Nuestro sabio refranero, dice:”Hacienda, tu amo te atienda y
si no que te venda”. También este otro: “El ojo del amo engorda el ganado”.
Apoyada en estas dos contundentes y sabias sentencias, vamos
con la entrada de hoy.
Había una vez un terrateniente
–que lo era por herencia- que dado que su progenitor la había dejado terreno
suficiente, y muy productivo -sin más que preocuparse de observar el cultivo
de lo heredado- para vivir desahogadamente, decidió fijar su residencia en la ciudad
donde -eso creyó él- la vida era más alegre y cómoda, y podía disfrutar de
su espléndida hacienda.
Para dirigir la heredad nombró un
cachicán (encargado) para que tomara todas las decisiones necesarias para su buen
funcionamiento. De esta manera, el “señor” sólo se ocuparía de
recoger y administrar los cheques que del banco, con regularidad, le fuera
remitiendo. La vida así sería más llevadera lejos del polvo, el barro, el
calor, el frío, las tormentas... en fin todas esas calamidades, para él
insufribles, que en el campo se padecen. ¡Esto es vida! comentó para sus amigos
el nuevo y rico terrateniente.
La hacienda continuó su marcha
bajo la vigilancia de su nuevo director: el cachicán.
Comoquiera que el terreno estaba
bien cultivado, la primera cosecha fue espléndida, con lo que el heredero se
encontraba todo ufano y orgulloso por la decisión que había tomado: él se
pasaba la vida bien comido, bebido y distraído sin preocuparse de dar una
vuelta por el pueblo.
Los obreros seguían con la rutina
de arar y sembrar. Un día, el cachicán -que era nuevo en la heredad- observó
cómo los obreros, siguiendo la tradición, unos araban y otros, con el garucho,
recogían la grama y mantenían el terreno limpio de esta rastrera e indeseable
planta. ¿Qué es lo que hacen ustedes? preguntó con mucha educación. Pues ya ve
usted, lo que hacemos siempre: recoger la grama, respondieron los braceros. No,
no, a partir de hoy se cultivará como yo diga, ¿no saben ustedes que eso es
abono para la tierra? Queda terminantemente prohibido el uso del garucho en
estas tierras. Y así se hizo.
Así las cosas, las cosechas
fueron disminuyendo paulatinamente, hasta que pasados unos (pocos) años el amo se
vio en la necesidad de ir rebajando su nivel de vida pues los cheques cada vez
eran más raquíticos y ya no daban para tanto.
El heredero llamó al encargado a
su refugio en la gran ciudad y quiso saber por qué los cheques habían ido
disminuyendo de forma tan alarmante.
Mire usted señor: no sé lo que
ocurre, pero el terreno ha sido invadido por una extraña planta que le
convierte en un prado y no deja crecer la semilla. Yo le sugeriría que, si usted
lo cree conveniente, vendiera la heredad antes de que sea tarde.
El "señor" lo pensó un momento y le
dijo al cachicán: creo que tiene usted razón, antes de que los agricultores
vecinos, posibles interesados, se den cuenta de la baja productividad del
terreno, póngalo usted a la venta y véndalo. Señor, respondió el cachicán, si
usted me dice el precio yo intentaré venderlo al mejor postor. Y así lo
hicieron, el hábil cachicán volvió al pueblo y al cabo de unos días reclamó una
reunión de urgencia con el propietario: no he podido conseguir, dijo, el precio
que usted fijó, pero si usted quiere, para evitarle incomodidades yo me
quedaría con la heredad en… y rebajó el precio de salida. El comprador y el
vendedor se pusieron de acuerdo y el, “listo,” nuevo propietario volvió al
pueblo con la escritura bajo el brazo.
Reanudaron las faenas del campo y
el amo dijo: desempolvad los garuchos y recoged la grama, démonos prisa que la
sementera está al caer. Señor, dijo uno de los obreros, usted nos dijo: “dejad
la grama que es abono para la tierra”. No importa lo que yo dijera, los tiempos
han cambiado y hay que coger los tiempos según vengan.
Y colorín colorado… “Hacienda tu
amo te atienda o si no que te venda” ¿está claro?
El otro refrán, “el ojo del amo
engorda el ganado” viene a decir lo mismo. Pero ese lo dejamos para cuando el torpe
y vago sea el ganadero y el listo, en vez ser el cachicán, lo sea el rabadán, y
el terreno sea el rebaño de ovejas… ¡Ya me entendéis!
Camporredondo 22 de
febrero de 2015
Muy atinada crítica del absentismo de los latifundistas apoyándote en refranes tradicionales. Me encanta que sigas empleando palabras que agonizan como "cachicán" o "rabadán". Enhorabuena y abrazos.
ResponderEliminarAlguna palabra voy usando Luciano, pero no son las que yo pueda usar sino las que, por no llegar a tiempo, se nos han ido para siempre.
EliminarLas que yo uso están recogidas en el “Diccionario de Camporredondo” incluído en “La Pizarra de Gaude” y que tanto éxito ha tenido allende los mares.
Un abrazo amigo.