viernes, 2 de agosto de 2013

Los piñeros y el pastor

Si a los hombres a los que quiero dedicar esta entrada es a los que tiran al suelo las piñas y después las recogen,
creo que lo correcto es que la titule los piñeros (recolectores de piñas).
De la misma forma, o por el mismo motivo, el día que le dedique una entrada al hombre que comercia con el piñón (riquísimos piñones tostados vendía Gregorio Calle en Camporredondo)

le denominaré piñonero (que comercia con piñones).
Anticipo esta observación porque lo que me encuentro por ahí es la palabra piñonero

para referirse al que baja y recoge las piñas del pinus pinea, pino albar o piñonero.
Y no es que yo lo haya descubierto ahora, es que en el siglo XIX (siglo de mi abuelo)

 en Camporredondo ya se nombraban así. ¿Antes no?
Apoyándome en mi razonamiento les dedico, con toda admiración y respeto, esta entrada a… LOS PIÑEROS


Cuando el otoño avanza, el frío y la lluvia cambian la rutina del pastor y su rebaño. Ayer el rastrojo, el cauce y el arroyo; hoy, la cañada y el monte por la mañana y, si el tiempo lo permite, por la tarde, en la vega, es la hoja de la remolacha el pasto para la oveja. Si la oveja pastara sólo en el monte el herradón se resentiría, porque el pasto del pinar aporta poca leche. Pero si sólo comiera la hoja de remolacha, a la oveja le produciría disfunción en el aparato digestivo y esto también era negativo para el animal y por ende para la producción de leche. Entonces… ¿qué hacer? Pues lo que el pastor hacía y lo que esta mañana hizo: cañada adelante, seguido por el rebaño, va a por el pasto sólido y saludable; después, por la tarde vendrá el más abundante y productivo.

Durante el tiempo de recolección de la remolacha el pastor no debería preocuparse demasiado por el pasto; excepto si el día se presentaba lluvioso, todos los días recorría el mismo camino: por la mañana al monte y por la tarde a la vega, remolacha de regadío, o al páramo, de secano.

Durante la primavera el pastor tenía un compañero con el que de vez en cuando echar, como decían, una parlada. Pero desde el día quince de noviembre en que acabó la recogida de la resina, el resinero guardó sus herramientas en el sobrao (sobrado) de la casa y -como resinero- desapareció del monte. Pero… he dicho como resinero, porque a partir del 15 de noviembre bien pudo pasar a formar parte de otro grupo de hombres que también tenían el monte como principal medio de vida. Quizás pasó a formar parte de la cuadrilla de hacheros en las cortas de pinos; de los olivadores, o quizás de LOS PIÑEROS.

A estas alturas, o quizás antes, el seguidor de La Pizarra ya se habrá dado cuenta de la importancia del monte en otro tiempo: la resina, la madera, la hornija (combustible para los hornos de pan, cal, yeso, alfareros y para la gloria o calefacción del pueblo), el combustible para el hogar, el pasto y la cama para el ganado… y otra parte muy importante: la piña, cogollo, piñote… o sea, la piña del pino negral o resinero (Pinus pinaster) para encender la calefacción en la ciudad (en los pueblos se empleaban, pero menos, porque por aquí se usaba más la seroja) y la piña del pino albar (Pinus pinea), la de nuestro exquisito y hoy caro piñón, tan usado en pastelería, o para comerlo sin más que, bien tostado. Delicioso y nutritivo es el piñón.

Cuando arropado con su manta pastoril el pastor llegó al monte, en éste ya había actividad: los burros de los piñeros, pastando por el contorno, con sus cencerros rompían el silencio bajo el cielo gris, la escarcha o la niebla. Las piñas, como impulsadas desde las copas de los pinos por algún ser extraterrestre, golpeaban contra el suelo aquí y allá, bajo éste o aquel pino, y bajo el otro y el otro... El grupo de piñeros era amplio, ágil y numeroso, cuantas más piñas más sueldo, y el piñero siempre pensando que el hambre merodea, por los alrededores, como lobo que acechara esperando que el pastor se descuidara para apoderarse del rebaño y diezmarlo.


Para quitarse el frío de encima, el pastor se aproxima a la lumbre que los piñeros encendieron a primera hora en la que, poco a poco, irán ablandando los gabrieles y, mientras se calienta, observa y admira la agilidad del piñero subiendo al pino que lo mismo puede tener cinco que quince metros de altura.

Con la misma soltura que el pastor camina por el suelo, el piñero anda por el tronco vertical del pino sin más que colgarse con la vara de piñas del mismo tronco, o de alguna rama cuando va aproximándose a la copa y, en llegando a ésta, verle desplazarse por las ramas produce vértigo.

El pastor recuerda cuando, siendo niño de muy corta edad, acompañando a sus hermanos mayores en el cuidado del rebaño, vio por primera vez trepar al piñero y apartaba su mirada como esperando oír el golpe del cuerpo del hombre contra la tierra, porque sus infantiles ojos no daban crédito a lo que veían, ¿cómo era posible que aquel hombre, sin pegar su cuerpo al pino, sin más que agarrarse a aquella vara, pudiera recorrer la distancia que había entre el suelo y la copa del pino? Hoy el pastor ya sabe que el piñero quizás está dotado de unas alas que él no es capaz de ver. Por eso contempla con tranquilidad la caída de las piñas de los pinos como si algún impulso especial las precipitara hasta el suelo, porque sabe que el ser que las descuelga de la rama es especial.

El piñero se mantenía de pie y caminaba con la misma seguridad sobre la rama que sobre el suelo. Cubrir las necesidades básicas para la familia, en aquellos tiempos, no permitía tener dudas sobre la forma de ganarse la vida. Allí donde había trabajo había una oportunidad, y tenía que aprovecharse. Quizás mañana llueva o nieve y no pueda bajar ni una quina de piñas hasta el suelo, y si las piñas no bajaban no había sueldo y sin sueldo…

A las horas convenidas, se escuchaba la voz del caporal ¡a recogeeerrrrr...! Y la voz del siguiente piñero, como si fuera el eco, repetía ¡a recoger...!¡a recoger...! así, cada cierta distancia, para que nadie quedara sin aviso del cambio de actividad.

En la recogida de las piñas participaba toda la familia, en la foto de la derecha se puede apreciar desde el niño que quizás hizo novillos en la escuela -porque antes que estudiar había que comer- hasta el abuelo al que los años obligaron a bajar del pino porque las fuerzas y los reflejos le han abandonado. Aun así, mientras hubiera un mínimo de energías, tenía que seguir ganándose el cocido: no hay ventanilla a la que acudir, el piñero nunca tendría derecho a una pensión de jubilación, pero el pino sí que jubilaba al hombre. Mientras la mujer recoge su parte de piñas irá controlando el borbotear de los garbanzos en la olla sobre el –improvisado- fogón de piedras.

Al llegar el mediodía, volvería a escucharse la voz del caporal: ¡a comeeerrr…! Y el eco repetía ¡a comer…! ¡a comer…! Para reunir a todos los piñeros en torno a la amplia mesa con mantel de burrajo.

Una vez recogidas, las piñas se cargaban en los serones sobre el lomo de los animales de carga y después, en reata, se acercaban hasta El Coletillo que es donde, en un tramo de pradera que había en la Cañada Merinera, se descargaban y se formaba el pez hasta que en los meses de calor se extendían para que los rayos del sol se encargaran de abrirlas y saliera el piñón.

Llegando al lugar de descarga se vacían los serones y los sacos y se procede al conteo que servía para fijar el sueldo que cobraría la familia para poder reponer la despensa (los frigoríficos aún tardarían algunos años en formar parte de las cocinas de los piñeros y del pastor).

Lo mismo que hiciera al tirarlas al suelo, una por una iban pasando por su mano. Por cada cien piñas (veinte quinas) que pasaban por su mano, noventa y nueve se echaban al montón y una a la banasta con lo que, al final, tantas unidades había en la banasta como cientos en el montón.

En su universidad se encargaron de que aprendiera a contar hasta cien.

De esta manera, piña a piña, se formaba cada año el enorme pez que durante la primavera era vigilado, día y noche, contra los ladrones de piñas, por aquel matrimonio al que hacíamos mención en la anterior entrada “El chozo el guarda y el queso”.

El pez de piñas se mantendría hasta que, avanzada la primavera, cuando el calor iba apretando, se extendía como parva de cereales en la era, para que el sol abriera las piñas. Una vez abiertas, con el macho o la mula y la rastra se pasaba por encima haciendo que el piñón se separara de la piña y quedara en el suelo. El piñón mezclado con la cáscara se pasaba por la criba quedando limpio de todo, menos del cisco, que era lo que se quitaba al pasarlos por el agua sacada del pozo. Con esta operación el piñón quedaba listo para el mercado.

Éstos son los restos que quedan, en El Coletillo, del hogar de un matrimonio, no joven, que mediado el siglo XX y durante los meses de primavera, guardaban las piñas para que otros pudieran disfrutar del delicioso piñón de Castilla (a 21 de noviembre de 2009).

Y más abajo, aunque hoy parezca imposible, a mediados del siglo XX hubo un pozo con cuya agua se lavaban los piñones de las piñas que producían el Monte Arenas y El Bosque y que los piñeros se encargaban de recoger. Esto es lo que queda.


A partir de aquí quizás podamos haber aprendido un poco más sobre el esfuerzo que hace unos pocos años algunos seres humanos tenían que realizar para conseguir llevar el cocido hasta la mesa de su humilde cocina. Por mi parte, piñeros de antaño, allá donde estéis, o ahí, en el Cielo, os rindo mi humilde homenaje.

Por si no habíamos visto suficiente, tenemos la foto del hombre-volador,
el piñero volando de un pino hasta el otro sin tocar el suelo
Al pastor se le hace la hora de cambiar de pasto al rebaño, y tras un silbido de orden a los animales y un saludo de despedida moviendo la mano, inicia su camino hacia la vega donde las ovejas terminarán de llenar el bazaco.

Al iniciar el camino de bajada el pastor saca el talego de la alforja, lo abre, coge su tortilla y se dispone a remedar a los piñeros que se habían reunido en torno al ecológico mantel.

Camporredondo 21 de noviembre de 2009

El pastor

Las fotos de las personas fueron tomadas del NO-DO nº 528 del año 1955 y pertenecen a la zona de Hoyo de Pinares en la provincia de Ávila.



REFLEXIÓN

Desde su atalaya, hoy, el pastor observa las máquinas sacudiendo sin piedad al pino para bajar las piñas, y siente nostalgia por el pino bien tratado y olivado como estaba en otro tiempo. Ya no se oliva el pino, nos limitamos a quitarle las ramas más bajas, pero no se le limpia de chistos y chamarastos, sólo prima la rentabilidad inmediata, el futuro no es cosa que nos preocupe, volvemos al dicho: “el que venga detrás que arree”. El olivador de aquel tiempo sí que pensaba en el que venía detrás de él: el piñero, y le dejaba el pino limpio, en la copa del pino jamás había leña muerta que estorbara al piñero, ni que pudiera acarrear enfermedades al pino. Por eso había pino, resina, madera, leña y piñas.

Cuando al pastor le llegan nuevas noticias sobre lo que serán las técnicas de elaboración en los pinares, siente preocupación porque no entiende que el tronco del pino se vaya a ver reducido a la altura de la máquina que se encargará de olivarlo y de tirar sus piñas, y piensa el pastor, porque no lo entiende: ¿también podremos renunciar a la madera de nuestros pinares? ¿Ya nunca podrán ver nuestros nietos aquellos pinos que elevaban sus ramas a más 20 metros? ¿Dónde quedarán los pinos que producían cientos de quinas de piñas? Las águilas, incluso las cigüeñas hacían sus nidos en aquellos ejemplares pinos de antaño. Pero no, no sabemos lo que ocurrirá después, de momento la altura del pinus pinea –alarmantemente- ya se va reduciendo.


En el entorno del pastor de hoy ya no existen pinos como el de la foto. Pinos en los que por primera vez sintió miedo por el hombre que podía caer al suelo. De la misma manera que ya no queda pino resinero (Pinus pinaster) que pueda soportar más de 4 caras, tampoco tendremos pinos albares que no podamos contar las piñas desde el suelo. El pastor se pregunta: ¿transformaremos los montes en matorrales?

El pastor no sabe lo que ha sido de la técnica, que él jamás entendió; la técnica de injerto para obligar al pimpollo a producir antes de tiempo, condenándole a morir por exceso de trabajo. Lo nuestro es la prisa, correr…correr…correr… ¿hasta cuándo? Cuando aparecieron estas técnicas de injerto, el pastor nunca entendió como era posible que al pimpollo, sin haber desarrollado su sistema radicular podía obligársele, sin más que injertarle (engañándole) púa de pino adulto, a producir piñas sin darle tiempo a crecer condenándole, a base de engaños, a producir antes de tiempo. Quizás sus impulsores sientan nostalgia de cuando al niño se le obligaba a ganarse el sustento desde su más tierna infancia. Lo cierto es, así lo piensa el pastor, que si el nuevo sistema de producción sigue adelante, habremos cambiado las cuatro quinas de pequeñas piñas que hoy produce el pimpollo, por los cientos de piñas espectaculares que produciría el pino dentro de unos años.


El pastor



Palabras de uso poco corriente usadas en este escrito

Hachero: el que trabaja y se gana el sustento con el hacha. Parlada: conversación intrascendente entre dos o más personas. Pez: montón de mies trillada, piñas etc. de forma alargada. Reata: hilera de caballerías, de tiro o carga, caminando una tras otra. Vara de piñas: conjunto de varal y medialuna o gurbio, que el piñero usaba para subir al pino y tirar las piñas al suelo.

Las siguientes palabras las encontrará en el diccionario de Camporredondo en esta misma pizarra:Banasta, burrajo, chamarastos, chistos, cisco, cogollo, corta, gabrieles, gloria, hachero, herradón, hornija, novillos, olivador, parlada, parva, pastar, pez, piñero, piñote, quina, reata, remedar, resina, seroja, serones, sobrado, vara de piñas.

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