jueves, 5 de septiembre de 2013

La autovía

Pudo haber sido, aquella tarde, una más de las que salíamos de casa para que mi esposa recorriera los seis kilómetros que, como gimnasia de mantenimiento, a diario se imponía. Pero no fue así, aquella tarde llegamos al punto en que solía iniciar su caminata y cuando ella comenzó el paseo yo me sentí atraído por una fuerza invisible que tiraba de mí en dirección oeste, ella iba en dirección noreste. Aquella energía fue arrastrándome, suavemente, hasta un lugar fascinante donde no existe el estrés, lugar desde donde se aprecia que los “otros” tienen prisa, mientras te preguntas: ¿a dónde nos lleva la velocidad? Este lugar, mágico, ni sé por qué, ni desde cuando, le llamamos El Pico De Los Gatos. 

Cuando fui aproximándome, entre la nebulosa que parecía envolverle, fue apareciendo, ante mí, la figura de un hombre sentado sobre el cabezo que, sin volverse para mirarme, me dijo: Acércate, no te dé miedo contemplar la historia, la vida desde esta atalaya. Sin poder responder, allí me quedé, no sé si sentado a su lado o flotando sobre aquella nube que envolvía el entorno.

Mira hacia poniente -me dijo sin volverse para mirar- ¿ves aquel rebaño que por el barco Brigoso va descendiendo hacia el puente de El Masegar? lo conduce un niño muy asustado, ¿sabes por qué tiene miedo? porque se dirige hacia la carretera de Segovia y él sabe que las autoridades han prohibido el pastoreo por las cunetas de la carretera, pero su responsabilidad le obliga a tomar una de las dos opciones que tiene: si le pillan careando con sus ovejas por las cunetas de la carretera, le multarán, pero si no consigue que sus ovejas llenen la andorga, el herradón se resentirá y con él la débil economía familiar. Por eso toma la decisión, y sin otro reloj que el sol del mediodía, se dirige hacia el lugar en que su rebaño podrá pastar las amapolas... mielgas... matacandiles... lechinternas que, provocadoras, se ofrecen a su vista. Él ha decidido que esta hora es la mejor. Entre la una y las tres de la tarde el capataz y el caminero de la carretera estarán comiendo y, como el calor aprieta, también echarán un rato de siesta. El tráfico no será problema, a esa hora los pocos vehículos que hay mantendrán sus motores apagados. Entonces, el pastor ha pensado: ¿a qué esperar? El día, con un poco de suerte, puede ser muy provechoso.
¿Lo ves? Si sigues al rebaño por la carretera verás que su éxito ha sido total. Las ovejas entraron trasijadas por el Puente de los Tres Ojos, y ahora llegan ahítas de pasto, y el pastor lleno de alegría, a la cañada merinera, ya sólo le queda recoger el fruto de su trabajo y su miedo cuando, enjutando las ubres de sus ovejas, vea el herradón colmado. 

Mira me dice; abstraídos como estábamos con la carretera, el rebaño y el pastor, no hemos observado que aquí, en la base del pico, entre el arroyo de El Masegar y el camino de El Arrabal, un ser humano lucha, a brazo partido, con la esteva del arado romano. La tierra está empantanada, las patas de los animales y las botas del muchacho se hunden en el fango. El arado, cargado de barro, pesa demasiado para sus reducidas fuerzas, la lucha es desigual pero, como sea, hay que remover la tierra, o se orea, o la cosecha próxima no será. El control de los animales no es posible. ¡No ves que es imposible! Exclama como enfadado.

En una de estas vueltas y revueltas la punta de la reja del arado se hunde en la parte trasera, en la ranilla de la pata del animal más nervioso. El “mozo” no puede más, abandona la esteva, desunce el par y ¿lo ves? ¡Se va para casa! Pudo haberlo visto antes, me dice, pero es que es necesaria la cosecha y el tiempo de siembra se está pasando, no hay alternativa, ¡el chico tenía que intentarlo! porque hay que subsistir ¡Esta batalla la ha perdido, pero él seguirá luchando y, al final, ganará la guerra, eso puedo asegurártelo!

Mira, siguió diciendo, ¿ves allá, por el fondo de la cañada merinera en dirección al valle que lleva a Cogeces? Aquel tropel que aparece precedido de los burros con los serones, son las merinas, 6000, o más, forman el rebaño, van camino de las montañas leonesas, donde pasarán el verano lejos de los calores de la dehesa del sur de España. Esta es la cañada Real Leonesa Este, 90 varas castellanas tiene de anchura en todo su recorrido y ahí, donde ves que se inicia la subida a El Bosque, en esa explanada descansarán. Es uno de tantos descansaderos que a lo largo de los cientos de kilómetros de recorrido disponen los animales para descansar. La medida del descansadero, si la memoria no me falla, es de 130x130 varas. Desde ahí el rabadán o tal vez algún pastor se acercará hasta Camporredondo, o quizás a Santiago del Arroyo, para hacer provisión de víveres mientras el ganado descansa.

En el pueblo dejarán a Tigre, perro fuerte, es el terror de los lobos, le dejarán con su collar de puntas y todo, lo dejarán como regalo de amistad en la tienda en la que reponen sus viandas todos los años. Y como Tigre es tan fuerte y noble, los hijos de los tenderos le prepararán unos arreos, hechos con atillos y, uncido a un cajón vacío, de los del tabaco, lo arrastrará transportando en su interior a un niño pequeñito y enclenque.

Te he dicho que hoy descansarán ahí, pero no siempre es así, ayer pasó la yeguada y pasaron toda la noche en la nava de abajo, nada más pasar El Coletillo.

No sé si te habrás dado cuenta, continuó diciendo, que mientras hablábamos no ha dejado de arrullar la tortolilla, si bajas unos metros en la ladera, verás que hay un corte casi vertical; pues si te sitúas en la parte de arriba hay un pino cuyas ramas quedan a la altura de tu vista. Si te fijas bien allí está la paloma en su nido, no la asustes que está incubando, puedo asegurarte que no se moverá pero… ¡espera! deja que esos cazadores vascos pasen en mano por la ladera. Cuando comiencen a patearla, el bando de perdices que vienen arreando desde las laderas de La Cazuelilla, alzará el vuelo y uno de los pájaros, por los disparos de los cazadores, caerá alicortada, irá a amonarse entre aquellas dos piedras que hay antes de llegar al labrantío.

¿Ves aquel mozo que, con el arado de vertedera, está arando junto al arroyo? ¡Si hombre! El que ara la misma tierra que estaba anegada. Pues cuando los vascos lleguen a las laderas de Las Higueras, cogerá la escopeta que tiene, desarmada, en el carro y verás cómo va en busca de la perdiz, porque él la ha visto amonarse. ¿Lo ves? Ya ha cazado y es que, aunque vaya a arar, lleva la escopeta por si, como hoy, puede traer algo para el arroz. (Cuando el campo nos ofrezca una oportunidad hay que aprovecharla; falta mucho para tener poco).

Mira, tan distraídos estábamos con la perdiz, que no nos hemos dado cuenta del hatajo que ha pasado por detrás. No hace ruido, no lleva cencerras, ¿sabes por qué? Pues porque esto está vedado para el pastoreo, se llama el vedado de El Quemado y si el guarda lo ve le multa. Se llama así porque hace algunos años – el pastor aún no había nacido- se quemó este tranzón y lo sembraron de nuevo, por eso lo acotaron, para que las ovejas no pisen los pimpollos. Si esperas un poco más, verás lo que va a ocurrir: antes de llegar al cortafuegos que separa el monte libre del vedado, encontrará un riscal y allí, entre dos piedras, sorprenderá a una liebre en la cama. Antes de que el leporino se dé cuenta ya le habrá atrapado. Después, si sigues los movimientos del pastor verás que, con la liebre en la mano, se acercará al cerro, ¿para qué? Mira; ¿ves aquella cuadrilla que allá, por La Cañadilla, están rozando achicorias con la binadera? Pues una joven de las que forman el grupo es el amor del pastor y, a pesar de la distancia, él sabe que, cuando las ovejas aparezcan por el balcón, ella mirará y, entonces, alzará su trofeo con la ilusión puesta en que ella lo verá. Después, cuando se encuentren, el enamorado le contará su “hazaña” y ella le responderá que veía algo pero que no sabía lo que era. No pasará mucho rato sin que se ponga a llover, las escardadoras dejarán el surco, marcharán para casa y el enamorado pastor, metiendo la liebre en su alforja, se internará en el bosque. ¡Grande es el amor entre la campesina y el pastor!

¡Espera! ¿Ves aquel carro cargado de burrajo que, tirado por un macho blanco, se dirige hacia el pueblo? Pues dentro de muy poco, apenas haya llegado a la curva de la cañada, el anciano que lo conduce se llevará un susto de muerte: Una vaca escapada de los encierros de Portillo, durante un “eterno” corto trayecto, le hará compañía. El carrero sujetará por el ramal al asustado macho, y la vaca arreada por el improvisado vaquero -que tiene su amor en Camporredondo- dejará atrás el carro y su carrero para dirigirse hacia el pueblo. Aquellos poceros que ves al borde de la carretera por un momento se sentirán toreros y saldrán con sus chaquetas para darle unos pases de pecho, pero si tienes paciencia verás que la profundidad del pozo les protegerá de la acometida del animal que, a falta de toreros, arremeterá contra el grupo de bicicletas de los poceros, destrozándolas. Mira; ¿conoces a aquella criatura que riega remolachas en el recodo? Pues enseguida saldrá corriendo para protegerse en aquella pimpollada. La res brava seguirá su camino hacia las eras del pueblo, donde están dando el último repaso a las granzas y al barrido de la era. Al aparecer la brava, la gente corre despavorida, el abuelo, con un camizo en la mano, quiere hacer frente a la fiera y es su nieto quién, cogiéndole en brazos, le hará desistir de su locura obligándole a subir al carro. Un par de animales, desenganchados del trillo, trotan hacia el pueblo, pero la bestia es más rápida y los alcanza, corneando gravemente a un animal que tras deambular toda la tarde, al beber agua en el arroyo que baja de El Bon caerá fulminado.

La vaca, en su huida, seguirá por el Sotillo y después dirán que la guardia civil le dio muerte en un pueblo de Segovia.

Mira, siguió diciendo; dos hombres, acompañados por un perrito blanco, recorren los cauces y arroyo de la vega de El Masegar. ¿Qué hacen? Pues sin más herramientas que una barra de acero, un azadón y sus manos, buscan donde dejar un poco de lo que les sobra. Sólo pretenden que allí, con el topo que aparezca, y si la suerte les acompaña, aportar un granito más a la desabastecida mesa que en casa se dejaron. Con las alforjas repletas de topos regresarán a su casa, donde unos serán consumidos en el propio hogar y el resto lo venderán para sacarse unas pesetillas con las que ayudar a su débil economía. Toda ayuda que la naturaleza nos ofrezca hay que aprovecharla y los topos es una de ellas.

El método de caza es el siguiente; el perro rastrea al roedor y le obliga a delatarse, comenzando la persecución a través de los túneles en la pestaña del cauce o el arroyo. A veces es el propio can el que atrapa la pieza, pero otras es el hombre el que espera al topo a la salida del túnel y, aún a riesgo de ser mordido, lo atrapa con sus propias manos. Y ¿la barra? Cuando el topo se resiste a salir del túnel, uno de los hombres se coloca a la salida y el otro, con la barra, va pinchando aquí y allá hasta que le obliga a salir, en ese momento la mano humana se cierra sobre la infortunada rata de agua (topo de rivera) que ya no tendrá más opción que la de pasar a engrosar la alforja. De esta manera cazan los topos, y de esta manera, tan rudimentaria, estos hombres conseguirán que mañana haya un plato de comida para ellos y su familia.

El alimento de estos roedores es de lo más saludable; raíces y todo lo que el agricultor siembra en las proximidades de cauces y arroyos.

Largo rato hace que mi esposa camina, se me hace la hora de ir a su encuentro, pero no puedo dejar sin aclarar tantas dudas como me han surgido de mi encuentro con aquel ser extraño que me encontré, sentado sobre una piedra, al borde de la ladera de El Pico de los Gatos.

Le invité a subir al coche. No opuso resistencia, se acomodó en el asiento y yo, como si hubiera despertado de un profundo sueño, le pedí que fuera desenredándome aquella madeja de la que no era capaz de encontrar la punta del hilo, y comencé mi interrogatorio:

Empezando por el final; me hablas de unos hombres que buscaban topos por los cauces y arroyos... que con ello ayudaban a la economía familiar... que vendían y comían estos roedores (...) ¿Debo entender que te refieres a las ratas de agua de las que Delibes habla en su novela Las Ratas? Porque por aquí no hay otros topos que los ya famosos topillos que tantos quebraderos de cabeza dan a nuestros agricultores. Si hubo ratas de agua (topos de rivera) sería cuando el agua corría por nuestros cauces y arroyos, pero de eso hace ya muchos años, sería en los tiempos en que también había cangrejos y peces. Se ve que gozas de buena memoria porque eso ya pertenece al pasado. Tan pasado es, que muchos de los cauces han desaparecido, que hay arroyos en trance de desaparecer y, desde luego, el agua no corre por ninguno de ellos, ¿Cómo podría haber ratas de agua? ¡Ahora hay topos de secano!

Dices que un pastor, con su rebaño, pasaba por detrás de nosotros... que el pinar se había quemado... que hay un riscal y una liebre que mostraba a su novia que estaba rozando achicorias... y mira; no hay pastor en edad de enamorarse, los pinos que podrían pisar las ovejas son tan grandes que, con camiones, se están llevando la madera. ¿Cómo es posible que la novia del pastor esté rozando achicorias si hace muchos años que no se siembran? Los tostaderos de Santiago, Viloria, Pedrajas, Iscar entre otros, que las transformaban en sucedáneos del café, desaparecieron. Además, las binaderas son herramientas de museo, las malas hierbas se combaten con herbicidas…

Casi me haces bajar la ladera para contemplar, decías, el nido de la tortolilla. Mira, negro te verías para encontrar una palomilla de esas ¡casi están exterminadas! O mejor dicho, hace muchos años que no quieren saber nada de nosotros.

También me has hablado de cazadores vascos... que el arador con su escopeta y… mira, mira, mira, el término ya hace rato que está acotado para la caza, además ¿a qué iban a venir los vascos a cazar si no hay caza? ¡Lo del mozo arando con la yunta y el arado de vertedera ya es el colmo! Pásate por cualquiera de los museos rurales y sólo allí encontrarás ese arado. Si hubieras mirado, habrías visto que lo que allí se movía era un tractor doble tracción, automático y con aire acondicionado y no un par de machos tirando del arado.

¿Cómo quieres que me crea que los machos se atrancaban en el cieno si ni siquiera baja agua por el arroyo?

También has hablado de un perro, un cajón, un niño... las merinas, la yeguada... 

¡Oye, oye! Las merinas salen por televisión por la calle de Alcalá, en Madrid, como espectáculo para los viandantes, pero nada más.

En cuanto al niño enclenque, el perro y el cajón; ¿quieres decirme que los niños no tienen juguetes? ¿Que los niños están desnutridos? Verás: en el pueblo no hay niños, pero donde los hay se pasean en coches automáticos que funcionan con energía solar. Y ya el no va más; ¡niño enclenque! Será porque esté enfermo, pero no por desnutrición, ¿no les has visto con un donut, en cada dedo, para el desayuno? ¿Y comiéndose un bocadillo de hamburguesas, de siete pisos? Está claro que tú no ves la tele.

Y quiero volver sobre las merinas; ¿quieres decirme por donde pasarían las merinas, o las yeguas, si no hay cañadas? Están todas roturadas o urbanizadas, ¿no comprendes que no tenemos terreno donde construir o cultivar?

No sé cómo se te ha podido ocurrir... el hatajo...el niño pastor, las amapolas, las mielgas, los matacandiles y la carretera de Segovia. Vamos a ver; ya sabes que nada mas hay un rebaño de ovejas en el pueblo y, desde luego, no lo conduce un niño. Pero además, hoy, el niño está obligado, por ley, a asistir a clase hasta los dieciséis años.

¡Pastar las ovejas en las cunetas de la carretera de Segovia! ¿Pero no ves que es autovía? Además ¿no ves que sería suicida andar con las ovejas entre los coches? Y te digo una cosa: si se le ocurriera andar por allí con las ovejas, no sería el caminero o el capataz, sería la guardia civil la que se le llevaría detenido.

Cuando llegamos al barco, por donde sube la cañada hacia El Bosque, paré el coche y le dije: mira hacia el barco que conduce hasta Cogeces y dime: ¿por dónde pasarían las merinas? Fue entonces cuando fijó su mirada sobre el fondo del valle y exclamó: es verdad, les corta el paso la autovía.

No pudo darme una explicación a lo sucedido, sólo se limitó a decir, ¡es que yo lo había mirado con los ojos del corazón!

Déjame aquí, me dijo, como no tengo prisa, seguiré vagando por estos cerros intentando averiguar adónde va el ser humano con tanta prisa.

Nos despedimos, no sin antes prometerle que yo volvería, pues sé que le encontraré aunque él quiera ocultarse.

Puse primera y segunda y tercera, y cuando el coche, dirigido por la ruta que en otro tiempo siguieran las merinas, llegó a la carretera de Fuente Mínguez, una campesina y Boli, el pequeño Yorkshire, ya me esperaban.

Camporredondo, Abril de 2008

















 



2 comentarios:

  1. Los ojos del corazón, esos que nunca fallan.
    ¡Bonita historia!

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    1. Yo creo, Miriam, que mantenerlos abiertos nos haría un poco más felices.

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