sábado, 23 de marzo de 2013

PASTOR DE MI TIERRA


A mi hermano Alfredo (16 de marzo de 1931-21 de diciembre de 1990) porque, con su sacrificio y buen hacer, hizo que muchas cosas fueran posibles. Porque de él aprendí que lo importante es andar por la vida con la frente alta aunque tu título sea el de pastor de ovejas. Que no triunfarás en la vida por el volumen sino por ser el mejor de lo tú puedas ser. Que el título de mayor prestigio es el recuerdo que dejes cuando hayas partido... en fin, fueron tantas cosas que, por todas ellas, aún le recuerdo con cariño y admiración.


Sobre este mismo suelo dejabas tu huella, tu miedo y tu niñez, niño-pastor de mi tierra.
Tu imagen, pastor, sigue presente en la cansada retina de los que te siguen queriendo


“Sólo se ve bien con los ojos del corazón. Lo esencial es invisible a los ojos” (El Principito)


Eso es lo que te pido, amable lector: abre los ojos del corazón y sólo así sigue leyendo. De otra manera quizás no merezca la pena que sigas, tu tiempo siempre es precioso.

Los escritos que encontrarás a partir de aquí, referidos al pastor de mi tierra, seguro que no tendrán ningún valor literario. No es eso lo que pretendo. En mi ánimo sólo está el rendir homenaje a los niños -pastores o no- a los que el odio fue capaz de robarles su niñez. Niños que, desde su más tierna infancia, les obligaron a ganarse el sustento diario, no sólo para ellos sino también para su familia. Niños que fueron arrancados de su aula para pasarles a otra, más dilatada, cuyo límite era el confín, sin otro techo que el cielo, y cuyo suelo estaba enlosado con piedra, burrajo o tierra parda. Su pupitre, en la clase, fue el pino rastrero; por asiento tuvieron el hito en la linde del sembrado y el mojón o los cantones que delimitaban los tranzones en el bosque. Su lápiz (siempre el mismo) fue el garrote con el que trazaban sus garabatos sobre el suelo y que el profesor -viento o lluvia- se encargaba de corregir y borrar. Y fueron sus compañeros de clase más fieles, su rebaño y sus canes. Por macuto para sus libros tuvieron el morral o la alforja. Como prenda de abrigo usaban la manta que, con las primeras gotas de lluvia, se ponía rígida como tabla recién salida del aserradero. Su aire acondicionado fue el sombrero de paja que, por el páramo o la vega de Camporredondo, les protegía del calor tórrido del estío castellano. Y fue su profesora más rígida y tierna a la vez, severa y magnánima... Doña Naturaleza. Ella les enseñó el respeto que siempre deberían guardar hacia todo lo creado y así se hicieron catedráticos en ciencias de la naturaleza, quizás por eso nunca entendieron el ahora y el yo, clases que se imparten en otras universidades como máximo objetivo a alcanzar.

La vida les dotó de grandes oportunidades y por eso, cuando aún no eran capaces de soportar el peso de su “macuto”, les brindó la oportunidad de ganarse el sustento diario para ellos y sus familias. Y se ganaron sus sopas de leche, o de ajo, para el desayuno, su tortilla -a veces con huevo- como merienda diaria, y sus patatas cocidas, aderezadas con una cucharada de manteca de cerdo o sebo de los herbívoros, para la noche. Un menú muy equilibrado para que crecieran fuertes y sanos.

Las “chuches” jamás les faltaron, siempre tuvieron la oportunidad de trepar al pino para conseguir unos piñones con los que matar el gusanillo, que no paraba de revolotear dentro de sus tiernas entrañas. Para satisfacer sus deseos de golosinas, a lo mejor alguna navidad conseguirían un trozo de turrón de cacahuete, aunque para poder masticarlo tuvieran que ayudarse con la mano para despegar las mandíbulas. Bien es cierto que podían asarse una remolacha mientras sus ovejas pastaban.

Aún recuerdo la alegría reflejada en su mirada cuando regresaban a casa trayendo, en su alforja, unos piñones para los hermanos más pequeños que habían quedado en el hogar.

Dicen que el hombre para ser eso, hombre, primero tiene que ser niño y jugar… ¿Jugar? ¿Qué es eso? ¡Ah sí, jugar! Esta fase tan importante en la vida de todos los niños la tenían muy bien cubierta. ¿Alguien ha tenido, como ellos, un parque más natural y extenso, en el que no faltaba ningún elemento? ¿Tobogán? ¿Es que no había desmontes y cotarros por donde deslizar su tierno pompis? Desde que llegara el mes de diciembre y hasta marzo disponían de las pistas de patinaje sobre hielo más naturales que un niño pueda soñar. ¿Columpios? ¿Dónde se columpiaba Tarzán? ¿El fútbol? Sus porterías eran de dimensiones variables; según la distancia entre los pinos que eligieran... ¿y el balón? Podían estrenar varios balones en el día; los había a miles y de distintos tamaños, tantos como piñotes (Cogollos). Podían permitirse el lujo de, a cada chut, estrenar pelota nueva, aunque a veces en vez de golpearla con la bota golpearan con la punta de los dedos de su pie desnudo.

También podían lanzar jabalina y peso. También martillo. Podían correr 1.500, 3.000, 5.000, maratón... en fin, era una gozada el parque infantil que tenían a su alcance. Sólo dependían de su ingenio para transformar en juguetes todo lo que la naturaleza ponía a su disposición.

También jugaban a las adivinanzas: cuando las fuerzas de la naturaleza arreciaban, el niño jugaba a adivinar por dónde deslumbraría el próximo relámpago y con qué fuerza retumbaría el siguiente trueno. Era su música, no tenían otra.

Y de sobra es sabido que un niño a los ocho años pero... ¡qué he dicho! ¿Ocho años? ¿No estaré exagerando? Pues no, no estoy exagerando... ¡qué más hubiera querido yo que exagerar! El parque que algunos (siempre muchos) niños de ocho años “disfrutaban” era el que acabo de -en una pequeña parte- relatar.

¿Si hacían sus deberes diarios? ¡Claro que los hacían! Sin rechistar: el pastor siempre tiene deberes. Veamos: amamantar ¿qué es eso? Pues sujetar a la madre que rechaza al hijo para que éste pueda mamar, también hay madres con dos hijos a los que no pueden alimentar por falta de leche y el pastor tiene el deber de alimentarlos con leche de otras ovejas. O sea, que el pastor tiene el deber de sacar a pastar a las madres y alimentar a los hijos que por un motivo u otro lo necesiten.

Después de atender las necesidades de los más débiles, el pastor debería coger el herradón de barro cocido, el que se hacía en las cacharrerías de Arrabal, que sólo su peso en vacío ya le costaba un esfuerzo para desplazarlo, para ir vertiendo en él la leche que, con sus manos, sacaba de las ubres de las ovejas hasta dejarlas enjutas.

Siguiendo con sus deberes el pastor apacentaba el ganado (el excesivo número de animales y la escasez de pastos obligaba a darles alimento complementario). Y, entonces, cuando todo quedaba en calma, el pastor sabía que tenía hechos sus deberes y podía gozar… soñando dormido sobre el fogón del hogar.

Pastor de mi tierra: Yo te admiro porque, a pesar de todo, cantabas y reías.



Camporredondo, invierno de 2007

2 comentarios:

  1. Bonito homenaje a aquellos niños que tuvieron que crecer en un tiempo difícil.
    Y gran lección que nos enseña cómo aprovechar las adversidades, convirtiéndolas en aliadas.
    Así se formaron grandes personas, de las que tenemos tanto que aprender aquellos que lo tuvimos más fácil.

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    1. "Se quiere más lo que se ha conseguido con más fatiga" Nunca debemos olvidarlo porque... al fin y al cabo ¿no es la felicidad lo que buscamos? ya sé que es difícil encontrarla pero, te aseguro, que aquellos niños de nuestra historia, a pesar de lo pasado, fueron bastante felices... CANTABAN Y REÍAN.

      Gracias Miriam.

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