jueves, 4 de abril de 2013

La escopeta de un caño


Acontecimientos terribles han dejado tras de sí un país arruinado. El hambre se ha enseñoreado de pueblos y ciudades. Los brazos jóvenes y musculosos, los que deberían sembrar y cosechar el trigo, fueron obligados a cambiar el arado por el máuser y el hocino por la bayoneta, herramientas que en vez de arar los campos para sembrar vida, sembraron odio y muerte, y en vez de segar mies segaron vidas e ilusiones de seres humanos.

Las rejas de los arados, durante tanto tiempo inactivas, se oxidaron y hoy no hay manos lo suficientemente fuertes para sujetar la mancera para que la reja del arado penetre en la tierra preparándola para sembrar pan. Niños que deberían estar formándose en el arte de vivir, son reclamados para cubrir los puestos que los jóvenes dejaron vacantes en el taller, la mina o el campo. ¡Maldita sea la ignorancia que así despreció la vida!

El niño-pastor fue una de estas víctimas de la sinrazón y el odio. Desde que apenas pudieron sostener la cayada (y algunos tuvieron suerte por poseerla) se vieron obligados a trabajar para aportar el sustento al hogar. Fue ésta una profesión que durante bastante (siempre mucho) tiempo después de la catástrofe (provocada catástrofe) desarrollaron los niños. Ellos expiaron las culpas de otros y tuvieron que aprender (el que tuvo suerte), robándole horas al sueño, a juntar las letras para después, algún día, poder leer: a-mooorrr, juuusss-tiii-ciii-a..., clavando su dedo índice sobre cada sílaba.

Y como fue obligado a subsistir en condiciones extremas, pronto aprendió que el conejo, en el monte, cuando corre paralelo a la alambrada de la cerca, tiende a salir a través de ella y pierde el tiempo justo para que los perros le alcancen, pero cuando su carrera es perpendicular, o le derribas de una pedrada (lo que es casi imposible) o salta y jamás los canes le darán alcance. Quizás por eso un día pensó en cómo él podría, además de cuidar su rebaño, traer caza para toda la familia y, sin que nadie lo advirtiera, cogió la escopeta de un caño –con la de dos no podía- y con los dos cartuchos que el mismo cargó con pólvora y perdigones, inició otra nueva actividad, paralela a la de cuidar ovejas.

Durante la contienda la caza estuvo prohibida, por eso, cuando el máuser calló, la caza era muy abundante y el pastor podía elegir la pieza sobre la que disparar, y gracias a esta facilidad, el primer día se presentó en casa con una hermosa liebre, lo que le valió una fuerte reprimenda por haber usado la escopeta a su edad.

A los pocos días se repitió la historia- Esta vez fue un conejo el perjudicado. Y, como más que un problema fue una solución, durante mucho tiempo no faltó la caza en la mesa de la cocina (en aquel tiempo, en el pueblo, no existía el comedor).

Ocurrió un día frío y lluvioso. El pastor fue a guarecerse entre el ramaje de un enebro. A su lado colocó su ya inseparable escopeta de un caño. Cuando el ganado fue alejándose, él quiso incorporarse para seguir al rebaño. Fue entonces cuando al agarrar la escopeta por el cañón, el gatillo quedó trabado en una rama y, con un leve movimiento, se disparó ¡No había puesto el seguro! Afortunadamente la boca del arma estaba más elevada que el pastor y los perdigones se perdieron por el aire. El resultado de lo que pudo ser fatal fue una considerable herida consecuencia del retroceso de la escopeta sobre la pierna, desnuda, del niño-pastor.

Sólo pasados algunos años reveló la verdad de aquel desprendimiento de piel sobre la espinilla de su pierna, pues al principio, dijo, había sido la consecuencia de la caída, sobre una piedra, cuando corría para ponerse al frente del rebaño.

Pasados los años, aquel pastor fue el cazador, de caza menor, más experimentado de todo el contorno. Nunca necesitó más que observar el día para saber dónde estaba encamada la liebre o dónde levantaría el vuelo la perdiz. El campo jamás tuvo secretos para él. Desde niño aprendió a comunicarse con la naturaleza.



Camporredondo, Otoño de 2007

2 comentarios:

  1. De nuevo, una preciosa historia, bien contada, con una espléndida introducción que la temporaliza e invita a la reflexión. Larga vida a tu pizarra, Pastor, y amigo Gaude.

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    1. Al final de la entrada “De vuelta a los orígenes” yo pedía vuestra colaboración para, con ella, aprender, que falta me hace. Y es esa parte la que, aquí, echo de menos.

      Gracias profesor.

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