domingo, 17 de diciembre de 2017

A mi fiel amigo Boli (segunda parte) 15 de diciembre de 2017


Primera noche sin ti

Así sucedió: mi amigo llevaba ya unos días que no se encontraba bien. Aun así sus demostraciones de cariño para con nosotros, nunca faltaban. Pero día a día sus fuerzas le abandonaban. Un día, “Boli hoy no ha comido”, dijo su amiga. Pero bueno, puede ser, como ya había ocurrido más veces, que haya comido más de la cuenta: mañana seguro que estará bien. Pero al día siguiente tampoco parece que se animara. Lejos de eso ya sólo bebía agua. Él seguía acudiendo a darnos sus besos, hasta que esta mañana acudió a recibirme a la salida del elevador, pero sus patitas ya no le permitieron despegarse del suelo y tuve que ser yo el que, dentro de mis limitaciones, me agachara para hacerle mis acostumbradas caricias. Caricias a las que ya no pudo responder metiendo mi mano dentro de su boca y lamiéndome para demostrarme su cariño.

Por la tarde, aprovechando que está en el pueblo César –hermano de su amiga-, y Rafi, su señora, pedí que hicieran el favor de llevar a Boli a la clínica en la ciudad. Llamé, concertamos hora (las cinco y media). A las cinco menos diez Boli  salió de casa en brazos de Rafi y fue la última vez que yo le vi.

Al salir de casa quise ponerme a leer para hacer más corta la espera pero… no podía. Mi vista pasaba por encima de las letras, pero en mi mente siempre está mi amigo Boli. A las siete, pereciéndome que se retrasaban, llamé, cogió el teléfono César para decirme: ya ha terminado.

Boli: me has jodido, me has dejado hecho un trapo. ¿Sabes lo que hice cuando me lo dijeron? Pues verás: pegué un grito que, a pesar de que tú sabes que tengo, también, la voz atrofiada, pegué un grito que si tú no lo oíste sería porque estabas en la ceremonia de bienvenida que te estaban dando en el cielo de los BOLIS. Y lloré, lloré mucho, y me enfadé, me enfadé mucho. Fíjate si me enfadé, que me enfadé hasta con Dios. Pero bueno, no te preocupes, porque si hay Dios, tiene que tener un corazón como el tuyo y seguro que me comprende.

Y quiero decirte una cosa: hablé contigo después, tú no me contestabas, pero yo te hablé mirando, desde mi sillón, hacia la izquierda que es donde seguía tu camita, pero ya… vacía para siempre.

Después me dediqué a buscarte un alojamiento cerca de mí, a escasos dos metros de la cristalera donde tú sabes que hago mis pequeñas cosas en esto que llaman ordenador.

Cuando llegaron contigo ya habían pensado donde ponerte definitivamente, sin saber que ya tenías tu sito cerca de mí, y dije: ahí, delante de la jardinera de terracota, en el corral. Ése es el sitio de Boli, ahí podré darle los buenos días cada mañana aunque sé que no me vas a contestar porque estás en el cielo, y todavía no hay línea directa.

En la clínica les dieron una caja para ti. No quise verla, tu cama para siempre ya estaba decidida y cuando tu amiga habló de ella dije: mi amigo no estará en contacto conmigo, pero sí quedará envuelto en algo que me haya pertenecido. Y así fue: tu amiga te envolvió, con mucho amor, en una prenda de vestir mía, te di un beso y ella te depositó en tu última morada, desde donde nunca nos veremos pero nos sentiremos cerca. Así hasta que Dios quiera.

Descansa en paz querido Boli.

16 de diciembre de 2017.



sábado, 16 de diciembre de 2017

Gracias a la palabra raer...

… los amantes del lenguaje rural y la obra de Miguel Delibes hoy tenemos un pequeño, o gran, motivo para el regocijo. Vamos con ello.

Raer
CH p. 146
Pero tan pronto cede el calor, el pino negral empieza a raer.
Raer: 
Perder resina. (Investigación de campo)

El “experto” en temas rurales y narrativa de Miguel Delibes –que ahora imparte clases por radio-, nos dijo en el glosario de Cátedra Miguel Delibes y en el primer librito que lanzó al mercado, editado por  “Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua” (¿?),  lo que acabáis de leer.

Con el paso del tiempo, el mismo señor, -que ya había leído alguna aclaración- quiso remediar, pero sin corregir (rectificar, según dicen, es de sabios), y en su segundo librito de “experto”, -esta vez editado por ediciones “Cinca”-,  nos envía su, nueva, versión:

Raer
 CH p. 146
Pero tan pronto cede el calor, el pino negral empieza a raer.
Raer: Perder resina el pino que recogerá el resinero con la raedera. (Investigación de campo)

Subimos de nivel, y en la radio, hoy, 25 de octubre de 2017, cuando son, aproximadamente, las 19 horas y 15  minutos, se oye y escucha: 
                                       
Buenas tardes. Un pino negral, el… famoso pinus panister, (él dijo panister, ¿será otra clase de pino?) es el pino resinero, pero que no da piñones. Abundantísimo pues, por ejemplo, en la provincia de Segovia y de sobra conocido por Miguel Delibes. Aparece, entre otros, en su libro “Diario de un cazador” cuando relata que comieron en la cotarra “San Crispín” y que, desde lo alto se dominaban los bosques de negral. Al pino negral se le ha vuelto a extraer la resina, parece que vuelve a ser rentable. Aumentan en los últimos años grupos de pinos negrales con su pote, bajo la entalladura, mientras el pino llora su resina lentamente. Como se sabe la mayor parte de la resina caerá al pote, dentro, pero otra poca se quedará pegada a la entalladura antes de entrar en el pote. Pero aquí nada se pierde, el resinero acudirá a sus pinos negrales y con un utensilio que llaman raedera irá rascando esa resina pegada a la entalladura. “Bosques de negrales quiero, que embellecen el paisaje y, ahora, vuelven a dar dinero”.

Lo primero que quiero y debo decir es que, según Delibes -a pesar de que calor pertenece, eso creo, al género masculino- Mariano Sastre dice al escritor: “Pero tan pronto cede la calor (…)”.

Podemos observar que el experto en temas rurales y narrativa de Delibes, aprovechando que “el Pisuerga pasa por Valladolid”, sin venir a cuento quiere demostrarnos que sabe lo que es raer  y nos suelta lo que ya ha aprendido –aunque aún desconoce que en la misma operación  es necesario el paraguas-. Pero se niega a corregir lo que dijo sobre la palabra raer cuando no sabía. Lo que dijo entonces lo podéis ver más arriba, y lo que  ahora dice, lo hemos comentado hace poco:

Como se sabe la mayor parte de la resina caerá al pote, dentro, pero otra poca se quedará pegada a la entalladura antes de entrar en el pote. Pero aquí nada se pierde, el resinero acudirá a sus pinos negrales y con un utensilio que llaman raedera irá rascando esa resina pegada a la entalladura”.

Como vosotros sabéis mejor que yo, la operación de acudir con la raedera al pino y rascar la resina adherida en la entalladura, se llama RAER y es la última operación que el resinero ejecuta en la temporada, excepto el año que tocara recoger el sarro.

O sea que, al “experto”, le queda por aprender que el pino negral o resinero no es “el famoso pinus panister”, sino el pinus pinaster. Si la palabra hubiera sido escrita podríamos decir que ha habido un baile de letras o quizá un error de imprenta, pero no, en el lenguaje hablado no se da esta posibilidad; sencillamente… ¡no lo ha oído nunca, lo desconoce!

Así que… decía yo al principio: regocijémonos porque los “expertos”, aunque públicamente siguen sin reconocer el error,  hoy saben que RAER no es "perder resina", sino otra de las operaciones que el resinero le hace al pino negral o resinero (PINUS PINASTER), para extraer su resina.

Camporredondo, 2 de noviembre de 2017

Firma el pastor, amigo del resinero.

sábado, 9 de diciembre de 2017

Palabra olvidada

Restranco

Suena el teléfono. Maribel atiende la llamada. Es su hermana la que llama "(…) ¡ay hija, no me queda ni un restranco!"

 Me cabrea que una de las palabras que más habré usado, sobre todo escuchado, -por aquello de que carecíamos de casi todo-, se me haya escapado sin incluirla en el “Diccionario de Camporredondo”. 

En este mundo rural, esto es…

Restranco.- Porción mínima de la cosa. “¿Tienes perejil?, ¡ay hija, no me queda ni un restranco!". Es lo mismo que decir: no me queda ni pizca, mieja (miaja), no me queda nada.


Pizca sí la recoge el DLE, sin embargo restranco, que -en este mundo rural- significa lo mismo que pizca, no es tenida en cuenta.

Camporredondo, 5 de diciembre de 2017.

lunes, 4 de diciembre de 2017

Orillar

Entre las palabras que, en su momento, recogimos en el “Diccionario de Camporredondo” ya figura esta palabra. Porque no pensamos que la palabra orillar se encontrara en peligro, creí que con decir… ORILLAR.- Acercarse demasiado a la orilla” sería suficiente para darle el significado rural que pretendíamos. Ése era nuestro propósito.

Al decir "acercarse demasiado a la orilla", estábamos pensando en el carro circulando por la carretera polvorienta (carro y carretera polvorienta sí que han desaparecido) y en cómo, al arrimarse la rueda del carro al borde (orilla) de la cuneta, la rueda se hundía y el carro volcaba. Éste es el sentido que le dimos. Indudablemente, como veremos más adelante, la palabra orillar tiene un sinfín de acepciones, motivo por el cual hoy nos decidimos a profundizar un poco más.

Aproximadamente a las 19 horas y treinta minutos de hoy, 22 de noviembre de 2017, y escuchando un programa sobre el campo, habla el “experto” en lenguaje rural para aclararnos lo que significa la palabra orillar.

Oigo, y escucho, en la radio:

Buenas tardes. El miércoles pasado hablé del adverbio orilla, tan empleado por los mayores en Castilla y León. El de hoy es un verbo, el verbo orillar. De la misma vitalidad, creo yo, que la palabra del último programa. Leo en Delibes, que nos cuenta que el señor Cayo dio un rodeo para orillar los escombros. Vuelvo a leer esa misma palabra en “El hereje”  cuando dice que “después de orillar los bogales del camino -conforme a su experiencia-, el carruaje se detuvo ante la puerta de la parra junto al pozo. Orillar; es decir dejar a un lado, rodear. Es palabra esta que enriquece nuestro español, eso no cabe duda. Es palabra que, como tantas otras, deberíamos de seguir empleando. Olvidemos tanto anglicismo y palabras de fuera y mantengamos muestras viejas palabras de Casilla la Vieja como la de hoy: orillar.

Visto desde la perspectiva que acabamos de teclear, parece que debemos entender que la palabra orillar sólo nos sirve cuando queramos rodear los escombros y bogales por la incomodidad o el riesgo que implica intentar ignorarlos.

Indudablemente, si sólo pensamos en la palabra orillar como palabra rural y en el sentido que le da el “experto”…, ocurre como cuando yo la incluí en el Diccionario de Camporredondo: flaco favor la hacemos. Desde ese punto de vista el comentarista de la radio, y yo en el diccionario, parece que tenemos razón: habría que agradecernos que la tengamos por palabra en peligro de desaparición. Pero es que la misma palabra, orillar, tiene muchas más acepciones.

 Veamos:

Orillar: acercar a la orilla. Orillar: eludir, dar de lado un problema. Orillar: soslayar una dificultad. Orillar: reforzar el borde de una tela. Orillar: esquivar cualquier obstáculo. Orillar: dejar de lado lo que estás haciendo y dedicarte a otra cosa… en fin, echadle hilo a la cometa porque hay para dar y vender sinónimos de la palabra orillar. Repetimos que, si a la palabra orillar la encuadramos dentro del entorno del carro (cuneta, bogales, etc.) podemos decir que ya ha desaparecido por falta de carros, pero ahora hay otro tipo de vehículos que necesitan tener cuidado con no orillarse porque pueden volcar en la cuneta, atascarse en el lodo, o romper los bajos en los bogales. O como me ocurrió a mí, en mis años jovencitos, que por orillar la yunta con el arado al brocal del pozo, uno de los machos cayó dentro. Por cierto, la palabra bogales nunca la oí hasta que leí a Delibes y, parece ser que se refiere a terrenos con piedra a ras de tierra o muy somera (lo desconozco).

Resumiendo, la palabra orillar, en la narrativa de Delibes, tiene el mismo futuro que la recogida en el Diccionario de Camporredondo: ni hay carros para que orillen bogales o vuelquen en la cuneta, ni Señores Cayo para orillar escombreras. Sin embargo la palabra orillar seguirá usándose: así lo espero y deseo. Ah, y permitidme que de mi opinión: algunas opciones de la palabra orillar son estrictamente rurales, otras no. Así lo demuestran nuestros diccionarios desde el siglo XVIII al XXI.

Y ahora, orillamos la palabra orillar para seguir con otras cosas.



Camporredondo, 25 de noviembre de 2017