mí) yo llegara a ser experto en la narrativa de Delibes, pondría todo mi empeño en respetar el lenguaje de sus personajes y después averiguaría todo lo que pudiera para esclarecer aquello que, a mi modo de ver, y entender, no estuviera suficientemente claro.

¿Por qué digo esto? Pues por lo que vemos a continuación publicado en “Diccionario del castellano rural en la narrativa de Miguel Delibes, editados: uno por Fundación instituto castellano y leonés de la lengua y otro por ediciones Cinca; además de recogido en el glosario de Cátedra Miguel Delibes:

Ruciniega

LGNA p. 136
(...) que si quita los tábanos y las
ruciniegas, que zumbaban,
Ruciniega:
Mosca de caballo. (Miguel Delibes, 23 de julio de 2003)
Ruciniega:
No conocida en la zona. (Investigación de campo)

Para mí –que no ando sobrado de luces- esto no está suficientemente claro. ¿Que no sé lo que son los tábanos? Hombre, hasta ahí sí que llego: algunos me han chupado la sangre a lo largo de mi vida rural, y muchos he tenido que aplastar cuando sobre el pecho de mis machos parecían un enjambre ávido de sangre. O sea, el tábano es una mosca grande y muy molesta que chupa la sangre al rocín, al asno, al mulo, al ser humano y todo bicho viviente que se le ponga a mano y tenga sangre caliente.

Pero lo que no me queda claro es lo que sigue, “ruciniega: mosca de caballo”. Ante esto me pregunto: ¿será que hay un tipo de mosca especial de caballo? A partir de este momento pongo en marcha la máquina de pensar y recodar; y pienso y recuerdo: Pacífico Pérez llama ruciniegas a todas las moscas que zumbaban, porque se acordó de que las moscas molestaban mucho a los rocines (caballos). Pero si se hubiera acordado de que las mismas moscas molestaban también al asno (burro) o al mulo (macho o mula) pues las habría llamado de otra manera. De forma que llego a una conclusión: las ruciniegas de Pacífico Pérez son las mismas moscas que acuden, también, a chupar la sangre, y las legañas, a todos los animales, incluido el animal, del que decimos, racional. Así que no, no, las moscas son ruciniegas cuando se posan en los ojos, y otras partes, de los rocines (caballos y yeguas). Cuando se posan en el burro son asnales o borriqueras, etc.

Vamos un paso más:

Ruciniega: No conocida en la zona. (Investigación de campo)

¿Hay alguna parte donde no se conozcan las moscas? Sí, ya sé: “soy más pesado que las moscas”.

Otra cosa es que Pacífico Pérez, (“Las guerras de nuestros antepasados”) hablando con el doctor Burgueño López, llama ruciniegas –y tenemos obligación de respetarlo, como lo respeta Delibes- a las moscas que en otra parte decimos que son rociniegas (caballares) a las moscas que molestan, en ese momento, a los caballos. De la misma forma que rociniego es todo aquello que concierne al caballo. La silla de montar, por ejemplo, es rociniega.

Mi reflexión: los tábanos también son rociniegos (ruciniegos para Pacífico Pérez) y las moscas rociniegas (ruciniegas para Pacífico Pérez) no es una clase de mosca especial, sino moscas que molestan a los rocines, al ganado mular, y al asnal que engloba ya a todo tipo de animales.

A continuación me seco el sudor por el esfuerzo que me ha costado llegar a esta conclusión ¿habré acertado?

Y aquí sigo, en


Camporredondo a 11 de noviembre de 2015

sábado, 21 de noviembre de 2015

Trapunta

Trapunta, en el "Diccionario del CASTELLANO RURAL en la narrativa de Miguel Delibes”.

Sabéis que lo mío es preguntar (porque quiero, y me gusta, saber), por eso comienzo esta entrada preguntando: ¿Cuando vosotros encontráis un título así, qué palabras esperáis encontrar dentro del libro? Es que yo esperaba encontrar palabras del castellano rural que, además, estuvieran en trance de desaparecer.

Ojeando, ojeando el mal llamado diccionario del castellano rural, de repente, sentí una extraña sensación y… ¡zas! Enseguida me di cuenta del porqué del latigazo: el autor del librito había descubierto otra palabra que yo desconocía (desconozco muchas más). La palabra es: trapunta.

Como en mí avanzada juventud nunca la había oído, debo confesaros que lo primero que hice fue buscar y buscar la palabra entre quien debo hacerlo: los hombres y mujeres rurales, desde los más mayores hasta las más jóvenes, pero nada, que no había forma de encontrar la dichosa palabra rural.

Como el autor nos concede el privilegio, y el favor, de decirnos la obra de la que tomó la palabra, voy a mi alhacena y echo mano de 'Europa: parada y fonda' de Miguel Delibes. Efectivamente, allí, en la página 184 de 'obra completa, tomo 4, primera edición, ediciones Destino', anda el escritor que, en su viaje por Europa, ahora pasea por Italia. A partir de aquí ya es más fácil: buscar la palabra trapunta por el “castellano rural”, aunque parece que suena un poco a italiano.

Como esto ya es muy fácil, me voy al diccionario italiano y allí está: trapunta.

Y ahora, para ser fiel al autor, copiamos y pegamos, lo que encontramos en 'Cátedra Miguel Delibes', que también se encuentra en los libritos editados por 'Fundación instituto castellano y leonés de la lengua' y 'ediciones Cinca':

Trapunta
EPF p. 56

(...) la ropa tendida a sacar en la calle o la trapunta a airear constituyen la fe de vida del italiano humilde-,
Trapunta: Lo que no se lava. Colchas, mantas. (Miguel Delibes, 13 de agosto de 2003)

En entrevista concedida a Pilar Ortega Bargueño, publicada por el periódico “El mundo” el día 14 de octubre de 2007, Miguel Delibes lamenta (eso creo yo) el trato dado a las palabras que el escritor maneja a lo largo de su obra. Pregunta la periodista: “Jorge Urdiales recuperó en un diccionario los términos rurales que salpican sus novelas. ¿Teme que vayan desapareciendo?” Responde el escritor: “creo que lo de Urdiales es un poco prematuro. No subrayó mis subrayados. En ese diccionario hay palabras de pueblo y palabras de región. No todas valen, aunque casi todas tienen algún interés”.

Qué duda cabe que a la pregunta que, al parecer, Urdiales hizo al escritor sobre la palabra trapunta, éste contesta correctamente: “Lo que no se lava. Colchas, mantas”. Lo que no sabremos nunca es lo que hubiera contestado Delibes si le hubiera preguntado por la palabra trapunta como palabra del castellano rural. Bueno, yo creo que le hubiera dicho que trapunta está dentro de las palabras que no valen porque pertenecen a la lengua italiana.

Es por eso por lo que yo quise comenzar el escrito con el título del “diccionario” para después preguntar: ¿qué c… narices tiene que ver una palabra italiana en un diccionario del castellano rural?

Pero siempre queda aquello que dice: “no hay mal que por bien no venga”; que quiere decir que hasta de la mayor “burrada” podemos aprender. Esto es lo que me ha sucedido a mí con la palabra italiana trapunta, que al buscar su traducción al castellano (rural o no) me encuentro con que hace referencia a las ropas que cubren la cama: colchas, cubrecamas, edredones, hoy también nórdicos… en fin, un amplio abanico de prendas que no suelen lavarse al modo tradicional, de ahí que Delibes diga: prendas que no se lavan.

¿Por qué decía yo “no hay mal que por bien no venga?” pues porque gracias a Jorge Urdiales Yuste, autor del librito, yo he recordado la habitación donde mi abuela Martina (1878) tenía una preciosa cama con un corbetor. No, no me he equivocado, he querido decir y he dicho corbetor, porque así llamaban en aquel tiempo a lo que hoy ha llegado a ser un nórdico. Cuando hoy recuerdo la cama de mi abuela me parece estar viendo algo sublime, algo muy especial gracias al CORBETOR.

¿Quiero decir que aquella palabra era, y es, correcta? Quiero decir que dentro del lenguaje rural aquella palabra era, y es, correcta. Con ella se entendían cuando se referían al cubrecama o cobertor (cubierta de lo que sea, en este caso cama).

Cuando incluya en el “diccionario de Camporredondo” la palabra corbetor, siempre me acordaré que fue gracias al autor del “Diccionario del castellano rural en la narrativa de Delibes” el que la palabra no haya desaparecido totalmente del lenguaje rural. Quiero decir que cuando he querido poner a prueba a los “jóvenes”, de mi edad para arriba, sólo he conseguido que lo recordaran al nombrárselo yo. Hasta entonces a lo más que llegaban eran a cubrecamas o edredón. A partir de nombrar el corbetor, enseguia aparecían: mi abuela tenía… mí tía tenía dos camas con el corbetor…etc. Por todo lo dicho, y mucho más: ¡Gracias señor Urdiales! “No hay mal que por bien no venga”. Pero trapunta, en lenguaje rural, aunque sea en la narrativa de Delibes, no existe. Delibes ya se lo dijo: “no todas valen”.

Y recordando, recordando… me he acordado de la palabra corbetera (esta sí, la tengo recogida en el apéndice del “Diccionario de Camporredondo”) que se refiere a la tapadera de los pucheros de barro que hacían los cacharreros de Arrabal de Portillo, en los que se cocían nuestros gabrieles y patatillas… bueno, y más cosas.

O sea: corbetor = cubierta de cama. >Edredón.

Corbetera = cubierta de pucheros y cazuelas de barro. >Tapadera.

Trapunta = buscadla en el “Diccionario italiano”.

Seguiremos como podamos, con lo que podamos, en:


                                                                                            Camporredondo a 18 de noviembre de 2015

NOTA que creo tener la obligación de añadir a mis escritos: dado que un elevado porcentaje de las visitas a 'La pizarra de Gaude' procede de Estados Unidos, y dado que en Nueva York tiene sede Cátedra Miguel Delibes, quiero dejar constancia de mi total desacuerdo con el glosario de dicha Cátedra. El autor de dicho glosario tiene distinto nivel de lenguaje rural al que tiene este desertor de la esteva y la cayada. ¿Por qué será?



martes, 17 de noviembre de 2015

Cachar/cachear 2

No hace falta que me recordéis que, en anterior entrada, ya hemos comentado suficiente sobre esta palabra. Si insisto es porque este nuevo-viejo “diccionario” nos ofrece, como novedad, la mejora de algunas palabras.

El “Diccionario del castellano rural en la narrativa de Miguel Delibes” editado por ediciones Cinca nos repite –porque debe de estar muy convencido- que los surcos se cachean. Y nosotros repetimos todas las veces que haga falta; los lomos, o cerros, de los surcos no se cachean: se cachan. Tampoco me canso de decir que los surcos, además de no ser delincuentes, no esconden ningún tesoro. Por tanto es inútil y absurdo cachearlos (registrarlos).

Pero, además, sin que sirva de precedente, repetimos: el DRAE y este paleto estamos en total acuerdo, ved lo que dice el DRAE:
cachar1.
1. tr. Hacer cachos o pedazos algo.
2. tr. Partir o rajar madera en el sentido de las fibras.
3. tr. Arar una tierra alomada llevando la reja por el medio de cada uno de los lomos, de modo que, estos, queden abiertos.

De forma y manera que, cuando hablemos de abrir surcos, tueros, patatas… diremos cachar. Pero si queremos registrar a algún posible ratero diremos... ¿qué diremos? Pues eso: cachear.

Reitero: nuestro nivel, en cultura rural, es tan pobre, que si alguien no frena la propagación de libritos como éstos que ahora nos ocupan, en pocos años habremos trastocado totalmente el sentido que tenía el lenguaje de nuestros abuelos.

En la mejora que el “experto” añade, en el librito editado por ediciones Cinca, a la palabra cachear, reconoce que en Castilla se dice cachar. Entonces yo digo... ¡joder! si ahora has descubierto que en Castilla se dice cachar ¿por qué sigues diciendo cachear? ¿No dices que es un “diccionario” del castellano rural? Entonces lo correcto será recoger lo que en la Castilla rural se dice… ¿o no? Sin embargo sigue insistiendo en que “También se cachea la tierra cuando está de barbecho, para quitar el forraje y mantenerla limpia. En la actualidad se hace con la binadora. Y, como siempre, añade la tan socorrida… (Investigación de campo).

Bueno, creo que ha quedado claro que, en Castilla, se cachaban los surcos: no se cacheaban.

Nos queda por decir que el arado tradicional para esta operación era el romano. Esto era en tiempos en que Delibes escribió “Viejas historias de Castilla la vieja” (años 1960). En la actualidad, nos dice el experto en Delibes, que se hace con la binadora; y sigue con su… (Investigación de campo). 

Bien. Como lo mío es aprender, yo rogaría al señor Urdiales que me diga qué tipo de arado es la binadora ¿es otro de los arados descubiertos en sus investigaciones? Digo esto porque yo conozco la binadera como herramienta manual para distintas labores (ya lo publicamos en “La pizarra de Gaude"), y el binador (también publicado), arado de tracción animal, con el que se binaba, pero la binadora no sé lo que será más allá de la persona que bina.

Hasta aquí estamos intentando hablar en el lenguaje que Delibes usa en su narrativa. Por eso nos referimos al arado romano, al binador, a la binadera, etc. pero si lo que queremos es documentarnos sobre los métodos agrícolas actuales será otro tema del que yo –entrado ya en edad- me retiro. Eso deben escribirlo los jóvenes (los pocos que quedan en el campo). Porque, efectivamente, hoy a la binadera la llaman binadora y el binador de mi época tampoco tiene nada que ver con el actual. De manera que, yo creo, debemos ceñirnos al tiempo en que Delibes escribió. Y en aquel tiempo se cachaba el surco con el arado romano, hoy se cultiva de distinta manera. Dudo que hoy se cache el surco para tapar la semilla, como tampoco para eliminar las malas hierbas.

Quiero insistir en la admiración que siento por el señor Urdiales. No, de nuevo repito que no es admiración por su obra como experto en Delibes, no. Mi admiración va por el valor que este señor demuestra al ponerse delante de una cuartilla, un micrófono, un público o una cámara de televisión, desconociendo total y absolutamente aquello sobre lo que pretende disertar. Supongo que ya tendrá reservada, en alguna de las entidades que le siguen (periódico El Norte de Castilla, Cátedra Miguel Delibes. Fundación Miguel Delibes, Fundación instituto castellano y leonés de la lengua, Ministerio de incultura rural, Diputación provincial de Valladolid… etc. etc.), alguna medalla del mérito al valor: a la osadía.

Y aquí me tienen ustedes: pobre paleto, y analfabeto, contra toda la cultura académica… Bueno no, no es cierto: en contra de todo el analfabetismo rural. Es que no es lo mismo.


Camporredondo 29 de julio de 2015

martes, 10 de noviembre de 2015

Lecherines 2

Lechinterna (lechetrezna) al borde de la carretera de Montemayor de Pililla al área recreativa de Fuente Mínguez.


Comienzo con una fotografía de la lechinterna (lechetrezna), a la que NO se refiere Delibes en “Las ratas”, porque una cosa es la ignorancia, sin más trascendencia, y otra la que puede tener repercusiones graves para la salud.

Digo que es a la que NO se refiere Miguel Delibes porque doy por sentado que es la que pertenece a la zona en la que Delibes sitúa la novela. Los lectores saben que Miguel Delibes concibió la idea de escribir “Las ratas” en un viaje al santuario de El Henar (distante de mi pueblo escasos 15 km) donde le hablaron de los topos (ratas de agua), de su captura para la venta y consumo en las cocinas de la zona.

Si tenemos en cuenta que por esta zona, en aquel tiempo, había agua por cualquier cauce o arroyo, es fácil deducir que este tipo de roedores abundaba: doy fe de ello. Y de ello he hablado en la entrada a “La pizarra de Gaude” que titulé “Los toperos”.

Si, como parece, es en esta zona donde localizó su obra maestra, tengo que admitir, y admito, que Delibes nunca nos habló de la lechinterna (lechetreza) de la fotografía porque esta planta, una vez más, digo: los conejos nunca la han comido, porque de haberlo hecho, habrían muerto: es tóxica. Lo que acabo de decir, el escritor también lo sabía.

Lecherines
LR p. 130
Con el alba abandonaba la cueva y pasaba el día cazando lagartos, recolectando manzanilla, o cortando lecherines para los conejos.
Lecherina: n.f. Planta glauca, con cepa leñosa pero endeble y flores de color amarilloverdoso dispuestas en umbela. Vive en cunetas, ribazos y baldíos y florece a principios de primavera. Sinónimos: chirrihuela, lechetrezna, lechera, lecheinterna, leche de brujas. (Diccionario del Castellano Tradicional)
Lecherines: Forraje para los conejos parecido a las mielgas, de color muy verde y de
flor amarilla, que al quebrarla saca un líquido parecido a la leche. También llamada "lechinterna". (Investigación de campo)
LM p. 102
Cada mañana, Juan llevaba al conejo su ración de berza y de lecherines.

Estas acepciones están escritas en los dos libritos, mal llamados diccionarios en la narrativa de Miguel Delibes y en Cátedra Miguel Delibes. Dígame usted, con estos avales… ¿quién no cree que la lechinterna es un alimento conejil?

Es posible que haya –en alguna parte- otro tipo de plantas también llamadas lechetreznas, y hasta puede ser que sean un buen alimento para los conejos, pero éstas de “Las ratas”, ni son alimento para los conejos, ni Delibes lo dijo en ninguna parte. Por tanto, yo rogaría al autor de estos desaguisados que acompañe una fotografía que justifique lo que dice o que retire que lecherines es la planta “también llamada lechinterna. (Investigación de campo)”. Supongo que no habrá mucha dificultad para, allí donde se informó, obtener un soporte fotográfico. ¡Estamos hablando de una planta tóxica!

Como comentario final digo: hay un amplio grupo de plantas que pueden ser consideradas lecherines, y que a los conejos satisface grandemente, que no me atrevo a dar ningún nombre. Pero lo que sí digo, con toda rotundidad, es que ninguna es llamada lechinterna. Lechinterna es la de la foto y es VENENOSA.

Sólo añadir que, en los pueblos, a nadie se le ocurre dar una planta verde mientras contenga agua porque, fermenta, se les hincha el bazaco y… ¡zas!



Camporredondo 6 de octubre de 2015

martes, 3 de noviembre de 2015

El matacán de los majuelos de La Gamarra

Desde que comentáramos la entrada “Enmagrecer” (10-5-2014), donde hicimos mención a “El matacán del majuelo” (“Viejas historias de Castilla la vieja” de Miguel Delibes"), no he dejado de pensar en los puntos coincidentes en los dos casos: el narrado por Delibes y el acaecido en Camporredondo allá por los años 30 ó 40 del siglo XX.

Ha sido esta noche –al llegar a cierta edad dicen que se duerme menos- que, en mí duermevela, ha vuelto la liebre a correr por los majuelos del camino Entrecarreras y las laderas de La Gamarra en dirección al Hoyo Simón y al Monte Arenas: su perdedero natural.

Comparando “El matacán del majuelo”, “Viejas historias de Castilla la vieja” de Delibes, con el matacán de las viñas y las laderas de la Gamarra de Camporredondo, mi pueblo, veo que son dos gotas salidas por la misma espita. Vean si no:

Fue aquella noche, otra más, en que al margen de la partida de cartas para dirimir quién pagaba la envuelta (botella, con caña de paja) de vino tinto con gaseosa, más los cacagüeses (cacahuetes) se entabló la tertulia (afortunadamente no había televisión) que solía seguir a la partida. Félix García, entre risas y rascadas de la calva bajo la boina capona, tomó de nuevo la iniciativa para revivir la historia del matacán de los majuelos de La Gamarra y La Cal.

Mi jovencísima azotea (no más de seis años) que, en aquel tiempo, se mantenía despejada y ávida de almacenajes, estaba atenta a cada detalle del curioso caso del matacán de los majuelos del camino Entrecarreras y La Gamarra.

Félix no contaba nada que los demás no supieran, pero cada uno iba añadiendo anécdotas sobre las peripecias persiguiendo a la liebre que tomaba el pelo a todos los galgos y galgueros habidos y por haber.

Después de tomar el pelo a todos los galgos del pueblo, al matacán de Camporredondo no le asustaba volver al sitio de costumbre. Todo podía ser otra carrera más. Hasta me atrevería a afirmar que para la liebre era como un juego en el que siempre llevaba los mejores triunfos, o casi todos ellos.

El caso del matacán fue tomado como un reto entre la liebre y los galgueros del pueblo.

Bonifacio Alonso, en adelante tio (tio, sin acento ortográfico) Alonso que era como se le conocía, tenía el mejor galgo que jamás se hubiera conocido -eso decían- en todo el contorno.

El tio Alonso, además de ser guarda del campo, era el más experto cepero y lacero. Allá donde colocara su trampa no fallaba, ya fuera el cepo o el lazo.

Decía que los galgueros del pueblo, dado que el matacán parecía mofarse de sus perros, recurrieron al tio Alonso para acabar, de una vez por todas, aquel reto que no podían tolerar por más tiempo. Acordaron ver correr al mejor galgo conocido detrás de la liebre más fuerte y astuta que jamás pateó el término de Camporredondo.

Así fijaron el día y la hora del lance. Como la liebre se lo tomaba a chufla, sabían que ella no fallaba… y no falló: allí estaba. Levantado el matacán, el galgo, entre las cepas, se lanzó tras de la liebre y, si bien al principio creyeron que la daría alcance -llegó a estar a dos palmos del rabo- cuando le liebre puso sus cuatro patas en la ladera, el galgo y los galgueros, otra vez más, se quedaron con dos palmos de narices. Se buscaron mil excusas: que si el galgo estaba frío… que si tenía las patas aspeadas… lo cierto es que repitieron la intentona y la liebre también la repitió: no había forma de darle caza.

Programaron un tercer y tramposo lance. Esta vez serían los galgos y dos escopetas las que se encargarían de lavar aquella afrenta.

Una de las escopetas se situó en el cerro de las laderas de La Gamarra y la otra entre los pimpollos del perdedero natural. Pero la liebre, además de tener unas patas dignas del mejor atleta leporino, también debía de tener vista de lince. Total que al primer escopetero le guipó y como su problema no era recorrer unos metros más o menos, dio un pequeño rodeo dejando al cazador “a verlas venir”, mejor dicho: a verla ir. La liebre enfiló hacia el Hoyo Simón y desde allí al perdedero natural en El Monte Arenas. El animal no pudo ver lo que había tras aquel pimpollo y fue allí, cuando ya pisaba su terreno más seguro, cuando asomaron los caños de la paralela y con dos disparos se acabó el mito: allí quedó sellada la historia del matacán de los majuelos del camino Entrecarreras al que sólo con trampas pudieron derrotar.

No puedo decir donde se guisó y comió: no me acuerdo. Lo que si os puedo asegurar es que la liebre se comió (¡no faltaría más!) por mucho que supiera a bravío; con arroz o alubias seguro que fue un banquete para sus cazadores.

Diferencias -si hay alguna- entre “El matacán del majuelo” de Miguel Delibes Y el matacán de los majuelos del camino Entrecarreras de Camporredondo:

El majuelo no era el del tío Saturio. Los majuelos eran de varios dueños en el pago llamado La Gamarra, al norte del pueblo, en el espacio que hay entre la cañada de Carramambres, el camino de La Parrilla y el camino Entrecarreras.

El matacán es una liebre muy baqueteada, corrida muchas veces, grande y fuerte: muy difícil para los galgos. Ya hemos dicho que la liebre no encamaba en el majuelo del tío Saturio, sino en los majuelos de varios dueños. No subía por el Otero del Cristo, sino por las laderas de La Gamarra. El perdedero natural de la liebre era el Monte Arenas, monte lindante con el Hoyo Simón, que, por comparación, podíamos decir que fuera la vaguada de la que nos habla Delibes. ¿Los nombres de los escopeteros? lo siento: no me acuerdo. Aunque sí dijeron el nombre del matador. El nombre de los galgos tampoco me acuerdo. Pero puedo asegurar que ninguno era del Ponciano. Ponciano era taxista en Valladolid por aquellos años y no sé que nunca fuera galguero ni cazador. Sí pudo saber la historia (incluso pudo haber participado como espectador) del matacán del los majuelos del camino Entrecarreras. La historia fue muy comentada por todo el contorno y él venía por el pueblo con cierta regularidad.

Ya hemos dicho que el galgo era del tio Alonso, a su vez guarda del campo, lacero y cepero donde los haya, y no el lebrel de Arabia de don Benjamín. Los galgueros y simpatizantes no corrían en el caballo inglés llamado Hunter, la gente se limitó a contemplar la carrera desde el camino Entrecarreras o sus proximidades.

Desconozco si el caso llegó hasta el púlpito, si os puedo decir que el matacán llegó a estar considerado como caso por encima de lo normal (no me atrevo a decir sobrenatural).

Y nada más. Puedo dar, y doy, los nombres habituales de los participantes en la tertulia en la que, entre otras tantas anécdotas y curiosidades, comentaron sobre la superliebre: el matacán de los majuelos de La Gamarra. Ahí van los nombres:

Moderador Félix García como ponente del caso. Tertulianos: Severiano Sastre, Dalmacio Busto, Maximiliano Noriega, Rufino Busto, Germán Matesanz (hermano de Ponciano) y Gaudencio Busto como dueño de la cantina. Sé que eran más pero para serle fiel al caso debo decir que no me acuerdo, han pasado casi 70 años y la grabación debe estar muy al fondo del disco duro que lo soporta.

Quede para el recuerdo el matacán de los majuelos de La Gamarra, así como los propios majuelos desaparecidos en los años 50 y 60 del siglo XX por su baja rentabilidad. De ellos quedan poco más que los recuerdos: quedan algunas cepas viejas y abandonadas de tiempos de miseria, pero tiempos en los que los habitantes del pueblo comentaban sus cosas en tertulias de cantina, en solanas, o en las noches serenas del estío castellano. Tertulias que se formaban en las puertas de las casas. No tengo que decir que en aquellos años no había en el pueblo ni un solo aparato de radio y la televisión era un objetivo a muy largo plazo.

La tecnología (fotografía) nos permite aproximarnos a la realidad física del entorno en el que transcurrió la historia del matacán de los majuelos de La Gamarra al norte de Camporredondo y a pocos cientos de metros del pueblo.

Sólo añadir que el número de majuelos en aquel tiempo era considerablemente superior al que muestra la fotografía. El llamado progreso fue acabando con los majuelos y las bodegas en las que se conservaba su fruto.


Camporredondo, 24 de julio de 2015.