jueves, 31 de enero de 2013

El Resinero

Alfonso Cuéllar resinando por el método Hugues
Antes de que usted, amigo, le dedique un poco de su maravilloso tiempo a la lectura de EL RESINERO debe quedarle claro que éste no es el título de una obra literaria. Es, solamente, nuestra humilde forma de transcribir, para nuestros nietos, lo que fue un importante medio de vida en el mundo rural. Nuestra pretensión no es otra que el intentar perpetuar, siquiera a través del escrito, la memoria de unos seres humanos que, sin ahorrar esfuerzos, por terrenos inhóspitos y con temperaturas extremas, fueron capaces de aprovechar las posibilidades que la naturaleza ponía a su alcance.

Durante ocho meses y medio, el resinero, comenzando a veces su jornada a la luz de la hoguera, como me contaba el que fue resinero en tercera o cuarta generación Feliciano Esteban Cuéllar, y mientras la luz natural lo permitía, no tenía más hogar que el pinar, ni más compañeros de jornada laboral que los pinos y la (abundante entonces) fauna que, impasible, observaba de cerca todos sus movimientos, sabiendo que el resinero no era su enemigo sino un compañero más con el que compartir el medio natural en el que ambos se movían; unos porque allí tenían su hogar y otros el medio material para el sustento de su familia.

La normalidad existente entre los seres vivos del monte y el resinero queda patente en esta pequeña anécdota que quiero contar: Lucio Velasco (el tío Piluque) amigo de casa y padre de tres hijos resineros, nos contaba cómo, estando un día resinando, su hijo Manuel, vio cómo se le venía encima una paloma que, sin pararse a pedir permiso, se le metió por debajo de la camisa. El resinero, sin entender lo que pasaba, miró a su alrededor y vio que la paloma era perseguida por el halcón. La “zurita” buscó cobijo bajo la camisa del hombre y la rapaz despechada se quedó sin su almuerzo. Pasado el peligro, la paloma emprendió el vuelo seguramente, a su manera, estándole eternamente agradecida al resinero por haberle salvado la vida.

Mientras ellos lo hollaron, en el monte había vida. Cada primavera, aquel inmenso jardín se convertía en un mosaico multicolor, en el que podíamos asistir al concierto más natural con el que un ser humano pueda soñar. El sonido no era monoaural, tampoco estéreo, cuadrafónico ni digital, el sonido era simplemente natural. Como naturales eran los componentes de la orquesta que no necesitaban de la batuta del director. Aquella orquesta la dirigía el instinto natural, por eso sus componentes sabían que la noche nos invitaba al descanso para, cuando el nuevo día naciera, estar preparados para hacer, o restaurar, el hogar.

Rebaño de ovejas pastando sobre la Cañada
Leonesa Este en el Pinar de El Bosque (de grandes
recuerdos para el comentarista)
Desde nuestra atalaya de niño pastor y oyente-espectador de aquellos conciertos, os puedo asegurar lo maravilloso de ver amanecer en el monte cuando sus habitantes despertaban.

La tristeza nos embarga cuando hoy recorremos aquellos mismos lugares, de ensueño en otro tiempo. Hoy el monte está triste, sin vida, los hombres de nuestra historia no lo reconocerían. Hoy no sería posible que aquel pajarillo amigo, el escabechero, robase el pelo de su cabeza, al resinero, mientras éste dormía un rato la siesta. Ni que el pastor pudiera, siguiendo la senda entre el yerbajo de la Nava de Arriba contemplar, al final de la senda, a la perdiz incubando su nidada. ¿Por qué?, pues porque no hay pájaros en el monte, algunos charros (rabilargos) y poco más. He recorrido los mismos lugares por los que transitaba hace cincuenta años y siempre he vuelto triste, aquellos no son mis montes. Las imágenes que se grabaron en mi joven retina distan mucho de ser las que hoy puedo contemplar en directo.
Monte Arenas: en primer término vinagrera; en grisáceo, guazo (calienta-
fandangos); en amarillo, hiniestas en flor.
Hoy, tengo que rogar que me fotografíen (mi condición física no me lo permite) una hiniesta porque está florida. En aquel tiempo no podía ver todo el hatajo de ovejas, porque las retamas lo impedían. ¿Qué es lo que hemos hecho? No quiero transmitiros mi tristeza, pero sí quiero rogaros: tratad bien y respetad a la naturaleza, pues ella os lo recompensará con creces. Y acordaos siempre; “puede más la constancia de la gota que la fuerza de la ola”. A partir de aquí veréis que lo que digo es cierto.

La constancia de la gota, de miera, hizo posible que doce familias de un pequeño pueblo, mi pueblo, Camporredondo, pudieran cubrir sus necesidades básicas, en años en los que el hambre se había enseñoreado de nuestros pueblos y ciudades. ¡Que importante fue siempre el monte! calor y sustento nos proporcionaba, y que poco parece importarnos hoy cuando ya nos creemos ricos. El resinero, con su azuela, hacía pequeños cortes en el pino y éste, con sus lágrimas, llenaba el pote de resina que después se transformaba en productos para la industria y en alimento para la familia. Aquélla que parecía fuente inagotable de vida, y posibilidades para el desarrollo del ser humano, hoy está en peligro ¿El cambio climático? ¿La desaparición de la capa de ozono? Yo no sé si algún día llegaremos a saberlo. Lo cierto es que aquel mundo maravilloso que recibimos de nuestros abuelos lo hemos arruinado. Muchas de las plantas han desaparecido, apenas si hay habitantes en el pinar, los pinos no prosperan como en otro tiempo, y buena parte de ellos muere.
El Rebollar. Los pinos se están secando ¿por qué?
No sé si hoy el pino podría soportar que el resinero alimentara a su familia con su savia, algo que en otro tiempo le sobraba. Creo que hemos corrido demasiado. Espero que, si todavía hay tiempo, sepamos frenar y nuestros nietos puedan volver a disfrutar de los encantos del pinar y así tengan un recuerdo entrañable para el hombre que supo extraer lo que el monte le brindaba, pero que, a su vez, fue su mejor aliado. Nadie respetó y cuidó tanto el pinar como El RESINERO. Un ejemplo: desde el camino que todos los días seguía, hasta su trabajo, Abelardo (el resinero) observó como un pimpollote crecía de forma que hubiera acabado siendo un pino rastrero; un pino, casi, sin ningún interés. Se apeó del burro y con su hachón y buen hacer trató, y consiguió, enderezar la dirección de crecimiento del pino que jamás habría llegado a ser resinado. Un hijo, que observaba lo que su padre hacía, preguntó: padre ¿por qué te empeñas en enderezarle, si tú nunca lo vas a resinar? Abelardo no necesitó pensar la respuesta: “hijo, lo que pretendo es hacer un pino que algún día pueda ser resinado, ¿qué importa después quién lo va a resinar, o si se resina o no? Lo que importa es que jamás hubiera sido un pino resinable…” ¿Algo que aprender? ¡Que lección! Seguro que lecciones como esta podrían darnos, cada día, todos los Abelardo que en Camporredondo hubo.
 
Nosotros, unos más y otros menos, hemos sido la ola que todo lo arrasa. Hemos querido ser más fuertes que la gota y caro pagamos nuestra prepotencia. ¿Adónde nos llevan nuestras autopistas? ¿Corriendo más, llegaremos antes? Sólo nos queda esperar que lleguemos a tiempo y, por paradójico que parezca, creo que para llegar a tiempo deberíamos frenar.

Grave es contemplar la imagen resultante de superponer lo que mis ojos captan hoy, sobre la que mi retina guarda de hace la friolera de cincuenta años. Pero es más grave que, desde hoy, no nos demos cuenta de lo que ocurre: conversaba yo, sobre el monte, con un joven guarda forestal y, desde su juventud, me comentaba lo bonito que estaba el pinar porque desde donde estábamos se observaban unas cuantas hiniestas floridas. Con tristeza pude observar que las nuevas generaciones les parece que esta es una situación idílica, motivo por el cual creemos que nada hay que hacer, porque nada hay en peligro. Nos ocurrirá como a la rana que no se dio cuenta de que el agua de la olla, en la que nadaba, se calentaba demasiado, hasta que cuando quiso reaccionar sus fuerzas estaban tan menguadas que le fue imposible ponerse a salvo.

Desde esta, amplia, sexagenaria experiencia ¡SOS!

Este escrito fue inicialmente redactado en Camporredondo, durante el otoño de 2008

4 comentarios:

  1. Como he disfrutado leyendo.

    Para darnos cuenta de lo que está sucediendo con la naturaleza, hemos de tener a alguién que nos enseñe como Abelardo con su hijo. Si uno establece una relación con el pino - o cualquier árbol - está relacionado con la humanidad, Es responsable, entonces, de ese árbol y de los árboles del mundo. Pero si uno no se relaciona con las cosas vivientes de esta tierra puede perder toda la relación con la humanidad, con los seres humanos.

    Es extraño que tengamos tan poca relación con la naturaleza. En el pinar de Camporredondo, y sin adentrarse mucho " por si te pierdes " he percibido sensaciones como, no sentirme sólo, me acompañaban los pinos; toco el pino y percibo su solidez, su áspera corteza, a veces acerco mi nariz al pote de la resina para oler mejor su perfume.

    El sonido natural que Gaude menciona, el sonido del viento entre las hojas, el de la brisa que en la mañana agita el follaje...uno tiene que ser extraordinariamente sensible para oír el sonido. Este sonido no es el ruido del mundo, ni el ruido del parloteo mental, ni el de la vulgaridad de las disputas y luchas del hombre, sino el sonido como parte del universo.

    No se que tiene ese pinar del pueblo. Será que cuando voy desconecto del trabajo, mi mente se aquieta, no pienso nada, no juzgo..si ese pino es bello, grande, simplemente paseo, siento alegría, me siento como que soy un todo uno con el universo y regreso a casa como si " me hubiera cargado las pilas ".

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  2. Mi suegro, Antonino Esteban Cuellar, resinero, me contó con palabras como era el canto del pájaro escabechero que Gaude menciona. A ver que tal lo escribo, es así :

    ¡¡ Quién, quién, quién, quiere... Escabeeecheee..!!

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  3. "No se sabe, bien, lo que se tiene hasta que se ha perdido" Si te animas a seguir en "La pizarra de Gaude" tendrás ocasión de entender mi dolor cuando desde aquí y ahora comparo este momento con mi vida de pastor, al lado del resinero, hace...muchos años. Hemos perdido mucho, Juan Carlos: ayudemos a conservar lo que nos queda, tús hijos se lo merecen.

    Gracias.

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  4. Hace treinta y cinco años que empezé a ir por Camporredondo. Entonces había bandadas de gorriones. Llegué a ver la Oropéndola y sus nidos colgados de los pinos.Hace años que no la veo.

    Tambien llegué a ver el caudal de agua del arroyo junto a la Ermita, hoy seco.

    Los herbicidas, pesticidas y otros venenos que se echan en la tierra, se han encargado de eliminar a muchos individuos de la fauna del pueblo. Los pozos artesianos que desvían el curso natural del agua de los arroyos secándolos. Luego está la otra sequía, más grave: la del cámbio climático producida por la contaminación de la atmósfera. Esta es la que se ocupa de secar los pinos y a nosotros.

    Se cree que la calidad de vida está en la industria tecnológica, pues como no regresemos al campo y lo cuidemos estamos haciendo unos panes como hostias.

    Recuperar el barro de nuestros pies y la última verdad de la Naturaleza es la clave para mejorar nuestra vida.


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