De vez en cuando doy una vuelta
por el local donde duermen –cuasi- debidamente colocadas las herramientas y
enseres que ya no se usan, o se usan menos. A veces hago un alto ante una de
ellas y pienso en lo importante que fue en su momento y la poca importancia que
le damos hoy, cuando ya nos parece que somos ricos, que aquello fue un mal sueño
y que, quizás, nunca fue realidad. Pero a mí me ocurre algo no sé si especial o
curioso: me paro delante de una de estas herramientas y se me abre un enorme
libro en el que voy leyendo. Hasta tal punto me ocurre que, a veces, se me
difumina la herramienta y sigo leyendo hasta que despierto y vuelvo a verme
sobre mi silla particular. Sólo entonces me doy cuenta de que allí está escrita
una buena parte de la historia de mi vida; quizás la más especial.
Un día, me paré delante de la
binadera y comenzaron a discurrir imágenes que, aun después de tantos años, siguen
nítidas como el primer día.
Fue la binadera quizás la primera
herramienta con la que el niño tuvo que ganarse su sustento: Rudesindo –y hacia
él dirigía la pregunta el maestro- ¿por qué no viniste ayer a clase? (a la
escuela se decía) “es que tuve que ir a capar remolachas”.
¿Sabe usted con qué herramienta
el niño capaba remolachas? Pues eso: con la binadera. ¿Con qué herramienta el
niño escardaba? Pues también con la binadera. Y con la binadera rozaba las
achicorias y rozaba el melonar –decían que el melonar agradecía el polvo que se
levantaba-. ¡Tantas y tantas labores se hacían con la binadera!
Y en la pala de la binadera quedó
grabado lo que ahora vamos a relatar. Era el mes de mayo, la planta de la
remolacha estaba muy crecida, hay que caparlas (entresacarlas) porque se hacen
grandes y la experiencia aconseja hacerlo en el menor tiempo posible. El “amo”
busca mano de obra, toda es poca y para ello se recluta a todo el personal capaz
de sostener la binadera con sus manos. El sueldo, o jornal, es de miseria, pero
a la miseria había que combatirla, y la única arma que había era otra miseria
en forma de salario.
Fortunata es reclutada -no
importa si es una niña o no, la edad no cuenta- para la tarea. Cobrará menos que las personas mayores
porque es una niña, pero tendrá que sacar adelante la misma cantidad de surcos que
una persona mayor. Injusticia sobre injusticia.
Por el esfuerzo requerido, o por
la escasa y desequilibrada alimentación la niña no se encuentra bien. Por el
surco adelante va vomitando, no puede seguir el ritmo de los mayores: se queda
atrás. Una señora de la cuadrilla -tenía corazón de madre- multiplicando su esfuerzo,
ayuda a Fortunata. El “amo “desde una finca próxima observa ¡Fortunata no sigue
el ritmo impuesto por el resto de la cuadrilla! El “amo” deja su quehacer, se
acerca, y sin más preámbulos espeta: Fortunata, dice, te pago por trabajar. El ángel
que ayuda a la niña interviene: ¡pobrecilla, dice, está enferma, ya la ayudo
yo! Si está enferma que se quede en casa, respondió el “amo”, y cuando esté en
condiciones que vuelva. La niña tuvo que marchar para casa, descansó un rato,
tal vez su madre le diera un beso, porque poco más había, y por la tarde
Fortunata siguió formando parte del grupo de la binadera.
Fue la binadera quizás la
herramienta que se adaptó mejor a la edad de los usuarios, por eso las había de
todo tipo: desde la pequeñita para rozar zanahorias o achicorias, hasta la que
sólo podían manejar los más fuertes de la sociedad rural: la binadera de la
viña. Recuerdo con todo cariño y admiración, el manejo de esta binadera por
parte de Alejandro Núñez, era un número uno en su manejo, porque a su posible
habilidad unía una fuerza casi sobrenatural.
Hemos dicho de la binadera más
pequeña que quizás fue la primera herramienta con la que el niño se entrenaba para
la dura vida de agricultor. Había otra más grande para encasillar (hacer grupos
de remolacha en la siembra a cordoncillo) y remataba la de la viña. Como vemos,
había un tipo de binadera para cada necesidad y para cada edad.
Una de las imágenes que perduran
en nuestra retina es la del abuelo Salustiano que se apoyaba en dos bastones
para llegar al tajo (tarea), uno de los batones era la cayada y el otro, cogida
por la parte de la pala, era la binadera. O sea la binadera como bastón pero,
al llegar al corte, era usada como herramienta supresora de malas hierbas.
Y ahora una maldad por mi parte,
pero que tiene por alcahueta a la binadera. Ya he contado que en casa hubo
aquello que llamaban “casino” y allí se reunían a jugar algunos señores mayores
que algunas veces comenzaban la partida a primera hora de la noche y la
terminaban también a primera hora… pero de la mañana.
Los hombres iban a jugar la
partida de cartas pero, a veces, acordaban el día antes llevarse la binadera al
“casino”. Y claro, ahora alguien querrá saber para qué se la llevaban. Pues muy
sencillo: si la partida se prolongaba hasta el día siguiente, por la mañana un
poco antes de amanecer dejaban el juego y marchaban cada uno allí donde
tuvieran un posible corte que justificara su presencia. Entonces, cuando los
agricultores regresaban de hacer la mañanada, para almorzar, los otros
agricultores (los de las cartas) también se sumaban. De esta forma se cuidaban
mucho las apariencias, algo que se consideraba muy importante en aquellos tiempos:
“que arda la casa pero que no se vea el humo”. Como veis truquillos y pequeñas
trampas siempre ha habido. La diferencia está en que aquellas trampas podían
perjudicar la economía familiar, no la del vecino; eran binaderas, no tarjetas: éstas son posteriores.
Para no asustaros no quiero
relatar los dolores de espalda (dolor de riñones decíamos) que provocaba la,
aparentemente, inofensiva binadera.
Camporredondo octubre
de 2014
¡Hermosas palabras, hermosas emociones y bellos recuerdos los que te evoca la binadera! ¡Gracias por compartirlos! Abrazos.
ResponderEliminarEs muy gratificante ver que hay personas interesadas y que, además, lo comprenden.
ResponderEliminarCreo que es interesante que nunca olvidemos de donde venimos y los caminos que tuvimos que recorrer.
Rurales abrazos.