martes, 26 de febrero de 2013

Otro hombre de la resina. Carta a mi amigo Paulino

El carrero

El carro y la cuba de la resina

Con los primeros calores de la primavera, el esfuerzo del resinero y las lágrimas de trementina que llora el pino, se han ido llenando los potes. El resinero, que ve llegado el día de su primera remasa, reclama la puesta a punto del envase donde depositar el fruto de su esfuerzo: la cuba. Para ello recurre a otro hombre del monte, el hombre que se encargará de recoger y transportar las cubas hasta el muelle o cargadero y después hasta la fábrica de transformación. Este hombre es el Carrero. Él va depositando las cubas allí donde el resinero indica, generalmente cerca de algún camino o carril que facilite su recogida una vez que estén llenas.

Nuestro recuerdo nos lleva hasta los años 40 y 50 de 1900 cuando veíamos a nuestro vecino y amigo; el señor Paulino que, con su carro de llanta de hierro, el par de machos y el burro por reata, acarreaba las cubas en los pinares próximos a Camporredondo.

No nos cuesta gran esfuerzo traer hasta nuestra memoria la imagen del carro cargado con las cubas de miera y, al lado, caminando ligeramente encorvado, con su faja negra rodeándole la cintura y su boina calada, al protagonista de nuestra historia.

Pero, para continuar, creo que mejor será preguntarle a él, directamente, con la esperanza puesta en que despejará nuestras dudas. Él jamás nos defraudó.

Carta a mi amigo Paulino
Camporredondo, 14 de abril de 2002.


Señor Don Paulino Matesanz
El Cielo.

Querido amigo,
Perdona mi atrevimiento al desvelar tu actual dirección, pero como estoy convencido de que si hay Cielo tú estás en él, y quiero que esta carta te llegue, no tengo más remedio que desvelarla.

Verás: es que te fuiste antes de que yo pudiera preguntarte algunas cosas y ahora, por más que lo intento, no consigo ni imaginar las posibles respuestas.

Me he comprometido, a pesar de mis muchas limitaciones, a contar para nuestros nietos, la vida del resinero allá por la mitad del siglo XX, y a duras penas, preguntando aquí y allá, y haciendo uso de mis recuerdos infantiles y de mi vida como pastor de ovejas, “a trancas y barrancas” he conseguido aproximarme un poco, siquiera para que las nuevas generaciones de la informática tengan una idea, lo más fiel posible, del esfuerzo sobrehumano que los hombres relacionados con el pinar teníais que realizar para traer el sustento a vuestras familias, casi siempre numerosas, y en años tremendamente difíciles.

Ha sido al llegar a la cuba de la resina cuando, a pesar de que yo viví un poco aquella época, me he dado cuenta de que hay cosas que no consigo entender y por eso te pregunto: ¿Cómo te las arreglabas para subir las cubas al carro? Sí, ya sé que utilizabas las palancas, que no eran más que dos pinos jóvenes y rectos cortados a la medida que necesitabas. Que les apoyabas por una parte sobre la tabla zaga del carro y por la otra en el suelo y que te eran de gran ayuda, pero, ¡es que la cuba pesaba 240 kilos! y había que subirla a una altura considerable rodando por las palancas ¿quién te ayudaba? ¿Y quién te ayudaba cuando el carro de llanta de hierro se hundía en la arena, y por más que los machos tiraran de él, éste no obedecía? ¡Claro, claro que también lo sé! Descargar y volver a cargar pero, ¿es que tus fuerzas no tenían límite?

Hasta aquí las preguntas que nos llevan a sacar las cubas al cargadero. Después ponías una por debajo del eje del carro (era la que llamabas de la bolsa), sobre el piso del carro colocabas otras tres y encima de éstas, otras dos cubas más. Quizás mí memoria no me sea del todo fiel y fuera alguna más, pero creo que eran seis las que llevabas en cada viaje.

Ahora ya has cargado el carro. Entre las diez y las doce de la noche vuelves a uncir los machos y por nuestra irregular y polvorienta carretera conduces, (con mucho cuidado, pues los baches no te permitían distracciones), la carga de resina hasta Santiago del Arroyo, donde tomarías el camino de Cogeces que por el valle te llevaría, vía Íscar, hasta Coca que es donde estaba la fábrica de transformación. ¿No te daba miedo tomar este camino? ¡Cuántas tragedias pasarías por él adelante! El agricultor había regado, el almorrón o la regadera habían reventado, el camino se empantanó y el carro se hunde, el esfuerzo de los animales es inútil y tú, mientras el mundo duerme, estás solo, sin más testigos que las estrellas, o quizás alguna liebre o raposo que amparados en la oscuridad de la noche buscaban alimento, fueron testigos de tu desesperación.

¿Cuántas veces, amigo, recorriste este camino? ¡Cuántos relámpagos habrán cegado tus ojos y cuantos truenos habrán golpeado tus tímpanos! ¿Nunca tuviste miedo? Seguramente estabas tan curtido que las fuerzas de la naturaleza no te asustarían. Pero yo sí sé que algo te hacía sentir temor, y no era por tu integridad física, era temor a que los hijos de otros trabajadores del pinar se quedaran sin su sustento diario si a ti te asaltaban por el camino de vuelta. Por eso, el dinero que como anticipo para el resinero, sobre la liquidación final de temporada te entregaba el empresario, tú lo escondías dentro de una de las cubas vacías que traías de retorno, con la esperanza puesta en que allí, el posible ladrón no miraría, y siempre conseguiste que hasta el último céntimo llegara a su destino, no sé si porque nunca intentaron asaltarte o porque con tu ingenio supiste zafarte del ladrón. Lo cierto es que el dinero que confiaban a tu honradez, siempre llegó a su destino.

Oye; tienes que contarme (algún día) lo que un hombre, solitario a la fuerza, puede pensar durante toda una noche, sin más compañía que sus animales de tiro y las sombras que ante ti cruzaran a la luz de las estrellas y que tú no podrías identificar.

Sin poder poner cifras a tu esfuerzo, yo soy testigo de tus muchos viajes transportando cubas hasta Coca, sede de la fábrica de transformación, pero es que me han dicho que algún año llegaste a transportar 600 cubas. Esto supone casi cien viajes desde Camporredondo, y además sacarlas a cargadero y distribuir las vacías y... bueno, hoy recordándolo... que quieres que te diga; ¡Chapó! Amigo Paulino.

Ha sido hoy, amigo, cuando estoy a punto de cerrar esta parte de tu historia, cuando hablando con un resinero, (Alfonso Cuéllar, hijo de Santiago, otro resinero de pro que te acompañaba aquel día) me ha contado un hecho estremecedor que te ocurrió en uno de tus transportes hacia Coca: eran tiempos terribles para España, unos hermanos peleaban y mataban a los otros y los que no estabais en el frente también sufríais las consecuencias. Tú, y Santiago, regresabais con las cubas vacías. Un convoy italiano sembraba terror y muerte por las mismas carreteras que tú regabas con tu sudor. Ese día cometiste posiblemente el único error de tu vida. Hubo un momento en el que contaste el número de vehículos que componía aquel convoy, por eso tú sabías que eran siete, pero cuando volviste a encontrarte con él, contaste, pero contaste erróneamente, y cuando sólo habían pasado seis creíste que eran siete, y por eso reanudaste la marcha. Fue el último de los vehículos el que envistió tu carro por detrás, lanzándoos a vosotros a la cuneta, e hiriendo a tus animales gravemente.

Pudo haber sido sólo un grave accidente, pues tus animales quedaron muy disminuidos para el trabajo que tenían que desarrollar, pero fue aún más grave que tuvieras que humillarte hasta pedir perdón porque casi te matan. Yo sé que tú eres incapaz de ello pero, querido amigo, yo, que no soy como tú, maldigo a aquel convoy sembrador de muerte.

Lo que acabo de contar es lo que me dijo Alfonso, pero después hablé con tu hija Pepa, la niña de once años, que te colocaba los calzos en las cubas mientras tú recuperabas el aliento por tanto esfuerzo realizado, y me lo ha contado exactamente igual.

¡Y saber que a otros les han otorgado la medalla por mérito en el trabajo!

Querido amigo: estoy seguro de que si yo supiera mirar, en alguna de las estrellas del firmamento encontraría reflejada la silueta de un carro, tu carro, tirado por tres caballerías y al lado la sombra, tu sombra, ligeramente encorvada y tal vez calculando con tus dedos, doblados por tanto esfuerzo, lo que te pagarían por aquel transporte, para sacar adelante a tu numerosa familia.

Como final, quiero decirte que hemos “progresado” tanto, que hoy no se elabora la resina (o muy poco), la hemos sustituido por productos derivados del petróleo. Que las pocas cubas que se transportan son de aluminio, en vez de madera como eran las que tú transportabas, y que las transportan en vehículos automáticos en cuyo interior viaja el transportista con calefacción o aire acondicionado y que las cubas ni las tocan con las manos, son las grúas las que las mueven. Pero también quiero decirte, que en el pinar negral, el de Montemayor, o en el Monte Arenas, siguen marcadas las profundas roderas que un hombre dejó con su carro de llanta de hierro. Un hombre que vino al mundo para trabajar, que cumplió como el que más, y un día se fue dejándonos una historia sobre la que deberíamos aprender.

Sin más, por el momento, recibe un fuerte abrazo del hijo pequeño de tu vecina Pepa que, junto con su mujer, está tratando de perpetuar la memoria de todos los señores Paulino que Camporredondo ha dado.


Camporredondo, 14 de Abril de 2002

No hay comentarios:

Publicar un comentario