Un día sentí ganas de gritar a los cuatro vientos como es y lo que siento por mi amigo y le dediqué estas líneas que hoy quiero presentaros. Pero si esto es lo que sentía entonces, mis sentimientos hacia él sólo han hecho reafirmarme en lo que dije, comprometiéndome a volver para seguir contando lo que un ser tan diminuto puede aportarnos con su desinteresado cariño. Es posible que Boli sepa que estoy contando algo que le atañe porque aquí está, a mi lado, mirándome mientras yo, torpemente, tecleo
El pequeño Yorkshire
Debajo de unas largas y
rutilantes melenas, áureas en su parte anterior y extremidades, y entre
gris-plata y negro en el resto del cuerpo, late un corazón que yo imagino no
mucho más grande que una alubia de las que producía El Sotillo.
Pequeño en su tamaño, pero como
los corazones no se miden por su volumen, sino por su grandeza, el corazón de
Boli no guarda relación con su diminuto cuerpo y es inmenso, tierno y mimoso
como el de un niño.
Cuando va por el pasillo, delante de mí, yo le adivino
unas cortas patitas, ocultas bajo sus largas greñas que parecen tintinear al
ritmo de su alegre trotecillo. De repente, hace un alto: se para y me mira.
Parece que me dijera: ¡Venga hombre, ánimo, ya te falta poco! Al llegar a la
puerta del aseo, espera: quiere saber a dónde voy para, si fuera necesario,
dejarme el camino expedito. Él sabe que su amigo tiene dificultades... quiere
ayudarme. Yo se lo agradezco y no paro de hablarle y él me corresponde moviendo
su alegre y juguetón rabillo y dando giros con su cuerpecillo peludo y suave,
cual bolita de algodón.
¿Sabes, Boli? Fuiste el mejor
regalo que los Reyes Magos hicieron a los niños. El que yo más he disfrutado.
Cuando me levanto, por la mañana,
tú me esperas tumbado a la puerta de mi habitación. No te importa que el suelo esté frío: tú lo aguantas porque me quieres. Acudo a asearme y, como tú sabes
que necesito sentarme, allí me esperas y, subiéndote encima de mí, comienzas a
lamerme las manos… es tu beso de buenos días.
Me siento a la mesa y allí estás
tú, sin pedir nada a cambio. De vez en cuando me das unos ligeros toques con
tus patitas para recordarme que estás allí, cerca de mí, para lo que haga
falta.
Después me siento en el sofá y,
como tú tienes junto a él tu cama, allí te acuestas. De vez en cuando no sé lo
que te pasa, pero te levantas, das un salto, te subes encima de mí, me miras,
me lames las manos, recordándome que allí sigues estando para que te diga algo,
que para eso somos amigos.
Cuando oyes sonar las llaves del coche te vuelves loco de
alegría y es que presientes que vamos a salir de casa: tal vez a dar un paseo
por el pinar –que es lo que más te gusta-. Nunca sabrás cómo disfruto cuando te
veo correr al lado de tu amiga quien, a veces, hace un alto, alto que tú aprovechas
para agradecerle su compañía, con tus saltos de alegría y, cuando ella te acoge
en sus brazos, tú la das unos besos, tus besos, y de nuevo reanudáis vuestro
particular maratón. Yo os contemplo en la distancia, lleno de satisfacción.
Cuando tus amigos, los niños,
vienen a casa, en los días en que los “seres humanos” les autorizan, se vuelven
locos de alegría contigo y tú con ellos y corréis por el parque y el césped;
pero tienes tanta habilidad que nunca consiguen pillarte, hasta que te acuestas
con tus patitas para arriba y así les permites que, para su deleite, rasquen tu peluda
barriguilla.
Y, cuando voy a acostarme, me
acompañas hasta la puerta de mi dormitorio y allí te quedas, me miras y vuelves
a tu cama, hasta que, al día siguiente, volverás a esperarme para
acompañarme en mis largas jornadas de inválido.
Y ¿sabes, Boli? como tú y yo
tenemos mucho tiempo, quizás te vaya contando pequeñas historias que yo viví
cuando los de tu clase sólo se alimentaban de despojos y algunos rebojos, pocos,
porque nunca sobraban.
Sólo me queda decirte que hay
muchos “seres humanos” que no entienden a los de tu especie y dicen que os
mueve vuestro instinto. ¡Qué saben ellos!
Frente a estos seres de la
creación, que no os entienden, sólo quiero decirte… ¡TE QUIERO, PERRO!
G. Busto García
Camporredondo
Enero de 2.006
Precioso, Gaude, precioso.
ResponderEliminar... Y luego van y dicen que sólo tienen instinto y se quedan tan frescos. Si ellos supieran...
Un abrazo y una caricia a Boli.
Dicen: a Boli y los de su raza les mueve el instinto. Digo: viendo los telediarios ¿qué nos mueve a los de mi raza?
EliminarUn abrazo con instinto.
La ocasión -maldita ocasión- me lo está exigiendo hace bastante rato esta noche.
ResponderEliminarY es que la permanentemente burlona lengua de Boli ha decidido dejar de marcarle sus errantes pasos hacia los trocitos de salchicha que su amigo Gaude le daba y que le permitían llegar a arañar los pantalones de los domingos de su compañera Maribel... o a decirle a Rambo: ¡¡Oye que aquí estoy yo!!!
Aquel regalo de Reyes que llegó en forma de pequeña y peluda mascota se hizo hueco -merecido- en su familia.
El tiempo le dijo hasta aquí.
Y yo, al tiempo, le digo que... ¡¡jamás!!
Hasta siempre y siempre con nosotros, perro.
Y a jugar con la Paloma...
Cuando todavía sangra, acabas de meter el dedo en la llaga.
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