jueves, 13 de noviembre de 2014

El azadón

En este mundo mío -el rural- siempre que se quiera trasmitir o justificar nuestro cansancio o agotamiento físico, sea cual sea el motivo de nuestro decaído ánimo… esfuerzo excesivo, enfermedad o arrechucho de cualquier índole, recurrimos a la frase referida al azadón: “¡estoy como si hubiera estado cavando todo el día!” O sea, al borde de la extenuación.

Lo que acabo de decir no es fruto de la tradición, es que está más que justificada la frase.

Situémonos. Mes de febrero: las viñas piden a gritos ser excavadas para que el tronco se airee evitando con ello posibles epidemias -eso se decía, tal vez pensando en la filoxera- y porque vendrán las lluvias de final del invierno y principios de primavera y hay que prepararlas para que en el alcorque que formemos se recoja el agua que después vendrá muy bien en los meses de estío para que la vendimia sea generosa. Temprano cogemos el azadón y, golpe a golpe, azadonada tras azadonada, vamos dejando los troncos libres de la tierra que los arropaba.

En el pueblo había muchos majuelos y, si no era suficiente, hasta otros pueblos limítrofes, -y no tan cercanos- se desplazaban cuadrillas de hombres dispuestos a doblar su columna vertebral (el riñón decíamos) delante de las cepas para ganarse los gabrieles (el cocido).

Hemos quitado la tierra que cobija el tronco de la cepa en el mes de febrero, y en la primera quincena del mes de mayo volvemos a cobijarla para que el agua recogida no evapore con facilidad.

En estos mismos majuelos nacen y se crían plantas que no son deseables -aunque entre éstas estaban las buenísimas ajunjeras de la ensalada que ya hemos comentado en entrada aparte-. Bien; pues estas plantas se eliminaban cavando el majuelo. Algunos podían ararse, pero los más viejos que se habían plantado a cepa revuelta, o sea, sin ningún orden, no quedaba otro remedio que cavar para eliminarlas.

Ejemplo de plantación a cepa revuelta (Alcozar)
Avanzan los meses, y en el verano tampoco nos escapábamos del manejo del azadón: hacer regaderas, regar por inundación reforzando los surcos con el azadón. Quizás fuera el verano el de menor actividad del azadón. Pero enseguida llegaba septiembre y se pegaba a nosotros como una lapa para el resto del año.

Hasta la llegada de los arados de vertedera todas las plantas de raíz profunda –que hay que ver las que había-… panderillos (collejas), mielgas, gatuñas, quebranta arados, amapeas, etc. se arrancaban con el azadón hasta la máxima profundidad posible.

Si querías hacer un pozo empezabas su ejecución con el azadón. Si era un foso para retención de avenidas de aguas tormentosas: el azadón. Quiero decir que en cuanto traspasabas la puerta principal, o la trasera (puerta carretera), raro sería que no colgaras del hombro el azadón.

Era tan insustituible y de tanta utilidad que daba igual si llovía como si no. Durante el invierno, en el momento que dejara de chaparrear el azadón siempre nos brindaba una posibilidad: ha llovido y está muy pesado para arar, pues coges el azadón y te vas a cavar las pestañas que no se aran por su proximidad con el cauce o el pozo. Si, si, el arado no araba toda la pestaña porque el animal de tiro no permitía arrimar más el arado. Cuando nevaba tampoco era obstáculo que impidiera -salvo excepciones- cavar las pestañas.

Hablando de excepciones acude a mi -ya no joven- mente, la siguiente escena que escuché cuando tenía no más de siete años. El que sigue “La pizarra” ya sabe que en casa –por ser lo que llamábamos casino- se montaban entre los mayores del pueblo aquellas partidas de cartas que ya hemos comentados en otras entradas.

Monumento al labriego (Archidona)
Fue un día de un febrero tan frío que sólo he conocido dos en toda mi vida. En aquel mes nevó en abundancia y antes de que la nieve derritiera, las heladas se sucedieron, una tras otra, durante todo el mes, de forma que ni siquiera el azadón ofrecía ninguna posibilidad de ganarse el sustento para la familia.

Para los que no lo saben debo anticipar que en aquel tiempo se cobraba el jornal diario, de forma que el día que no trabajabas -aunque fuera por causa de fuerza mayor- no cobrabas. Si hubiera habido alguna posibilidad de ahorro durante los días de sueldo o jornal pues en llegando días como estos no habría problema: se echa mano de la hucha y la despensa y santas pascuas. Pero ni lo uno ni lo otro era posible. El caso era que el día que el jornalero trabajaba escasamente el jornal llegaba, no a fin de mes, sino a fin de día. Con esta perspectiva vamos a imaginar todo un mes sin entrar ni un solo real en casa.

Resumiendo:

Aquella noche llegó uno de los participantes en la partida y antes de que ésta comenzara comentó: ¿qué os parece que ha hecho Epulón? (nombre supuesto). Todos quedaron expectantes y siguió: ya veis como está el panorama; pues imaginaos como estarán las cosas en casa de Lázaro: no tienen ni un trozo de pan para comer la familia. Lázaro ha ido en casa del “amo” para ver si tenía trabajo y, ni más ni menos, le ha dicho: sí hombre, coge el azadón y vamos a cavar la pestaña del… ¡Qué más da el nombre! no quiero mencionarlo porque no quiero.

Él se ha envuelto en el tapabocas y Lázaro con apenas una chaquetilla que tiene han llegado al posible corte donde debería comenzar la cava de la pestaña. Cuando le ha dejado en la tarea, Epulón se ha venido a casa y Lázaro ha querido comenzar a cavar pero… era imposible, la cantidad de nieve, más la tierra helada impedían que el azadón pudiera penetrar en la roca en que, al parecer ,se había transformado la tierra. Lázaro llorando ha llegado a casa y le ha dicho al “amo”:

- Es imposible, el azadón no rompe la tierra: no puedo cavar la pestaña.
Pues si no hay trabajo, no hay sueldo.
- Es que mi familia tiene hambre.
- Si no hay trabajo no hay sueldo, repitió el “amo”.

Lázaro se ha ido para casa y a pedir limosna fue hasta hace un rato que ha vuelto a casa.

Fue éste un relato que jamás -pese a mi juventud- he podido olvidar. Un día quise rememorarlo y me lo conté. Y sin más que sirva como denuncia de las miserias que se vivían en aquel tiempo esto es lo que escribí y así lo titulé: EL LARGO INVIERNO.

Varios decenios han transcurrido y mi memoria se niega a borrarlo.


Camporredondo, invierno de 2005.

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