Cuando decidí contar este episodio en la vida del joven
pastor algo se removió en mi interior al ver que, de todas las cosas que yo
podía contar no era capaz de ilustrarlas con fotografías porque era imposible
¡habían desaparecido! Por eso tuve que recurrir a internet, de donde he
recopilado las fotos vivas que os ofrezco. Las otras, las actuales, juzgarlas
vosotros. El pastor las conoció como lo cuento, sin quitar ni poner. El niño
que lo cuenta contempló el campo vivo: con agua, con flores… pero sobre todo
con vida… Las liebres abundaban, las perdices se veían en bandos, los topos de
ribera (ratas de agua) se comían todo lo que el agricultor sembraba al borde de
cauces y arroyos. Y cantaban los jilgueros sobre los chopos del camino de la
ermita, y se oía y se veía la oropéndola… y croaban las ranas… y la gente no
cogía cangrejos porque estaban hartos… y pezas llamábamos a los peces más
grandes… hasta el canto de los pájaros casi molestaba… en fin posible lector ¿Esto
es progreso? Si tú quieres, sigue leyendo.
Los toperos
Un día del mes de septiembre del
año 1956, es domingo; pero como la andorga de las ovejas no entiende de días
festivos, el joven pastor cuelga de su hombro la alforja con la tortilla, la
cubre con la manta, y con la cayada sobre su mano derecha, seguido por sus
perros y el rebaño, enfila cañada de Carramambres arriba. Las ovejas beben agua
en los bebederos que están a media cuesta, unos metros antes de las primeras
bodegas, y sin ninguna prisa siguen por el camino de Los Valles hacia El
Canalizo. Al llegar al majuelo que llaman “El Tinto,” el pastor se acerca para
coger un racimo de uvas que por ese tiempo están en plena sazón.
Al
cruzar
un campo de remolachas que hay entre el rebaño y el majuelo, se
desarrebuja la rabona y emprende veloz carrera en dirección a su
perdedero
natural: el pinar. El pastor, que lleva en la sangre el ramalazo
venatorio, no
puede reprimir el impulso de transformar la cayada en escopeta y con
ella
apunta a la liebre. Cuando cree tenerla enfilada para el disparo no le
queda
otra opción que disparar con las cuerdas vocales… ¡pum, pum! Una vez
efectuados
los dos disparos bajó la cayada (la caña por un momento, así llamaba a
la
escopeta) y todo volvió a la normalidad. Como no sufrió ni un rasguño,
el
leporino siguió su carrera, y el pastor arrancó el racimo que fue
jalándose a
medida que el hatajo se acercaba a La Senovilla por donde, un poco
antes del mediodía, bajó en dirección a la vega, que era la ruta que
había establecido,
para el careo del rebaño hasta la hora de encerrar.
Cuando, después de lo de la
liebre, los nervios del “cazador” iban atemperándose, al asomar por los
testerales, un bando de igualones picoteaba sobre un rastrojo de
trigo. Aquí el pastor se ahorró los dos cartuchos, limitándose a apuntar con la
cayada tal vez esperando que, así como dicen que el diablo cargó una escoba,
quizás el diablo, o Dios, uno de los dos hubiera cargado la cayada. ¿Por qué no?
Al asomar hacia la vega, sobre el
arroyo de La Requijada, a la altura de las tierras del camino de El Caño, el
pastor descubrió que dos hombres y un perro se afanaban por el cauce
persiguiendo algo. No necesitaba que nadie le dijera quiénes eran y lo que
hacían, porque eran muchas las veces que había guipado, desde su más tierna
infancia, las alforjas de los toperos repletas de topos de ribera (ratas de
agua). Esta vez la curiosidad hizo que se acercara hasta ellos para ver de
cerca la caza del topo. Un saludo de buenos días fue suficiente para entablar
una breve conversación sobre el oficio de topero.
Sobre la calidad de la carne de
rata de agua el pastor no tenía nada que preguntar porque lo sabía desde que
una vez, siendo muy niño, arreaba las ovejas cojas por los alrededores del
pueblo: en un cauce próximo a la ermita, el zagalejo descubrió que un topo
(rata de agua) se movía por su senda cerca del agua del caz. En esto que la
rata se paró, semi-oculta entre el yerbajo, por lo que su pequeña silueta era
medianamente visible. El pastorcillo no lo pensó dos veces y cogiendo una
peladilla, la lanzó, a machote, en la dirección exacta en que se encontraba la
rata que no tuvo tiempo de esquivar el disparo, quedando inmóvil para siempre.

Una vez terminada la comida, la
madre, a modo de pregunta, dijo; ¿o sea que el cocido estaba bueno? ¡Como
nunca! dijeron los comensales. Entonces entró la cocinera a la despensa y sacó
el cuerpo de la rata cocido; esta es la culpable, les dijo. Mostró el cuerpo
del roedor tan cocidito y ya nadie protestó. Sí que es verdad que tampoco
ninguno fue capaz de comerla, pero fue este un cocido castellano que, si bien
no volvió a repetirse, si que dejó un grato recuerdo, tanto, que al cabo de 58
años aún perdura en la memoria de uno de
los comensales.
Después del saludo, el pastor se
dedicó a observar de qué manera se arreglaban para dar caza al escurridizo
roedor: sin más armas que una barra en forma de cayada, para ir pinchando aquí
y allá para hacer salir a la rata, un azadón para cavar cuando se metía en la
cueva, sus manos y el perro que cogía casi todas, las alforjas de aquellos
toperos, que dijeron ser de La Pedraja de Portillo, fueron llenándose de ratas,
pues era raro que la que delataba su presencia no pasara a colmar los senos de
la alforja. Jamás había visto el joven pastor tanta facilidad para dar caza a
un animal tan escurridizo, cogiéndolas con las manos sin ser mordidos.
Un rato estuvo el pastor
observando la cacería de la rata, pero como las ovejas exigían su presencia
hubo de separarse y seguir su vereda. Cuando por la tarde volvió a encontrarse
con los toperos en el mismo arroyo, pero ya cerca de El Olmillo y la ermita, el
pastor no pudo por menos que emitir un… ¡joder! ¿Qué es lo que habéis hecho?,
pues las alforjas estaban a rebosar. Los cazadores de ratas le explicaron algo
que él ya sabía: estos cauces están atestados de topos, le dijeron. Y es que
era cierto, pues a lo largo de la pestaña, y en no menos de dos a tres metros,
aquello que el agricultor sembraba era pasto de los roedores; les daba igual
que fueran cereales, remolacha o patata, de todo comían, así que estaban gordas
y saludables. De nada servía al agricultor defender su cosecha a base de cepos.
Bueno, preguntó el pastor; ¿pero qué
hacéis con tantos topos? Pues una parte son para el consumo de casa y el
resto se venden y representa una buena ayuda para la economía familiar.
Tenían una clientela fija, por lo que todos los domingos debían reponer las
despensas de sus clientes que, según le dijeron al pastor, no era gente de bajo
nivel económico. La rata de agua era muy apreciada en la cocina.
Bien entrada la tarde los
toperos amarraron las alforjas en el soporte de sus respectivas bicicletas,
encima de uno de los soportes subió el perro y emprendieron el camino de
regreso al hogar en La Pedraja de Portillo, o eso le dijeron.
REFLEXIÓN

Este
terreno seco y polvoriento que nos muestra la foto, en otro tiempo fue un vado
en el que vertían sus aguas el cauce de El Sotillo (nunca se secaba) y el
arroyo de El Olmillo, en el que lavaban la colada las mujeres de
Camporredondo. Excepto el carril por donde vadeaban los carros y animales de
carga, lo demás eran verdes berreras, plantas acuáticas, peces y numerosísimas
ranas que al atardecer llenaban el ambiente con su croar. En este mismo vado
apresó el pastor la rana que le valió comerse las primeras exquisitas ancas.
Después de lo, poco, dicho ¿de
verdad creemos que vamos progresando? ¿O nos estamos comiendo el presupuesto
para todo el mes antes del día quince? Sinceramente creo que acabaremos
recluidos en las cárceles de hormigón que, con el “progreso” vamos
construyendo. ¡Qué lástima de manjarrias (colmenillas) que se criaban entre los
chopos que jalonaban el borde de este que, en otro tiempo, fue arroyo!
Quisiera dar un paseo por la
cañada de la ermita, contemplando el discurrir del agua cristalina del arroyo
en un atardecer del mes de mayo, llevando al lado a mi amor y escuchando el
canto del jilguero y la oropéndola mezclados con el croar de las ranas, pero…es
imposible. Aquello, tristemente, sólo es un recuerdo que guarda mí memoria.
Camporredondo, Noviembre de 2008
Estupendas historias magníficamente contadas. Esperemos que de aquí a otros 58 años haya vida y alguien para seguir contándola.
ResponderEliminarComo diría mi abuelo, al paso que va la burra y el camino que ha tomado ¿crees que dentro de 58 años quedará algún nostálgico que quiera contar estas historias? De todas maneras, si quedara alguno, espero y deseo que sepa contarlas mejor que yo: son entrañables, al menos, yo así las veo.
EliminarUn abrazo y ojalá que sigan gustándote.