martes, 14 de enero de 2014

En camisas de once varas: Piedralipe

Hoy vamos a tratar una palabra que yo no conocía hasta que leí "Las Ratas" de Delibes y que, para mí, no supuso ningún problema porque, si era un producto para luchar contra las parásitas que dice el autor en "Las Ratas", no podía ser otro que el sulfato de cobre con el que me tocó sulfatar el trigo durante algunos años.

La palabra es: Piedralipe. Para mí y mi entorno, sencillamente, sulfato de cobre. Parece que el autor del DCRNMD tuvo algunos problemas para encontrar a qué se refería la palabra hasta que encontró, en Castrillo Tejeriego, al señor Abdón cuya referencia me ha servido para intentar hablar con él (por cierto, así da gusto, facilitar el nombre del informante en vez de la tan socorrida “investigación de campo” me ha permitido esta posibilidad de dilucidar si vivimos en el mismo mundo o hablamos del mismo sulfato).

Por cambio de residencia no pude contactar con el señor Abdón. Pero sí hablé, en Castrillo Tejeriego, con una señora y un señor, de mi edad éste, que me dijo que prefería que no diera su nombre. Hablamos largo y tendido sobre el tema, pudiendo constatar que hablamos del mismo sulfato y de la misma forma de sulfatar el trigo (ellos y yo en el portal de la casa)… en fin, separados por unos kilómetros pero parece que trabajamos de la misma forma, o muy parecida.
Comprobado que, efectivamente, hablamos del mismo producto, a mí me deja libertad para explicar la forma de preparación y aplicación, que tantas veces me tocó elaborar, para intentar evitar que las parásitas de las que habla Delibes arruinaran la cosecha, porque en las definiciones del diccionario creo que deja algunas, razonables, dudas.

La primera vez que aparece la palabra en el diccionario es en la página 24 y dice el autor: “… sulfato que se preparaba en los corrales de las casas para luego echarlo a los campos de cereal.” (…). Vuelve a aparecer la palabra en la página 186 y dice el autor: Piedralipe: “…se colocaban dos o tres puñados en una bolsa para que se fuese derritiendo y cayese sobre un par de litros de agua. Una vez mezclado se echaba a la tierra de labor. (…) (Sic).

A ver por dónde empiezo... Dice el autor del diccionario, “se preparaba en los corrales” –esto es cierto, o en los portales, añado yo- “para luego echarlo a los campos de cereal”. Más adelante dice: “se colocaban dos o tres puñados en una bolsa para que fuese derritiendo y cayese sobre un par de litros de agua”. O sea: Un par de puñados o tres de piedralipe (sulfato de cobre) disueltos en dos litros de agua... ¿se pueden esparcir por el Campo? ¿Cómo? Pero es que hay algo más que no consigo entender “dos o tres puñados”… ¿y ya está? Miré usted, autor del diccionario: el mundo rural se rige por normas como cualquier otra línea de producción y, en este caso, para preparar el producto también la tenía, se decía y se hacía: tantos gramos por fanega de trigo, como veremos más adelante. Reitero con esta observación lo que ya dije en otra entrada: “hablando del mundo rural no todo vale”.

Como lo que realmente pretendo es que si alguna vez alguien quiere preparar el sulfato de cobre (no se sabe con tanta crisis lo que nos espera) tenga información veraz, es por lo que voy a explicar todo el proceso:

En la tienda (la de mis padres, o en droguerías de la ciudad) se compraba el sulfato de cobre en forma de cristales o, como decíamos, terrones. Lo primero era picar éstos para ir reduciendo su tamaño. Esto se hacía con un martillo de madera o, simplemente con un trozo de leña. Cuando se había desmenuzado lo suficiente se cogía un rollo, también de madera, -yo lo hacía con una botella de cristal- y se iba triturando hasta que quedaba hecho polvo. En un barreñón (de los que hacían los cacharreros de Arrabal) se vertía un poco de agua caliente y allí se echaba el sulfato triturado removiendo hasta disolverlo del todo. Después se añadía agua suficiente para que el montón de trigo -a sulfatar para la siembra- quedara humedecido.


Con las fanegas, o la cantidad de trigo a sulfatar, se hacía un montón y con una escoba se humedecía toda la superficie. Entonces, con la pala, de madera, se iba dando vueltas al pequeño muelo a medida que el sulfatador, con la escoba, seguía rociando el montón. Cuando se acababa la mezcla, se removía un par de veces más el trigo para que todos los chochos (granos) quedaran humedecidos. Se dejaba reposar durante toda la noche, por la mañana se ensacaba y se sembraba el trigo (sobre la tierra de labor por supuesto) ya sulfatado.

Vamos con las cantidades: lamento que este dato no os lo podré dar porque no me acuerdo, pero lo que sí quiero dejar claro es que el agricultor pesaba (para ello acudían a la tienda) o medía con arreglo a las fanegas de trigo a sulfatar, no echaba dos o tres puñados así, al aliguí. El agricultor, señor autor del diccionario, tenía sus normas y las seguía, porque de ello dependía que los gabrieles borbotearan, o no, sobre la cocina… tan serio como eso.

Y sigo insistiendo: Hay que patear mucho campo para conocer mínimamente sus entresijos, porque si no las generaciones venideras no lo van a conocer sino deformado.

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