Reflexión previa a la entrada de
hoy.
No, no debo meterme por terreno
resbaladizo porque, seguro, patinaré. Eso ya lo sé. Pero si no me meto en algún
berenjenal de éstos nunca sabríais, por vía directa, que nada hay más atrevido
que la ignorancia. Y como quiero colaborar a vuestra amplia cultura pues… allá
voy, cuesta abajo y sin galga en el carro.
Soy aficionadillo a la obra de
Delibes, eso lo sabéis: yo os lo he dicho reiteradamente. Pero lo que no os he
dicho nunca es que también me gusta leer comentarios, críticas, opiniones de
todo tipo, referidas a D. Miguel y su obra. Y como casi todas son favorables, bien
documentadas y razonadas, pues no puedo decir más que, con casi todas, estoy de
acuerdo. (Ya sé que algunos me aplicarán la fábula de Tomás de Iriarte; “El
oso, la mona y el cerdo”, pero es lo que hay).
Acabo de decir que con casi todos
los comentarios sobre la obra de Delibes estoy de acuerdo, pero dentro de ese
“cuasi” se encuentra mi total desacuerdo con la forma de entender y comentar la
obra del escritor por parte del “experto” que, creo, comenzó intitulándose
experto antes de leer la narrativa de D. Miguel para, a medida que transcurría
el tiempo, ir aprendiendo por dónde van los –nunca mejor dicho- tiros del
escritor.
Pregunto: ¿con solo buscar, en el
DRAE, las palabras que el escritor maneja y contarnos lo que, según el
diccionario de la Real Academia significan, ya se es experto en Delibes? ¿Tan
fácil es? Entonces ¿cómo calificaríamos a los comentaristas a los que más
arriba me he referido? El título de hoy en mi entrada en “La pizarra de Gaude”
no es tomado al azar: es título pensado y meditado para el caso que nos ocupa.
Quiero invitaros a repasar el glosario de Cátedra Miguel Delibes para que veáis
y podáis opinar.
Y después de este pequeño
comentario, seguimos:
“Cuando el viejo se lo propuso a la muchacha, la Desi palideció, pensando en la Adriana, la resinera, y en Moisés, el que se abrasó la cara en el horno de achicoria, le dijo que se iba con él y que qué le había sucedido al señorito Isaías”. (…)
Has leído bien, sí. Delibes, en "Obra completa 1ª edición página 394 La hoja roja”, nos habla de la achicoria cultivada y del horno en que se tostaba. Entonces, si a nosotros lo que nos interesa… si queremos ser expertos en la narrativa de Delibes… ¿quiere alguien decirme qué pinta aquí lo que sigue?
Achicoria
LHR p. 177, passim
(...) el que se abrasó la cara en el horno de achicoria, y le dijo que se iba con él y que qué le había sucedido al señorito Isaías.
achicoria. (De chicoria).
1. f. Planta de la familia de las Compuestas, de hojas recortadas, ásperas y comestibles, así crudas como cocidas. La infusión de la amarga o silvestre se usa como remedio tónico aperitivo.
(...) el que se abrasó la cara en el horno de achicoria, y le dijo que se iba con él y que qué le había sucedido al señorito Isaías.
achicoria. (De chicoria).
1. f. Planta de la familia de las Compuestas, de hojas recortadas, ásperas y comestibles, así crudas como cocidas. La infusión de la amarga o silvestre se usa como remedio tónico aperitivo.
Pues esto lo encontramos en el glosario de la Cátedra Miguel Delibes (¡vaya
tela!) cuyo autor es el mismo de lo que sigue:
(...) en el horno de achicoria
(La hoja roja). Achicoria: planta de hojas recortadas y comestibles. Cuando no
había café se bebía achicoria.
Y los dos razonamientos son fruto de
lo que indico a continuación.
Dice el DRAE:
achicoria.
(De chicoria).
1. f. Planta de la familia de las Compuestas, de hojas recortadas,
ásperas y comestibles, así crudas como cocidas. La infusión de la amarga o
silvestre se usa como remedio tónico aperitivo.
2. f. Bebida que se hace por la infusión de la raíz tostada de esta
planta y se utiliza como sucedáneo del café.
Que es lo
que nos dice el DRAE. Y… ¿qué decía yo al principio? Pues eso: el más experto, el DRAE. ¿Que no te crees lo que digo? Pues vete a la Cátedra Miguel Delibes y
echas una ojeada al "espléndido" glosario con que nos obsequia; es digno de un
premio Nobel que, de no existir, tendrían que crear como premio a la mejor
investigación en lenguaje rural castellano: ¡joder, qué pena!
Nuestro/su
deseo es ser experto en la narrativa de Delibes, o eso cabe deducir. Pero el
esfuerzo requerido es tremendo. Si queremos saber tanto como sabía el escritor
sobre el mundo rural, después de haber pasado muchas horas, muchos días y
muchos años, pegando la hebra (pegando y fumando un cigarrillo de hebra
mientras charlaba) con la gente de campo... mira que lo digo veces: si quieres
comprender el lenguaje rural, el que manejaba Delibes, y no has nacido y crecido
en el pueblo, o pateas muchos terrones y charlas con sus destripadores, o no te
molestes: siempre serás un analfabeto profundo, por más que tengas todos los títulos
académicos habidos y por haber. Y cuanto más hables, más meterás la pata.
Pero ¿qué
ocurre si tienes prisa para que se te escuche o se te vea en seguida por
televisión? Pues eso, recurres al más experto que conoces: el DRAE. Pero te
vuelvo a decir, el Diccionario lo hacen personas que, como tú, jamás han pisado
un cavón y en cuanto pisan el terrón, como tú, en seguida tropiezan y se caen.
Pero en la academia son, casi, infalibles.
Total que
yo, como hombre rural que soy, y me siento, te agradecería que el lenguaje rural
vaya por un lado y la academia por otro, no trates de academizar mi lenguaje
porque sería un asesinato -de mis viejas y entrañables palabras- con
premeditación y alevosía.
Y como final
te digo: si quieres saber algo sobre el horno donde se tostaban las achicorias -el
equivalente a aquél en el que se quemó la cara Moisés- te aconsejo (¿quién soy yo para
aconsejar?) que te des una vuelta por “La pizarra de Gaude”, allí encontrarás
(gratis) lo que buscas. Y si a pesar de todo no quedas satisfecho, te lo ruego:
pregunta, podemos explicar desde el momento de preparar la tierra para su
siembra, hasta que se empaqueta la achicoria para su venta como sucedáneo del
café, después de pasar por el horno, claro. Y si otro día quieres que hablemos
de la achicoria silvestre pues también podemos hacerlo. De momento te anticipo
que las ovejas y los conejos domésticos las comían, y comen si se las dan, con
todas ganas del mundo.
Permitidme,
aunque sea de pasada: yo digo que la mejor ensalada del mundo es la de
ajunjeras (que otros también llaman achicoria). Otros de mi pueblo, mayorcitos
como yo (entre ellos Marciano, mi cuñado) sostienen que la mejor es la de los
tallos de achicoria cuando se ha enterrado la raíz y se cogen blanquitos antes
de salir a la superficie (cuestión de gustos). ¡Ah! y las hojas de la achicoria
-sucedáneo del café- nunca las vi comer, ni crudas, ni cocidas (son muy amargas). Las ovejas y
los conejos sí, con tantas ganas como las silvestres.
Rematamos la faena con una pequeña anécdota: Allá por los años cincuenta del siglo XX, un joven de mi pueblo, metido en juerga, gritaba a pleno pulmón, para que todo el mundo se enterara de la importancia que tenía esta planta para la economía rural: “¡VIVA LA ACHICORIA!” Y yo, eco retardado de su grito, repito: ¡VIVA!
Camporredondo 6 de abril de 2015