Hoy vamos a tratar una palabra
que yo no conocía hasta que leí "Las Ratas" de Delibes y que, para mí, no supuso
ningún problema porque, si era un producto para luchar contra las parásitas que
dice el autor en "Las Ratas", no podía ser otro que el sulfato de cobre con el que me tocó
sulfatar el trigo durante algunos años.
La palabra es: Piedralipe. Para mí y mi entorno, sencillamente, sulfato de cobre.
Parece que el autor del DCRNMD tuvo algunos problemas para encontrar a qué se
refería la palabra hasta que encontró, en Castrillo Tejeriego, al señor Abdón
cuya referencia me ha servido para intentar hablar con él (por cierto, así da gusto, facilitar el nombre del informante en vez de la tan socorrida “investigación de campo”
me ha permitido esta posibilidad de dilucidar si vivimos en el mismo mundo o hablamos
del mismo sulfato).
Por cambio de residencia no pude
contactar con el señor Abdón. Pero sí hablé, en Castrillo Tejeriego, con una señora y un señor, de mi edad
éste, que me dijo que prefería que no diera su nombre. Hablamos largo y tendido
sobre el tema, pudiendo constatar que hablamos del mismo sulfato y de la misma
forma de sulfatar el trigo (ellos y yo en el portal de la casa)… en fin,
separados por unos kilómetros pero parece que trabajamos de la misma forma, o
muy parecida.
Comprobado que, efectivamente,
hablamos del mismo producto, a mí me deja libertad para explicar la forma de
preparación y aplicación, que tantas veces me tocó elaborar, para intentar evitar
que las parásitas de las que habla Delibes arruinaran la cosecha, porque en las
definiciones del diccionario creo que deja algunas, razonables, dudas.
La primera vez que aparece la
palabra en el diccionario es en la página 24 y dice el autor: “… sulfato que se
preparaba en los corrales de las casas para luego echarlo a los campos de
cereal.” (…). Vuelve a aparecer la palabra en la página 186 y dice el autor: Piedralipe: “…se colocaban dos o tres
puñados en una bolsa para que se fuese derritiendo y cayese sobre un par de
litros de agua. Una vez mezclado se echaba a la tierra de labor. (…) (Sic).
A ver por dónde empiezo... Dice el
autor del diccionario, “se preparaba en los corrales” –esto es cierto, o en los
portales, añado yo- “para luego echarlo a los campos de cereal”. Más adelante
dice: “se colocaban dos o tres puñados en una bolsa para que fuese derritiendo
y cayese sobre un par de litros de agua”. O sea: Un par de puñados o tres de piedralipe (sulfato de cobre) disueltos
en dos litros de agua... ¿se pueden esparcir por el Campo? ¿Cómo? Pero es que hay
algo más que no consigo entender “dos o tres puñados”… ¿y ya está? Miré usted,
autor del diccionario: el mundo rural se rige por normas como cualquier otra
línea de producción y, en este caso, para preparar el producto también la tenía,
se decía y se hacía: tantos gramos por fanega de trigo, como veremos más
adelante. Reitero con esta observación lo que ya dije en otra entrada:
“hablando del mundo rural no todo vale”.
Como lo que realmente pretendo es
que si alguna vez alguien quiere preparar el sulfato de cobre (no se sabe con
tanta crisis lo que nos espera) tenga información veraz, es por lo que voy a
explicar todo el proceso:
En la tienda (la de mis padres, o
en droguerías de la ciudad) se compraba el sulfato de cobre en forma de
cristales o, como decíamos, terrones. Lo primero era picar éstos para ir
reduciendo su tamaño. Esto se hacía con un martillo de madera o, simplemente
con un trozo de leña. Cuando se había desmenuzado lo suficiente se cogía un
rollo, también de madera, -yo lo hacía con una botella de cristal- y se iba
triturando hasta que quedaba hecho polvo. En un barreñón (de los que hacían los
cacharreros de Arrabal) se vertía un poco de agua caliente y allí se echaba el
sulfato triturado removiendo hasta disolverlo del todo. Después se añadía agua
suficiente para que el montón de trigo -a sulfatar para la siembra- quedara
humedecido.
Con las fanegas, o la cantidad de
trigo a sulfatar, se hacía un montón y con una escoba se humedecía toda la superficie.
Entonces, con la pala, de madera, se iba dando vueltas al pequeño muelo a medida
que el sulfatador, con la escoba, seguía rociando el montón. Cuando se acababa la
mezcla, se removía un par de veces más el trigo para que todos los chochos
(granos) quedaran humedecidos. Se dejaba reposar durante toda la noche, por la
mañana se ensacaba y se sembraba el trigo (sobre la tierra de labor por
supuesto) ya sulfatado.
Vamos con las cantidades: lamento
que este dato no os lo podré dar porque no me acuerdo, pero lo que sí quiero
dejar claro es que el agricultor pesaba (para ello acudían a la tienda) o
medía con arreglo a las fanegas de trigo a sulfatar, no echaba dos o tres puñados
así, al aliguí. El agricultor, señor autor del diccionario, tenía sus normas y
las seguía, porque de ello dependía que los gabrieles borbotearan, o no, sobre
la cocina… tan serio como eso.
Y sigo insistiendo: Hay que
patear mucho campo para conocer mínimamente sus entresijos, porque si no
las generaciones venideras no lo van a conocer sino deformado.
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