jueves, 13 de junio de 2013

Campana de mi lugar

Campana de mi lugar, 
tú me quieres bien de veras,

cantaste cuando nací,

llorarás cuando me muera


Antaño, el poeta, nos dejó escritas estas palabras.

Hogaño… hogaño es otro tiempo. Quizás hoy, el poeta, se hubiera expresado de distinta manera.

Hoy, si bien las campanas, de vez en cuando, siguen llorando tristemente, parece que lo hacen con pereza... con desgana. ¿Qué está pasando? ¿por qué tañen tan lejanas? Pero, sobre todo, ¿por qué no cantan, no repican? ¿Es que, junto con el hambre, también hemos erradicado los sentimientos?

Yo me resisto a creer que esto sea así, pero no encuentro explicación a lo que les ocurre a las campanas de mi lugar. Cuando yo era niño, el sonido de “La Seca” nos iba informando, de forma aproximada, de la hora en que se encontraba nuestra larga jornada laboral.

Por la mañana, al alba, podía despertar a algún rezagado; con su toque de Ave María, sobre media mañana, nos llamaba de nuevo a orar, esta vez, era la llamada a misa por nuestros difuntos; después, a las doce, con sus nueve golpes de badajo (en tres grupos de tres), nos indicaba la hora del Ángelus. Este toque suponía un gran alivio para nuestra martirizada espalda rendida ya, a esa hora, por el peso del esfuerzo realizado durante la mañana.

Después callaba, como si quisiera respetar nuestro bien ganado descanso mientras dábamos buena cuenta de nuestro humilde cocido castellano.

Por la tarde, otra vez se escuchaba el sonido de la campana: era la llamada al rosario. Con este toque, el pulso de los jóvenes de mi lugar se aceleraba: había que darse prisa, porque el amor esperaba a la salida del rezo. No había, en el pueblo, moza que no acudiera a rezar, ni Romeo que no estuviera puntual a la salida. ¡Era la llamada del amor y la campana había sido su cómplice!

No quiero hacerme pesado, pero es que creo que no es justo que hoy las campanas de mi lugar estén casi olvidadas. Si mis fuerzas me asistieran, subiría hasta la torre y, desde allí, estoy seguro de que vería los huecos de El Esquilín y La Verde, donde alguna araña habrá tejido sus telas sin temor a ser molestada.

¿Por qué están casi olvidadas? ¿Es que ya no necesitamos que nos protejan de los nublados que amenazan con asolar nuestras cosechas? ¿Dónde está el “tente nube, tente tú, que Dios puede, más que tú...”? ¿Acaso la fe de nuestros mayores no merece un recuerdo?

Quiero traer hasta aquí un recuerdo de mi niñez, que demuestra la confianza que nuestros antepasados tenían en las campanas de mi lugar.

Venía yo, muy niño, apresurado junto a mi hermano mayor, por el Camino del Olmillo, pues amenazaba un nublado de los de la “Fábrica ‘l macho”. En esto, nos alcanzó una señora que venía dando gritos: ¡corred, corred y tocad a “tente nube”!, ¿no veis que empieza a granizar? Y la señora, que iba llorando, siguió corriendo. En ese momento, el sonido de La Seca y La Verde llegaba a nuestros oídos con su “tente nube, tente tú, que Dios puede, más que tú”, y el granizo se transformaba en una buena “chaparrada”.

Aquella señora, a la que no quiero nombrar... porque no quiero, se volvió hacia nosotros y, aún calada por la lluvia y las lágrimas, nos dijo: “¿Lo veis? Otra vez las campanas nos han salvado”.

No seré yo el que afirme si era el sonido de nuestras, hoy casi enmudecidas, campanas, o no, el causante de aquellos “humildes milagros”. Lo que sí diré es que si “la fe mueve montañas”, tal vez fuera la fuerza de la fe que tenía la gente de mi pueblo, la que hacía derretirse los granizos antes de llegar al suelo de estos campos de Castilla.

Cuando un hijo del pueblo fallecía, el “llanto” de las campanas le acompañaba desde que comenzaba el acto del sepelio hasta que éste terminaba. Y, si el difunto era niño, también sonaba El Esquilín, anunciando que había un ángel más en la gloria. Y las campanas eran volteadas también en las procesiones, y si había incendio tocaban a rebato y cantaban cuando un niño era bautizado y tocaban, y repicaban, y lloraban...

Yo quiero preguntar ¿tanto hemos progresado, que hasta el sonido de las campanas se nos ha quedado anticuado?


                                     Campanilla de San José     Campana de La Cruz            Campana del Rosario                                                                                          
Reclamo mi derecho a emocionarme al escuchar el sonido de “La Seca”, “La Verde” y “El Esquilín”: Las campanas de mi lugar.

El Pastor

Camporredondo, 2005

No hay comentarios:

Publicar un comentario