En otro tiempo, la comida del
mediodía siempre, o casi siempre, era el cocido castellano que, a veces, era
alegrado con un trozo de carne de oveja y un chorizo negro o sabadeño más el relleno.
Pero lo que no podía faltar era el fruto de la matanza: el trozo de tocino.
Bueno, pues según leemos en el
DCT página 702, esto hoy no sería posible porque el tocino se nos derretiría;
nos llenaría los gabrieles de grasa, no podríamos untar el pan en el tocinillo
¡con lo bueno que estaba! Y el colesterol andaría por las nubes. ¿Por qué digo
esto? vean por qué:
Derretir v.tr. Deshacer en agua hirviendo el tocino para sacar la
manteca. (Sic).
¿Lo ven ustedes? no hay forma de
hacer un cocido.
¿Cómo se derretía el tocino, las
pocas veces y lo poco que se derretía? (porque hacía falta para el cocido de
todo el año). Pues véanlo: se colocaba la trébede, sobre ella la caldera y bajo
ellas se prendía el manojo. En el fondo se echaba un poco de agua, ¿para qué? Pues
para que no se abrasara la caldera hasta que el tocino empezara a soltar grasa.
Esto ocurría justo mientras el agua se evaporaba y el tocino ya iba derritiéndose
con el calor, pero sin agua. Había que tener cuidado, si el tocino llevaba la
corteza, de ponerla hacia arriba, o sea, el tocino debía de tocar el fondo de la
caldera para que, en seguida, antes de que el agua evaporase, comenzara a
soltar grasa. Así seguía el tocino al calorcillo hasta que soltaba toda su
grasa, pero sin agua, porque se nos habría cocido. ¿Ven qué fácil?
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