Transitaba yo -un día más, entre pinos- por los caminos, carriles, cotarros, laderas y senderos del resinero y del pastor, cuando se acercó un agricultor a charlar un rato conmigo y, tras echar un vistazo por mis cosas, me espetó: ¿no crees que ya es hora de contar algo más sobre las demás actividades del campo? ¿O en tu vida sólo había resineros y pastores? ¿O no arabas, sembrabas, segabas, atabas, acarreabas, tendías, trillabas, acamizabas, movías la aventadora, medías con la media fanega, costaleabas, pisabas el pajar… Me hizo pensar, y recordé que hace un tiempo algo dije sobre estas actividades que ahora me recordaba. Busqué y encontré esto que conté en el año 2002. Y cuando hoy llamó mi atención una página en internet que, a mi modo de ver, no hacia justicia a la dura tarea de que hablaba el escrito, decidí presentaros lo que entonces escribí.
Nos contaba Aurelio Criado (nacido en 1911) cómo su
abuelo hacía este comentario al referirse a la operación de separar el grano de
la paja (limpiar). Pero ¿qué quería decir? Pues lo que su abuelo quería decir
era que Emilio Díaz había comprado la máquina aventadora, beldadora, o máquina
de limpiar, que es lo mismo.
Aventadora. Imagen conseguida por Internet |
Y si Emilio podía estar tranquilo porque
tenía el aire comprado ¿qué hacían los demás agricultores para separar el grano
de la paja? Pues no podían hacer otra cosa que esperar a que Eolo se acordase
de ellos, pusiera en marcha los ventiladores para enviarles un chorro de aire y
así poder llevar -por separado- el grano a la panera y la paja al pajar.
En el momento en que el dios de los vientos
despertaba y comenzaba su actividad, toda la familia se ponía en marcha, y cogiendo el bieldo se dirigían hacia el
montón de cereales o legumbres trilladas para, con toda la rapidez de que
fueran capaces, comenzar a levantar -poco o mucho- según la fuerza del viento,
el cereal o la legumbre que se fuera a limpiar.
Artistas en el manejo del bieldo. Bravo por los hermanos |
Lo primero era comprobar la dirección del viento y
después señalizar el límite del montón objeto de la limpia. Esto solía hacerse
con dos estacas clavadas, una a cada lado del montón, o con dos piedras. El
límite se marcaba para, cuando se llegara hasta él, moviendo el montón, saber
que se había terminado de aventar el total de lo que se pretendía, quedando el
grano y las grancias (granzas) a los pies del beldador, y la
paja, más ligera, toda a favor de viento.
De qué forma más rápida y sencilla hemos espajado
(despajado) el montón que pretendíamos limpiar. Pero en la realidad ni era así
de rápido, ni de sencillo. Cuántas veces al poco rato de empezar, los
ventiladores cambiaban de dirección y obligaban al sufrido dependiente de los
caprichos del aire a cambiar todo el montaje después de esperar para ver si el
giro era definitivo o pasajero.
Otras veces el controlador se declaraba en huelga,
apagaba el interruptor del ventilador y había que esperar a que de nuevo
volviera la ráfaga tan esperada. Normalmente el viento más fuerte, duradero y
fiable solía ser el cierzo (noreste o noroeste).
Pero no terminaba aquí su penar para separar el
grano de la paja. Lo que con el bieldo conseguían era separar la paja del grano
y las grancias (granzas). Las grancias por ser trozos de espiga sin desgranar y
pajotes mas pesados también caían juntos con el grano y esto ya no dependía,
sólo, de la fuerza del viento, sino del esfuerzo del ser humano moviendo la
criba. De esto nos ocuparemos en otro apartado.
Hasta aquí hemos intentado dejar constancia
de la importancia de una pieza tan, aparentemente, simple como es el bieldo y
del esfuerzo que el agricultor siempre tuvo que realizar para arrancarle el
fruto a la tierra.
Antonio preparando el cocido. Genio y figura |
Cierto que las cosechas eran muy limitadas, cierto
que había mucha mano de obra en el campo, pero aún así, cuando veáis un montón
de paja, aunque sea en pacas, pensar si hubiera que coger un bieldo y poco a
poco hubiera que alzarlo por el aire de principio a fin. Y por si no hubiera
sido suficiente, teniendo que rematar la faena con la criba, y teniendo en
cuenta que estas operaciones sólo podían realizarse si hacía aire.
Por eso ¡qué razón tenía el abuelo de Aurelio cuando
envidiaba la suerte de Emilio porque “tenía el aire comprao!” Pensando,
pensando, me digo: ¡joder! Hasta el aire se compraba ya en aquellos tiempos.
Aquí tenemos la prueba.
Aún recuerdo, siendo niño, cómo los agricultores más
modestos aún limpiaban los cereales y, sobre todo, las legumbres de esta forma,
y recuerdo, cuando venía una ráfaga de viento, con qué rapidez se movían los
bieldos para aprovechar aquel envío, también, caído del cielo. ¡Siempre mirando
al cielo! ¡Cuánto esfuerzo para tan poco!
Camporredondo, Enero de 2002
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