miércoles, 17 de julio de 2013

La tormenta

Permitidme que con la siguiente entrada, una vez más, envíe un emotivo abrazo 
a todos los hombres que nadie les dijo nunca que eran niños


El “curtido” pastor no cabe en sí de gozo. Hoy será un gran día para su rebaño y, por ende, del herradón rebosará blanca y espumosa leche cuando mañana, en el ordeño, enjute las ubres de sus ovejas. Ya hace días que observa cómo las laderas de La Cazuelilla verdeguean, por eso el pastor pensó en un buen careo. A primera hora de la mañana, salvando todos los obstáculos, allí estaba el hatajo con su rabadán al frente. ¡Espléndido! Matacandiles, mielgas, panderillos, ballico... ¡qué gozada! Las ovejas se añurgan, quieren comer tan deprisa que la comida no puede pasar por el gargavero. El Belmonte y el Cadete, sus fieles ayudantes, sin excesivo trabajo, siguen el rastro de la perdiz que entre el yerbajo de los vallados tiene su nido… ¡qué alegría la del pastor!

Mientras disfruta viendo comer a sus ovejas, contempla las cuadrillas faenando en el campo: cuadrillas de mujeres escardan mientras entonan -surco adelante- canciones de ciego; los hombres (el trabajo es más duro) encasillan remolachas; grupos de hombres, mujeres y niños, binadera en ristre, capan; algunos arican; otros rozan achicorias... todo transcurre con normalidad en aquella soleada mañana del mes de Mayo en el campo pero… ¡cómo pica el sol! Seguro, piensa el pastor, que esta tarde habrá tormenta.

No ha pasado mucho tiempo cuando las ovejas, ahítas, formando grupos se amorran, no quieren subir la ladera, se niegan a andar. El Belmonte y el Cadete se emplean a fondo para que, poco a poco, el rebaño vaya abandonando la ladera por el cerral.

Al llegar arriba ya no hay duda: la tarde será ruidosa. Por la parte de Portillo la nube amenaza con sus ramos entre gris y blanquecinos que asustan. A lo lejos destellan los primeros relámpagos. El pastor, conocedor del peligro que entraña refugiarse bajo un pino, aprovecha las hacinas de ramera que abundan en el entorno. Durante el invierno pasado grupos de olivadores agruparon en gavillas y hacinas toda la ramera fruto de la olivación. Con la premura que el momento requiere va  formando una cabaña en la que guarecerse durante la tormenta. Terminando el refugio caen las primeras gruesas y amenazadoras gotas.

Por el Sendero de los Frailes un hombre, muy asustado -los relámpagos y truenos son aterradores- aligera el paso en dirección al pueblo. ¿No te da miedo el nublado? Pregunta al pastor. No señor; pero venga, métase aquí porque si no se va a calar. Miedo dan los relámpagos, truenos y granizos que caen. Las ovejas formando un círculo se aprietan unas contra otras. Ante el aterrorizado caminante, el pastor comenta ¿se da usted cuenta, señor Nicolás, cómo huele la sardinilla y el tomillo cuando les golpea el granizo? El señor Nicolás no responde: ¡Pero no tenga miedo hombre, aquí no nos va a pasar nada! Si cayera un rayo caería en el pino. El rayo entra por la copa, por las ramas se dirige al tronco y por el tronco llega a la tierra, aquí no hay peligro.

Pasada la tormenta, el caminante siguió el camino que por el pinar de Los Hoyos y las eras de abajo conduce hasta el pueblo. Al llegar,  lo primero que hizo fue visitar a los padres del pastor –que tenían su vivienda en la casa de  enfrente-  para preguntar: ¿Cuántos años tiene el chico que va con las ovejas? (ésta fue la expresión que empleó para referirse al pastor). Nueve; respondió la madre, ¿por qué me preguntas eso? Porque jamás pude pensar que un niño de nueve años tuviera que consolarme por el miedo que yo tenía ante la tormenta de hace un rato. ¿Dónde está mi niño? Preguntó la madre con preocupación, cantando estaba cuando le dejé en El Bosque, respondió el señor Nicolás.

Y es que el pastor, a sus nueve años, había recibido tantas clases en la universidad de la vida que ya era catedrático en ciencias de la naturaleza. El pastor, otro día más, llegó a casa entonando canciones que el ciego traía hasta el pueblo… “… dos pastores subieron a un árbol/ al ver la tormenta que se levantó/ y cayendo un rayito del cielo/ a un pastorcillo le carbonizó (…)” y la vida sigue.


Camporredondo, invierno de 2007

Palabras en desuso usadas en este escrito

Ahitar.- Comer hasta hartarse o producir indigestión.
Capar.- Dejar, en cada casilla, una sola remolacha.

Las siguientes palabras las encontrará en el diccionario de Camporredondo en la banda derecha de esta misma pizarra: Amorrar, añurgar, aricar, calar, careo, cerral, encasillar, enjutar, escardar, gargavero, hacinar, hatajo, herradón, olivadores, olivar, rabadán, ramera, sardinilla, ubre, vallado, ballico, verdeguear.

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