miércoles, 18 de septiembre de 2013

La tractovía

Desde tiempo inmemorial, de poniente a naciente, de sur a norte, por valles y barrancas, se oyó la dolorida voz del agro clamando justicia; pero nunca se escuchó. La voz del hombre rural castellano, supongo que como la del andaluz, el gallego o el catalán, quizás se oyó, pero lo que está claro es que nunca se escuchó. Por eso, hartos de esta sociedad, van abandonando, nuestros pueblos se arruinan, los campos, faltos de aquel hombre que, en el primer momento, acudía al conato, son arrasados por el incendio… y nadie parece darse cuenta. 

Autovías, AVE… velocidad. ¿Nuestras necesidades más básicas se producen a gran velocidad? ¿Podremos seguir construyendo autovías y dejando sin espacio a los vehículos que colman nuestras mesas? 

A continuación os presento las voces que, yo sí, oigo y escucho por los cerros de mi pueblo. Son las mismas voces que hace muchos años martillaban mis oídos de joven pastor. Y, sin más, me atrevo a decirte mundo rural: no grites, porque todos te oirán, pero no habrá dios que te escuche.




Aquella noche la pasé inquieto, sobre la mesa de mi despacho había un importante proyecto que debería comenzar a desarrollarse al día siguiente: la autovía Valladovia–Segolid.

Como cada mañana, desayuné mis cereales con leche. Hay que cuidar el colesterol y los triglicéridos; el agricultor y el granjero madrugan todos los días para proporcionarnos esa materia prima sin la cual nuestro quehacer diario sería imposible.

Comencé a desarrollar mi tarea, y comoquiera que me sentía orgulloso del progreso que día a día realizaba, llamé al presidente para solicitarle un almuerzo de trabajo, y así poder cambiar impresiones sobre el trazado y posterior ejecución del proyecto.

Quedamos para reunirnos en la bodega “El Masegar”, porque yo quería ofrecerle al señor presidente algo que fuera extraordinario, y allí asan un lechazo -en horno de leña de encina, por supuesto- que es una delicia, además de regarlo con un Dehesa de los Canónigos que colmaría las exigencias del mejor sumiller. El señor presidente aceptó encantado y quedamos en reunirnos a las dos de la tarde; pues es la hora que se abre el asador.
Entretanto, el pastor cuidaba con esmero de sus ovejas para que produjeran un buen lechazo, y en la viña se trabajaba a destajo para recoger la uva en las mejores condiciones y así lograr un excelente vino para degustar.

El almuerzo fue un éxito total. Tras un merecido reposo, nos pusimos manos a la obra y enseguida llegamos a un acuerdo: el trazado era inmejorable, la ejecución sería perfecta y por tanto la inauguración se vislumbraba como un rotundo reconocimiento por su eficacia y comodidad para los desplazamientos de fin de semana, acortando en varios minutos el tiempo de traslado hasta los restaurantes más afamados en la zona colindante a Campo Áspero.

Al despedirnos, después de tomar un buen licor digestivo, nos dimos cuenta de un trámite que, por su banalidad, se nos había pasado por alto: habría que desplazarse un día hasta el pueblo para tratar de las expropiaciones necesarias para la realización del proyecto. Es verdad que ambos pensamos que no habría el menor problema, pues el precio lo fijaría el organismo correspondiente, que dependía de presidencia, y por parte de los agricultores de sobra es sabido que siempre están dispuestos a sacrificarse en bien de la sociedad.

Aprovechando los días de mayor bonanza del tiempo, citamos a los agricultores en el ayuntamiento del pueblo y, como pensábamos, todo salió a pedir de boca: por su parte no habría ningún problema, los metros que hicieran falta y con el trazado que nosotros dijéramos. Para eso éramos los técnicos. Eso sí, se les permitió que sembraran la parte expropiada, previa advertencia de que si en alguna fase de la realización del proyecto nos encontrábamos con alguna siembra no tendríamos más remedio que destruirla, pues los trabajos en la autovía son más importantes que la posible cosecha que hubiera en el terreno afectado.

Sin el menor contratiempo la autovía comenzó a tomar forma: cuatro amplios carriles –dos por dirección-, una mediana suficiente, amplios arcenes, los guardarraíles o quitamiedos abundantes y fuertes, y los bordes de la autovía, que deberían estar cerrados para impedir el acceso a los animales que pudieran invadirla, con el consiguiente peligro para ellos y para los ocupantes de los vehículos que por ella circularan. Como podemos ver, el almuerzo en la bodega “El Masegar” fue de lo más productivo.

Cuando su realización iba bastante avanzada, yo, como principal responsable del proyecto, me desplazaba hasta la obra para seguir de cerca su progreso.

Un día, observé que sobre el balcón que forma el Pico de la Yesera con la vega del Masegar, y a pesar de ser un día claro y despejado, había una nubecilla resplandeciente que casi hería los ojos al mirarla. Caprichos de la naturaleza, me dije, y, sin más, puse en marcha el todoterreno (no se pueden visitar estas obras sin coches preparados) y me perdí en dirección a la ciudad.

El día más esperado llegó: hay que prepararlo todo para el momento que el señor presidente venga a cortar la cinta. Así, nos dimos cita con la prensa y televisión, un acontecimiento de esta magnitud hay que publicitarla, pues el contribuyente debe estar informado, en cada ocasión, de cómo nos ganamos el sueldo. Para ello me desplacé, con tiempo suficiente, hasta el lugar en el que se llevaría a feliz término tan extraordinario evento. 

Al llegar al lugar elegido para la puesta en servicio de nuestro proyecto, la curiosidad me dominaba y miré hacia el Pico de la Yesera. ¡Sorpresa! El espectro seguía más resplandeciente, si cabe, que el anterior día en que visité la obra. No sé que fuerza me arrastraba hasta la cima y por la cañada arriba me dirigí dispuesto a desvelar aquel misterio. Cuanto más me acercaba, la nube parecía brillar con más fuerza.

Aparqué el todoterreno unos metros antes de llegar al cabezo y, a pie, me dirigí dispuesto a despejar aquella incertidumbre que me desazonaba. 

No tengas miedo, me dijo una voz distinta a todas las voces que estaba acostumbrado a escuchar. Sin embargo, aquella voz me sonaba familiar, lejos de turbar mi mente me transmitía serenidad, paz, sosiego… fue como si, en un momento, el mundo que yo conocía se hubiera transformado: un gran ventanal se abrió ante mí y a través de él fui viendo cosas que jamás creí haber visto, pero que sin embargo me parecían familiares.

Mira, me dijo la voz que salía de la nube, ¿ves aquel hombre, con sus botas raídas por el tiempo y el uso, su faja para protegerse del esfuerzo, su boina calada hasta los ojos y que, con el azadón, está sacando patatas, allá, cerca de la carretera? Está recogiendo el fruto de su trabajo desde que por el mes de abril hubo de, entre el fango y, con sus pies descalzos, remover la tierra para que oreara y poder sembrar lo que después de mucho esfuerzo hoy está recogiendo. Así lleva varios días, desde que amanece hasta que anochece. Cuando la tarde cae, carga los sacos a modo de angarillas sobre el burro aquél que pasta sobre el prado y las transporta a casa para sacar un dinerillo con ellas, porque tiene una ilusión que desea ver cumplida algún día.

Te has quedado pensativo -me dice- no te pares ahí hombre, no tengas miedo a seguir mirando.

¿Ves ahora aquel pastor que sobre el Puente de los Tres Ojos se dirige hacia la carretera para que sus ovejas, aprovechando el pasto que hay por las cunetas, lo transformen en materia prima con la que elaborar el queso? Es otro miembro de la misma familia y, con la misma ilusión, no regatean esfuerzo porque esperan que algún día su descendiente, en el que tienen puestas todas sus esperanzas, no tenga que pasar tantas penalidades para subsistir.

Si quieres seguir mirando, me dijo, vuelve tu mirada hacia la izquierda. Aquí, en La Cazuelilla, verás un hombre cogido a la mancera del arado romano. Está preparando el terreno para sembrar el trigo con el que elaborar unas hogazas que mitiguen el hambre que entre ellos se ha instalado. Sé valiente, insistió, sigue mirando y verás los segadores inclinados sobre el surco, con la hoz en la mano desde que amanece hasta que la luz se lo permite, dejándose la vida para que todos podamos comer pan. Y sigue mirando para que, allá al fondo, en dirección al pueblo, puedas ver familias enteras luchando para recoger el trigo con el que os han preparado los cereales que cada mañana os tomáis sobre la mesa de la cafetería… Fue en ese momento cuando quise volverme hacia el cuatro por cuatro, pero él me dijo, no te vayas todavía que tengo algo más que quiero que sepas: ¿sabes quién era aquél que se dejaba la vida para que pudiera cumplirse su ilusión? ¿Y qué sabes del pastor que veías por el puente de los tres ojos?

Una fuerza me retenía de la que no podía escapar mientras aquel extraño ser seguía golpeando mi mente con sus palabras llenas de dolor. Baja hasta la tierra de labor y coge la mancera. Después, cuando hayas probado lo que es trabajar, agarras el hocino y te pones detrás de los segadores para que el sudor brote, aunque sea por una sola vez, de tu frente y, cuando creas que ya no puedes más, te vas a la era y recoges la parva con la camiza y, más tarde, mueves la máquina aventadora mientras el tamo te envuelve, para que aprendas a valorar lo que es ganarse el pan así.

Como veo que tienes prisa porque el señor presidente, el nieto del tío Felipe, te espera, quiero que sepas una cosa: aquél que removía el fango para ganar unas pesetillas con las que cumplir su sueño, era tu abuelo y el pastor que, con mucho miedo se acercaba hasta las cunetas de la carretera, era tu padre y los que araban y segaban y aventaban el trigo eran tíos tuyos que soñaban con el día que tú llegaras a tener un puesto relevante para que les aliviaras del peso que siempre recayó sobre el agricultor castellano… pero no, corre que el nieto del tío Felipe se está poniendo nervioso, se le enfrían los chuletones que, con motivo de la inauguración, le están esperando en la bodega y, cuando aún no os hayan hecho la digestión, tenéis que asistir al concierto que con motivo de tan magno acontecimiento os han preparado. Pero antes de que te vayas vuelve tus ojos hacia vuestra obra: ¿Ves aquéllos que rodean al nieto del tío Felipe? ¡Sí hombre, a tu presidente! Aquéllos son tus primos, a los que has dejado sin la carretera por la que transitaban para poder abastecer los mercados y que vosotros pudierais tomar vuestros cereales con leche y vuestro asado, eso sí, en el horno de leña, que ellos también cortan, para que no os falte el manjar.


Vete me dijo, corre, no sea que la prima que deberían darte, por el ahorro que ha supuesto el no hacer un camino digno para los tractores, te la retire el nieto del Tío Felipe que ya sabes que para eso es el jefe.

Quise dar media vuelta pero me retuvo su mano fría y áspera mientras me decía; estrecha la mano de tu bisabuelo y con ella la de todos agricultores de esta tierra para que jamás olvides que hoy al inaugurar la autovía habéis pisoteado toda la dignidad que en vuestro apellido había.

No sé como hice el camino de vuelta, sólo sé que mi deseo era que al llegar al lugar convenido, en el que el presidente, rodeado por las fuerzas de seguridad por si los agricultores no guardaban las formas debidas, deseé ver un cartel en el que dijera: TRACTOVÍA. Pero en su lugar solo había una señal que prohibía la
circulación a todos los vehículos que colman nuestras mesas todos los días. Espero que algún día otros más dignos que nosotros sepan reconocer el esfuerzo que nuestros hombres y mujeres del campo realizan para que podamos sentarnos a nuestras mesas llenas de los manjares que ellos cultivan.

La autovía quedó inaugurada. Los agricultores, otra vez más, se volvieron para sus casas sin más que ofrecerles que algún día dispondrán de un camino por el que transitar con sus tractores aunque, de momento, deben comprender que tenemos una crisis muy fuerte por lo que tenemos que requerir de su esfuerzo para superarla.

¡Agricultores de Castilla, esforzaos! Castilla os necesita, no la defraudéis, ¿qué sería de nosotros sin vuestro esfuerzo? Entended que la cebada este año tiene que reducir su precio a la mitad, vosotros estáis hechos para el sacrificio. Seguid por los mismos caminos de siempre y por nosotros no os preocupéis, que ya construimos autovías.

Y por mi parte, querido agricultor, ¿qué quieres que diga? Sigue adelante porque si tú te parases no sé qué sería de nuestra sociedad.

GRACIAS


Camporredondo otoño de 2008

El pastor


Para aquéllos que desconocen el mundo rural, pero sobre todo para aquellos que oyen pero no escuchan, quiero contaros una anécdota más ocurrida en mi pueblo.

Darío, hombre de ciudad, pero ligado al pueblo, decidió vender la parcela de La Fuente (nombre supuesto). Alfredo, dijo al posible comprador: he decidido vender la parcela y he pensado que quizás te interesa. Me interesa, contestó Alfredo, ¿cuánto quieres que te valga? Creo que 10.000 (Cantidad supuesta) sería correcto ¿qué te parece? El agricultor se le quedó mirando y dijo: seguro que 10.000 es el precio de la parcela pero, para mí, vale 15.000, venga esa mano y sea este su precio. Y Darío no le dio la mano, abrió los brazos y dijo: ¡esta lección no la olvidaré jamás! Y fue una amistad que perduró hasta el fin de los días.

Y es por este mundo por el que grito, aunque, como decía al principio, no me escuche ni dios.

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