miércoles, 24 de abril de 2013

El chozo, el guarda y el queso.

Por ser Semana Santa, hay vacaciones y, por haber vacaciones, son dos los pastores que guían el rebaño: el zagalejo y el rabadán.

Esta primavera el pasto escasea; aún no han llegado las tan esperadas lluvias que harían florecer el campo. La hierba no prospera y los rebaños son muchos. Por más que los pastores cavilen, la hierba no aparece por ninguna parte. Esta mañana salieron de casa sin tener la ruta a seguir decidida, quizás pensaran en aquel pasaje de la Biblia que dice: “sigue que Dios proveerá”.

Pero la mañana avanza y Dios debe estar muy atareado en otros menesteres. Los animales buscan, pero salvo tomillo, cantueso, ramera y poco más, no hay nada que hacer y, ya se sabe, si la oveja no come no tiene materia prima para transformar en leche y sin leche no hay queso y sin queso... ¿para qué seguir?

Pasado el mediodía la situación es casi desesperada, ¿qué hacer? De repente, al menos joven de los dos pastores parece habérsele encendido una luz; no hay más remedio, hay que recurrir a lo prohibido ¡el vedado!

Por El Coletillo, dice al pequeño, tiene que haber buen careo porque allí no entran las ovejas.

Restos del chozo bajo el que, durante varios meses al año, día y noche, un matrimonio
mayor cuidaba de que las piñas no fueran desviadas de su ruta natural. Quizás desde algún
lugar en las estrellas, recuerden el día en que liberaron a dos niños del miedo que los ate-
nazaba. ¡Qué recuerdos!
El problema es que en el chozo está el matrimonio que guarda las piñas y se lo dirán al guarda del pinar. Como la situación es grave, enseguida encuentran justificación a la decisión que ya han tomado; no importa -dicen- porque son muy buenas personas y no nos delatarán.

Con la decisión tomada dirigen el hatajo por la cañada merinera hasta donde creen que está la solución a su problema.

Al poco rato aparece ante sus ojos el montón, en forma de pez, que durante el invierno recogieron los piñeros de Portillo.

Durante el invierno, grupos de hombres (los piñeros, casi todos de Portillo), encontraban su medio de vida en el pinar; unos, en corta, otros, en olivaciones, y había otro grupo, numeroso, que se encargaba de tirar al suelo y recoger el fruto del pino albar (Pinus Pinea): la piña.

Admiración sentía el pastor al ver, durante el invierno, trepar por el pino a los piñeros. Viendo aquel rimero era difícil imaginar que una a una pudiera formarse aquel montón de piñas.

Poco a poco las ovejas iban encontrando mas pasto, y los pastores disfrutaban ¡no se habían equivocado! Allí había hierba verde y tierna.

Se aproximaban al chozo y nadie salía.

Los niños contemplaban el encalado de la parte baja del pez de las piñas (esto lo hacían para comprobar si algún ratero merodeaba por el entorno del montón sin ser visto y, disimuladamente, retiraba alguna piña, que dejara rastro).
Bordeaban el pozo del que sacan el agua para lavar los piñones cuando, en ese momento asomó por la puerta del chozo el marido del matrimonio guardián pero… ¡sorpresa! Tras él, también asomó el guarda forestal que, echando mano a su mochila sacó libreta y lápiz disponiéndose a tomar nota del nombre de los pastores y del número de cabezas que componía el hatajo después.

¡Pobres inocentes! “¿No sabéis que esto está vedado?” Pensábamos que como es cañada...¡Pues os voy a denunciar!”.

No se habían equivocado los pastores al juzgar como buena gente al matrimonio que cuidaba las piñas. Fueron éstos los que acudieron en auxilio de los niños para sacarles del apuro. ¡Pero hombre! Dijeron, ¿no ves el susto que tienen? El guarda forestal que, además, tenía sentimientos, siguió hablando y haciendo el cargo a los pastores... ¿No veis que esto no se debe hacer? Esto está vedado y aunque sé que las ovejas no hacen daño a los pinos, no pueden pastar por aquí, yo lo siento, pero tengo que multaros.

Fue entonces cuando tomó la palabra el “ángel” que primero salió del chozo y dijo: Vais a hacer una cosa... mañana subís un queso a este hombre, que por eso van a dar más leche las ovejas y todos saldréis ganando.

Restos, del pozo del que sacaban el agua para lavar los piñones
Así acabó el día, los pastores saltaban de alegría, y en una casa donde no había queso (año 1953), durante algún tiempo no faltó aquel manjar que era el queso artesano de leche de oveja. Seguramente esto ocurrió porque Dios no estaba tan ocupado, sino que estaba guardando un montón de piñas que durante el invierno habían tirado y recogido del pino los piñeros de Portillo.

Y fue éste el comienzo de una gran amistad.

Sobre la era donde se tendían las piñas volverían los pastores después del verano para recoger los piñones que quedaban semienterrados en el suelo.

Cuando llegaba el mes de mayo o junio, el pez de piñas se convertía en parva y los rayos del sol se encargaban de abrirlas para, después, pasar con la mula y la rastra por encima para que cayeran los piñones, lo mismo que se hacía con la mies y el trillo en la otra era para que cayera el grano. Después, con la criba separaban los piñones y allí mismo con el agua del pozo, cuyos restos vemos en la foto, los lavaban.


Camporredondo, Abril de 2005

2 comentarios:

  1. Bien, Gaude, se ve que tienes el zurrón lleno de historias sabrosas a cual más. Habrá que seguir atento a tu pizarra literaria.

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    1. El zurrón, en este caso la alforja, está repleta de historias, para mí, muy interesantes. Lo difícil es sacarlo del seno delantero y mostrarlo.
      Gracias Ángel. Un abrazo.

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