La azuela
¡Ha estallado la primavera! Los días grises y fríos del invierno van cediendo al empuje de la luz, el amor y la vida de la primavera. Una alfombra verde va cubriendo el suelo en los campos de Camporredondo, en el monte asistimos al concierto que desde el alba hasta el anochecer, diariamente, nos ofrecen sus pobladores.
Por la quietud que se observa en sus calles, el pueblo parece dormir, sólo delata la actividad que hay dentro de sus hogares, las chimeneas que extienden sus brazos de humo, ligeros y flexibles, hacia el cielo, como implorando ayuda para la dura jornada que comienza.
Cuando aún es de noche una trasera se abre; por ella aparece la silueta del burro aparejado con la albarda y sobre ella los cestos. Un hombre guía, cogido por el ramal, a su más fiel compañero y medio de locomoción: es el resinero. La escasa iluminación del pueblo guía a nuestro hombre y su cabalgadura hasta enfilar el camino de Entrecarreras.
A esta hora de la mañana nada distrae el pensamiento del hombre del monte; ni la codorniz que aún dormita protegida por la oscuridad de la noche y el cereal, que también le sirve de abrigo, ni la perdiz que, allá por las laderas de La Gamarra, está preparando su nido en los vallados junto al Sendero Ladero, donde cada año trae a la vida a su nidada de perdigones. Unos metros antes de que el camino se una a la cañada, saluda a los caleros que atizan continuamente la calera para transformar la piedra. El resinero, siguiendo por la cañada de Carramambres, llega hasta la fuente de agua de salamandras que él sabe es la mejor. La fuente está a media cuesta, nada más pasar los bebederos y unos metros antes de la primera bodega a mano izquierda subiendo. Allí llena su botija con agua fresca para toda la jornada y sigue su camino.
En las zarceras de las bodegas otea el mochuelo con el ánimo de descubrir el bigote de algún distraído ratoncillo que le sirva de desayuno o cena, según como se mire.
No sorprende al resinero el punto oscuro que divisa sobre el suelo del camino cuando llega al tieso (teso) de la Legua; es el engañapastores (chotacabras) que al acercarse alza su silencioso vuelo para posarse unos metros más adelante. Una y otra vez repite su acción el pájaro, hasta que el peligro pasa y el ave vuelve a su territorio, de caza de insectos, inicial.
Al llegar a las navas, el resinero contempla el majestuoso vuelo del búho real, el Gran Duque, cuando se retira a su territorio natural durante el día.
Con las primeras luces del alba el trabajador del monte llega al ropero donde coloca sus viandas. Tras una ligera observación comprobará que el filo de su azuela está en condiciones para, si fuera necesario, abrir un pelo desde la raíz hasta la punta. El acero de la herramienta es de la mejor calidad y el temple que le da el herrero es el justo, no puede haber error. El herrero de Samboal, El Campo de Cuéllar, Zarzuela del Pinar, o tal vez en la fragua de los Casas en San Miguel del Arroyo, o quizás Cayetano Casas en Camporredondo, sabe que al pino no se le puede trabajar con una herramienta mediocre.
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El niño parece sorprendido. ¿Qué pensará Javier? En parecida
posición se encontraba su abuelo cuando a Jacinto se le melló
la azuela
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Llegado a este
punto quiero contar una pequeña anécdota que
yo viví cuando era niño: contemplaba, extasiado, como remondaba el
resinero; el
lugar era próximo al Sotillo de Abajo. El buen hacer de aquel hombre me
parecía
extraordinario y por eso le seguía sus pasos de pino en pino; él
remondaba y yo admiraba su labor. El resinero, que además era una gran
persona, me contaba historietas y anécdotas de su vida y yo estaba
entusiasmado en su compañía. En esto llegó a un pino, enganchó la azuela
y tiró con la fuerza necesaria para sacar la seroja. De repente el
hombre cambió de color y situándose delante del pino comenzó a
insultarlo y dirigirle toda clase de improperios. Yo no entendía nada y
confieso que llegué a asustarme. ¿Qué es lo que habría pasado? ¿Por qué
aquella reacción? Sólo cuando el resinero le dijo al pino; ¡ya me la has
mangado dos veces! Y me mostró la azuela supe lo que esta herramienta
representa para él. En el recorrido de la azuela, para sacar la seroja,
encontró un trozo de algo como un pequeño nudo que parecía de hierro; y
allí, en el filo de la herramienta, quedó marcada una pequeña estría que
inutilizaba totalmente la azuela, haciendo imprescindible su paso por
la fragua para rehacer el filo. ¡Qué gran persona era Jacinto Cuéllar!
Éste era el nombre de nuestro resinero amigo.
Con
los primeros golpes de azuela el monte empieza a despertar: canta el
cuco, también la abubilla, la paloma torcaz, la tórtola y la Zurita
arrullan, el pájaro mosca sube y baja por el pino catorzal, se oye el
golpeteo del pico del Picapinos o Pájaro Carpintero haciendo o
acondicionando el agujero sobre el pino en el que ubicará el nido para
criar a sus polluelos. El grajo alza su vuelo majestuoso y pausado, el
críalo inspecciona nidos ajenos donde depositar sus huevos para que
otros críen a sus glotones pajarillos. La marica (urraca) está alarmada,
seguramente a descubierto que el raposo merodea por la zona ¿o quizás
fuera el tejón? También deja oír su voz el charro que con su nervioso
deambular no para ni un momento. Pero sobre todos los sonidos será el de
las valencianas (gorrión chillón) el que más se deje oír, son muchas
las que hay y no callan ni un momento. Vuelan los tordos y las
grajuelas, las collalbas y los carracos.
Precioso colorido el de la oropéndola con su nido colgado de la rama como cesta del brazo, y su canto que nosotros interpretamos...
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La
oropéndola alegraba nuestros campos. Hoy es difícil contemplarla en nuestro
entorno
|
Yo tengo un nido
Con cuatro huevos
Que parece un oruguero.
Y
los jilgueros en grandes bandadas, y el verderón, también el colorín...
Cuando menos lo piensa el resinero salta la liebre, y la serpiente, y
el alacrán, el lirón careto, el lagarto y la juguetona ardilla y... ¿Por
qué nombro a muchos habitantes del monte compañeros del resinero? Pues
porque acabo de venir de dar un paseo, eso sí, en coche. He subido por
la cañada merinera, por la parte de El Masegar y he llegado, siguiendo
la ruta que en otro tiempo llevaran las merinas, hasta la cementera de
La Parrilla y, en ese recorrido (8 Km.), he podido contemplar el vuelo
de dos grajos, unos charros y tres pajarillos que, por la distancia, no
he podido saber lo que eran. ¿Dónde están los otros amigos y compañeros
del resinero y míos? No quiero parecer trágico, pero sí estoy en
condiciones de asegurar que algunos de los seres que he nombrado, no he
sido capaz de verlos y ya son muchas las veces que he hecho el mismo
recorrido pues, no en balde, por aquellos parajes transcurrieron buena
parte de los años de mi juventud.
No
puedo imaginar al resinero, con su azuela en la mano, subiendo y
bajando cotarros de arena todo el día, sin tener algo que pueda distraer
su atención. Hoy no tendría que ocultar el agua, para mojar la
afiladera, porque nadie se la bebería, como en aquel tiempo. Seguramente
el escabechero, su pajarillo amigo, hoy no le molestaría a la hora de
la siesta.
Pero queríamos hablar del resinero de hace bastantes años, sesenta y más. Este hombre comenzó su esforzado trabajo con las primeras luces de la mañana y por eso, mediada ésta, necesita un retoque a su herramienta y a sus fuerzas. Así, mientras pasa la piedra por el filo de la azuela, tendrá a su lado un trozo de pan y ¿...? Esto le dará fuerzas para continuar hasta el mediodía en que, según el mes, tendrá un pequeño reposo para digerir el alimento que su esposa, madre, hija o hermana le preparó la noche anterior. Este es el momento que el escabechero, su pajarillo amigo, aprovechará para arrancarle pelo de su cabeza con el que hará un acogedor nido para sus curutos polluelos.
No se diferencia mucho la tarde de la mañana en la vida del monte, si no es porque en los meses de Junio, Julio y Agosto la arena parece estar conectada a una de esas energías renovables que tan de moda están. La arena parece querer arder y sobre ella tendrá que moverse el hombre toda la tarde.
Pero queríamos hablar del resinero de hace bastantes años, sesenta y más. Este hombre comenzó su esforzado trabajo con las primeras luces de la mañana y por eso, mediada ésta, necesita un retoque a su herramienta y a sus fuerzas. Así, mientras pasa la piedra por el filo de la azuela, tendrá a su lado un trozo de pan y ¿...? Esto le dará fuerzas para continuar hasta el mediodía en que, según el mes, tendrá un pequeño reposo para digerir el alimento que su esposa, madre, hija o hermana le preparó la noche anterior. Este es el momento que el escabechero, su pajarillo amigo, aprovechará para arrancarle pelo de su cabeza con el que hará un acogedor nido para sus curutos polluelos.
No se diferencia mucho la tarde de la mañana en la vida del monte, si no es porque en los meses de Junio, Julio y Agosto la arena parece estar conectada a una de esas energías renovables que tan de moda están. La arena parece querer arder y sobre ella tendrá que moverse el hombre toda la tarde.
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en el hogar. Es un artista. ¡Felicidades maestro!
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Cuando
las tareas en la era vayan remitiendo, la seroja, o viruta, sacada por
el resinero, será recogida por los habitantes del pueblo, para durante
todo el año aprovecharla a la hora de encender el fuego en el hogar. La
seroja, por su composición (madera muy fina y miera), era un
extraordinario combustible que al menor contacto con la llama de la
cerilla reaccionaba con sorprendente llamarada.
Ya hace rato que el sol apagó su luz gigante. La oscuridad poco a poco va adueñándose del pinar, el cárabo y el búho se desperezan. El resinero, azuela en mano, vuelve al ropero, apareja el burro, sobre él carga sus cosas y comienza a desandar el camino que esta mañana le alejó del hogar. En el trayecto volverá a encontrarse con el engañapastores y con el mochuelo que parecerá que no se hubiera movido de la zarcera, algo que algún roedor habría agradecido.
¡Por
fin en casa! Sobre el fuego, el puchero parece un pequeño volcán en
cuyo interior hierven las patatas con las que el resinero y su familia
restaurarán las energías perdidas durante la jornada que comenzó cuando
aún no había amanecido y finaliza cuando las calles de Camporredondo son
iluminadas por la luz, pobre y rojiza, que proyectan las bombillas
colgadas en algunas esquinas del pueblo.
Mañana,
otra vez azuela en mano, el resinero seguirá haciendo heridas al pino
para que así, gota a gota, la mujer, la ministra de economía, pueda
reponer la despensa para su numerosa familia.
Hemos tratado de situar al resinero, camino de su trabajo, por el camino de Entrecarreras y Carramambres por creer que eran los más habituales, pero el pequeño ejército de resineros que en Camporredondo tenían su campamento, (doce familias conocimos) también desfilaban por el Camino de La Parrilla, El Cañuelo, el Camino de Portillo, el de San Miguel de Arroyo... en fin, en casi todas direcciones crecía el pino negral que tantas gotas de trementina aportara a la economía de Tierra de Pinares.
Hemos tratado de situar al resinero, camino de su trabajo, por el camino de Entrecarreras y Carramambres por creer que eran los más habituales, pero el pequeño ejército de resineros que en Camporredondo tenían su campamento, (doce familias conocimos) también desfilaban por el Camino de La Parrilla, El Cañuelo, el Camino de Portillo, el de San Miguel de Arroyo... en fin, en casi todas direcciones crecía el pino negral que tantas gotas de trementina aportara a la economía de Tierra de Pinares.
El Pinatell (Tarragona)
Octubre de 2002
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