lunes, 18 de febrero de 2013

Labores que el resinero realizaba. Herramientas y útiles usados (III). La garrancha

Desroñar
La garrancha

En un capítulo anterior hablábamos del comienzo de temporada para la extracción y recogida de la resina; de cómo el resinero, barrasco en mano, acudía a su primer encuentro con la mata de pinos que tenía asignada. Y decíamos que el método empleado para desroñar era a tirón, con el barrasco. Esto obedecía a que la cara, en el pino, estaba por debajo del cuarto año de producción. Pero la cara ha ido ganando altura y si el resinero hubiera querido seguir usando el barrasco se habría visto obligado a usar el banqueto, por lo que el trabajo se habría multiplicado: transportar el nuevo útil y subir y bajar a él en cada pino.

Para soslayar esta dificultad, el resinero se dotó de otra herramienta que eliminó el problema; en vez de trabajar por tracción, lo hacía por impulsión. La herramienta que vino a facilitar el trabajo fue la GARRANCHA. Con la garrancha, y sin más que alargar el astil, el resinero resolvió el inconveniente de la altura; 3,50 metros (7 entalladuras x 0,50 m.) que fue la altura normal hasta la década de los años 60-70 de mil novecientos en que, para facilitar el trabajo, se rebajó la altura de la cara hasta los 2,5 metros (5 entalladuras x 0,50).

Antonino se estira, pero no consigue llegar hasta el final de la
séptima entalladura. Foto tomada en El puente de Las Cabras.
¡Grandes pinos hubo en la zona!

En la foto vemos cómo Antonino, ex resinero, nos muestra (hasta donde puede) la cara, ya cicatrizada, con la altura correspondiente a sus siete entalladuras. Si observamos, a su derecha veremos otra cara abandonada, que se había iniciado sobre un amplio repulgo, y más a su derecha, se aprecia otra más de siete entalladuras. ¿Cuántas caras y cuántos años tendrá este pino? Eso lo veremos más adelante.

Breve paréntesis: queremos hacer constar, en contra de lo que dice algún diccionario poco riguroso (o mal informado) que “el pino no produce resina por encima del quinto año”, que el motivo por el que se rebajó la altura de la cara fue sólo el de la comodidad, pues el de la producción es todo lo contrario; a mayor altura más cantidad de resina, pues donde ésta se elabora es en las aciculares hojas del pino, y si esto es así, y acudimos a recogerla cerca de donde se produce, siempre habrá menos dispersión y posible pérdida. Resumiendo: más miera el quinto año que el primero, y más el séptimo que el quinto. Otra cosa es que la relación esfuerzo/producción quede descompensada, por lo que se optó por reducir el esfuerzo.

En la zona en la que Antonino nos está indicando la altura de la cara, todos los pinos, hasta la década de los años 1960 (yo pastoreaba por la zona), eran de este diámetro y mayores. Digo esto para que las nuevas generaciones sepan que el perímetro admitía un número de caras muy superior al correspondiente a los 20-25 años de vida, en producción, que se le asigna al pino resinero, en algún diccionario mal informado. Comentando con José (otro ex resinero) sobre los años de vida en producción del pino resinero, me comentó haber trabajado (naturalmente no sólo él) pinos con 12 caras. O sea 12x7=84 años produciendo resina.

El resinero cogió la garrancha y se dispuso a desroñar
Cierto es que a partir de la fecha comentada, nos entró la prisa y de forma rápida conseguimos mucha madera, pero nos quedamos con los montes que tristemente hoy podemos contemplar. Hoy, el pino resinero no soporta más que cuatro o, con suerte, cinco caras. Unos fueron delante sembrando y nosotros, más listos, hemos recogido. ¿Nadie nos ha dicho que hay que sembrar?

Quizás pueda parecer que con la garrancha todo eran facilidades para el resinero a la hora de desroñar pero… agarremos la herramienta, situémonos delante de la cara del pino y colocándola en el final de la entalladura anterior empujemos la garrancha hacia arriba, ¿qué ha pasado? Puedo asegurar que en el cómodo escritorio, en el que esto escribo, no ha ocurrido nada, pero sí sé – porque lo he visto – que, además de la roña desprendida, un polvo muy poco saludable de color rojizo se ha venido encima del sufrido resinero y esto no sólo ensucia la ropa, sino que el ser humano que hay debajo lo respira. Este hombre poco puede hacer para librarse de la nube que le envuelve. Quizás se sienta aliviado cuando una pequeña ráfaga de viento venga en su auxilio y le libere, siquiera por un momento, de aquella niebla rojiza que invade su cuerpo.

En este “saludable” ambiente, el resinero, desde antes del orto y hasta después del ocaso, seguirá escalando montañas de arena para, a golpe de garrancha, dejar al pino en la savia, preparado para cuando le haya de remondar.

Muchos años después de que yo viera al resinero desroñar, he tenido en mis manos el barrasco y la garrancha y he pensado: ¡Qué destreza hace falta para dejar la entalladura en la savia, esto es, sin dejar roña, ni quitarle madera al pino!

Con la autoridad que me dan mis… años, puedo asegurar que se aprende en menos tiempo a navegar por los espacios de Internet que a resinar.

Hace un momento yo decía que la roña era recogida, principalmente, por los niños y las mujeres de la familia. Lo que no he dicho todavía, es que para justificar algunos días de falta a la escuela, se tenía como coartada recoger la roña. El maestro preguntaba al “novillero”: ¿por qué no viniste ayer (o los días que fuera) a la escuela? Respuesta: es que tuve que ir a recoger roñas. Con esto estaba justificado el abandono del cuaderno, la pizarra y la cartilla. Además, se podría recoger más o menos roña, pero siempre se aprobaba, y sin tener tirón de orejas, palmetazo en el tuto, quedarse sin recreo, o sin comer, ni tener deberes para casa.

Cuando la luz del día se va apagando, e igual que hiciera cuando la herramienta era el barrasco, o el hacha doble boca, el resinero apareja su pollino, carga los cestos de combustible para su hogar y hacia él se dirige sabiendo que allí le espera un chisporroteante fuego en torno al cual se reúne su familia, mientras su esposa prepara la cena y la merienda para la siguiente jornada en el monte.

Camporredondo, otoño de 2006

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