martes, 25 de agosto de 2015

Blegar y chinchatez

Para entendernos:

Las voces aparentemente elementales de un pastor, un caracolero, unos modestos labradores, un molinero, un capador, un piñero, etc. aparte su riqueza de expresión, que he procurado conservar intacta, (…).



Así comienza Delibes su garbeo por la Castilla rural. Así comienza Delibes “Castilla habla”. Pero parece que, o no leemos al escritor, o no entendemos nada de lo que tan magistralmente escribe.



Quiero comenzar haciendo un comentario dirigido a los que entienden a Miguel Delibes de forma distinta a este paleto que… ¡qué cojones sabrá este garrulo que teclea...! Pues lo que ocurre es que, cual Isidoro, llevo el pueblo escrito en la cara (ése es mi mérito).

Los millones de lectores que han tenido el placer de leer a Delibes -entre los que me cuento- saben, porque nos lo ha repetido una y mil veces, que él escribe de oído, que nos habla en el lenguaje que a él le hablan. Un poco más arriba lo vuelve a repetir: “he procurado conservar intacta su riqueza de expresión”. De ahí, deduzco yo, que el escritor jamás pretendió publicar un diccionario, sino hablar el lenguaje en que a él le hablan. Así se dan casos como: raer -“perder resina”-, acorrillar -“azuzaba un viejo macho acorrillando un majuelo…”- etc. etc. y ahora nos dice Jesús García Acebes que el agua blega y la buscan con un chinchatez ¿ no está claro que no es Delibes el que lo dice?

Bien. Esto no es lo que dice Delibes. En el primer caso es lo que, a Delibes, le dice Mariano Sastre. Tenemos, además, un título bastante sugerente: “Castilla Habla” ¿Qué quiere decir? Pues eso: así habla Castilla, así habla el castellano Mariano Sastre con el cronista en el Llano de San Marugán (entre Arrabal y Cogeces). ¿Debería corregir, el escritor, a Mariano Sastre? Pues, sinceramente, yo creo que no, y Delibes también lo cree. Sin embargo, aun no siendo correcta la definición, es la definición de Mariano Sastre a Delibes. Él lo dice, escribe de oído, y respeta lo que oye y escucha.

En el segundo caso el que habla es Eleuterio Cabrero (Tello Totorro) que dice, y dice bien: “está acorrillando un majuelo”. Pero cualquiera puede deducir que el majuelo se acorrilla con un macho y un arado, cuando lo cierto es que la cepa, la viña, el majuelo, se acorrilla con el azadón. Sin embargo la operación se facilita mucho si, previamente, se ara el majuelo. De forma que “Tello Totorro”, a pesar de estar arando, lo que en realidad está haciendo es acorrillando el majuelo, tarea que comienza con el arado y remata con el azadón. O sea, sólo se acorrilla la cepa con el azadón.

Usted, como yo, sabe que si Delibes se hubiera propuesto escribir un diccionario con el lenguaje rural, hubiera sido un diccionario impecable, pero tremendamente laborioso. Pero ése no es el propósito del escritor, sino mostrarnos cómo habla (se expresa) el mundo rural castellano.

Estoy seguro que Delibes no pensó en las consecuencias que esto traería. El lego, el falto de cultura rural, que no ha pisado un tomillo más allá de una vez que salió al campo de merienda, se toma “a pie juntillas” lo que el escritor escribe, sin darse cuenta que Delibes repite lo que la voz del campo le dice.

El gran mérito de Miguel Delibes es que fue recogiendo, acá y acullá, atillos sueltos que otrora sirvieron para atar los haces de mies, y con ellos fue tejiendo una celestial red que, ahora, si Dios no lo remedia, acabaremos por descomponer.

Desde la perspectiva del autor de los “diccionarios” -y sus incondicionales- y si alguien no lo remedia, el lenguaje rural va a ser transformado en algo que nadie supo cómo, ni por qué, se parece en muy poco al que hablaron nuestro abuelos y nosotros mismos.

Vendría como anillo al dedo –guardando las distancias claro está- la frase del político: cuando pase un poco tiempo al lenguaje rural no lo va a conocer ni la madre que lo parió. Pero no será culpa de Delibes, sino de los que no entendieron lo que el escritor decía.

Para todos los advenedizos que llegan hasta este mundo sin más pretensiones que servirse de él para medrar, repito una vez más: el lenguaje rural no tiene, y no creo que pueda tener, diccionario (olvidemos la academia cuando queramos expresarnos en lenguaje rural).

Comprométase usted, señor Urdiales, cálcese unas alpargatas y pise la tierra. Recopile palabras para editar un verdadero diccionario en la narrativa de Miguel Delibes, ¡sí! Yo, humildemente (ya sabe que mi "falta de cultura" hace que proporcione algunas variaciones fonéticas, tal y como usted dice en la página 159 de lo que usted llama “Diccionario del castellano rural en la narrativa de Miguel Delibes” y lo repite en la página 81 del último “diccionario”) le ayudaré y le estaré eternamente agradecido. Pero le anticipo que es -por lo que veo y leo- mucho más complicado que doctorarse “cum laude” en ciencias de la información.

Me atrevo a decir que editar un diccionario en lenguaje rural es imposible. Las palabras que deberían formarlo son libres, no se dejan encorsetar, viajan por la ladera, el páramo, se asoman por el cerral, saltan el cárcavo, tropiezan lo mismo con un cavón que con una piedra, sin convertirse en carbón de piedra, repullan cuando se ven amenazadas, se agavillan bajo la zarza, se amonan, gazapean para no ser vistas -nunca para cazar gazapos- otean desde el cabezo… en una palabra son rebeldes, son libres, que nadie ose encerrarlas entre dos piezas de cartón piedra.

Cuando el mundo rural se acabe –camino de ello vamos- las palabras rurales seguirán vagando del páramo a la vega por el bocacerral, y perseguirán a la perdiz por la ladera y correrán tras el gazapo entre los majanos y buscarán a La Régula, al Nini, al Senderines, al Mochuelo, a Paco el Bajo, al Picaza y su novia la Desi, al Tiñoso, a Azarías, al señor Cayo, a la Marce, al moñigo, a Tello Totorro, a Jesús García Acebes, a los hermanos Conceso y Alberto Gómez San José para que, como alfareros (cacharreros) que son, nos vendan un herradón de los de barro cocido (nunca de latón) que fabrican. También buscarán al tío ratero para que les invite a unas ratas de agua (topos de ribera) fritas. También buscarán a Pacífico Pérez para ver si han mejorado sus “careados” remolones. Y querrán saber qué fue de Isidoro, el niño que llevaba el pueblo escrito en la cara, porque todos los niños serán de ciudad. Y se pondrán a la sombra de los cipreses papujados de Cogeces de Íscar porque seguirán existiendo, aunque ahora nos digan que los cipreses del otro Cogeces, el del Monte, se secaron y hubo que arrancarlos. Y como tendrán mucho tiempo, correrán tras el matacán del majuelo hasta que la liebre escadere porque “encaderada” ya estaba -por eso podía correr- y seguirán acorrillando y visitarán la corta en el verdugal… en fin, todo menos quedarse esperando entre dos tapas de cartón piedra a que algún historiador se acuerde de ellas. Allí, entre los cartones que las cubrirían perderían su esencia y llorarían. Llorarían pensando en sus amigos: el pastor que no aceptaba que fuera lo mismo ubre que teta, el resinero que raía para despegar la resina de la entalladura del pino resinero (pinus pinaster) porque el que rae es él y no el pino, como dicen los modernos “diccionarios” hechos desde la ciudad. Y buscarán al guarnicionero que hacía colleras, collerones y también collarones con campanillas y cascabeles. Y cuando vaya anocheciendo se reunirán para llorar por su abandono, ya nadie las usará. Los últimos que lo hicieron fue para, sin entenderlas, darles un aire académico, como corresponde a la cultura avanzada de las grandes urbes. Ellas que estaban acostumbras a ir colgadas del yugo de la yunta, del telerín del carro, del horcate, de la alforja del pastor, de la azuela del resinero, del azadón del padre que no pudo traer sustento para sus hijos porque la pestaña estaba cubierta por una gruesa capa de nieve helada; y seguirán esperando en las solanas a que las mujeres se reúnan a remendar pantalones, coser calcetines o a hilar y tejer con lo hilado. Por el arroyo o el lavadero ya no andarán porque tanto uno como otro están secos.

Y es que las palabras rurales, que no entienden lo que es el progreso, no entenderán que ya no se las usa porque hubo unos señores que un día decidieron adaptarlas al progreso y las academizaron, las pusieron una camisa de no sé qué fibra y una pajarita y las encerraron en un lugar que llamaron RAE y las alejaron de sus dueños: LOS PALETOS RURALES.


Vamos con la palabra de hoy:

Blegar

Me sorprendió ver esta palabra recogida en Campaspero, pueblo cercano al mío, y no haberla oído nunca por estos lares. Fue por eso que pregunté y pregunté, sin obtener nada positivo porque nadie la conocía. Vía telefónica contacté con Julio César alcalde de Campaspero -hermoso pueblo- con la grata noticia de que, además de ser alcalde, es agricultor, y filólogo. También me puse en contacto con Oroncio Javier García Campo, autor de varias obras y de un trabajo sobre Campaspero y que titula “El habla de sus gentes”. Con ellos pude confirmar que de las dos palabras que yo seguía, había una -blega- que, efectivamente, en Camporredondo no se conoce pero en Campaspero se refiere a flojear, disminuir. Así da gusto.

Esto nos dice Oroncio en su “Campaspero. Léxico y forma de hablar de sus gentes” sobre la palabra…

Blegar:- Ceder, aflojar.”Empuja un poco más que ya blega”.

Sin embargo, lo que no nos puede decir, y no nos dice Oroncio es que, si blega el agua en Campaspero se secan los pantanos. Lo que dijo Jesús García Acebes es que si blega el agua se secan los pozos ¿cómo se puede entender que se secan los pantanos? Posiblemente el autor del desaguisado no sabe que hay una pequeña diferencia entre pozos y pantanos: en Campaspero sólo hay pozos. No quiero pensar en generaciones venideras que, animados por unos “libritos” caprichosos que alguien tuvo la osadía de editar y llamar diccionarios, se presente en Campaspero buscando los pantanos que, al parecer, otrora hubo en este pueblo.

Seguimos con la palabra chinchatez:

Comoquiera que esta palabra, recogida en el “Diccionario del Castellano rural en la narrativa de Miguel Delibes”, editado por Fundación instituto castellano y leonés de la lengua y en Cátedra Miguel Delibes, se me había “colado” sin comentar, y a pesar de que mi compromiso -aquí y ahora- era comentar las mejoras incluidas en el mismo diccionario editado, esta vez, por ediciones Cinca, quiero faltar a mi promesa -es un pecado venial- para comentarla ahora.

No es sorprendente (su autor parece convencido) que tanto en el diccionario editado por cualquiera de las dos editoras y en Cátedra Miguel Delibes, se diga lo mismo:

CH p. 69

Una vez vino por aquí un chalado con un chinchatez o sea una barra con unas valvulillas y unos contrapesos colgando (...)
Chinchatez: Término no empleado en la zona y definido por Delibes: "Barra con unas valvulillas y unos contrapesos colgando". (Investigación de campo)

Digo que no es sorprendente, porque denota que el autor no ha tenido contacto con el mundo rural ni en sueños. Supongo que para soñar condición indispensable es haber tenido alguna relación con lo soñado, y en esto creo que está claro que no hay contacto de ninguna clase.

Y, si es posible, vamos a razonar sobre la palabra: Jesús García Acebes trata de explicar a Delibes cómo un día apareció un zahorí tratando buscar agua. Como los útiles del zahorí no están definidos (no tienen nombre), Jesús empleó la palabra chinchatez, lo mismo que pudo haber dicho chisme, cacharro, artilugio, instrumento, etc. pero los útiles del zahorí no se llaman de ninguna de estas maneras. El zahorí se vale de unas varillas… un péndulo… una vara de olivo en forma de y griega, etc. de manera que Delibes nunca definió la palabra chinchatez “barra con unas valvulitas y unos contrapesos colgando”. El que quiso dejar sentado lo que era fue Jesús, que trató de dejarle claro al escritor los aparatos de los que el zahorí se vale para detectar posibles corrientes de agua.

El propio autor de los “libritos-diccionario” nos lo dice: “término no empleado en la zona”. Entonces pregunto: si el término no es empleado en la zona… ¿cómo debo entender que Delibes lo recoja en “Castilla Habla"? creo que hay una posibilidad: Jesús García Acebes usa esta palabra de forma circunstancial: para salir del paso, diríamos en mi pueblo. Con lo cual, yo creo, que si el autor estuviera al corriente del ambiente en el que se mueve jamás habría recogido en sus “libritos-diccionario” una palabra que no existe.

Que no existe esta palabra, ni siquiera en boca de Jesús, está claro, nadie la ha oído en el pueblo, ni su alcalde Julio César, ni el experto Oroncio Javier, ni la propia hija de Jesús García Acebes que jamás se la oyó decir a su padre.

Resumiendo: si pasado el tiempo alguien tiene el dudoso placer de consultar este “diccionario” dará por buena la palabra chinchatez pues, según su autor, Delibes la definió en “Castilla Habla”. Como de sobra es sabido que Delibes es una autoridad en el uso del lenguaje rural. habremos añadido una nueva palabra al lenguaje rural que sólo estuvo presente en la mente del autor de un “diccionario” que, si algo tuvo de rural, fue el pensamiento de elaborar unos diccionarios sin jamás pisar un terrón.

Final:

  1. En Campaspero nunca hubo pantanos. Por eso nunca pudieron secarse.
  2. En Campaspero sólo una vez, de forma circunstancial, se uso la inexistente palabra chinchatez.
  3. Delibes jamás definió el término chinchatez.
¿Hay quién dé más?

Camporredondo, 11 de junio de 2015

domingo, 2 de agosto de 2015

Cachaba/cachava

Cachaba
EC p. 206
Luego le dio a besar su mano y se alejó, apoyándose en la
 cachaba, 
cachava.
 
1.
 f. cayado (palo o bastón curvado en la parte superior).
cayado.
 (Del lat. caia, garrote).
1.
 m. Palo o bastón corvo por la parte superior, especialmente el de los pastores para prender y retener las reses.
Cachaba:
 Palabra inexistente con "b". Consideramos que es un error de imprenta. (Investigación de campo)
LR p. 31
(...)con una
 cachaba en cada mano,
LR p. 32
(...) clavó en el suelo una de las
 cachabas (...)
ET p. 81
(...) recostados en las
 cachabas,

Recogido en Cátedra Miguel Delibes, Diccionarios de castellano rural en la narrativa de Miguel Delibes editados por Fundación Instituto castellano y leonés de la lengua y ediciones Cinca.

Cuando cachemos patatas, tueros, surcos, etc. usaremos el verbo cachar:

Pretérito imperfecto o Copretérito
cachaba
cachabas
cachaba
cachábamos
cachabais
cachaban


Ahora que hablamos de “cachava” (cayada para los pastores), veremos que hablamos de algo distinto.

Vaya manera de complicar las cosas. Y lo más curioso, creo yo, es por no emplear la palabra en el lenguaje del que siempre usaba la cayada: el pastor.

En mi vida -como conductor de rebaño de ovejas- os puedo asegurar que conocí a bastantes pastores y, ¡qué casualidad! cada uno usábamos un palo, más o menos pulido, al que doblábamos en forma de arco en uno de los extremos y lo llamábamos… ¿cómo lo llamábamos? Pues eso: cayada. Seguramente -mejor digamos es posible- que a algún culto señor se le ocurriera que  aquella palabra sonaba demasiado rústico y, para destacar, dijo: esto se llama cayado, palo, bastón, garrote, báculo y vaya usted a saber de cuantas maneras más. Todo menos cayada que suena a paleto.

Aquí tienen una muestra que avala lo que digo

Dice el DRAE:

cayada.
(Del lat. caia, garrote).
1. f. cayado ( palo o bastón).

cayado.
(Del lat. caia, garrote).
1. m. Palo o bastón corvo por la parte superior, especialmente el de los pastores para prender y retener las reses.

Como veis cayada no tiene definición. La definición hay que buscarla en cayado que, como vemos, nos dice que es “especialmente el de los pastores”. De paso quiero añadir que servía para muchas cosas más que para sujetar a las ovejas.

Ya saben que lo que quiero es aprender. Entonces, pregunto: si el cayado es especialmente el de los pastores, y éstos, los pastores digo, hace muchos, muchos años decidieron que se llamaba cayada ¿quién debe decidir el nombre?

Esto me recuerda –más de una vez me ocurrió- que cuando el sujeto se creía por encima del nivel del pastor y su rebaño para abrirse paso entre las ovejas lanzaba puntapiés -mejor diré coces o patadas- a la vez que gritaba ¡aparta ovejo! Una vez le dije a uno de estos "intelectuales": “¡eres tan bruto, tan torpe, que no sabes que son ovejas!

Resumiendo: ya sabemos que la palabra proviene del latín caiado-caiada, pero también sabemos que el latín no es idioma muy al uso corriente. Es por eso por lo que reivindico la palabra cayada en castellano, porque fue mí  (y de todos los pastores que conozco) útil de trabajo.

En fin que yo decía hace un rato que vaya manera de complicar las cosas con lo fácil que es: ni  con “B”, ni con “V”: cayada. También encuentro -entre el mundo llamado “culto”- que hay quien lo complica de la manera que acabo de sugerir que, en vez de escribir cayada, escribe callada que, quizá, es lo que yo debería haber hecho: callarme. Pero no quiero hacerlo, porque quiero reivindicar la palabra cayada que parece que no se usa demasiado. Al mismo tiempo quiero rendirla un homenaje y para ello, aunque sea repetirme os vuelvo a ofrecer –con vuestro permiso- este extraordinario romance que, casi seguro, escribió un usuario de la CAYADA.

Bueno que, por mí no ha de quedar; quiero reivindicar y reivindico, en esta tierra castellana de mis amores; ni cayado, ni báculo, ni garrote, ni palo, ni estaca, ni cachava… El equipo pastoril lo formaban: la alforja o el morral, la manta y la CAYADA. Es posible que hasta aquí llegara de la mano de los merineros en su trashumancia entre las dehesas de Extremadura y las montañas de León. De cualquier forma, lo que este ex pastor y sus colegas más inmediatos manejábamos era la: CAYADA.


Dos cayadas. La de la izquierda -del bisabuelo
Patricio- lleva más de 150 años llamándose cayada

                                                                  Camporredondo, 2 de julio de 2015