lunes, 23 de febrero de 2015

Los hermanos agricultores

En un rincón de Castilla, de cuyo nombre no quiero acordarme… ha muchos años, vivieron dos hermanos agricultores que tenían puntos de vista muy dispares en la forma de cultivar la tierra: uno aprovechaba la mínima ocasión para ponerse manos a la obra: arar y sembrar. Y el otro gustaba de hacer las labores sólo cuando el terreno estuviera en buena sazón, según su criterio.

Cuando terminaron las labores de era… recogieron paja y grano y barrieron la era, no quedaba más tarea que ir preparando la tierra para la siguiente cosecha.

Arando con el arado romano en El Henar.
Uno de los hermanos, sin pensarlo dos veces, unció los machos, cogió el arado de vertedera y salió dispuesto a voltear la tierra antes de que lloviera. Al salir, con la yunta, del corral, encontró al otro hermano que, extrañado, le preguntó: ¿pero dónde vas? A lo que el otro le responde: ¡joder! ¿No lo ves? Voy a arar. Pero hombre, ¿no ves que está muy duro el terreno? Te va a costar mucho levantar el rastrojo y levantarás muchos terrones. Si, contestó el otro, eso ya lo sé, pero cuando llueva tendré buena parte de la tierra preparada para sembrar. Yo no, dice el otro, prefiero esperar las lluvias de otoño y con buen tempero será más fácil.

De esta manera uno fue labrando despacito y el otro esperó la llegada de las lluvias de otoño.

Llegaron las lluvias y, pasados unos días, que parecía que ya no escamparía nunca más, los hermanos salieron a la puerta para observar el tiempo y uno dice ¡oye! ¿Qué te parece si enganchamos y vamos sembrando? ¡Quita hombre!, ¿no ves que está muy pesado? Ahora no se haría buena labor, espera unos días y verás que buena labor se hace. Bueno, bueno, dice el otro, aún así yo voy a ir sembrando.

Pasaron unos días y cuando, según el criterio de uno de los hermanos, el terreno estaba en su punto, el otro ya tenía todo sembrado. Más, hete aquí, que al encargado de abrir los grifos allá arriba se le ocurrió abrirlos y se le debió de olvidar cerrarlos, de forma que cuando dejó de llover ya era tarde para la sementera.

Pasó el invierno, llegó y pasó la primavera y, llegó el verano. La cosecha del que sembró en su tiempo no debemos decir que fue espléndida, mientras que la del otro hermano encañeció (encañó) y se agostó sin apenas haber espigado.

Como la cosecha de uno de los hermanos fue muy mediocre, y había que sembrar para la siguiente y no habiendo ni semilla, ni para comprarla, el hermano cuyo granero estaba barrido se presentó en casa del otro y le dijo: ¿no podrás prestarme unas fanegas para la siembra? Es que como la cosecha ha sido mala no tengo semilla. Sí hombre, no faltaría más, y le dio el grano necesario para la sementera.

El invierno siguiente fue muy duro, sobre todo para las paneras barridas. No teniendo ya de donde echar mano, el de las paneras vacías volvió en casa de su hermano y dijo: mira a ver si te sobran unas fanegas que no tengo nada para que coman los chicos. ¡Pero hombre! dijo el otro ¡no creerás que yo iba a consentir que mis sobrinos pasaran hambre! carga y lleva al mercado lo que quieras. Como le parecía que su hermano no cargaba lo suficiente le animó a que llenara más talegas de grano, pues él tenía de sobra. Sí, le dijo el otro, pero es que no podré pagártelo. No te preocupes hombre, eso está arreglado, vamos a hacer una cosa: yo te doy el grano y tú me das un beso en el culo. Acepto, dijo el otro, no tengo otro remedio. Y así fue como cerraron el trato. El hermano le dijo, aprende: “Para no tener que dar a tu hermano un beso en el culo... siembra en blando y en duro”.

Moraleja: que cada uno saque la que crea conveniente, yo saqué la mía y no me arrepiento.

Camporredondo 18 de febrero de 2015

lunes, 16 de febrero de 2015

La muñeca


Con esta entrada –que dedico a todos los seguidores de “La pizarra de Gaude”- quiero rendir homenaje a las compañías de comediantes que, de pueblo en pueblo, paseaban su miseria emocionando y entreteniendo a la población rural. Ellos nos dejaban su arte y nosotros, haciendo un tremendo esfuerzo, nos gastábamos una peseta y con ello ayudábamos a mitigar el hambre a aquellas familias de artistas frustrados que paseaban su arte por las polvorientas carreteras de Castilla.

Quizás tuviera yo seis años (años 1940) cuando la compañía de “Cásper Ledesma” llegó a mi pueblo. Hizo su representación (dos días). No me acuerdo de la obra representada, (pudo ser “La malquerida”, “Terra Baixa”, “El Idiota”,”Marianela” o cualquier otra del amplio repertorio del teatro clásico con el que nos deleitaban). Pero sí recuerdo la poesía que un actor, -quizá el más joven- recitó para nosotros. Fue tal la emoción que sentí que me la aprendí de memoria (entonces mi disco duro estaba virgen y almacenaba todo lo que le echaban).

Pasaron los años y, cuando hace pocos comencé a teclear este artilugio, quise saber si en internet se diría algo del poema y la encontré. Por eso sé que esta preciosa poesía es de Vital Aza. No tengo ningún mérito en ello pero si quiero, como decía al principio, rendir un homenaje a aquellas familias que, careciendo de mejores escenarios, se acercaban hasta nuestros pueblos dejándonos lo mejor de su repertorio.

“Hoy echan comedias” se decía, y a la hora convenida cogíamos la silla y la peseta y allá nos presentábamos a ver las comedias.


Para los que no la hayáis leído aquí tenéis…

Lejos queda –afortunadamente- la imagen del niño pordiosero suplicando de puerta en puerta una limosna hasta lograr un trozo de pan con el que llenar su estómago. La posada la tenía asegurada: millones de lámparas “led” velaban sus sueños allá, a millones de kilómetros.
Camporredondo, 11-2-2015



Cuna y muñeca. (año 1931)
Muñeca y carretón (1931 y 1923)

La muñeca y el hogar




Muñeca comentando el expositor

miércoles, 11 de febrero de 2015

¿Dónde está el necio? ¿quién es el necio?

Aún teniendo algunas discrepancias con el autor del poema, siento la necesidad de enviarle un abrazo allá donde se encuentre el “niño de la Pizarra”.

El niño de la pizarra me contó como un día acudió a un taller para personas mayores -él quería ganarle al tiempo lo que otros le habían robado a él-.

En aquel taller de escritura -muy bien dirigido según me cuentan- un día pidió el profesor a sus alumnos que hicieran un escrito (poco importa ahora el tema elegido). Seguramente porque algo debería transmitir su autor, el trabajo fue expuesto en sitio que todos pudieran ver y analizar.

Estando en clase, el autor del trabajo (niño de la pizarra) escuchó lo que un verdadero necio preguntaba: “¿qué necio habrá escrito esto? no dejarán expuesto ese trabajo ¿no?, sería una vergüenza, ¡está lleno de faltas de ortografía!

Foto tomada el año 1948  (primer curso)
El autor sintió rabia, pero no dijo nada, consintió que aquel gusano siguiera royendo sus entrañas hasta que un día quiso contarle al viento sus penas, quizás con el ánimo de que algún día llegara hasta el, seguramente necio que se creyó príncipe de las letras, que no se paró a preguntar quién era el autor de aquel trabajo que quizá no entendía.

Fruto de aquel desencanto nació este sencillo –o no tanto- poema en el que Félix Sanz Toral narra lo que muchos niños tuvieron que hacer para subsistir en tiempos muy difíciles que los verdaderos necios no son capaces de entender:




LOS NIÑOS DE LA PIZARRA


Los niños que escupían
en la pizarra
son los niños a quien la guerra
robó su infancia.
Aprendieron a leer y escribir
con muchas faltas
el trabajo curtió sus cuerpos
y el sol sus almas.
En los días de invierno
van a la escuela
después la abandonan
en primavera.
Sus débiles cuerpos
trabajaron la tierra
para que hoy otros tengan
confort y riqueza
El alma en silencio
se queja de rabia
al ver a insensatos 
que necios les llaman.
Sin reparar cuales fueron 
sus circunstancias
sin valorar la sangre con que marcaron el camino
por el que otros avanzan.
Yo vi a los niños 
de la pizarra
escribir sus poemas 
en la tierra mojada
Y vi al viento ladronzuelo 
que los borraba
llevándose en su seno
los que más le gustaban.
Pasaron los años y al viento 
no le sirven de nada
y busca a sus dueños 
y se los regala.
A los niños les parecen sueños
sueños de hadas
mas son los poemas que un día escribieran 
en la tierra mojada
En la escuela de invierno se cuela el viento
por la ventana
para ver a sus niños de ayer
con arrugas y canas.
Con cariño les dice quiero que volváis
A vuestra infancia
os entrego vuestros poemas
a mi no me sirven de nada.
Yo vuestros versos cantaré 
dondequiera que vaya
fuisteis sembradores de amor
al venir el alba.
Otros en la oscuridad siembran 
odio y cizaña
ojalá su simiente entre abrojos 
y pedregales caiga.


Félix Sanz Toral:
Otro de tantos niños de la pizarra que, a ratos, pudieron acudir a la Escuela Nacional.

Un día en que yo animaba a Félix a que escribiera más, se prodigara más, (es lo que él quería) me dijo algo que me llegó al alma: “Gaude, no escribo porque pongo muchas faltas de ortografía”.

Aquello me llegó a lo más hondo de mi ser y reaccioné diciendo: Félix, si después de lo que ha llovido sobre nuestras espaldas, más sobre las tuyas (1935), tampoco se nos permite poner faltas de ortografía que alguien pare esto porque yo quiero apearme.

Conocí, corrí y jugué con muchos niños de la pizarra, entre ellos verdaderos catedráticos, aunque les faltara el título.

Camporredondo, 8 de febrero de 2015


PD. Nota aclaratoria para el erudito al que tanto molestaban las faltas de ortografía: los niños de aquel tiempo escupían en la pizarra para borrar lo escrito y secarlo después con un trozo de almohadilla que las madres preparaban y después poder seguir escribiendo con el pizarrín sobre la misma pizarra. El papel, señor erudito, escaseaba y quedaba fuera del alcance de LOS NIÑOS DE LA PIZARRA.