lunes, 11 de febrero de 2013

Labores que el resinero realizaba. Herramientas y útiles usados (I). El barrasco

Desroñar
Barrasco
“Enero, Febrero y Marzo, tres meses de invierno” es el dicho popular.
 
Grupo de pinos negros. En otro tiempo ya estarían en producción.
Foto tomada al borde de la Cañada Leonesa Este, a la altura de El Coletillo 


Durante el invierno, además de participar en repoblaciones, cortas, olivaciones; también en tareas agrícolas, el resinero en compañía del agente forestal ha marcado los pinos (negros) que ese año serán abiertos por primera vez, si es que así correspondía.
 
Para que un pino pudiera ponerse en producción debía de tener, como mínimo, un diámetro de 30 centímetros a la altura de un metro de su base.
 
Ahora, aunque todavía es invierno, el sol va ganando altura y la fuerza de sus rayos se deja notar. El monte despierta, las aves parecen más nerviosas. La madre naturaleza indica que el nuevo ciclo reproductivo está en marcha y hay que restaurar, o construir nuevos hogares. En el monte comienza la actividad.
 
El resinero no puede ser menos, desde hace días prepara sus útiles y herramientas para cuando el día 1º de Marzo se inicie la temporada, o campaña, de extracción y recogida de la resina tenerlo todo a punto.
 
Después de hacer las gestiones oportunas ante el distrito forestal, al rematante-empresario le ha llegado el visto bueno para el comienzo de la temporada, y éste se lo transmite al artesano del monte.
 
Día 1º de Marzo, primer día de temporada, o de campaña si así correspondía, (en los montes particulares tal vez pudo adelantarse unos días). Temprano abandona el resinero su lecho. Su primera ocupación es dirigirse a la cuadra donde le espera su compañero inseparable y con un poco de paja y cebada le aporta su primera y única comida – en el monte encontrará pasto suficiente para el resto de la jornada-.
 
Tras un ligero desayuno, el resinero coloca sobre el lomo del asno el aparejo y la albarda, lo asegura fuertemente con la cincha y sobre la albarda amarra los cestos para dentro de ellos poner las viandas necesarias para todo el día... comida, botija, el hachón, la afiladera y… EL BARRASCO.
 
Cuando el resinero sale de casa el frío de la mañana es intenso, las bombillas de 15 bujías, que parecen colgar de un plato de porcelana invertido, proyectan sus rojizos rayos de luz hacia el suelo, en algunas esquinas de Camporredondo.
 
Envuelto en su manta, el resinero camina al lado de su pollino tal vez por Carramambres, el Camino de La Parrilla, el de Portillo, o quizás por el Camino de San Miguel, en busca del primer ropero de la temporada. Si había chozo, lo primero sería restaurar lo que el invierno inclemente se encargó de deteriorar.
 
Con el profundo conocimiento del entorno en que se mueve, el resinero ha elegido el sitio ideal (el ropero) para instalar sus viandas donde a lo largo de la temporada estarán preservadas del calor, cuando el termómetro- si lo hubiere- marcaría más de 40 grados allá por los meses de Junio, Julio y Agosto.Al cuidado de su hato y su merienda el resinero ha dejado a su otro fiel amigo, el que le acompañará siempre a lo largo de la temporada.
 
Sabedor de que su perro le cuidará sus cosas contra alimañas y oportunistas, el hombre coge su barrasco y con él se dirige al primero de los aproximadamente 3500 pinos que forman su mata.
 
Luciano, el viejo resinero, desroñando con el barrasco. Se le nota en su ambiente, maestro.
A golpe de barrasco irá separando la roña del pino dejándole en savia, esto es; preparado para tareas posteriores, en los 50 centímetros correspondientes a la entalladura que a lo largo de la temporada irá remondando. Las medidas que la entalladura deberá tener son: 50 centímetros de altura por 12 de ancho. Medidas que no debería sobrepasar. Eran las normas establecidas por el sistema en aquel tiempo y el que las rebasara se exponía a ser multado.
Por regla general el pino negral se desarrolla en terrenos arenosos e irregulares, que es tanto como decir que al piso blando había que sumarle la dificultad de subir y bajar cotarros (dunas) de arena. Esto nos dará una pequeña idea del esfuerzo que estos hombres tenían que realizar, sin más horario que el de la luz del alba hasta el anochecer.

Carlos camina con el banqueto sobre las blandas arenas de El Pinar Negral.
Bordea lo que fuera una zanja para repoblación al lado del camino de La Carabina
El enorme esfuerzo que el resinero realiza va mermando sus energías, por eso a media mañana hace un pequeño alto, repone sus fuerzas y después de retocar el filo del barrasco vuelve a hollar los mismos senderos que desde la temporada anterior dejó de pisar.
Para el esforzado hombre del pinar ya no habrá más descansos en la mañana. Al mediodía dará buena cuenta de la tortilla o torreznos que su esposa, hija o hermana le preparó la noche anterior, y volviendo a asentar el filo a su herramienta, continuará desnudando aquella parte que corresponda a cada pino, mientras la luz del día se lo permita. En ese momento volverá a aparejar el burro, y sobre los cestos echará una parte de la roña que arrancó al pino, y que ahora le servirá para que en su hogar no falte el calor.
La roña resultante de desroñar, si el resinero tenía tiempo, la recogía en montones y después la vendía para combustible del hogar. Otras veces, se ponía de acuerdo con algún vecino; éste la recogía, la transportaba y el resultado era a medias: un carro para ti y otro para mí. De una u otra manera la roña siempre acababa consumida dentro de la placa del fogón en el hogar.
 
La tarea de recoger la roña, como ésta pesaba poco, se encargaban de realizarla los más jóvenes y las mujeres de la familia, dejándola en montones cerca del carril desde donde era transportada hasta la cuadra, o colgadizo, preparado al efecto.

La botija, el pote con agua, la afiladera y el resinero, Carlos, que afila el barrasco

Y llegado aquí… ¿por qué no voy a contar una pequeña anécdota que ocurrió siendo yo muy jovencito (un niño) con motivo de ir a recoger la roña que el resinero había arrancado? Pues vamos allá: habiendo avisado el resinero de que ya se podía recoger la roña, en casa engancharon el carro de varas, toldo y cajón, para ir a recogerla. Como animal de tiro pusieron a la Careta, yegua percherona de gran porte y extraordinaria fuerza, pero que a su vez era el animal más caprichoso, y vago, que se haya conocido. 
Mientras, en banqueto espera
Ya he comentado que la roña la recogían los más jóvenes y las mujeres de la familia, por lo que la “hermosa” yegua enseguida se dio cuenta de que quien llevaba los ramales no era mulero que pudiera hacerle sombra. Salimos de casa, alegremente, y enfilamos la pequeña cuesta de Carramambres arriba. Seguramente los ramales los llevara mi hermano Javier, tres años mayor que yo, pero que no llegaba a los diez. Mientras el esfuerzo era leve, mejor dicho: mientras el esfuerzo fue prácticamente nulo, todo fue viento en popa. Pero llegamos al último tramo, a la altura de la bodega del tío Pablo, en el que durante unos pocos metros la cuesta se empina y la “percherona” dice, en su leguaje, que ella no tenía por qué tirar del carro. Si sólo se hubiera parado no habría mucho problema, pero es que ella dijo aquello de… “yo que lo he hecho me aprovecho” y comenzó a dar marcha atrás. Rápidamente nos apeamos del carro porque había peligro de vuelco, entonces, cuando el carro dejó de tirar para atrás, el animal, que era de escaparate pero no de tiro, se quedó parada hasta que dieron la vuelta en dirección a casa y entonces sí, tuvo la gentileza de devolvernos a nuestro lugar de origen. El animal no quería que trabajáramos y lo consiguió. La Careta murió joven y bien descansada, seguramente por depresión, o aburrimiento por falta de actividad.
¿Qué tal de combustible era la roña? Pues no era madera de roble, encina o almendro etc. Pero era muy cómodo; no había que partirlo, echabas una badilada al fuego y durante un rato tenías asegurado el calor y el concierto pues, ¡hay que ver cómo chisporroteaba!
 
Camporredondo, octubre de 2006
 
 

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