Con mi admiración y cariño a todas las abuelas del mundo, especialmente a las abuelas rurales
A hora muy temprana la abuela se pone en pie, se asea y desayuna. En la casa nadie sabe que la abuela se ha levantado: ni un solo ruido, ni una puerta golpea ni hace ruido. La abuela, en silencio, barre, friega, y pasa el polvo con el oído siempre alerta para cuando su nieta la reclame.
A lo lejos ladra un perro,
¡Maldito seas! ¡me la vas a despertar!
y sigilosamente la abuela se asoma al dormitorio donde duerme su tesoro.
¡Qué bonita es!
La contempla un momento y vuelve a su quehacer para tener todo a punto cuando su niña despierte: la ropita limpia y planchada.
¿Qué podré ponerla hoy para que esté más guapa? Este conjunto le queda muy bien.
Se hacen las nueve y mi tesoro no se despierta...
Entonces se decide a abrir la puerta del dormitorio y...
¡Que todo el mundo se calle, que mi niña duerme! Aunque... el caso es que tiene que ir al cole. Bueno... otro poco, al fin y al cabo todavía no es obligatorio y sólo va a jugar. ¡Duerme otro poco, mi amor!
Otro rato la contempla ¡qué guapa es! prepara el desayuno y, en esto,
¡Abuela, men!
¡Ya voy, mi vida! ¿qué quiere mi tesoro? ¿qué tal ha dormido mi amor?
La abuela ya puede llenar de besos a su corazón. La niña mira a su abuela y...
¡Al cole, no!
Llega la primera puñalada al corazón.
No, hija, no. ahora vamos a hacer un pipí
Sí, abuela. pero al cole, ¡noooo!
La abuela estrecha entre los brazos a su amor y, después del pipí, se enfrenta a otro grave problema: su niña no quiere desayunar. Mala comedora desde que nació, hace que la abuela eche mano de toda su capacidad como contadora de cuentos, Cuentos que ella no sabe porque, cuando era niña, nadie tuvo tiempo para contárselos. Sin embargo ...
Érase una vez un niño tan pequeñito, tan pequeñito, que le llamában garbancito...
La niña, fijos los ojos en los de su abuela, repite...
Abuela, ¡al cole nooo!
Los ojos de la abuela brillan intensamente; sobre el párpado inferior hay dos perlas a punto de desprenderse y aun así
... un día, sus padres le mandaron a comprar un centimito de azafrán. Entonces se puso a llover y garbancito, para no mojarse, bajo una col fue a resguardarse...
la niña no pierde detalle y así, poco a poco, sin darse cuenta, el desayuno va desapareciendo y, de repente,
Al cole, ¡nooo!
Las perlas de la abuela ya no se aguantan y resbalan por los surcos que, por el tiempo y el trabajo, empiezan a marcar su cara.
Pero su niña no puede ver que la abuela llora; sufriría y eso no puede ser. Rápidamente con una toallita o el envés de su mano, enjuga las lágrimas que puedan delatar el sufrimiento. Entretanto...
Abuela, al cole, ¡nooo!
Mira, mi amor, al cole sólo vamos un poco, damos de comer al gallo Pepe y nos venimos, ¿vale?. Sí, mi amor, con abuela.
La abuela no quiere mirar el reloj, ¡maldito seas, cuánto corres! que le dice que son las diez y que la niña ya debería estar allí. pero bueno, sólo son diez minutos de camino, tampoco es tanto. Después, por el camino...
¡No voy a llevar a mi niña corriendo!
Piensa en la diaria excusa ante la señorita y...
Me he retrasado un poco, como la niña come tan mal... por favor, ¡tenga cuidado si devuelve!
Sí, señora, no se preocupe que, si devuelve, nosotros le damos sus cereales con leche.
Gracias, señorita. Adiós.
La abuela siente que el corazón se le escapa detrás de su niña sin poder darle un beso de despedida porque sería peor: la niña no debe darse cuenta de que su abuela se va.
La niña dice
Abuela, ¡aquí!
Sí, mi amor, abuela aquí con su niña, ¿vale?
¡Vale!
Mientras entra con la señorita, que la lleva en sus brazos, la abuela, sin que nadie la vea, pasa por las ventanas del patio hasta que pierde de vista a su tesoro. Entonces...
¡Qué tarde es!
Hay que hacer la compra y recoger el pan. Rápidamente, la abuela pasa por la tienda, hace sus compras, y para casa, porque hay que preparar la comida para cuando todos vengan a comer ¡hay tan poco tiempo!
¡Vaya, si son las once y media! ya tengo que recoger a mi niña. ¡Maldito reloj! si parece que no avanza
y, a las doce menos veinte,
¡Me voy!
Pero... ¿adónde vas tan pronto, abuela?
Es que... tengo que recoger una cosa que se me ha olvidado...
A las doce menos no sé cuantos minutos, la abuela ya está a la puerta del colegio a recoger el corazón que hace poco más de una hora dejó allí encerrado y vuelven las dos a casa con la alegría a flor de piel.
Vuelve la lucha con la comida, pero sin agobios. Su niña después dormirá la siesta hasta que...
Abuela, ¡men!
La abuela entra y la toma en sus brazos y, como si la hubiese administrado un sedante, vuelva a dormirla para casi otra hora y, soy testigo de ello, durante esta segunda siesta, los ojos de la abuela no se apartan ni un instante del tesoro que tiene entre sus brazos. Y, ahora, un vaso de leche para mi niña. Después, la abuela se arregla y yo pregunto ¿adónde vas?
Pues a dar un paseo a la niña, ¡no va a estar todo el día en casa!. Venimos pronto, que tengo que planchar.
Así cuatro días a la semana. El quinto es más fácil: el viernes tiene algo que ofrecer a su niña.
Mira, vida mía, como mañana es sábado, no hay cole y pasado mañana, que es domingo, tampoco. Así que ¡hasta el lunes! ¿vale?
¡Vale!
Este viernes:
¿No me encuentro bien? Parece que me duele la cabeza.
La abuela marcha por la tarde a la montaña porque la niña tiene -y debe- estar con sus padres el fin de semana. Pero, esa noche, la abuela no puede dormir, la duele todo el cuerpo y tiene fiebre: es la gripe. Para remediarlo se toma unos sobres de no se qué que le recetó el médico y se toma miel con agua caliente y limón, que una vecina le dijo que es "mano santa" y la abuela se pasa todo el sábado y el domingo envuelta en una manta recostada en el tresillo y...
Oye, ¿por qué no te acuestas?
No, déjame, que estoy mejor aquí
Es que la abuela tiene que preparar la comida.
El domingo por la tarde,
¿Cómo estás?
Ya parece que estoy mejor.
Claro, mañana es lunes, yo quiero preguntar...
Abuela, ¿de qué estás hecha? ¿qué instinto te guía, que hasta eliges cuándo puedes ponerte enferma? Mira, abuela, estoy muy enfadado conmigo mismo. ¿Por qué? Pues porque no soy capaz de expresar lo que quisiera decirte. ¿Te parece poco? También estoy enfadado con la sociedad en la que te ha tocado vivir. ¿También preguntas por qué?
Verás abuela, si mañana, cuando te hagas mayor, tienes la mala suerte de que tu amigo, compañero, en fin, tu marido se va, pasa a eso que llamamos mejor vida, vendrá el político de turno -sea del color que sea- y que no es como tú, abuela, y te rebajará tu pensión a menos de la mitad y es que, claro, debes comprender que no hay dinero, que no se puede asfixiar con impuestos a tus nietos. Bien al contrario, debemos rebajárselos ¡pobrecillos! El año pasado sólo pudieron pasar un mes en las Bahamas y el año que viene quisieran ir a esquiar a algún pais nórdico o, tal vez, a algún safari en África Central. Sí, eso, un safari. Pero, ¿tú sabes lo que cuesta eso? No, claro que no lo sabes. Por eso, lo que debes hacer es, de esa media pensión que la política te asigna, ahorrar y ayudar a tus nietos para que después te sientas orgullosa de las fotos ellos consigan al lado del león abatido, mientras tú, con tu pensión de miseria pagas gastos de casa, gas, luz, calefacción... no, calefacción no necesitas. Si tienes frío, como dispones de mucho tiempo, ya que no tienes que cuidar a tus nietos, te tejes una buena chaqueta de lana y unos calcetines que serás la envidia de todo el mundo. Y, eso sí, sobre esta lana que compres, sólo te cargaremos el 21% -piensa que todo el mundo tiene que pagar impuestos-. si no ¿de dónde te darían la pensión que cobras? ¡y no te preocupes tanto! que cuando no puedas valerte, te hemos preparado una buena residencia que será como un hotel. Allí sí que estarás bien, rodeada de viejecitos que te recordarán en todo momento que ya no sirves para cuidar niños, que tu tiempo ya ha pasado, que puede ser cosa de días, tal vez meses... con un poco de suerte, algunos años. Y tú, abuela, seguirás justificando a todos: hay que ver lo que trabajan, y qué buenos son, cómo, pensando en ti, buscaron esa residencia tan buena para que estuvieras bien. Y qué inteligentes son, es que son listísimos, ¡si vieras su casa! Esto contarás a tus amigos en tu aparcamiento, en tu asilo, abuela, que eso es lo que es, aunque se esfuercen en buscarle un nombre muy rimbombante -sí, es un asilo-.
Y mientras tu nieto llena su casa de trofeos desde esos grandes safaris, en buena parte con lo que tú fuiste capaz de ahorrar para ellos, tu estarás pasando miedo y te darás cuenta de que tus días se acaban y que estás sola pero no importa, hay que ver qué buenos son tus nietos, que no van a verte porque no pueden ¡tienen tanto trabajo!
Pero yo te digo, querida abuela, que, aunque tú quieras justificarlos, en tu mirada se nota el sufrimiento que llevas dentro. No te engañes, abuela. Tu corazón te domina pero tus ojos hablan por ti y es fácil leer en ellos.
Y tranquila abuela, el día que descanses volverán, porque entonces sí tendrán tiempo. Irán al banco, no por nada, es que lo que haya allí era de su abuela y les pertenece ¡con lo que ellos querían a su abuela! Si hasta vinieron a buscarla en navidad para cenar todos juntos, aún teniendo un compromiso muy especial... un buen nieto siempre sabe sacrificarse por su abuela.
Bueno, abuela, ya te he dicho que estoy muy enfadado conmigo porque no sé expresar lo que quisiera decirte pero, eso sí, abuela, esposa, madre, hasta aquí sí que llego y es que, además de admirarte, te quiero con toda mi alma, abuela.
Basado en la vida de tres abuelas a las que quise y admiré.
¡Emocionante y entrañable relato, amigo Gaude! Abrazos.
ResponderEliminarYo no se escribir Luciano, y lo siento. Sólo dejo al corazón que teclee.
EliminarGracias por escucharme
Un abrazo